lunes, 27 de octubre de 2014

El dilema entre el silencio y la inautenticidad

¿Qué sentido tiene decir lo que uno piensa si sólo puede traer problemas? Siempre hay intolerantes dispuestos a juzgar nuestras ideas con escasa benevolencia, así que, insisto, ¿por qué hablar y no callar? ¿Para sentirse bien con uno mismo? Las ideas se tienen aunque no se expresen públicamente. Si uno decide darlas a conocer es porque cree que pueden tener cierto valor para un determinado lector, pero también pueden incomodar y costarnos caras. En términos utilitarios apostar por la libre expresión es un mal negocio, así que el asunto se convierte en una cuestión de dignidad, más que de compromiso social, pues pensar que nuestra opinión sirve a la sociedad tiene un tufillo de soberbia incamuflable. ¿Cuestión de dignidad, quijotada o insensatez? Supongo que dependerá de las circunstancias en las que se mueve el libre opinador. Para él puede ser lo primero, pero a ojos de otras personas resulta un quijote que provoca una sonrisa de conmiseración o un insensato que hace saltar las alarmas. Quizá no se trate de callar, sino de no meterse en polémicas innecesarias. Algunos lo hacen creyendo que no se nota, pero la falta de autenticidad se percibe a la legua. Aunque sea para reírnos de su temeridad parece que son necesarios gilipollas con dos cojones, porque al fin y al cabo mañana podemos morir, y algunos lo harán en silencio...