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martes, 20 de mayo de 2025

León XIV y la humildad

Sobre el nuevo Papa, León XIV, no tengo mucho que decir, salvo que me ha causado buena impresión la expresión de su rostro y el detalle de salir al balcón con la indumentaria papal clásica. Desde el inicio de su pontificado, Francisco renunció a lo que para él era un boato innecesario, llegando incluso a calzar unos zapatones gastados por el uso que inevitablemente llamaban la atención. No dudo de que tuviera la mejor intención, pero daba la impresión de que con ello hacía ostentación de humildad. León XIV ha recuperado la tradición y creo que ha acertado, porque cuando te insertas en ella reconoces humildemente tu participación en una realidad superior. 

La humildad es una virtud muy importante. El hombre humilde debe estar dispuesto a que su nombre -que bien mirado es la cosa más azarosa del mundo- se pierda. No importa que nadie se acuerde de nosotros, ni siquiera cuando estamos vivos. Lo único que cuenta es esforzarse por actuar bien, tener la conciencia limpia. Eso es todo. Personalmente, siento un gran respeto por los héroes anónimos. A veces tenemos la fortuna de reconocerlos, siempre en contra de su voluntad. Cuando ello sucede, si es posible, y tratando de incomodarles lo menos posible, hay que escucharles si tienen a bien hablar. Digo esto porque todavía estoy saboreando una frase escrita por Pablo D'Ors en su versión de "El peregrino ruso", incluida en su último libro, "Devoción": "Una buena palabra es plata -dije para terminar, sellando mis labios-, pero el silencio es oro puro".

miércoles, 29 de enero de 2025

Conocimiento y sabiduría

En uno de los capítulos más interesantes de su excelente libro El monje y el filósofo, Matthieu Ricard y su padre, Jean François Revel, distinguen entre conocimiento y sabiduría. La sabiduría implica una transformación interior orientada a la práctica de las virtudes que reconocen todas las grandes tradiciones espirituales. Para alcanzar dicha sabiduría transformadora el conocimiento teórico de la verdad no basta; la sabiduría requiere experimentar esa verdad, lo cual nos sitúa ante el problema de la “técnica espiritual”. Las hay tan diversas como los ejercicios de contemplación propios de la mística cristiana o las prácticas meditativas budistas, por poner sólo dos ejemplos. También en psicología parece que el psicoterapeuta orienta al paciente para que alcance por sí mismo un “insight”, es decir, un momento en que el paciente “ve” -pero no de forma teórica- algo que antes se le ocultaba y que constituye la palanca que le permite introducir cambios en su vida o superar un problema psicológico. 

Tener un encuentro experiencial con la verdad es un asunto fascinante que requiere un esfuerzo de escucha, estudio y reflexión seguido de una práctica contemplativa constante y bien dirigida. Y ni siquiera así es suficiente: hay que ser humilde y reconocer que los "encuentros" más significativos son una concesión, una "gracia" que se recibe y no se conquista. Esos momentos son una vivencia interior comunicable, aunque quien la escuche no quedará precisamente impresionado. Al contrario, el relato de ese encuentro puede parecer incluso banal debido a que la situación es una verdad que se comprende fácilmente desde un plano intelectual, pero cuya hondura sólo percibe el protagonista de la vivencia interior. En ocasiones, el encuentro no se logra mediante una práctica constante que facilite la introspección. Al comienzo de su conocidísimo libro “El poder del ahora”, Eckhart Tolle cuenta que su vida era pura desdicha y que se hallaba al borde del suicidio. Una noche, cuando el sufrimiento era más intenso, un pensamiento llegó a su mente: “No puedo seguir viviendo conmigo mismo”. En ese preciso instante Tolle se dio cuenta de que la capacidad de observarse a sí mismo implicaba dos "yo": el “yo” doliente cuya vida era desdichada y el "yo" capaz de contemplar a la persona Tolle que a partir de ese momento se le representaba como un "personaje". Él comprendió que su "yo" más auténtico era la conciencia pura contemplativa, un “insight” profundamente liberador que le condujo a que su vida cambiara por completo. Desde entonces se ha convertido en un maestro espiritual con millones de seguidores en todo el mundo.

Yo no he vivido nada parecido a una experiencia de ese tipo, pero sí he tenido algún encuentro experiencial con la verdad que me ha servido para entender qué quieren significar quienes advierten de que no hay que confundir el conocimiento con la sabiduría. Me sucedió hace más de treinta años. Una mañana debía coger un autobús para irme de viaje y ello me generaba cierta inquietud. Como todavía disponía de tiempo, decidí realizar un sencillo ejercicio de atención a la respiración que comenzaba observando sin juzgar los sonidos y los objetos que me rodeaban. En un determinado momento percibí claramente cómo la quietud de cada uno de esos objetos contrastaba con mi agitación interior. Me daba cuenta de que si hubiera desaparecido en ese mismo instante los objetos hubieran seguido allí, inertes, totalmente ajenos a mí y a cualquier tribulación. Es obvio, ¿verdad? Pese a lo ridículo que pueda parecer, ese “insight” se me quedó grabado porque aprendí por experiencia directa que el estado mental tiñe el mundo exterior, condiciona nuestra manera de percibirlo.

La situación que acabo de narrar se produjo en un momento de introspección, de contemplación. Lo subrayo porque, como apuntaba al principio, ese es el camino más seguro que conduce a la sabiduría. Es posible ir en busca del conocimiento e incluso de la verdad y tener éxito. Pero serán éxitos poco profundos, aunque resulten vistosos y redunden en el reconocimiento social. También la sabiduría se puede buscar, pero el camino es muy distinto: se trata de aproximarse a la verdad sutilmente, dejando que se exprese. Por ello, la arrogancia o la impaciencia son incompatibles con la sabiduría. Hay que ser muy cuidadosos cuando se trata de quitar el “velo” que cubre la verdad y acercarse a ella con humildad, con amor, porque se busca la verdad para lograr esa transformación que sólo puede ser fruto de la virtud, conscientes de nuestras evidentes limitaciones, aunque estando sumamente agradecidos precisamente por ser conscientes de esas limitaciones. Ahí está el “sólo sé que no sé nada” socrático que por encima de todo invita a la humildad y a la gratitud.

martes, 27 de agosto de 2024

¿Cómo dejar atrás la mente discursiva?

La frase “los árboles no nos dejan ver el bosque” refleja uno de los mayores riesgos que acechan a quienes nos dedicamos a la actividad filosófica. Nos movemos entre teorías que pretenden dar razón de la realidad. Para ello nuestra herramienta principal es el “concepto”, que Ortega definía como “contenido mental enunciable”. Accedemos a la realidad desde conceptos que debemos examinar críticamente para, a su vez, dar razón de ella mediante otros conceptos con los que transmitir nuestra “visión”. El riesgo es confundir el concepto con la realidad misma, pero ¿es posible un acceso directo a la realidad? He ahí el problema de la frase que citaba al comienzo.

Un bosque es un concepto que se refiere a un conjunto de árboles, que a su vez es otro concepto. Y así podríamos seguir con las partes que forman el árbol y que nos remiten a diferentes conceptos como tronco, ramas, hojas, etc. Cuando afirmamos que los árboles no nos dejan ver el bosque parece como si el concepto “bosque” se enseñoreara de la realidad. Sería más correcto decir que el bosque no nos deja ver los árboles, porque esta frase aspira a que tomemos contacto directo no con la abstracción que representa el “bosque”, sino con realidades mucho más tangibles como son cada uno de los árboles con los que nos topamos conforme nos vamos acercando a ese conjunto que divisamos a lo lejos y denominamos “bosque”. Aún así permanecemos en la mente discursiva, conceptual, porque hay que ver el árbol sin la pátina conceptual que condiciona nuestra mirada.

El fondo del problema, clave en la filosofía budista, es cómo podemos tener ese contacto directo con la realidad que nos proporcione una sabiduría auténtica fruto de la experiencia directa. Para acercarnos a la realidad necesitamos los conceptos, pero luego es necesario dejarlos atrás. Una metáfora muy habitual es la de la balsa que nos traslada de una orilla a otra de un gran río. La balsa es un vehículo que resulta muy útil mientras estamos cruzando, pero que finalmente es necesario abandonar.

¿Cómo y cuándo abandonar el pensamiento conceptual, la mente discursiva? Para mostrar la enorme dificultad de la tarea pondré el ejemplo de una situación que todos hemos vivido. En muchas ocasiones, observamos una montaña, una nube, el suelo de parqué o cualquier otro objeto y, de repente, nuestra mente descubre en él una determinada imagen, por ejemplo, la cara de un moro en la montaña del castillo de Santa Bárbara en Alicante. Una vez identificada esa imagen, ¿podemos volver a ver esa montaña borrando la imagen? Con otras palabras, ¿es posible regresar a la pristina visión cuando ha sido “contaminada” por la mente discursiva? Lo he intentado en muchas ocasiones y no soy capaz. Puedo seguir mirando y ver más cosas, pero esa imagen ha cristalizado y condiciona mi acceso a esa realidad. Si eso es así, no sorprende la insistencia de los budistas por entrenarse a través de las técnicas meditativas en superar el pensamiento conceptual, el dualismo “sujeto-objeto" presente en la actividad cognoscitiva. También podemos desprendernos de nuestros conceptos, de las imágenes con las que troquelamos la realidad, no luchando contra ello, no intentando dejar de ver el moro en la montaña o el fauno en el parqué. Simplemente se trataría de dar un paso atrás y observar nuestra mente discursiva. Esa, si no lo entiendo mal, es la vía directa que propone Rupert Spira con su referencia a “ser consciente de ser consciente”, como titula uno de sus libros. Es decir, se busca darse cuenta de cómo actúa nuestra mente indagando en cuál es la razón de ese movimiento mental para, a partir de ahí, limitarse contemplar esos procesos desde una supraconsciencia capaz de abarcarlo todo, lo cuál también conduce a la no-dualidad.

Es posible que uno se pregunte por qué razón debemos ir más allá de nuestros conceptos. Indudablemente, toda actividad cognoscitiva depende de una creencia que condiciona nuestra relación con la realidad. Si uno cree que siempre hay un misterio que la inteligencia humana no podrá desvelar por sus propios medios quizá tenga la humildad suficiente como para, en lugar de ir en busca del secreto latente que oculta la realidad, confiar en que esta se manifieste a través de otros caminos. Ahí es donde se sitúa la contemplación, que en mi opinión sólo es incompatible con la actividad filosófica si pretendiera sustituirla; pero, más allá de este extremo, podría decirse que la complementa. De ahí el esfuerzo de tantos autores por conciliar fe y razón, en el caso cristiano, o ciencia y espiritualidad.

lunes, 15 de julio de 2024

"Las cerezas del cementerio", de Gabriel Miró

Antes de embarcarme en la lectura de Gabriel Miró quise saber más de él. Tenía curiosidad y expectativas después de haber visitado la casa de Polop en la que pasaba los veranos con su familia, y en la que se conservan objetos personales. Algunas frases seleccionadas de sus novelas me parecían espléndidas, así que todo apuntaba a que sintonizaría con su literatura. Curiosamente, todas las biografías destacan el poderoso efecto que tuvo sobre la consideración de su obra una crítica de Ortega a su novela “El obispo leproso”. Leí la crítica y no puedo estar más de acuerdo con Ortega. Nuestro filósofo destaca lo bien que escribe Miró, demasiado bien… Las imágenes son tan refulgentes que uno tiene que acercarse a sus libros provisto de una visera, dice Ortega. El problema es que como narrador aburre. A mí incluso me ha resultado antipático porque en “Las cerezas del cementerio” la intensidad de sus recursos estéticos hasta me resultan cursis. Es una belleza artificial, cincelada a base de forzar el lenguaje impidiendo que fluya la narración. De ahí que el primor de una página no empuje al lector a seguir el argumento, sino que lo detenga deslumbrado y cegado por la luz que desprende. Algunos ejemplos para que juzguen y decidan si sintonizan con él o salen corriendo:

“Viajaban los ojos de Félix sin saciarse nunca; su alma desbordaba la recibida emoción; pero este raudal trenzado de dulzura y dolor se perdía estérilmente. Su alma no era de la soledad; estaba necesitada de otra alma que le diera en su vaso la miel y apurada esencia de lo sentido; ansiaba ojos que le ofrecieran en su mirada el desierto de las cumbres, el azul del espacio, la gloria del sol, el reposo y palidez de las nieblas, la humedad de una lágrima hecha y nacida de toda la vida pasada, evocada en este yermo y trono de las montañas. ¡Oh, divino deleite que se alza y magnifica sobre todos los deleites!” (De “Las cerezas del cementerio”, capítulo XVIII, “En la cumbrera”).

"Félix abrió los ojos; ni voz ni ruido le habían despertado. Largo rato estuvo sintiéndose dormido; sabiéndolo placenteramente. Estaban entornados los maderos de las ventanas, transparentándose sus nudos de púrpura. Un dedo de sol hacía el bello milagro del iris tocando la copa del agua, y el prisma se deshacía en gotas por las blancas cortinas del lecho" ("Las cerezas del cementerio", capítulo X, "Anacreóntica").

Uno de los defensores de Miró fue el poeta Juan Ramón Jiménez. No me extraña en absoluto.

lunes, 12 de febrero de 2024

"Los contemplativos", de Pablo D'Ors

He disfrutado enormemente con la lectura de “Los contemplativos”, de Pablo D’Ors, un excelente escritor del que hasta ahora sólo había leído “Biografía del silencio”, un breve ensayo en el que el autor trata de transmitir el itinerario de transformación personal que ha experimentado tras cinco años -si mal no recuerdo- de sentarse diariamente a meditar. En “Los contemplativos”, una colección de relatos en los que cada historia aspira a identificar diferentes estadios que suelen presentarse en el camino espiritual, D’Ors acredita un enorme talento como narrador de ficción. Ese talento se ve favorecido porque sus historias reflejan la hondura de su condición de maestro espiritual. Sólo se puede escribir así cuando se ha avanzado lo suficiente en el camino de la contemplación y el autoconocimiento. Si además se tiene talento, sólo queda felicitar al autor y agradecerle haber escrito estas historias con tanto poder transformador.

lunes, 14 de marzo de 2022

Atender al presente sin sucumbir al "instanteísmo"

La clave de la vida moral radica en la intención con la que se actúa. Esto no significa que la intención purifique la acción hasta convertirla en buena. Muchas personas cometen el error de creer que su comportamiento fue irreprochable porque actuaron con la mejor intención. Y esta es importante, sin duda, por dos razones al menos. La primera es que las posibilidades de equivocarse son menores si se actúa con buena voluntad. La segunda es que la buena intención no contamina la mente y, por tanto, no siembra semillas que harán que arraiguen conductas perjudiciales para nosotros mismos y para los demás en el futuro. El error, como apuntaba, consiste en complacerse en las buenas intenciones y no analizar cuidadosamente cuál es el impacto de nuestra acción en las relaciones con objetos, seres vivos y personas. Cuando esa desatención se traduce en actuar impulsivamente al abrigo de esos buenos sentimientos -lo cual es una imprudencia en el sentido más estricto del término- uno debería reconsiderar si sus intenciones son realmente rectas o más bien hay un velado fin egocéntrico, que será lo más habitual.

El estudio de la intención es capital a la hora de ordenar nuestra conducta y me gustaría mostrarlo examinando una cuestión de la que se habla mucho en nuestros días: la relación del ser humano con el tiempo vital. Desde el punto de vista psicológico y espiritual se insiste mucho en la importancia de centrarse en el presente, sin dejarse enredar por el pasado ni fantasear sobre lo que nos deparará el futuro. En “El poder del ahora”, quizá uno de los libros más vendidos en las últimas décadas, Eckhart Tolle sostiene que el sufrimiento proviene del pasado o del futuro, no del presente. Aprender a vivir en el “aquí y el ahora” se ha convertido en un recurso habitual por parte de muchos terapeutas para ayudar a la gente a superar sus problemas. La pregunta es: ¿cómo evitar que esa atención al presente degenere en “instanteísmo"? El “instanteísmo” es un rasgo característico de la modernidad que consiste en exaltar la libertad con relación al tiempo, de tal forma que el pasado, la tradición, no nos condicionaría en absoluto, y tampoco tendríamos que asumir ningún compromiso con relación al futuro. Es la manifestación más clara del “carpe diem” que tantos problemas puede generar.

La clave para vivir centrado en el presente sin caer en el “instanteísmo” radica en el modo en que interiormente nos relacionemos con él. Es esencial superar las disyuntivas típicas de la modernidad: el presente no se contrapone al pasado, sino que este está contenido en él, y al mismo tiempo el presente incorpora una tendencia hacia el futuro, tanto en la vida personal como en la social. Pero esa tendencia no determina forzosamente el curso de los acontecimientos, sino que entraña la responsabilidad de actuar conscientemente en el presente para construir el futuro en lugar de ser arrastrados hacia el. En la vida cosechamos lo sembrado, de ahí la importancia de centrarse en sembrar aquello que queramos cosechar. En la exaltación de la libertad que supone el "instanteísmo" se rompen lazos y el ser humano termina por desorientarse. Siempre vivimos en el presente, pero es la comprensión de lo que este significa lo que determina la intención con que se actúa, y esta intención marca la diferencia entre un ejercicio responsable de la libertad que constituye una virtud y el vicio del “instanteísmo” libertino.

martes, 8 de marzo de 2022

Reflexiones al hilo de "Autobiografía de un yogui"

En “Autobiografía de un Yogui”, de Paramahansa Yogananda, al margen de los sucesos increíbles que su autor refiere y que sin duda cabría calificar como milagros, he podido conocer la figura del científico bengalí Jagadish Chandra Bose que, entre otras cosas, descubrió las ondas electromagnéticas antes que Marconi e inventó el Crescógrafo. Se trata de un aparato capaz de grabar con gran precisión el movimiento de las plantas. A través de este instrumento Bose mostró a Yogananda que las plantas podían experimentar sentimientos. En concreto, Yogananda relata la reacción de un helecho ante el corte provocado por una navaja de afeitar. Tras leer este episodio podemos imaginar qué sucede en un jardín en el momento en que los jardineros aparecen con sus ruidosos instrumentos de poda. También me he acordado de Wallace Black Elk, líder espiritual sioux fallecido hace unos veinte años, de quien se decía que era capaz de mantener diálogos con las plantas.

Es difícil para nuestra mentalidad racional admitir como reales todas estas historias de milagros y conversaciones con plantas, pero antes de rechazarlo como pura fantasía, engaño o magia, conviene considerar que lo que se presenta como el mundo del espíritu no es otra cosa que una realidad sutil e inaccesible para nuestros sentidos, aunque sí para la mente con el debido entrenamiento. En última instancia, la realidad es energía y por esa razón la evolución de la ciencia permite comprobar muchas de las afirmaciones de los grandes místicos que previamente lo han experimentado. Esta es la razón por la que los maestros espirituales, lejos de apelar a la creencia ciega, insisten en que la religión debe basarse en dicha experiencia directa. El cristianismo ha intentado conciliar fe y razón, pero, a diferencia de otras religiones, se ha apoyado sobre todo en la razón conceptual y ha dejado en un segundo plano el camino de la experiencia mística, que no pertenece a la fe, pero tampoco es asible a través de la razón conceptual. Quizá por ello sacerdotes católicos como Pablo D’Ors insisten hoy en la importancia que tiene esa intuición directa y abogan por profundizar en la meditación y el silencio como camino de encuentro con Dios.  

sábado, 10 de julio de 2021

"Así empieza lo malo", de Javier Marías

Hace tiempo que quería dedicar una entrada a este libro de Javier Marías. En él se plantea una situación interesantísima: un matrimonio profundamente desdichado debido a una falta de la mujer que el marido no puede perdonar. En lugar de divorciarse de su marido, que sería lo lógico ante tantos desprecios y vejaciones, ella no sólo quiere seguir a su lado y reconquistarlo, sino que lo ama y admira, y hasta entiende que no la perdone. El lector se pregunta cuál pudo ser esa falta tan grave y la curiosidad le mantiene en vilo hasta el final. De entrada se podría pensar en una infidelidad, pero lo descarté de inmediato. Era demasiado burdo cuando además se sabe desde el principio que ante el desdén de su marido ella mantiene relaciones con otros hombres. ¿Qué puede ser tan imperdonable, incluso más que la infidelidad? La respuesta llega en la parte final del libro y les puedo asegurar que Javier Marías no defrauda (si desean leer el libro les aconsejo que no sigan leyendo).

Hay decisiones en nuestra vida que nos condicionan biográficamente. Esas decisiones, acertadas o equivocadas, deben ser adoptadas libremente. ¿Se imaginan tomar una decisión importante en la vida no desde el error, sino siendo víctima del engaño deliberado de otra persona? Esa fue la falta que cometió la mujer y que el marido no le perdona. Él le había escrito desde la distancia diciéndole que estaba enamorado de otra mujer y que no podía seguir su relación con ella. Sin embargo, ella finge no haber recibido esa carta y pretende seguir adelante con la relación como si nada hubiera pasado. Por otra parte, ella se halla en una situación tremendamente vulnerable que despierta en él una profunda compasión, hasta el punto de que decide seguir con ella y renunciar a la mujer a la que verdaderamente ama. Se casan, tienen hijos e incluso son felices. Él se centra en ella y olvida a la mujer que amó. Pero un día, ella, confiada después de años de matrimonio y feliz vida en común, le confiesa que sí había recibido aquella carta. Es una bomba. Él se da cuenta de que una decisión que había condicionado su biografía se basó en el engaño al que ella le sometió y no puede perdonarla. Marías muestra con brillantez no sólo la estructura dramática de la vida humana, sino la importancia que para una persona que quiera vivir con autenticidad tiene tomar libremente las decisiones que afectan a la propia vida. No hay mayor daño que engañar a alguien en este punto. En esa visión de la vida humana como forzosamente libre, como decía Ortega y desarrolló brillantemente el padre de Javier Marías, Julián Marías, se halla una de las claves de la dignidad humana. La herida causada por la mujer no podía ser perdonada por el marido. El error de ambos fue seguir juntos una vez descubrieron que estaban en un callejón sin salida.

lunes, 1 de marzo de 2021

Alerta frente a la violencia de la extrema izquierda

La violencia de los grupos de extrema izquierda y la comprensión que hacia ella han mostrado podemitas e independentistas es una grave amenaza para la convivencia pacífica en España. Ya incidí en el último post en su absoluto desprecio por la verdad y en que la defensa de la libre expresión es un pretexto sin el más mínimo fundamento que si algo pone de manifiesto es su sectarismo. Declaran “alertas anfascistas” frente a Vox -así lo hizo el propio Pablo Iglesias tras los resultados de las elecciones andaluzas-  y sabotean y agreden a miembros de este partido en sus mítines mientras reclaman permisividad hacia los insultos a través de expresiones humillantes y vejatorias de “artistas” como Hasél o Valtònyc.

Hay que condenar enérgicamente esta ola de violencia y estar muy vigilantes ante el propósito cada vez menos disimulado de actuar violentamente para desestabilizar el orden constitucional. Desgraciadamente, la extrema izquierda sigue sin renunciar a sus ideas revolucionarias basadas en la “acción directa”, el eufemismo que emplean muchas veces para camuflar sus acciones. En un vídeo en el que aparece acompañado por Hasél, Valtònyc señala que el camino a seguir es la “acción directa”. La opinión de este sujeto no tiene la más mínima consistencia intelectual, pero sí que sirve como indicio para conocer qué ideas animan a estos grupos anarquistas, independentistas y siempre antisistema.

No sólo debe preocuparnos la violencia física, sino es muy importante evitar que se propague la violencia verbal. Es habitual que un enfrentamiento físico comience con bravuconadas e insultos que van subiendo de tono hasta que alguien asesta el primer golpe. En España la mentira se abre paso y el lenguaje violento y provocativo está subiendo de tono. Y, junto al lenguaje, se está imponiendo la división política en bloques antagónicos incapaces de tender puentes entre ellos. Cada vez que se ofrece una encuesta se hace una suma de los diputados que obtendría cada bloque. Conviene recordar las palabras, una vez más, de Julían Marías respecto a cómo se llegó a la Guerra Civil: “¿Puede decirse que estos políticos, estos partidos, estos votantes querían la guerra civil? Creo que no, que casi nadie español la quiso. Entonces ¿cómo fue posible? Lo grave es que muchos españoles quisieron lo que resultó ser una guerra civil. Quisieron: a) Dividir al país en dos bandos. b) Identificar al “otro” con el mal. c) No tenerlo en cuenta, ni siquiera como peligro real, como adversario eficaz. d) Eliminarlo, quitarlo de en medio (políticamente, físicamente si era necesario)”. (Julián Marías, La España real, Barcelona, Círculo de Lectores, 1983, p. 304).  

Antes de que se desencadene una guerra, mucha gente cree imposible que esto se acabe produciendo. Piensan que no llegará la sangre al río, que son salidas de tono para negociar, para sacar rédito político. Quienes así lo creen pueden estudiar cómo la situación de España se fue pudriendo sin que se imaginara que ello desembocaría en tres años de guerra civil. O, si lo prefieren, que se lean “El mundo de ayer”, de Stefan Zweig, y comprobarán que incluso después del asesinato del archiduque Francisco Fernando, no se creía en la guerra como una posibilidad real. A ello contribuían, como bien explica Zweig, que en los últimos cuarenta años apenas había habido conflictos bélicos de importancia en Europa. Quizá en España también llevemos muchos años de paz y muchos jóvenes no valoren la importancia que tiene lo que hemos logrado: nada menos que más de cuarenta años viviendo en democracia. Hay que cuidar ese tesoro y estar alerta frente a quienes amenazan nuestra convivencia en paz.

martes, 4 de marzo de 2014

"Los hermanos Karamazov"

"Los hermanos Karamazov" es una novela con pasajes sublimes, aunque "Crimen y castigo" me parece que tiene una trama argumental mejor construida y mucha mayor fluidez narrativa. A mi juicio la relación de Aliocha con Kolia, Iliucha y los otros niños es prescindible, y por momentos la lectura se hace tediosa. Me ha resultado muy interesante la estampa que Dostoyevski nos ofrece de la espiritualidad rusa a través de la figura del starets Zósimo y de los acontecimientos que tienen lugar en el monasterio. Pero para mí lo mejor sin duda está en la parte final de la novela. Son magistrales las entrevistas entre Iván y Smerdiakov en las que cobra protagonismo la idea de la culpabilidad moral; y, sobre todo, la intervención final del abogado defensor de Mitia, Fetiukovich, que todavía me tiene impresionado, veinticuatro horas después de haber concluido la lectura. El conocimiento profundo de la psicología humana que demuestra Dostoyevski denota no sólo su genialidad, sino una vida marcada por la experiencia personal de los más terribles sufrimientos morales. Estremece pensar en cómo debió sufrir Dostoyevski para llegar a ese nivel de obsesión con el tema de la culpa y los remordimientos de conciencia. Él mismo reconoce en "Memorias del subsuelo" que tener una conciencia demasiado desarrollada es una enfermedad. No es de extrañar que a Freud esta novela le pareciera sublime. Es una delicia ver cómo el abogado analiza la personalidad de Mitia y de Smerdiakov dando cuenta de todos los matices de su comportamiento para tratar de desmontar una acusación de parricidio que en la que Mitia parece tener todo en su contra. Sí, es una obra maestra y su lectura, aunque pesada -no nos engañemos- merece la pena.

martes, 13 de agosto de 2013

Previos a una reflexión sobre el amor

Veré si encuentro un hueco los próximos días para desarrollar una breve reflexión sobre el amor, tema sobre el que he pensado largamente en los últimos años. De los muchos textos que merecerían comentarse, he querido transcribir uno de Anthony de Mello incluido en su polémico (por herético, en sentido riguroso) libro “Autoliberación interior”. Antes de exponer mis opiniones sobre este texto y sobre otros a los que tendré que referirme les invito a que lo lean con calma y, si les apetece, realicen algún comentario.

“Donde hay amor no hay deseos. Y por eso no existe ningún miedo. Si amas de verdad a tu amigo, tendrías que poder decirle sinceramente: “Así, sin los cristales de los deseos, te veo como eres, y no como yo desearía que fueses, y así te quiero ya, sin miedo a que te escapes, a que me faltes, a que no me quieras”. Porque en realidad, ¿qué deseas? ¿Amar a esa persona tal cual es, o a una imagen que no existe? En cuanto puedas desprenderte de esos deseos-apegos, podrás amar; a lo otro no se lo debe llamar amor, pues es todo lo contrario de lo que el amor significa.

El enamorarse tampoco es amor, sino desear para ti una imagen que te imaginas de una persona. Todo es un sueño, porque esa persona no existe. Por eso, en cuanto conoces la realidad de esa persona, como no coincide con lo que tú te imaginabas, te desenamoras. La esencia de todo enamoramiento son los deseos. Deseos que generan celos y sufrimiento porque, al no estar asentados en la realidad, viven en la inseguridad, en la desconfianza, en el miedo a que todos los sueños se acaben, se vengan abajo.

El enamoramiento proporciona cierta emoción y exaltación que gusta a las personas con una inseguridad afectiva y que alimentan una sociedad y una cultura que hacen de ello un comercio. Cuando estás enamorado no te atreves a decir toda la verdad por miedo a que el otro se desilusione porque, en el fondo, sabes que el enamoramiento sólo se alimenta de ilusiones e imágenes idealizadas.

El enamoramiento supone una manipulación de la verdad y de la otra persona para que sienta y desee lo mismo que tú y así poder poseerla como un objeto, sin miedo a que te falle. El enamoramiento no es más que una enfermedad y una droga del que, por su inseguridad, no está capacitado para amar libre y gozosamente. La gente insegura no desea la felicidad de verdad, porque teme el riesgo de la libertad y, por ello, prefiere la droga de los deseos”.


Anthony de Mello

domingo, 5 de mayo de 2013

"Hispanoamérica", de Julián Marías

Ayer recibí un insospechado regalo que me hizo muy feliz. Mi amigo Pepe deseaba deshacerse de libros que no le cabían en su biblioteca y pensó que quizá me podría interesar “Hispanoamérica”, de Julián Marías, una de las pocas obras de este autor que me faltaban, y además sobre una realidad apasionante. No podría haber escogido nada más adecuado para regalarme. Como últimamente me levanto de madrugada y tenía el libro sobre la mesita comencé a leer. La primera reflexión de Marías sobre la conquista y colonización española del nuevo continente es un excelente aperitivo. Marías comienza el libro asombrándose de cómo fue posible que en poco más de cincuenta años los conquistadores españoles llegaran y dejaran su huella en tantos lugares de América de tan difícil acceso, desde México a la Pampa argentina. Como él dice, es inverosímil, sobre todo si se compara con los ingleses, que una vez establecidos en las colonias del este fueron ocupando muy lentamente nuevos territorios. Desde luego nada que ver con la monumental, titánica, colosal empresa española. Me ilusiona aproximarme a Hispanoamérica de la mano de Marías. Seguro que, como siempre me sucede con Marías, al que tuve la fortuna de ver en persona en una conferencia que pronunció en Valencia en 1997, me aguardan en estas páginas observaciones agudas e ideas provechosas.

martes, 2 de abril de 2013

"Todo lo que era sólido”, de Antonio Muñoz Molina

Desde que leí “La noche de los tiempos” soy un ferviente admirador de Antonio Muñoz Molina. Ahora que tengo twitter me he hecho seguidor suyo y disfruto de sus breves apuntes cotidianos. Hace pocos días, paseando por Bilbao, entré en El Corte Inglés y me hice con su último libro, un ensayo titulado “Todo lo que era sólido” en el que hay reflexiones muy atinadas respecto a las causas que nos han llevado a la situación de crisis que padecemos. También hay en el libro anécdotas reveladoras, sobre todo aquellas en las que deja en cueros a algún político importante de los últimos tiempos. No me resisto a contarles una de Zapatero. Sucedió en una visita al palacio de la Moncloa de tres o cuatro directores de centros del Instituto Cervantes entre los que se encontraba Muñoz Molina. Zetapé les enseñó el palacio y cuando llegó a la sala de reuniones del Consejo de Ministros apoyó las manos en el sillón de presidencia y dijo: “Éste es el sitio más especial del palacio. Cuando te sientas aquí es cuando tocas de verdad el poder” (pág. 31). No sé qué impresión les causará, pero detrás de esa frase yo veo un niño engolosinado con el poder. Me deja aturdido que alguien que desempeña tal cargo no destaque en primer lugar la responsabilidad que entraña, la dificultad y la soledad que acompañan el momento de tener que tomar decisiones que afectan a tanta gente. Es verdaderamente increíble que no se le ocurriera otra cosa que subrayar la sensación de ser poderoso. Revela bien a las claras en manos de quién hemos estado.

sábado, 30 de marzo de 2013

"Sobre el imperio romano" y la necesidad de repensar la democracia

En "Sobre el imperio romano" Ortega realizó una distinción entre "vida como libertad" y "vida como adaptación" que me parece utilísima para tratar de entender la actual situación política española y la de otros países europeos con relación a la Unión Europea. A partir de las reflexiones de Ortega se puede decir, en primer lugar, que hay que romper con la idea de que la libertad política está ligada necesariamente a la democracia. Las instituciones de la Roma republicana, como observaba Cicerón y nos recuerda Ortega, hiceron posible entre los romanos siglos de vida pública en libertad. En segundo lugar, la democracia no siempre garantiza la libertad, como cada vez es más evidente. En un sistema democrático puede producirse esa situación de "vida como adaptación" que básicamente supone la imposibilidad de decidir libremente el camino que deseamos emprender colectivamente como comunidad política. En lugar de decidir hay que adaptarse a unos acontecimientos que nos vienen dados. Es como si Ortega estuviera viendo el momento actual en el que los gobiernos de muchos países europeos nos dicen que no hay alternativa a sus políticas. En su día dijo Rajoy en el parlamento -está comentado en el blog- que los españoles no podemos elegir. Me pareció una de las afirmaciones más graves que se han hecho en los últimos tiempos. Si esta situación que nos pide adaptarnos a lo inexorable se prolonga, poco a poco -ya está sucediendo- comenzarán a abrirse paso ideas políticas que reclamen el regreso de ese clima de libertad política con el que comenzó nuestra democracia en los años de la Transición y que se ha apagado curiosamente en el momento de mayor integración política europea. Esto es lo que está pasando, lo que los grandes partidos se resisten a admitir: la gente quiere cambios profundos en la política. No basta con cambios de gobierno, hace falta repensar la democracia. Las formaciones que sepan ver esta realidad y busquen la manera adecuada de darle respuesta lograrán tener la iniciativa política.

jueves, 3 de enero de 2013

"El Jarama", una casticísima obra de arte

Me embarqué en la lectura de "El Jarama" porque recuerdo haber leído -aunque no estoy seguro de no equivocarme- que Delibes consideraba a Sánchez Ferlosio, el autor de esta novela publicada en 1955, el mejor escritor en español vivo. Excelente elección. Es una obra maestra que sin duda disfrutará cualquier aficionado a la buena literatura, sobre todo si es español. Digo esto porque se trata de una novela genuinamente española, castiza en grado sumo, lo que en el caso español supone, entre otras cosas, una sobriedad y precisión que se aprecia en las descripciones y en los diálogos. Comprendo que entusiasmara al genial autor de "El camino". Cuando Ferlosio narra, ves y escuchas paisajes, escenas, gestos y conversaciones que conoces, que retratan cómo es la vida en la piel de toro. El Jarama es el típico río en que yo diría que todo español se ha bañado o visitado, aunque mi caso quizá sea especial por haber veraneado toda mi vida en Ribarroja del Túria. Y todos hemos entrado alguna vez en la taberna de Mauricio.

"El Jarama" narra cómo transcurre un tórrido domingo de verano en una población de las afueras de Madrid por la que pasa el río Jarama, al que han acudido un grupo de jóvenes para disfrutar del día bañándose en el río y pasar la tarde -algunos de ellos- en la taberna de Mauricio. No les digo más, aunque tampoco se crean que hay mucho más que decir. No callo una trama detectivesca ni nada por el estilo. Estamos ante un magnífico retrato de la vida cotidiana, tan pulcramente escrito que pocos lectores se verán tentados a abandonar la lectura. Las conversaciones que tienen lugar en la taberna son, como apuntaba, castizas tanto en el lenguaje, como en los temas, personajes y modos de conducirse. Me parecen cautivadoras, bellísimas en su sencillez. Son trazos literarios del alma española. Una maravilla que les recomiendo (si se puede recomendar algo publicado hace medio siglo que probablemente muchos lectores ya conocían hace tiempo).

viernes, 28 de diciembre de 2012

Luis Miguel Dominguín

Ortega comienza "Mirabeau o el político" explicando que su fascinación por este personaje se debe a que percibe en él el contrapunto a su forma de ser. Lo entiendo muy bien. Yo también admiro a muchas personas -vivas o muertas- cuyo carácter difiere enormemente del mío y poseen unas cualidades que, si bien no envidio, sí que contemplo con admiración desde la distancia. Una de ellas es Luis Miguel Dominguín (1926-1996), un gran torero de personalidad arrolladora y gran vitalidad. No se dejaba impresionar por nadie, ni siquiera por Picasso -miren en YouTube la entrevista en la que cuenta la anécdota en la que dejó esperando a Picasso-. Era, además, un amigo leal y generoso, como se refleja en el libro "La puerta de la esperanza", escrito por José Luis Olaizola con base en las conversaciones mantenidas con  Juan Antonio Vallejo-Nágera (amigo íntimo de Dominguín) pocos meses antes de morir. Dominguín me fascina por su decidida voluntad de "comerse el mundo", de disfrutar con nobleza y cierta pillería de todo aquello que la vida nos puede ofrecer. En otras personas ciertas actitudes de Dominguín pasarían por frivolidades, pero su autenticidad lo hacía imposible. Probablemente fuera esa autenticidad lo que cautivó a Picasso o al mismo Franco. En ocasiones, pienso en cómo abordaría Dominguín cierta situación y me hace gracia, porque mi reacción y la que imagino que él tendría son completamente distintas, quizá lo mismo que le pasaba a Ortega cuando pensaba en Mirabeau.

martes, 27 de noviembre de 2012

"Grandes esperanzas"

El título de esta novela de Dickens refleja el ánimo con el que me embarqué en su lectura. En su día me decepcionó “Historia de dos ciudades”, aunque he de reconocer la maestría de Dickens al mostrar magistralmente cómo sacrificar la vida por amor puede dar sentido a una vida desaprovechada. En estos casos la muerte es un gran triunfo. De “Grandes esperanzas” esperaba una novela entretenida, con personajes sólidos, pero me he encontrado con una narración desesperadamente parsimoniosa que no es compensada por la profundidad psicológica que esperaba hallar. Claramente inferior a Tolstoi o a Pérez Galdós, por ejemplo. Quizá la disposición a pedir y a aceptar el perdón sea lo que más destacaría de esta novela que, siendo buena, no deslumbra.

martes, 7 de agosto de 2012

"Drácula" y otras lecturas

De los últimos libros que he leído me ha defraudado “El alquimista”, de Paulo Coelho; me ha parecido muy interesante “Opiniones de un payaso”, de Heinrich Böll; y he disfrutado enormemente con “Drácula”, el clásico de Bram Stoker. Unas breves líneas sobre los dos primeros. “El alquimista” es un tostón. Una fábula en la que la moraleja está demasiado presente. El lector percibe la permanente y explicita intención del autor por transmitirle un mensaje –la importancia de que cada persona se decida a ser el dueño de su destino-, y cuando una fabula es demasiado explícita pierde su encanto.

“Opiniones de un payaso” es un libro muy recomendable. La imagen que traslada Böll de la sociedad alemana es bastante negativa, y en particular es muy duro con los católicos, aunque tampoco se salvan los protestantes. La principal denuncia de Böll, tal como yo lo interpreto, es la hipocresía de buena parte de la sociedad alemana de posguerra. Según da a entender, el arrepentimiento de muchos alemanes por su comportamiento durante el nazismo era pura fachada. En definitiva, una interesantísima visión de la sociedad alemana por parte de un alemán.

¡Y qué decir de “Drácula”! Por encima de todo, esta novela es una soberbia narración –quizá el mayor elogio que puede hacerse a muchas novelas- que capta la atención del lector desde la primera a la última hoja. La trama está perfectamente construida y se conoce a través de los diarios de los principales protagonistas, que van reflejando en ellos todo lo que les va sucediendo. La novela también me ha resultado muy agradable porque versa sobre algunos de los valores que más aprecio: la entrega absoluta de los enamorados, el valor, la amistad y la abnegación.

También he leído un par de novelas de Dostoyeski, "El jugador", que me defraudó un poquito, y "Memorias del subsuelo", absolutamente impactante e imprescindible para comprender mejor la obsesión de Dostoyeski con el excesivo desarrollo de la conciencia -que no duda en calificar de enfermedad- y entender bien "Crimen y castigo". ¡Ah!, se me olvidaba, excelente la "Novela de ajedrez", de Stefan Zweig. De este autor me impresionó en su día la extraordinaria novela "La piedad peligrosa", que sin duda recomiendo. "Novela de ajedrez" es una breve e impactante novela sobre la desesperación de un hombre torturado por la Gestapo que, casualmente, ve en el ajedrez la única vía de escape a un terrible sufrimiento. Aunque ya verán adónde le lleva ese "escape".

martes, 26 de junio de 2012

"Justicia transicional, memoria histórica y crisis nacional"

Hoy toca hacer algo de publicidad. Acabo de publicar un libro titulado "Justicia transicional, memoria histórica y crisis nacional". En él defiendo tesis polémicas como, por ejemplo, que el movimiento de recuperación de la memoria histórica es una manifestación más de la crisis nacional que vive España en estos momentos, y que se basa en el agotamiento de los proyectos nacionales que pusimos en marcha los españoles en los años de la Transición. Hablar de crisis nacional me ha llevado a profundizar en el concepto de nación, concepto discutido y discutible, como dijo en su día Zapatero. Me sumo a esa discusión proponiendo una definición de nación. Además, en el libro defiendo la Transición española después de realizar un análisis del carácter político de los procesos de justicia transicional, y también examino críticamente las leyes de memoria histórica aprobadas en España. Estos son, en síntesis, algunos de los temas que abordo en este libro. Espero que les resulte interesante.

viernes, 27 de enero de 2012

"Los cuatro jinetes del Apocalipsis", de Blasco Ibáñez

Cuando estudiaba literatura en el colegio solía citarse a Vicente Blasco Ibáñez como uno de los principales representantes del “naturalismo”, una corriente surgida del realismo literario de la segunda mitad del siglo XIX centrada en reflejar fielmente los aspectos más sórdidos de la realidad cotidiana. Ahí se enmarcan novelas como, por ejemplo, “Cañas y barro”, “La barraca”, “Flor de mayo” –he leído las tres, y las dos primeras me parecen excelentes- y “Arroz y Tartana”. No había leído, sin embargo, la novela que le encumbró a nivel mundial, le convirtió en candidato al Nobel, e hizo de él un hombre rico y un personaje muy popular en los Estados Unidos. Me refiero a “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, que acabo de terminar de leer, y en la que Blasco Ibáñez nos muestra que es mucho más que un escritor naturalista.

Es una novela escrita en París durante la Primera Guerra Mundial y centrada en este acontecimiento histórico. Como conocía su talento literario, no me ha sorprendido lo bien construida que está la novela, la calidad de su prosa y, en especial, la magistral forma que tiene de describir. Me ha llamado la atención, y por eso escribo esta entrada, la caracterización que ofrece de Alemania y de los alemanes. Blasco Ibáñez identifica unos rasgos del carácter alemán y, sobre todo, unas teorías ampliamente difundidas entre los alemanes que solíamos pensar que tuvieron su origen con la llegada del nacionalsocialismo. Es realmente sorprendente, y para mostrárselo con mayor claridad voy a citar algunos pasajes de la novela. El encuentro de Julio Desnoyers y su amigo Argensola con el primo alemán de Desnoyers es quizá la escena en la que mejor refleja el autor la opinión que los alemanes tenían de sí mismos y de los demás pueblos.

“Con la seguridad de un catedrático que no espera ser refutado por sus oyentes, explicó la superioridad de la raza germánica. Los hombres estaban divididos en dos grupos: dolicocéfalos y braquicéfalos, según la conformidad de su cráneo. Otra distinción científica los repartía en hombres de cabellos rubios o de cabellos negros. Los dolicocéfalos representaban pureza de raza, mentalidad superior. Los braquicéfalos eran mestizos, con todos los estigmas de la degeneración. El germano, dolicocéfalo por excelencia, era el único heredero de los primitivos arios”.

“Pero aunque la raza germánica no sea pura, es la menos impura de todas, y a ella corresponde el gobierno del mundo”.

“El nobilísimo germano pone por encima de todo el orden y la fuerza. Elegido por la Naturaleza para mandar a las razas eunucos, posee todas las virtudes que distinguen a los jefes”.

“Nosotros representamos la aristocracia de la Humanidad, la sal de la Tierra, como dijo nuestro Guillermo”.

“La fuerza señora del mundo es la que crea el derecho, la que impondrá nuestra civilización, única verdadera. Nuestros ejércitos son los representantes de nuestra cultura, y en unas cuantas semanas librarán al mundo de su decadencia céltica, rejuveneciéndolo”.

“Los historiadores y filósofos, discípulos de Treitsche, iban a encargarse de forjar los derechos que justificasen esta dominación mundial. Y Lamprecht, el historiador psicológico, lanzaba, como los otros profesores, el credo de la superioridad absoluta de la raza germánica. Era justo que dominase al mundo, ya que ella sola dispone de la fuerza. Esta germanización telúrica resultaría de inmensos beneficios para los hombres. La Tierra iba a ser feliz bajo la dominación de un pueblo nacido para amo”.

De no ser por la referencia a los pueblos celtas, alguien pensaría que quien escribe es Hitler, ¿no les parece? Por cierto, he subrayado esa frase porque a veces pienso que la jefa Merkel sigue instalada en la creencia de que lo mejor sería una Unión Europea que siga fielmente las directrices de Alemania. Ramalazos de lo que Ortega denominaba el “furor teutonicus”.