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martes, 24 de junio de 2025

Sobre la crítica del gobierno a la falta de "neutralidad" de la Conferencia Episcopal

Hace unos días, el portavoz de la Conferencia Episcopal Española, ante el informe de la UCO que revela la gravísima corrupción de personas que han ocupado puestos de gran responsabilidad en el PSOE, sostuvo que convendría convocar elecciones generales para dar la palabra al pueblo. Como era de esperar, en lugar de respetar esta opinión, el Gobierno criticó duramente la posición de la Conferencia Episcopal por entender que este organismo debería mantener una posición neutral en cuestiones políticas. No se dan cuenta de que la neutralidad se pierde cuando se opina sin libertad, es decir, cuando se adopta una posición no en función de lo que se “ve” tras examinar un determinado asunto, sino en función de lo que uno de antemano está decidido a defender -por sectarismo u otras razones espurias- al margen de cualquier otra consideración. Por consiguiente, si la Conferencia Episcopal considera que sería bueno para España que se celebraran elecciones me parece muy bien que expresen su opinión y la argumenten. Se trata de un problema que afecta al bien común y, por tanto, no le resulta ajeno a la Iglesia. 

La confusión sobre este tema es tan grave que está distorsionando por completo muchos debates televisivos. Hay programas en los que para evitar críticas por falta de neutralidad se busca deliberadamente a personas que se sabe de antemano que van a defender posiciones contrapuestas. Si dichas posiciones fueran el resultado de una reflexión libre sobre el asunto no habría nada que objetar. Pero lo habitual es que no suceda así. Hay opinadores que se sabe con certeza que siempre, en cualquier circunstancia, van a defender una determinada posición. Por eso se cuenta con ellos para lograr una aritmética que permita al programa dar una engañosa impresión de neutralidad cuando lo que se debería hacer es invitar a personas capaces de ser fieles a su punto de vista. El problema radica en que, como no se puede tener certeza de que alguien opine con libertad interna, se renuncia a buscar a este tipo de personajes que quizá cabría calificar como “heterodoxos” y se opta por dar la apariencia de neutralidad contratando a quienes se tiene la seguridad de que van a defender puntos de vista contrapuestos. Esto no sólo es muy pernicioso para lograr una opinión pública libre, puesto que adquieren visibilidad pública personas que actúan como lacayos de determinados intereses, sino que con ello se exaltan indebidamente posiciones minoritarias utilizando la neutralidad como pretexto. 

La neutralidad entendida como independencia de criterio es el resultado de ejercer la libertad. Cuando se opina libremente se enriquece la democracia y hay que aplaudir a quienes tienen el coraje cívico de asumir este compromiso con la libertad, bien sean personas o instituciones. Sólo en ocasiones muy excepcionales puede estar justificado que alguien se abstenga de dar a conocer su opinión por prudencia ante el riesgo de que dicha opinión sea utilizada para generar discordia. Estoy pensando en el Rey. En coherencia con lo que he expuesto, el Rey no perdería su neutralidad en sentido estricto si dijera lo que pensara, pero sus funciones constitucionales como Jefe del Estado requieren de él un prudente -nunca mejor dicho- silencio. No obstante, ante situaciones que evidencian una crisis de Estado, debe hallar la forma de dar a conocer su opinión, sopesando detenidamente si el mensaje debe ser transmitido con sutileza o con extrema claridad. No debe de ser tarea fácil reinar, de ahí que debamos felicitarnos por tener un rey honrado y prudente.

martes, 17 de junio de 2025

Empezar una nueva vida

La expresión “empezar una nueva vida” refleja una oportunidad que, bien mirada, resulta maravillosa. Quizá se piense que es un tanto exagerada, puesto que no es posible esa novedad radical que quizá alguien podría desear: conservamos nuestro cuerpo, nuestro nombre, e irremisiblemente no podemos desprendernos de nuestro pasado. Pero, en realidad, nuestro cuerpo es lo menos importante cuando se trata de empezar una nueva vida. ¿El nombre? Hasta uno podría cambiárselo. En cuanto al pasado, es circunstancia con la que contamos, sí, pero no resulta determinante si uno aprende a elegir libremente, es decir, a no actuar por impulsos, y a decidir quién quiere ser. Sí, es posible empezar una nueva vida. Es más, algunas personas se pueden encontrar con esa experiencia a poco que hayan alcanzado cierta edad y vean cómo el transcurso de la vida lleva a que ciertos compañeros de viaje sean sustituidos por otros. En algunos casos, los que se van dejan un vacío, o un espacio, según se interprete la ausencia.

Hay personas que necesitan anclajes permanentes en forma de personas y cosas por las que sienten un enorme apego. Es así como se sienten seguras. Las pérdidas pueden sumirles en la zozobra. Por el contrario, otras cambian de lugar de residencia y se dan cuenta cuando miran atrás que han partido todas las personas que en su día eran la base de su existencia. En estos casos uno deja de engañarse y experimenta que nuestra vida, como decía Ortega, es radical soledad, aunque estemos muy felizmente acompañados. Es entonces cuando uno puede llegar a preguntarse qué queda de aquel que un día fue y que sin embargo hoy parece tan lejano que incluso le da la impresión de ser otra persona. Porque cuando de verdad se ha desarrollado una nueva vida se puede tener la sensación de ser alguien distinto. Y no es tan solo una sensación, sino la pura verdad. Todo cambia, incluidos nosotros mismos. Pensar lo contrario porque permanecen determinadas expresiones o formas del carácter que llevan a frases tales como “genio y figura hasta la sepultura” es quedarse en la superficie.

A veces los cambios son tan profundos que pueden dar vértigo y alguno puede tener la necesidad de hacer pie con un anclaje que le resultaba seguro. Eso es la nostalgia. Entonces se siente el deseo de saber qué fue de tal persona, de reunirse con los amigos del colegio o de visitar el pueblo en el que uno veraneaba y que tiene idealizado como el lugar feliz de la infancia. Son trampas, y conviene no olvidarlo. Se equivocará si piensa que va a recuperar la amistad con un antiguo compañero de colegio con el que ha recordado los “viejos tiempos” en una noche de camaradería, o si vuelve a veranear en aquel lugar creyendo que sigue siendo el mismo que le vio disparar las flechas del arco con el que jugaba con sus amigos. El ser humano es “futurizo” incluso cuando buscamos los recursos en el pasado. Hay que atreverse a vivir y disfrutar de la experiencia del cambio, de la partida y de la llegada de las personas a tu vida, de los nuevos lugares o de los actuales, porque todo cambia cuando comienza un nuevo día, cuando tienes la oportunidad de darte cuenta de que sigues vivo y de que todo es posible.

martes, 20 de mayo de 2025

León XIV y la humildad

Sobre el nuevo Papa, León XIV, no tengo mucho que decir, salvo que me ha causado buena impresión la expresión de su rostro y el detalle de salir al balcón con la indumentaria papal clásica. Desde el inicio de su pontificado, Francisco renunció a lo que para él era un boato innecesario, llegando incluso a calzar unos zapatones gastados por el uso que inevitablemente llamaban la atención. No dudo de que tuviera la mejor intención, pero daba la impresión de que con ello hacía ostentación de humildad. León XIV ha recuperado la tradición y creo que ha acertado, porque cuando te insertas en ella reconoces humildemente tu participación en una realidad superior. 

La humildad es una virtud muy importante. El hombre humilde debe estar dispuesto a que su nombre -que bien mirado es la cosa más azarosa del mundo- se pierda. No importa que nadie se acuerde de nosotros, ni siquiera cuando estamos vivos. Lo único que cuenta es esforzarse por actuar bien, tener la conciencia limpia. Eso es todo. Personalmente, siento un gran respeto por los héroes anónimos. A veces tenemos la fortuna de reconocerlos, siempre en contra de su voluntad. Cuando ello sucede, si es posible, y tratando de incomodarles lo menos posible, hay que escucharles si tienen a bien hablar. Digo esto porque todavía estoy saboreando una frase escrita por Pablo D'Ors en su versión de "El peregrino ruso", incluida en su último libro, "Devoción": "Una buena palabra es plata -dije para terminar, sellando mis labios-, pero el silencio es oro puro".

viernes, 25 de abril de 2025

El coste de la desconfianza y el miedo

A la hora de relacionarnos con otras personas podemos tener una actitud confiada o desconfiada. La cuestión de la confianza y, dando un paso más, el miedo está también presente en la forma de organizar la sociedad. Es impresionante ver en los aeropuertos las largas colas que se forman para controlar los objetos que los pasajeros pretenden introducir en los aviones. Probablemente ninguna de las personas que un día pasa por allí desea cometer un atentado, pero la sola posibilidad de que alguien pueda hacerlo genera una desconfianza que altera por completo la organización de la vida colectiva. En un caso como este creo que todos estaremos de acuerdo en que el riesgo de que mueran inocentes justifica que nos protejamos con esas medidas de seguridad. Sin embargo, hay situaciones en que es preferible confiar y asumir el riesgo que ello pueda entrañar. Es más, diría que siempre habría que partir de la confianza y de la buena fe como principio lógico de actuación, puesto que la desconfianza y el miedo pueden deteriorar gravemente las relaciones e instituciones humanas. Pondré un ejemplo que considero bastante significativo.

En la enseñanza me parece esencial que el estudiante confíe en el maestro o profesor. La película “Karate Kid” lo muestra con claridad. El señor Miyagi y Daniel se comprometen a enseñar y a aprender Karate respectivamente. Además, Daniel debe obedecer sin hacer preguntas. Esta exigencia podría resultar sorprendente, pero con ello el señor Miyagi pretende fomentar esa imprescindible confianza en el maestro. La primera lección consiste en que Daniel lave coches y pinte las vallas de una cerca realizando esas tareas con unos movimientos pautados que vigila el señor Miyagi. Daniel no sabe qué puede aprender con esas tareas, pero obedece. Como no recibe ninguna explicación se va hartando y llega a pensar que el señor Miyagi lo tiene de “machaca” para beneficio propio. Al final, ante el conato de rebelión del muchacho, el señor Miyagi le muestra que esas tareas son excelentes ejercicios para dominar movimientos clave del karate.

Si en la relación entre estudiante y profesor se pierde esa confianza -y eso está sucediendo-, el profesor puede sentirse amenazado ante la posibilidad de que se le cuestione su forma de evaluar o los criterios de corrección que utiliza. Al final, la relación se juridifica para convertirse en un haz de derechos y obligaciones por ambas partes que responden una desconfianza verdaderamente corrosiva. Si se parte de la confianza, el estudiante deberá aceptar que el profesor decida examinarle oralmente, por ejemplo, y tener libertad para valorar el grado de asimilación de la asignatura. Naturalmente, podría pedir que le explicara en qué se ha equivocado, pero sería muy pernicioso que interpusiera una reclamación para protestar contra el criterio del profesor. Sé que hay profesores que pueden actuar arbitrariamente, pero no es lo habitual. Lo que importa destacar es que si la relación se basa en un garantismo fundado en la desconfianza es poco lo que se gana y mucho lo que se pierde. En definitiva, pensemos muy detenidamente en el coste que entraña relacionarnos desde la desconfianza y el miedo.

martes, 18 de febrero de 2025

Cuidado con la compasión

Es natural sentir compasión por el sufrimiento ajeno. Esa tendencia natural se ve reforzada por una educación que nos enseña a apiadarnos y a ayudar a los más débiles en la medida de lo posible. Está muy bien sentir compasión y desear mitigar el sufrimiento ajeno, pero la compasión encierra un peligro nada desdeñable: puede ser utilizada para manipularnos. Es más, muchas veces no será necesario que alguien trace un plan maquiavélico: nosotros mismos nos causaremos daño para evitar el sentimiento de culpa que suele invadir a quien no actúa como se supone que debería hacerlo una persona compasiva. Por eso hay que tener mucho cuidado.

Es curioso comprobar el cambio que se ha producido con relación a la compasión. La sociedad española de hace algunas décadas era mucho más compasiva que la actual, pese a que hoy encontremos numerosas asociaciones de voluntarios que realizan una encomiable labor social. El individualismo ha propiciado la quiebra de vínculos familiares y sociales generando marginación y situaciones de gran necesidad que quienes ponen en marcha estas asociaciones tratan de combatir. Antes, la compasión y la solidaridad que la acompaña tenía mucha más vigencia social. Por ejemplo, era habitual que las familias acogieran en la propia casa a los padres o a los suegros mientras que hoy en día es habitual desentenderse de ellos, sobre todo cuando carecen de ingresos, y escuchamos casos en los que se les deja abandonados en algún hospital. Y podríamos seguir citando situaciones parecidas.

La menor vigencia social de la compasión ha sido sustituida por una acusada tendencia a utilizarla como instrumento de propaganda o de manipulación que quizá tenga su origen en las políticas orientadas a proteger a colectivos vulnerables. No cabe duda de que una sociedad sana debe ayudar a aquellos que más lo necesitan, porque la solidaridad –que puede incluso superar las fronteras de un país cuando está basada en la caridad o en la filantropía- es una exigencia constitutiva del modo de vida político. Es justo luchar contra toda discriminación carente de justificación, y se deben adoptar las medidas necesarias para paliar, cuando sea posible, las dificultades que padecen los enfermos, discapacitados, pobres, ancianos, etc. . Muchas veces eso se traducirá en reconocerles “derechos” y no está mal que sea así. Como casi siempre, el problema surge cuando se pierde el equilibrio y, en lugar de comprender los perfiles del derecho atribuido, se pretende abusar de él utilizando para ello la compasión.

Contaré un caso en el que se observa esta idea. En las últimas décadas hemos mejorado muchísimo la accesibilidad a los edificios. Los edificios nuevos deben cumplir con la exigente normativa en esta materia. Por lo que respecta a edificaciones antiguas, se han aprobado normas que obligan a que las Comunidades de Propietarios acometan obras que mejoren la accesibilidad cuando algunos propietarios o inquilinos en situación de necesidad así lo exijan. Tienen derecho a ello, pero es posible abusar de ese derecho. Es lo que aconteció en la urbanización en la que vivo. Dispone de rampas de acceso que permiten acceder a cualquier persona en silla de ruedas. A pesar de ello, un vecino ha exigido la instalación de barandillas que bordeen toda la rampa alegando que lo necesita por razón de una determinada enfermedad. En mi opinión, la exigencia carecía de sentido porque alguien aquejado de dicha enfermedad no puede ir caminando solo y, en cualquier caso, un sencillo andador podía solventar perfectamente el problema. No obstante, quizá esté equivocado. Se puede explicar por qué la instalación es necesaria y con sumo gusto cambiaría de parecer. El problema es que no hubo siquiera posibilidad de examinar el asunto. La apelación a la compasión o, mejor dicho, a la falta de compasión de aquellos que cuestionaban la necesidad de la obra supuso un salvoconducto para, de inmediato, acceder a la petición, pese a que la obra tenía un coste de muchos miles de euros. No importaban las razones. Si uno osa cuestionar la petición de un enfermo se le tilda de mala persona, de dureza de corazón, con el fin de hacerle sentir culpable.

La compasión distorsiona la realidad en numerosas ocasiones, nos impide ver con claridad la situación y nos hace juzgar equivocadamente a las personas. Los enfermos pueden ser dignos de compasión, pero eso no los convierte en buenas personas. En cierta ocasión tuve una conversación con una psicóloga que me dijo abiertamente que las personas enfermas suelen ser muy egoístas. Me sorprendió no tanto el contenido de la afirmación, sino el valor de decir algo así, que sin embargo era fruto de su experiencia personal. No siempre es así, naturalmente, pero una situación difícil no siempre hace que aflore lo mejor de una persona, por lo que hay que tener cuidado. Personalmente, me he encontrado con personas enfermas egoístas y manipuladoras, pero también con enfermos que nunca han pretendido sacar provecho de su enfermedad.

Los ejemplos en los que la compasión distorsiona son innumerables. Se pueden imaginar las situaciones que puede vivir un profesor con estudiantes que refieren todo tipo de circunstancias personales para pedir un trato especial. Buscan el sentimiento de compasión del profesor para lograr su objetivo. No les importa en absoluto que el profesor pueda sentirse mal porque desearía hacer el favor al estudiante, pero se da cuenta de que lo que se le pide va más allá de la flexibilidad y es manifiestamente ilegal, además de injusto frente al resto de estudiantes.

Una buena persona (y también una sociedad justa) debe ayudar a aquellos que más lo necesitan, pero no olviden este consejo: ¡cuidado con la compasión!

miércoles, 29 de enero de 2025

Conocimiento y sabiduría

En uno de los capítulos más interesantes de su excelente libro El monje y el filósofo, Matthieu Ricard y su padre, Jean François Revel, distinguen entre conocimiento y sabiduría. La sabiduría implica una transformación interior orientada a la práctica de las virtudes que reconocen todas las grandes tradiciones espirituales. Para alcanzar dicha sabiduría transformadora el conocimiento teórico de la verdad no basta; la sabiduría requiere experimentar esa verdad, lo cual nos sitúa ante el problema de la “técnica espiritual”. Las hay tan diversas como los ejercicios de contemplación propios de la mística cristiana o las prácticas meditativas budistas, por poner sólo dos ejemplos. También en psicología parece que el psicoterapeuta orienta al paciente para que alcance por sí mismo un “insight”, es decir, un momento en que el paciente “ve” -pero no de forma teórica- algo que antes se le ocultaba y que constituye la palanca que le permite introducir cambios en su vida o superar un problema psicológico. 

Tener un encuentro experiencial con la verdad es un asunto fascinante que requiere un esfuerzo de escucha, estudio y reflexión seguido de una práctica contemplativa constante y bien dirigida. Y ni siquiera así es suficiente: hay que ser humilde y reconocer que los "encuentros" más significativos son una concesión, una "gracia" que se recibe y no se conquista. Esos momentos son una vivencia interior comunicable, aunque quien la escuche no quedará precisamente impresionado. Al contrario, el relato de ese encuentro puede parecer incluso banal debido a que la situación es una verdad que se comprende fácilmente desde un plano intelectual, pero cuya hondura sólo percibe el protagonista de la vivencia interior. En ocasiones, el encuentro no se logra mediante una práctica constante que facilite la introspección. Al comienzo de su conocidísimo libro “El poder del ahora”, Eckhart Tolle cuenta que su vida era pura desdicha y que se hallaba al borde del suicidio. Una noche, cuando el sufrimiento era más intenso, un pensamiento llegó a su mente: “No puedo seguir viviendo conmigo mismo”. En ese preciso instante Tolle se dio cuenta de que la capacidad de observarse a sí mismo implicaba dos "yo": el “yo” doliente cuya vida era desdichada y el "yo" capaz de contemplar a la persona Tolle que a partir de ese momento se le representaba como un "personaje". Él comprendió que su "yo" más auténtico era la conciencia pura contemplativa, un “insight” profundamente liberador que le condujo a que su vida cambiara por completo. Desde entonces se ha convertido en un maestro espiritual con millones de seguidores en todo el mundo.

Yo no he vivido nada parecido a una experiencia de ese tipo, pero sí he tenido algún encuentro experiencial con la verdad que me ha servido para entender qué quieren significar quienes advierten de que no hay que confundir el conocimiento con la sabiduría. Me sucedió hace más de treinta años. Una mañana debía coger un autobús para irme de viaje y ello me generaba cierta inquietud. Como todavía disponía de tiempo, decidí realizar un sencillo ejercicio de atención a la respiración que comenzaba observando sin juzgar los sonidos y los objetos que me rodeaban. En un determinado momento percibí claramente cómo la quietud de cada uno de esos objetos contrastaba con mi agitación interior. Me daba cuenta de que si hubiera desaparecido en ese mismo instante los objetos hubieran seguido allí, inertes, totalmente ajenos a mí y a cualquier tribulación. Es obvio, ¿verdad? Pese a lo ridículo que pueda parecer, ese “insight” se me quedó grabado porque aprendí por experiencia directa que el estado mental tiñe el mundo exterior, condiciona nuestra manera de percibirlo.

La situación que acabo de narrar se produjo en un momento de introspección, de contemplación. Lo subrayo porque, como apuntaba al principio, ese es el camino más seguro que conduce a la sabiduría. Es posible ir en busca del conocimiento e incluso de la verdad y tener éxito. Pero serán éxitos poco profundos, aunque resulten vistosos y redunden en el reconocimiento social. También la sabiduría se puede buscar, pero el camino es muy distinto: se trata de aproximarse a la verdad sutilmente, dejando que se exprese. Por ello, la arrogancia o la impaciencia son incompatibles con la sabiduría. Hay que ser muy cuidadosos cuando se trata de quitar el “velo” que cubre la verdad y acercarse a ella con humildad, con amor, porque se busca la verdad para lograr esa transformación que sólo puede ser fruto de la virtud, conscientes de nuestras evidentes limitaciones, aunque estando sumamente agradecidos precisamente por ser conscientes de esas limitaciones. Ahí está el “sólo sé que no sé nada” socrático que por encima de todo invita a la humildad y a la gratitud.

martes, 17 de septiembre de 2024

Proteger nuestra atención

Un colega y amigo está estudiando las características del llamado “poder digital”. Le preocupa especialmente cómo en internet se nos vigila y se nos intenta robar la capacidad de dirigir voluntariamente nuestra atención, porque nos quieren permanentemente alterados. Yo diría que no sólo es internet: algunas tendencias en programas de televisión son muy llamativas. No se permite que el espectador contemple únicamente a las personas que están conversando en el plató. Se reduce su tamaño y, mientras ocupan recuadros de la pantalla, se proyectan imágenes en bucle sobre el tema en cuestión que pretenden captar la atención del espectador, como si no fuera suficiente con escuchar a quienes están hablando. Al mismo tiempo, en la parte baja de la pantalla aparecen noticias escritas y se anticipa el tema que se tratará “a continuación” para que el espectador sienta que no debe perdérselo y permanezca atento. Por si fuera poco, en algunos programas, especialmente los relacionados con la política como “Al rojo vivo”, todo se ve amenizado con una música “épica” que pretende generar emociones. El espectador se ve zarandeado y lo peor es que, con todos estos estímulos operando sobre nosotros, aún somos capaces de combinar lo anterior con consultas e interacción con el móvil. Una auténtica locura.

Estamos tan acostumbrados a este fenómeno que no nos damos cuenta de la gravedad que tiene. Atender a algo significa ser conscientes de ello, estar presentes. Decidir a qué prestamos atención es un reducto esencial de nuestra libertad que requiere ser preservado a toda costa e incluso entrenado. El “mindfulness” que hoy está tan de moda se dirige a lograr una atención plena como una forma de terapia. El poder digital y, en general, la sociedad de consumo pretende captar nuestra atención, pero -y esto es lo grave- no esa atención que surge de nuestra intimidad y es dirigida conscientemente, sino algo mucho más superficial que no merecería ni siquiera llamarse atención. Yo diría que es una simple percepción sin vocación de poner en marcha un proceso de reflexión. Los estímulos externos son percibidos y, como apenas hay tiempo para dirigir nuestra atención de forma plenamente consciente y reflexiva, reaccionamos ante ellos. Al tratarse de una reacción, el proceso incluso tiene ciertos automatismos que pueden ser estudiados para tratar de aprovecharse de ellos (noticias "gancho", anuncios personalizados, test que despiertan automáticamente la curiosidad, etc.). 

Como apuntaba, el espectador se ve zarandeado, violentado por tanto estímulo perceptivo, y es fundamental que nos demos cuenta de que se nos intenta manipular mediante técnicas a veces bastante sutiles, aunque no tanto como para no poder identificarlas. Para vivir hay que saber defenderse de esas agresiones, lo cual no está al alcance de todos y, sobre todo, de los más jóvenes. 


martes, 27 de agosto de 2024

¿Cómo dejar atrás la mente discursiva?

La frase “los árboles no nos dejan ver el bosque” refleja uno de los mayores riesgos que acechan a quienes nos dedicamos a la actividad filosófica. Nos movemos entre teorías que pretenden dar razón de la realidad. Para ello nuestra herramienta principal es el “concepto”, que Ortega definía como “contenido mental enunciable”. Accedemos a la realidad desde conceptos que debemos examinar críticamente para, a su vez, dar razón de ella mediante otros conceptos con los que transmitir nuestra “visión”. El riesgo es confundir el concepto con la realidad misma, pero ¿es posible un acceso directo a la realidad? He ahí el problema de la frase que citaba al comienzo.

Un bosque es un concepto que se refiere a un conjunto de árboles, que a su vez es otro concepto. Y así podríamos seguir con las partes que forman el árbol y que nos remiten a diferentes conceptos como tronco, ramas, hojas, etc. Cuando afirmamos que los árboles no nos dejan ver el bosque parece como si el concepto “bosque” se enseñoreara de la realidad. Sería más correcto decir que el bosque no nos deja ver los árboles, porque esta frase aspira a que tomemos contacto directo no con la abstracción que representa el “bosque”, sino con realidades mucho más tangibles como son cada uno de los árboles con los que nos topamos conforme nos vamos acercando a ese conjunto que divisamos a lo lejos y denominamos “bosque”. Aún así permanecemos en la mente discursiva, conceptual, porque hay que ver el árbol sin la pátina conceptual que condiciona nuestra mirada.

El fondo del problema, clave en la filosofía budista, es cómo podemos tener ese contacto directo con la realidad que nos proporcione una sabiduría auténtica fruto de la experiencia directa. Para acercarnos a la realidad necesitamos los conceptos, pero luego es necesario dejarlos atrás. Una metáfora muy habitual es la de la balsa que nos traslada de una orilla a otra de un gran río. La balsa es un vehículo que resulta muy útil mientras estamos cruzando, pero que finalmente es necesario abandonar.

¿Cómo y cuándo abandonar el pensamiento conceptual, la mente discursiva? Para mostrar la enorme dificultad de la tarea pondré el ejemplo de una situación que todos hemos vivido. En muchas ocasiones, observamos una montaña, una nube, el suelo de parqué o cualquier otro objeto y, de repente, nuestra mente descubre en él una determinada imagen, por ejemplo, la cara de un moro en la montaña del castillo de Santa Bárbara en Alicante. Una vez identificada esa imagen, ¿podemos volver a ver esa montaña borrando la imagen? Con otras palabras, ¿es posible regresar a la pristina visión cuando ha sido “contaminada” por la mente discursiva? Lo he intentado en muchas ocasiones y no soy capaz. Puedo seguir mirando y ver más cosas, pero esa imagen ha cristalizado y condiciona mi acceso a esa realidad. Si eso es así, no sorprende la insistencia de los budistas por entrenarse a través de las técnicas meditativas en superar el pensamiento conceptual, el dualismo “sujeto-objeto" presente en la actividad cognoscitiva. También podemos desprendernos de nuestros conceptos, de las imágenes con las que troquelamos la realidad, no luchando contra ello, no intentando dejar de ver el moro en la montaña o el fauno en el parqué. Simplemente se trataría de dar un paso atrás y observar nuestra mente discursiva. Esa, si no lo entiendo mal, es la vía directa que propone Rupert Spira con su referencia a “ser consciente de ser consciente”, como titula uno de sus libros. Es decir, se busca darse cuenta de cómo actúa nuestra mente indagando en cuál es la razón de ese movimiento mental para, a partir de ahí, limitarse contemplar esos procesos desde una supraconsciencia capaz de abarcarlo todo, lo cuál también conduce a la no-dualidad.

Es posible que uno se pregunte por qué razón debemos ir más allá de nuestros conceptos. Indudablemente, toda actividad cognoscitiva depende de una creencia que condiciona nuestra relación con la realidad. Si uno cree que siempre hay un misterio que la inteligencia humana no podrá desvelar por sus propios medios quizá tenga la humildad suficiente como para, en lugar de ir en busca del secreto latente que oculta la realidad, confiar en que esta se manifieste a través de otros caminos. Ahí es donde se sitúa la contemplación, que en mi opinión sólo es incompatible con la actividad filosófica si pretendiera sustituirla; pero, más allá de este extremo, podría decirse que la complementa. De ahí el esfuerzo de tantos autores por conciliar fe y razón, en el caso cristiano, o ciencia y espiritualidad.

domingo, 16 de junio de 2024

Humildad y benevolencia

Hace dos días estuve en Pamplona. Concluidas mis obligaciones, el viernes por la tarde fui paseando al centro de la ciudad para entregarme al barzoneo excrutador. De camino pasé por delante del hotel Tres Reyes, en el que me alojé la primera vez que visité esta ciudad hace casi treinta y cuatro años. Recuerdo perfectamente aquella etapa de mi vida. Era un estudiante de Derecho que acudía por primera vez a un congreso de estudiantes para, junto con mis compañeros y amigos, hablar de un tema que hoy está de plena actualidad, “La ecología como componente del ideal revolucionario en nuestros días”. Así se titulaba nuestra comunicación. En aquel momento, aunque se era ya muy consciente del problema ecológico, todavía no se hablaba del cambio climático. Hoy es más que evidente que se trata de un problema que puede generar algo más que una revolución. Esto que comento no lo pensé cuando observaba anteayer aquel hotel en el que la organización nos alojó. Me veía a mí mismo en aquellos días y pensaba en todo lo que he aprendido desde entonces. Se podría resumir en dos palabras: humildad y benevolencia. Sin ellas no es posible ningún cambio genuino.

miércoles, 17 de enero de 2024

Relativismo y salud mental

La salud mental ha cobrado mucho protagonismo en los medios de comunicación debido a los estragos que causó la pandemia. Si esta atención obedeciera a una sincera preocupación por el bienestar del prójimo deberíamos alegrarnos, pero me parece que algunos políticos han encontrado en ello un filón para criticar la política sanitaria. No dudo de que puedan existir razones fundadas para esas criticas, porque probablemente falte sensibilización y buenos profesionales y medios para cuidar de la salud mental de la población. Sin embargo, en cuestiones de salud más vale prevenir que curar. Lo verdaderamente preocupante es que nuestra sociedad propicia las enfermedades mentales. Esa es la clave del asunto en la que se debe indagar para proteger la salud mental. Por ejemplo, estamos destrozando a niños y jóvenes al haberlos desprotegido frente al peligro de las nuevas tecnologías. Luego, cuando la adicción y la falta de sueño se convierten en patologías, se demandan profesionales de la salud mental para solucionar el problema. Pero, repito, lo importante es eliminar aquello que provoca la enfermedad siempre que sea posible.

Para abordar con radicalidad este problema el relativismo representa una dificultad muy seria. Un relativismo que, por contradictorio que parezca y sea, se presenta como una verdad incuestionable. Hoy se extiende sin límite en nuestra sociedad y puede generar un problema importante a los profesionales de la psicología y de la psiquiatría, ya que en su profesión deben tener presente qué es lo “normal” y qué se aleja de la normalidad hasta un punto que se convierte en “patológico”. El relativismo puede llegar a impedir -ya lo está haciendo- que se hable de "normalidad". Por eso me parece que cada vez será más habitual que estos profesionales renuncien a realizar un diagnóstico o, cuando menos, a comunicárselo abiertamente al paciente. En el caso de enfermedades psiquiátricas como la esquizofrenia puede que sea más sencillo distinguir lo normal de lo patológico, pero pensemos en todos estos niños y niñas que creen estar en el cuerpo equivocado. Para un psicólogo afirmar que esa creencia es patológica es una heroicidad, porque pueden ser acusados de tener fobia a los transexuales, por poner un ejemplo. 

martes, 10 de octubre de 2023

Si anhelas la paz, defiende el derecho y la justicia

El ataque terrorista de Hamas que ha desencadenado la guerra con Israel es un paso más en la escalada de la humanidad hacia un escenario de barbarie que no sabemos dónde acabará. La raíz de casi todos los males del mundo radica en la soberbia, en el desmedido amor por nosotros mismos y por lo nuestro, unido al desprecio por el punto de vista de los demás. Pienso en naciones o grupos humanos cuya prioridad no es tanto vivir en paz satisfaciendo sus necesidades como recibir un reconocimiento internacional, aunque vivan en la miseria. Es pueril el comportamiento de todas aquellas regiones que disfrutando de una generosa autonomía que protege su cultura y tradiciones no se conforman con ello y son capaces hasta de llegar a una guerra por la independencia. ¿Realmente les importa tanto conseguir ese reconocimiento internacional? Pues sí. Así me lo confesó un profesor independentista catalán al que conocí en cierta ocasión, y lo justificó diciendo que era algo sentimental, pero que esos sentimientos eran muy importantes. No, no lo son. La vanidad que conduce a la soberbia no debe ser satisfecha. El nacionalismo que no funda su reivindicación en auténticas injusticias es como un niño caprichoso cuya mala educación no augura nada bueno en el futuro.

Es verdad que muchos pueblos oprimidos creen que la solución a sus males pasa por constituirse en un Estado soberano que les ayude a consolidar su posición en el mundo, a defenderse de los enemigos y a satisfacer las necesidades de sus ciudadanos. En estas amenazas veía Carl Schmidt la raíz de la política. Quizá los judíos representen el ejemplo paradigmático. Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, creyeron necesario tener su propio Estado como forma de ocupar un lugar en el mundo y de defenderse del antisemitismo que les amenaza secularmente. Y es comprensible su planteamiento, y el de otros pueblos oprimidos o injustamente invadidos, como sucede con Ucrania. Es justa su lucha, porque se trata de defenderse de una agresión. Pero un mundo que se organice sobre la base de exaltar el "nosotros" difícilmente alcanzará una paz duradera. La dicotomía nosotros/ellos da lugar a la vanidad, al sentimiento de agravio que conduce al conflicto y a la guerra.

La raíz de la paz que anhela el mundo debe venir por el camino del derecho y de la justicia. Las relaciones humanas deben partir del reconocimiento y la protección de los bienes humanos en los que se fundamenta una convivencia justa, y del respeto a las normas provenientes del poder legítimo que sirven para ajustar debidamente los comportamientos. También las relaciones internacionales deben basarse en estos principios, pues de lo contrario nos movemos en el ámbito de la fuerza. La única forma de asentar la paz es protegiendo los derechos humanos y el respeto a la ley. Con todos sus defectos, es admirable observar el proceso de consolidación de la Unión Europea, que se define como una comunidad política de derecho. Los Estados europeos desean incorporarse a esta comunidad de derecho en la que, siendo importante la identidad de cada nación y sus intereses, se otorga especial importancia al respeto a los principios jurídicos en los que se basan las relaciones entre los Estados miembros. La Unión Europea progresará en la medida en que se afiance el respeto a los derechos fundamentales y se garantice el respeto a unas normas que sean el resultado de una preocupación solidaria por los intereses de todos los Estados.

La defensa del derecho y de la justicia debe ser la prioridad de todos los que deseamos la paz. Por eso me preocupa tanto que se admita la posibilidad de lesionar o restringir los derechos fundamentales como núcleo del bien común, y la falta de respeto a la ley como expresión máxima de la igualdad entre los ciudadanos. Y sí, voy a volver sobre lo mismo, cuando los intereses del poder son los que priman frente al derecho, no sólo estamos quebrando las bases del régimen constitucional, sino que dejamos que la dinámica de la fuerza marque la pauta de la convivencia con evidente riesgo de conflictos a los que el derecho sea incapaz de dar respuesta. Ver el derecho como una simple manifestación de la política, como tantas veces sucede, destruye los puentes que conducen a la convivencia. La norma, lejos de ajustar las conductas, se convierte en simple instrumento de opresión del poderoso. Si deseamos acabar con la guerra luchemos con inteligencia por el derecho y la justicia desterrando la soberbia y la vanidad. Para ello, como suele suceder, el mejor camino es empezar por lo más próximo, nuestra comunidad política, España. Así que no hay mejor manera de trabajar por la paz que impedir que Sánchez destroce nuestro Estado constitucional de Derecho consagrando la impunidad de los golpistas y la desigualdad, porque cuando triunfa el derecho triunfa la humanidad entera, como supo ver con singular clarividencia Sergio Cotta al destacar el universalismo del derecho frente al particularismo de la política.

jueves, 8 de junio de 2023

Una escena de "Días de vino y rosas"

Esta semana mi mujer y yo vimos de nuevo la película “Días de vino y rosas”, de Blake Edwards, protagonizada por Jack Lemmon y Lee Remick. Es una película muy dura, impactante incluso, que invita a la reflexión sobre los estragos que causa el alcoholismo y, especialmente, sobre los caminos que pueden conducir a ese abismo en el que se pierde la voluntad. La vi hace mucho tiempo y la recomiendo sin ninguna duda. No recordaba la mayoría de las escenas. Hubo una que me llamó especialmente la atención y que no está relacionada con el tema principal de la película. Los protagonistas, una pareja de jóvenes enamorados recién casados, van a casa del padre de la novia para que este conozca a su yerno. El suegro pregunta al yerno (Joe, interpretado por Jack Lemmon) por su profesión y él le explica que es relaciones públicas, comercial, de una empresa. Como eso no le aclara mucho, Joe le explica que se encarga de mostrar a los clientes los beneficios de productos y servicios de su empresa. El suegro, muy serio, le pregunta que qué sucede si el producto que vende no es bueno. A Joe le sorprende esta pregunta, que no esperaba, y con una risa nerviosa le dice con poca convicción que normalmente los productos son buenos, pero el suegro le vuelve a interpelar –casi le interrumpe- preguntándole que qué pasa si no es así. La hija se ve obligada a terciar para sacar a su marido del apuro, pero no es posible porque su padre ha comprendido perfectamente a qué se dedica y sentencia que “no entiende ese tipo de trabajo”, una enmienda a la totalidad.

Ganarse la vida como vendedor puede ser muy duro, no solo por el trabajo en sí mismo, sino sobre todo porque puede que a uno le exijan mentir deliberadamente, o que, sin llegar a ese extremo, el propio vendedor opte por recurrir al engaño para alcanzar los objetivos, sin ser plenamente consciente de la gravedad de esta acción. Es muy importante reflexionar serenamente sobre cuáles son los medios lícitos que un vendedor debe emplear, porque de lo contrario se puede ver envuelto en numerosos problemas. La tentación del engaño debe ser rápidamente atajada para no convertirse en un mercachifle. Es verdad que los engaños y triquiñuelas para vender y ganar más dinero están a la orden del día, lo sé, y precisamente por ello hay que advertir de que son una inmoralidad y, además, un grave error, porque un vendedor con un sólido compromiso ético con toda probabilidad venderá más, será un comerciante bien valorado en su profesión y, sobre todo, podrá llevar una vida más feliz al conducirse honradamente.

El buen vendedor debe tener un conocimiento exhaustivo de su producto o servicio y del de la competencia, así como tener una sólida formación moral. El comercio en la economía de mercado implica competir y para competir debes destacar tus fortalezas para mostrar que compensan tus debilidades y/o las fortalezas y debilidades de los competidores. ¿Qué hacer cuando lo que vendes es una auténtica “castaña”? Lo principal es no engañar y tratar de contribuir a la mejora de tu producto o servicio para poder atribuirle alguna fortaleza que aconseje su adquisición desde algún punto de vista. Si se conocen bien las fortalezas será posible dirigirse al tipo de cliente que mejor las pueda comprender. Si no es así, lo más adecuado es buscar otro empleo, nunca recurrir al engaño que es la raíz de la mentira.

Hay muchas personas que no ponen en duda su manera de ganarse la vida, como Joe cuando va a conocer a su suegro sin sospechar que pueda no gustarle su profesión, pero a veces una pregunta directa que nos cuestiona sobre la verdad de lo que hacemos puede provocarnos un brusco despertar. Ese es el mérito de esta impactante escena.

viernes, 16 de diciembre de 2022

Algunas reflexiones sobre el budismo

Según la ley del karma, una de las tesis centrales del budismo, todas nuestras acciones voluntarias –mentales, físicas y verbales- tienen consecuencias que pueden experimentarse en esta vida o en vidas futuras, dado que el budismo cree en la reencarnación o, mejor dicho, en la sucesión de nacimientos y muertes en el samsara. Las acciones realizadas bajo la influencia de estados mentales aflictivos son semillas que nos traerán sufrimiento y, por el contrario, las que son ejecutadas con una mente ecuánime e inspiradas por una buena voluntad conducirán a nuestra felicidad y a la felicidad de otros seres, no sólo humanos. La acción (este es el significado literal de la palabra "karma") despliega una energía que mueve misteriosamente las piezas del universo y da como resultado una consecuencia proporcional al peso kármico (que depende de diversos factores, entre los que destaca la intensidad volicional) de la acción. Los budistas no creen en un destino trazado de antemano al que nos vemos abocados sin remedio, sino que entienden que la realidad de cada momento es el resultado de numerosas causas que, sin intervención de ningún Dios, han conducido a esa situación concreta.

La ley del karma no se puede demostrar empíricamente y, por tanto, podría considerarse una creencia religiosa. Ciertamente, si examinamos nuestra vida, somos conscientes de que las malas acciones nos pesan y condicionan, mientras que las buenas nos liberan y proporcionan felicidad, pero seguramente se recurra a la psicología para dar razón de ese condicionamiento en lugar de aceptar la presencia de una misteriosa energía cósmica que nuestras acciones ponen en marcha. Ahora bien, aunque el condicionamiento psicológico de las acciones pasadas pueda tener influencia, la libertad humana no es anulada, por lo que el problema seguirá siendo de índole espiritual. En este punto el budismo muestra su faz más optimista: en efecto, según la ley del karma, aunque el momento presente sea el resultado del karma que arrastramos, es posible comprender qué es lo que está pasando en nuestra vida y trabajar para cambiar su curso o el de nuestras vidas futuras sembrando semillas de felicidad mediante buenas acciones. El karma se purifica cuando uno aprende a actuar con una mente ecuánime que no se ve dominada por los estados aflictivos que le conducen a seguir los patrones de "reacciones" pasadas. Se trata, en definitiva, de sustituir la reacción ciega por la acción lúcida y provechosa.

Junto a la ley del karma, uno de los conceptos centrales del budismo es el de “vacuidad”, que significa que ninguna realidad tiene una esencia inmutable ni es suficiente por sí misma. Nuestra ignorancia sobre la condición última de la realidad nos hace vivir en la dualidad sujeto/objeto, y no somos capaces de comprender que no estamos separados, que todo es uno, esa unidad cuya captación intuitiva es el fin del camino espiritual que conduce a la cesación del sufrimiento a través del noble sendero óctuple. En esta línea, el budismo afirma que el “yo” no existe. Parece una impugnación radical a la tesis cartesiana que sostiene como la verdad más evidente y el pilar de toda su filosofía mi existencia como una "cosa pensante". Aunque cuestionar la existencia del "yo" no es una tesis ajena a la filosofía occidental (en concreto, el empirismo de Hume podría aceptar la tesis budista), presenta una inquietante radicalidad en el budismo. Aceptar la idea de que el “yo” no existe parece contraintuitivo si lo confrontamos con nuestra experiencia de la vida cotidiana. Los budistas apelan a la observación interna que se desarrolla en la meditación como cauce para experimentar la ausencia de un núcleo estable en el que se sostenga el “yo”. Se insiste en que yo no soy ni mi cuerpo, ni mis pensamientos, ni mis emociones. ¿Pero acaso no soy “yo” el que decide embarcarse en la tarea de meditar? ¿Acaso no reconoce el budismo que cada cual debe responsabilizarse individualmente de su propia “liberación”? Es más, en la sucesión de nacimientos y muertes hay "alguien" a quien afecta la ley del karma, aunque se insista en que ese alguien es la mente y no una alma sustancial. ¿Cómo es posible entonces afirmar que el “yo” no existe, aunque se trate de un continuo mental? 

En su día, Ortega ya observó que Descartes cometió un error al identificar el “yo” con una “cosa  pensante", y ello se debió muy probablemente, en opinión de Ortega, a su formación escolástica. Cosificar el “yo” implica atribuirle una identidad, un carácter sustancial que también se observa en la noción de “persona” según la clásica definición de Boecio: “sustancia individual de naturaleza racional”. Decir “yo” es referirse a nuestra condición personal, pero sostiene Julián Marías, siguiendo a Ortega, que la persona no es “el yo”, y mucho menos la persona puede comprenderse pensándola como "cosa". El siguiente texto de Antropología Metafísica me parece clave:

Yo soy una persona, pero «el yo» no es la persona. «Yo» es el nombre que damos a esa condición programática y viniente. Cuando digo ‘yo’, me «preparo» o «dispongo» a ser. Para el hombre, ser es prepararse a ser, disponerse a ser, y por eso consiste en disposición y disponibilidad. Cuando decimos «yo», no se trata de un simple punto o centro de la circunstancia, sino que ésta es mía: por ser yo mismo puedo tener algo mío. En la persona hay mismidad, pero no identidad: soy el mismo pero nunca lo mismo. Pero hay que agregar algo que he dicho muchas veces, pero suele olvidarse: el «yo» pasado no es yo, sino circunstancia con la que me encuentro; es decir, con la que yo –proyectivo y futurizo- me encuentro cuando voy a vivir. Y no bastaría la mera «sucesión» para que hubiera mismidad: hace falta esa anticipación de mí mismo, ese ser ya el que no soy, la futurición o menesterosidad intrínseca. El hombre puede poseerse a lo largo de toda su vida y ser el mismo porque no se posee íntegramente en ningún momento de ella”.   

El “yo” no existe si lo que buscamos es una identidad esencial, estable, y mucho menos fija. Como observa Marías, el “yo” pasado no soy yo, sino circunstancia con la que me encuentro. Aquí observo un claro paralelismo con la impermanencia que siempre subraya la filosofía budista: todo cambia, nadie se baña dos veces en el mismo (entendido como idéntico) río. El “yo” no existe: estamos en constante cambio, aunque nos parezca que nuestra identidad no varía. Sin embargo, aunque el “yo” no exista como cosa, no puede decirse que no seamos nadie, que nuestra condición personal sea mera ilusión. Julián Marías lo expresa diciendo que en “la persona no hay identidad, sino mismidad”. Pienso que quizá podría decirse que, aunque nadie se baña dos veces en el mismo río, el río sigue fluyendo y es el mismo río en su fluir. La persona no es cosa, sino un continuo proyectarse, disponerse a vivir, actuar y actualizarse, contando para ello con un pasado que es circunstancia con la que me encuentro y que, en consecuencia, me condiciona.

La condición futuriza, dinámica, de la vida humana se explica a partir de ese alguien que es la persona humana. Y la acción conjuga pasado, presente y futuro desde la libertad, lo cual me recuerda, salvando las distancias, a la ley del karma: nuestras acciones pasadas son circunstancia que me condicionan al decidir el curso de mi acción, al trazar los proyectos vitales que van a jalonar mi biografía. A su vez, mi futuro depende de la acción que desarrolle en el momento presente, de ahí que deba proyectar quién deseo ser. El pasado me condiciona, pero no me priva de la libertad, de hecho Ortega afirmaba que el ser humano es “forzosamente libre”, tiene que decidir el curso de su propia vida. Ciertamente, ni en Ortega ni en Marías –profundamente cristiano- hay reencarnación ni interpretación del condicionamiento de las acciones pasadas como energías kármikas que influyen en el curso de los acontecimientos, pero la interpretación dinámica de la realidad -y en ese sentido no la veo incompatible con el budismo, más bien todo lo contrario- viene motivada por el hecho de que tanto para Ortega como para Marías mi vida (en rigor, la vida de cada cual) es la realidad radical en tanto en ella va a radicar cualquier otra realidad. Y la condición personal de mi vida le otorga ese dinamismo, ese carácter dramático que tan bien entronca con el budismo. En cualquier caso, estas son unas reflexiones a vuela pluma y necesito seguir pensando sobre el asunto.

miércoles, 23 de noviembre de 2022

Descúbrete al volante

¿Subes a tu coche y prefieres permanecer en silencio y atento mientras conduces o, por el contrario, crees que aprovechas mejor ese momento escuchando un programa de radio o música? La respuesta puede ser un indicio de dónde te encuentras. 

martes, 22 de noviembre de 2022

El necesario equilibrio entre ciudadanos, viajeros y turistas

Este último fin de semana, paseando por Valencia, observé que en el centro hay cada vez más negocios orientados a los numerosos turistas que visitan la ciudad. Incluso diría que en algunas zonas la inmensa mayoría de las personas con las que te cruzas son turistas. El bullicio y la variedad de gentes y de comercios es atractivo, pero no sé hasta qué punto la ciudad puede estar perdiendo su personalidad, porque una ciudad no es un conjunto de edificios, calles o paisajes, sino el núcleo de convivencia que se desarrolla en torno a ellos. En las ciudades turísticas los turistas coinciden durante unos días en ese lugar. Pero esa coincidencia espacio-temporal no es convivencia, sino simple cohabitación. 

Conviene no confundir al viajero con el turista. El viajero (de pueblos y ciudades, no de naturaleza) viaja a otros lugares para conocer y comprender la manera de vivir que tienen otras gentes. Programas de televisión como "Callejeros viajeros" del canal Bemad reflejan claramente el espíritu del viajero. El viajero puede darse cuenta de que, aunque los edificios estén en perfecto estado, la ciudad que se proponía visitar se encuentra en “ruinas”. Lo más probable es que la curiosidad le anime a indagar dónde -si todavía existe- se halla ahora esa forma de vida expulsada por la presión turística. En cambio, el turista encuentra en el viaje una forma de entretenimiento mucho más superficial: se conforma con pasarlo bien paseando y fotografiándose en los lugares considerados imprescindibles. No tiene especial interés en conocer a fondo la ciudad que visita y, por tanto, si la ciudad ya no existe ni siquiera lo percibirá. Le basta con tomar contacto con esos lugares que sirven de reclamo turístico. 

Preservar el despliegue de la vida ciudadana frente a la presión turística es el reto más complicado para los alcaldes de las ciudades turísticas. Debido a su alta rentabilidad, muchos propietarios prefieren destinar sus viviendas a alquileres turísticos que optar por alquilarlas por larga temporada a vecinos del municipio. Los negocios que se abren y los precios también están muy influidos por la capacidad de compra del turista, por lo que la vida en el centro de las ciudades se complica para los vecinos hasta tal punto que terminan mudándose a la periferia o directamente a otros municipios. Diría que el turismo de masas plantea problemas tanto para los genuinos viajeros como para los gobernantes de las ciudades. El viajero debe preguntarse si se conforma con ser un turista que visita ruinas camufladas bajo el esplendor de vida itinerante o, por el contrario, rechaza esa propuesta y va en busca de auténticas ciudades. Por lo que respecta a los gobernantes, estos deben entender que el turismo es una fuente de riqueza muy importante, pero que el turismo de calidad pasa por atraer a viajeros, no solo a turistas. El primer objetivo de un alcalde, como apuntaba, debe ser preservar la vida ciudadana. Si lo logra, esa convivencia real atraerá a un turismo de viajeros y también de turistas. Todos pueden tener cabida, pero se trata de un difícil equilibrio que no todas las ciudades están sabiendo mantener. 

lunes, 14 de marzo de 2022

Atender al presente sin sucumbir al "instanteísmo"

La clave de la vida moral radica en la intención con la que se actúa. Esto no significa que la intención purifique la acción hasta convertirla en buena. Muchas personas cometen el error de creer que su comportamiento fue irreprochable porque actuaron con la mejor intención. Y esta es importante, sin duda, por dos razones al menos. La primera es que las posibilidades de equivocarse son menores si se actúa con buena voluntad. La segunda es que la buena intención no contamina la mente y, por tanto, no siembra semillas que harán que arraiguen conductas perjudiciales para nosotros mismos y para los demás en el futuro. El error, como apuntaba, consiste en complacerse en las buenas intenciones y no analizar cuidadosamente cuál es el impacto de nuestra acción en las relaciones con objetos, seres vivos y personas. Cuando esa desatención se traduce en actuar impulsivamente al abrigo de esos buenos sentimientos -lo cual es una imprudencia en el sentido más estricto del término- uno debería reconsiderar si sus intenciones son realmente rectas o más bien hay un velado fin egocéntrico, que será lo más habitual.

El estudio de la intención es capital a la hora de ordenar nuestra conducta y me gustaría mostrarlo examinando una cuestión de la que se habla mucho en nuestros días: la relación del ser humano con el tiempo vital. Desde el punto de vista psicológico y espiritual se insiste mucho en la importancia de centrarse en el presente, sin dejarse enredar por el pasado ni fantasear sobre lo que nos deparará el futuro. En “El poder del ahora”, quizá uno de los libros más vendidos en las últimas décadas, Eckhart Tolle sostiene que el sufrimiento proviene del pasado o del futuro, no del presente. Aprender a vivir en el “aquí y el ahora” se ha convertido en un recurso habitual por parte de muchos terapeutas para ayudar a la gente a superar sus problemas. La pregunta es: ¿cómo evitar que esa atención al presente degenere en “instanteísmo"? El “instanteísmo” es un rasgo característico de la modernidad que consiste en exaltar la libertad con relación al tiempo, de tal forma que el pasado, la tradición, no nos condicionaría en absoluto, y tampoco tendríamos que asumir ningún compromiso con relación al futuro. Es la manifestación más clara del “carpe diem” que tantos problemas puede generar.

La clave para vivir centrado en el presente sin caer en el “instanteísmo” radica en el modo en que interiormente nos relacionemos con él. Es esencial superar las disyuntivas típicas de la modernidad: el presente no se contrapone al pasado, sino que este está contenido en él, y al mismo tiempo el presente incorpora una tendencia hacia el futuro, tanto en la vida personal como en la social. Pero esa tendencia no determina forzosamente el curso de los acontecimientos, sino que entraña la responsabilidad de actuar conscientemente en el presente para construir el futuro en lugar de ser arrastrados hacia el. En la vida cosechamos lo sembrado, de ahí la importancia de centrarse en sembrar aquello que queramos cosechar. En la exaltación de la libertad que supone el "instanteísmo" se rompen lazos y el ser humano termina por desorientarse. Siempre vivimos en el presente, pero es la comprensión de lo que este significa lo que determina la intención con que se actúa, y esta intención marca la diferencia entre un ejercicio responsable de la libertad que constituye una virtud y el vicio del “instanteísmo” libertino.

martes, 8 de marzo de 2022

Reflexiones al hilo de "Autobiografía de un yogui"

En “Autobiografía de un Yogui”, de Paramahansa Yogananda, al margen de los sucesos increíbles que su autor refiere y que sin duda cabría calificar como milagros, he podido conocer la figura del científico bengalí Jagadish Chandra Bose que, entre otras cosas, descubrió las ondas electromagnéticas antes que Marconi e inventó el Crescógrafo. Se trata de un aparato capaz de grabar con gran precisión el movimiento de las plantas. A través de este instrumento Bose mostró a Yogananda que las plantas podían experimentar sentimientos. En concreto, Yogananda relata la reacción de un helecho ante el corte provocado por una navaja de afeitar. Tras leer este episodio podemos imaginar qué sucede en un jardín en el momento en que los jardineros aparecen con sus ruidosos instrumentos de poda. También me he acordado de Wallace Black Elk, líder espiritual sioux fallecido hace unos veinte años, de quien se decía que era capaz de mantener diálogos con las plantas.

Es difícil para nuestra mentalidad racional admitir como reales todas estas historias de milagros y conversaciones con plantas, pero antes de rechazarlo como pura fantasía, engaño o magia, conviene considerar que lo que se presenta como el mundo del espíritu no es otra cosa que una realidad sutil e inaccesible para nuestros sentidos, aunque sí para la mente con el debido entrenamiento. En última instancia, la realidad es energía y por esa razón la evolución de la ciencia permite comprobar muchas de las afirmaciones de los grandes místicos que previamente lo han experimentado. Esta es la razón por la que los maestros espirituales, lejos de apelar a la creencia ciega, insisten en que la religión debe basarse en dicha experiencia directa. El cristianismo ha intentado conciliar fe y razón, pero, a diferencia de otras religiones, se ha apoyado sobre todo en la razón conceptual y ha dejado en un segundo plano el camino de la experiencia mística, que no pertenece a la fe, pero tampoco es asible a través de la razón conceptual. Quizá por ello sacerdotes católicos como Pablo D’Ors insisten hoy en la importancia que tiene esa intuición directa y abogan por profundizar en la meditación y el silencio como camino de encuentro con Dios.  

martes, 11 de enero de 2022

El inquietante Metaverso

Como afirma Julián Marías, la realidad es todo cuanto hay. Esta frase deja patente que la realidad incluye cosas que pueden no existir en el mundo físico. Por tanto, no es correcto contraponer lo real a lo virtual: lo virtual es también real, aunque esa realidad virtual sea distinta al mundo físico que encontramos cuando nacemos.

El ser humano ha ido transformando el mundo físico desde que habita la Tierra. El contraste es extremo cuando contemplamos los paisajes de cemento de las grandes urbes y la vida rural en contacto con la naturaleza. La realidad virtual que se aproxima con la llegada del Metaverso supone un nuevo paso en este alejamiento del mundo que nos ha sido “dado”. En el futuro próximo podremos relacionarnos en espacios virtuales que imiten las leyes de la física y, ayudados por la tecnología, será posible visualizar e incluso interactuar corporalmente con otros, aunque no sea una corporeidad física. En estos mundos será posible conservar nuestra personalidad, si bien puede que por razones lúdicas representemos un papel. Pero todo es real, no lo olvidemos, una realidad virtual que conforman los creadores del Metaverso de acuerdo a sus propósitos.

El Metaverso puede facilitar las relaciones entre personas alejadas físicamente y ese será un argumento para presentarlo como una tecnología útil que brinda oportunidades. Pero sus posibilidades van mucho más allá y resultan inquietantes. Nada parece impedir que en el Metaverso se desarrolle vida "alternativa" -algo parecido a Second Life, pero mucho más sofisticado y, sobre todo, más parecido al mundo físico- en la que las personas puedan disfrutar de una segunda oportunidad para lograr un triunfo que no logran en lo que hoy se nos presenta como la "vida real". De hecho, han aparecido noticias sobre la compra de terrenos virtuales en el Metaverso, lo cual nos da una idea de hasta qué punto podemos hallar cobijo en ese nuevo mundo. Refugiarse allí será una posibilidad tentadora en la medida en que cada cual encuentre en ese lugar una vía para satisfacer sus caprichos. El ser humano podrá alejarse todavía más de todo lo que le ha sido "dado" y configurar la realidad tal como desea. ¿Y por lo general qué desea el ser humano? Todo lo que nos proporciona sensaciones agradables. El Metaverso puede sublimar el deseo al ser capaz de satisfacerlo directamente y a su vez de eliminar lo que nos produce aversión. Nada más tentador. Sin embargo, fácilmente se comprende el engaño: el deseo satisfecho no sacia, sino que provoca más deseo. Ese el el problema, la raíz del sufrimiento de la que advirtió el Buda. Siempre habrá un deseo insatisfecho, porque el deseo genera adicción a desear. Por tanto, la felicidad que muchos pueden verse tentados a buscar allí no es una felicidad auténtica. Con toda seguridad, antes o después, defraudará. 

El ser humano, cada vez más caprichoso y solipsista, está a punto de embarcarse en la construcción de realidades a la medida de sus deseos y esto puede tener unas consecuencias muy graves en la ya deteriorada salud mental. La reacción no tardará en producirse y, si no me equivoco, será bastante radical: un regreso a lo "dado", a las esencias del mundo físico. Algunos ya se dan cuenta de que no hay felicidad en las nuevas tecnologías y apuestan por regresar a formas de vida en contacto directo con la naturaleza que hoy se presentan como "alternativas". Esta tendencia se acentuará y quizá asistamos a nuevas oportunidades para lo que hoy se denomina la "España vaciada".

jueves, 11 de noviembre de 2021

Por la serranía de Cuenca

El pasado fin de semana viajé con mi mujer a la serranía de Cuenca y ambos quedamos gratísimamente sorprendidos por su belleza. En ocasiones, el paisaje recordaba al de los bosques escandinavos plagados de pinos, aunque también hay muchas encinas y otros árboles que ofrecen preciosas combinaciones de colores en esta estación. El recorrido en coche entre el nacimiento del río Cuervo y Las Majadas fue una experiencia inolvidable. Afortunadamente, no nos cruzamos con ningún vehículo, porque no sé cómo nos las hubiéramos arreglado para pasar. Teníamos la sensación de profanar la Naturaleza. En cualquier momento podría haberse desprendido una roca o uno de los muchos árboles que bordeaban la carretera, que seguía el curso de un riachuelo de aguas cristalinas. Cada tramo que lográbamos superar suponía un alivio y nos generaba una sensación de gratitud hacia los árboles. Atravesamos zonas de “reserva” muy próximas al parque cinegético “El Hosquillo”, que luego supimos que había protagonizado un episodio de “El hombre y la tierra”, de Félix Rodríguez de la Fuente. Se nos cruzaron por la carretera algunos ciervos jóvenes que huían alertados por el ruido intruso del motor. Todo era de una belleza sobrecogedora.

La serranía de Cuenca tiene una gran riqueza forestal que va en aumento: se ven muchos pimpollos que no sabríamos decir si habían sido plantados por el hombre o son fruto de la generación espontánea del bosque. Siempre se habla de los incendios y, claro, la gente piensa que estamos camino de convertirnos en un desierto cuando la masa forestal ha aumentado notablemente en España y también en el conjunto de Europa (impresionante la reforestación de Escocia en las Highlands). Esto nos hizo pensar en el escaso eco que tienen las buenas noticias. Pueden parecer propaganda, como sucedía con el NO-DO. No obstante, sin llegar a ese extremo, sí que sería bueno hacer un esfuerzo por destacarlas, ya que de lo contrario los ciudadanos dejamos de tener una impresión correcta de la realidad, además de que sólo destacar las desgracias puede llegar a abrumar. Sí, el cambio climático es una amenaza y hay que trabajar para revertirlo. Pero hay motivos para la esperanza: las energías renovables están ahí y se van abriendo paso. Me gusta ver cada vez más placas solares y ser adelantado por coches eléctricos. Muy pronto en nuestras ciudades podremos respirar aire puro y será una maravilla disfrutar de ello.  

miércoles, 14 de abril de 2021

A lo mejor los británicos euroescépticos no estaban tan locos

Cuando los británicos decidieron salir de la Unión Europea hubo pronósticos muy sombríos respecto al impacto que esa decisión tendría en su economía y en muchos otros ámbitos de su modo de vida dentro y fuera de sus fronteras. Se creía que aquello obedecía a una pulsión nostálgica de los sectores más tradicionales de la sociedad británica que no deseaban aceptar que su país dejara de ser un actor protagonista en el mundo con voz propia. Por eso el brexit no triunfó en Londres y sí lo hizo en la Inglaterra profunda. También se comentaba que la decisión era una catástrofe para Gibraltar, porque se reforzaba la posición de España, dado que las decisiones que afectaran a la colonia debían recibir la autorización expresa de nuestro país.

Tras largas negociaciones sobre cómo se concretaría la salida del Reino Unido, finalmente esta se produjo. Parece que está habiendo ciertas tensiones en torno a la frontera irlandesa, que era el principal escollo, y que Escocia pretende realizar un nuevo referéndum de independencia. Ciertamente, el Reino Unido puede fragmentarse, pero ese riesgo es inherente a la propia configuración de este Estado y es muy destacable que los ingleses no hayan renunciado a sus deseos de abandonar la Unión Europea, pese a ser sabedores de que ello podría acontecer. Se verá si aumenta la tensión en el Ulster y si los escoceses tienen éxito en adelantar -esto es inevitable cuando ya se ha admitido que son una nación soberana- el segundo referéndum. Dejando esto al margen, que no es poco, el Reino Unido no se ha hundido y ha logrado el objetivo de recuperar su soberanía en todas aquellas materias cuyo control les parecía esencial. Además, se ha podido constatar que, aunque la pandemia ha causado estragos, su política de vacunación ha sido mucho más efectiva que la desarrollada por la Unión Europea. Y Gibraltar da gracias de seguir siendo británica. En definitiva, quienes machaconamente denostaron a los británicos euroescépticos deberían replantearse si estos no acertaron al querer recuperar las riendas de su país.