Observo que el post sobre Grecia, el euro y la peseta está despertando interés, así que pienso que conviene profundizar en la reflexión. En respuesta a un comentario de Lanzas, he afirmado que el euro ha beneficiado fundamentalmente a Alemania. En efecto, me reafirmo en esta opinión. ¿Realmente conocemos a los alemanes? ¿Alguien piensa que a lo largo de estos últimos años se han movido por una especie de altruismo europeísta? En 2004, durante una estancia de investigación en Kiel (Alemania), mantuve una interesante conversación con un profesor alemán sobre los fondos de cohesión, la Constitución europea y la ampliación de la Unión Europea a los países del este de Europa. El colega alemán comprendía la tenaz resistencia de Aznar a ceder la posición de fuerza que otorgaba a España el Tratado de Niza, sobre todo porque para él era evidente que la nueva situación en la que entraba la Unión Europea era extremadamente ventajosa para Alemania. Como potencia industrial, Alemania padeció a principios del siglo XXI el coste de la reunificación y la tremenda competencia de las economías asiáticas emergentes. El euro y la ampliación a los países palió esos efectos negativos. Si alguien tiene curiosidad, sólo tiene que prestar atención a la balanza comercial de países como Polonia, Hungría, R. Checa o Eslovaquia y ver cuál es su principal proveedor (suponen bien, Alemania). Para una economía como la alemana la ampliación al este y el euro fueron una auténtica bendición que, superada la crisis financiera, siguen explotando. Ahora incluso está creciendo a un ritmo superior al 3%, aprovechando, entre otras cosas, que cada vez es menos rentable producir en China o en otros países asiáticos. ¡Vamos, como para no rescatar a Grecia y salvar el euro!
Para España el euro era una oportunidad, pero también una amenaza. Era una oportunidad porque nos brindaba una financiación barata y sencilla que permitía realizar inversiones empresariales capaces de crear riqueza y mejorar nuestro tejido productivo. Además, favorecía una expansión del consumo que garantizaba el crecimiento económico. Pero al mismo tiempo era una amenaza, y muy grave, si dicha situación no se aprovechaba para mejorar nuestra economía evitando expandir innecesariamente el sector público y, por tanto, aumentando el gasto público. Esa financiación fue posible porque estábamos en el euro, además de por la política expansiva de los bancos centrales. Ser una economía del euro era una garantía para los prestamistas, pues, como se está viendo, cuando surgen dificultades se ponen en marcha rescates para los países de la zona euro. España durante una década aprovechó el crédito para favorecer una suicida expansión inmobiliaria y descuidar lo más importante: hacer que nuestra economía fuera más productiva, la única vía sensata para ser competitivos con una moneda fuerte. No lo hemos hecho y, como todo el mundo sabe, estamos padeciendo las consecuencias.
¿Podemos culpar al euro de la situación que está viviendo España? Naturalmente la culpa no la tiene el euro, sino nosotros, los españoles, por no haber sabido aprovechar las oportunidades que nos brindaba. Pero sigo pensando que la entrada en el euro ha supuesto una tentación a la que los españoles hemos sucumbido. El gobierno de la nación debía haber adoptado las medidas que estaban en su mano para evitar la situación, entre ellas la contención del gasto. Esto es lo que nos ha hundido en el pozo: si desde 2004 el gasto público no hubiera aumentado escandalosamente, ahora tendríamos una situación financiera mucho más saneada que nos permitiría afrontar la crisis de otra forma.