En las pasadas elecciones autonómicas
quedó claro que los independentistas no son mayoría en Cataluña. La Resolución
que van a aprobar en el Parlamento de Cataluña es su canto del cisne, una huida
hacia delante antidemocrática y profundamente desleal con la Constitución que,
bien interpretada, puede suponer el final del problema catalán. Esto va camino
de un proceso de desobediencia que naturalmente va a provocar la alarma de los
catalanes sensatos, que son los primeros en desear que acabe esta situación. El
Gobierno y el Tribunal Constitucional pondrán en marcha las iniciativas
necesarias para pararlo –qué otra cosa pueden hacer- y se acabó el asunto. Pero se acabó. Que nadie
cometa el error de intentar contentar en este momento a los independentistas,
nada de abrirles una puerta. Rajoy debe esperar a que se concrete la Resolución
y actuar. Imagino que antes de aplicar el art. 155 de la Constitución dejará
que quede constancia de la desobediencia al TC, y en función del grado de desobediencia adoptará las medidas necesarias para
garantizar el orden público. Esperemos que no haya violencia, pero no es en
absoluto descartable. Estas son las consecuencias de elegir a mesías insensatos
que contraponen una peculiar interpretación de la democracia al Estado de Derecho.