miércoles, 29 de enero de 2025

Conocimiento y sabiduría

En uno de los capítulos más interesantes de su excelente libro El monje y el filósofo, Matthieu Ricard y su padre, Jean François Revel, distinguen entre conocimiento y sabiduría. La sabiduría implica una transformación interior orientada a la práctica de las virtudes que reconocen todas las grandes tradiciones espirituales. Para alcanzar dicha sabiduría transformadora el conocimiento teórico de la verdad no basta; la sabiduría requiere experimentar esa verdad, lo cual nos sitúa ante el problema de la “técnica espiritual”. Las hay tan diversas como los ejercicios de contemplación propios de la mística cristiana o las prácticas meditativas budistas, por poner sólo dos ejemplos. También en psicología parece que el psicoterapeuta orienta al paciente para que alcance por sí mismo un “insight”, es decir, un momento en que el paciente “ve” -pero no de forma teórica- algo que antes se le ocultaba y que constituye la palanca que le permite introducir cambios en su vida o superar un problema psicológico. 

Tener un encuentro experiencial con la verdad es un asunto fascinante que requiere un esfuerzo de escucha, estudio y reflexión seguido de una práctica contemplativa constante y bien dirigida. Y ni siquiera así es suficiente: hay que ser humilde y reconocer que los "encuentros" más significativos son una concesión, una "gracia" que se recibe y no se conquista. Esos momentos son una vivencia interior comunicable, aunque quien la escuche no quedará precisamente impresionado. Al contrario, el relato de ese encuentro puede parecer incluso banal debido a que la situación es una verdad que se comprende fácilmente desde un plano intelectual, pero cuya hondura sólo percibe el protagonista de la vivencia interior. En ocasiones, el encuentro no se logra mediante una práctica constante que facilite la introspección. Al comienzo de su conocidísimo libro “El poder del ahora”, Eckhart Tolle cuenta que su vida era pura desdicha y que se hallaba al borde del suicidio. Una noche, cuando el sufrimiento era más intenso, un pensamiento llegó a su mente: “No puedo seguir viviendo conmigo mismo”. En ese preciso instante Tolle se dio cuenta de que la capacidad de observarse a sí mismo implicaba dos "yo": el “yo” doliente cuya vida era desdichada y el "yo" capaz de contemplar a la persona Tolle que a partir de ese momento se le representaba como un "personaje". Él comprendió que su "yo" más auténtico era la conciencia pura contemplativa, un “insight” profundamente liberador que le condujo a que su vida cambiara por completo. Desde entonces se ha convertido en un maestro espiritual con millones de seguidores en todo el mundo.

Yo no he vivido nada parecido a una experiencia de ese tipo, pero sí he tenido algún encuentro experiencial con la verdad que me ha servido para entender qué quieren significar quienes advierten de que no hay que confundir el conocimiento con la sabiduría. Me sucedió hace más de treinta años. Una mañana debía coger un autobús para irme de viaje y ello me generaba cierta inquietud. Como todavía disponía de tiempo, decidí realizar un sencillo ejercicio de atención a la respiración que comenzaba observando sin juzgar los sonidos y los objetos que me rodeaban. En un determinado momento percibí claramente cómo la quietud de cada uno de esos objetos contrastaba con mi agitación interior. Me daba cuenta de que si hubiera desaparecido en ese mismo instante los objetos hubieran seguido allí, inertes, totalmente ajenos a mí y a cualquier tribulación. Es obvio, ¿verdad? Pese a lo ridículo que pueda parecer, ese “insight” se me quedó grabado porque aprendí por experiencia directa que el estado mental tiñe el mundo exterior, condiciona nuestra manera de percibirlo.

La situación que acabo de narrar se produjo en un momento de introspección, de contemplación. Lo subrayo porque, como apuntaba al principio, ese es el camino más seguro que conduce a la sabiduría. Es posible ir en busca del conocimiento e incluso de la verdad y tener éxito. Pero serán éxitos poco profundos, aunque resulten vistosos y redunden en el reconocimiento social. También la sabiduría se puede buscar, pero el camino es muy distinto: se trata de aproximarse a la verdad sutilmente, dejando que se exprese. Por ello, la arrogancia o la impaciencia son incompatibles con la sabiduría. Hay que ser muy cuidadosos cuando se trata de quitar el “velo” que cubre la verdad y acercarse a ella con humildad, con amor, porque se busca la verdad para lograr esa transformación que sólo puede ser fruto de la virtud, conscientes de nuestras evidentes limitaciones, aunque estando sumamente agradecidos precisamente por ser conscientes de esas limitaciones. Ahí está el “sólo sé que no sé nada” socrático que por encima de todo invita a la humildad y a la gratitud.