Este verano he leído “Y si habla mal de España… es español”,
de Fernando Sánchez Dragó. Aunque su estilo no es de mi gusto, está bien
escrito. Como ensayo me parece bastante pobre, porque opina mucho y argumenta
poco. Entre sus muchas opiniones, hay una con la que estoy muy de acuerdo. Dragó
lamenta el europeísmo acrítico que se ha vivido en España desde la muerte de
Franco: “España dejó de ser diferente, claro que sí, en eso llevan razón
los gilipuertas de los adosados y los diputados por ellos elegidos, cuando
entró en Europa, hoy Eurabia, por culpa de los inconfesables deseos, serviles
desvelos y obsequiosos oficios de una partida de politicastros trileros” (pp.
119-120).
Da la impresión de que a Dragó le parece que España,
acomplejada sin razón, quiso parecerse a las naciones más prósperas de Europa,
pero quizá hayamos perdido el alma genuinamente española o vayamos camino de
perderla. Sorprende que a Dragó le parezca mal esta apuesta europeísta cuando no
hace otra cosa que despotricar contra España. Cuando los afrancesados y los
liberales del siglo XIX se lamentaban de los males de España miraban a Francia
y, sobre todo, a Inglaterra (ahí está Moreno-Isla, el anglófilo de la novela “Fortunata
y Jacinta” que está enamorado de Jacinta) como el modelo a seguir para dejar de
ser una nación atrasada y decadente. A Dragó ni le gusta España, ni le gusta
Europa, así que es difícil conocer qué propone. Muy diferente es la postura de
Juan Manuel de Prada, quien reivindica la tradición española frente a los “bárbaros
del norte”. Este autor lamenta el encanallamiento en el que estamos sumidos los
españoles por haber abandonado el pensamiento tradicional español.
En mi opinión, España acertó en su apuesta europeísta, pero no
debió afrontar ese proyecto con un complejo de inferioridad totalmente injustificado.
España es mucho más que una nación europea, es la raíz y el nexo de unión de
los países hispanoamericanos. Sobre este inmenso tema, sólo me gustaría
recordar que en Puerto Rico, “Autonomía para Puerto Rico” propone dejar de ser
un Estado asociado a los Estados Unidos e incorporarse a España como comunidad
autónoma. Aquí no hacemos ni caso a estos puertorriqueños y vivimos cada vez
más divididos. No hay políticos capaces de pensar en proyectos nacionales de
España. A mí me parece que lo de Puerto Rico debería tomarse muy en serio, e
igualmente podríamos pensar en estrechar lazos con otras naciones
hispanoamericanas. ¿Por qué Puerto Rico y, más adelante, Cuba no se incorporan
a España como Estados asociados o incluso como comunidades autónomas? No hay políticos,
no hay líderes, no hay imaginación… Y aquí lamentablemente tiene razón Dragó
cuando coincide con Ortega en destacar que la aristofobia
de nuestro pueblo:
“De la imposibilidad de vertebración, de la irrefrenable tendencia a la desvertebración de lo poco que hasta la segunda mitad del reinado de Felipe II se vertebró, de la aviesa y firme voluntad de particularismo que es el denominador común de todos los españoles, se deriva, según Ortega, la peor y más profunda de las perversiones inscritas en el alma de nuestro pueblo: la aristofobia, el odio a los mejores, que cierra el paso a las minorías selectas, descabeza y descapitaliza una y otra vez el país, lo torna inhabitable, genera la proverbial y secular desconfianza de los gobernados hacia sus dirigentes y conduce fatalmente -lo estamos viendo- al imperio de las masas” (p. 180).