Cuando una información pone de relieve la evidencia de una actuación felona y criminal no hacen falta muchas palabras. A la vista de las últimas noticias aparecidas sobre la negociación de Zapatero y su gobierno con ETA, hoy mismo deberían dimitir Zapatero y Rubalcaba y pasar a disposición judicial. Rajoy no puede permanecer impasible. Tiene que exigir responsabilidades. ¿Que únicamente estamos ante la versión de una banda terrorista? Lamentablemente tiene más credibilidad ETA que el gobierno, lo cual es verdaderamente terrible. Pero lo decisivo es que la información corrobora un chivatazo que ya está siendo juzgado. El tema está clarísimo.
martes, 29 de marzo de 2011
domingo, 27 de marzo de 2011
Domingo Ortega
Supongo que sólo unos pocos aficionados al toreo sabrán quién era Domingo Ortega. Yo tampoco lo sabía hasta hace unos meses, porque, aunque me gustan los toros y sé apreciar razonablemente una buena faena, no entiendo demasiado. Ni siquiera he presenciado una corrida en directo. Pero cada día me interesa más y disfruto viendo algunas faenas en You Tube.
Supongo que habrán oído hablar de la importancia que tiene torear despacio. El arte de la tauromaquia es tan fugaz que la lentitud es un regalo de esos pocos toreros que son capaces de convertir el toreo en un arte. No he conocido muchos toreros contemporáneos que toreen despacio, que den los pases con majestuosa lentitud. José Tomás me entusiasma, pero veo en él más quietud que lentitud. No supe lo que es torear despacio hasta que vi la película “Tarde de toros”, en la que se recogen pasajes de las faenas de tres toreros, dos de los cuales han pasado a la historia del toreo, Antonio Bienvenida y Domingo Ortega. ¡Menos mal que grabé la película! En el cuarto toro de la tarde hay cuatro pases de Ortega en los que es una delicia verle torear. Lento, lentísimo en comparación con los actuales toreros. Parece increíble que se pueda dirigir la embestida de un toro con tanta suavidad y lentitud. Sin aspavientos y sin citar, sencillamente acomodándose a su embestida y llevándolo. Una verdadera maravilla.
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sábado, 26 de marzo de 2011
Sobre lo de Libia
Suelo ser muy cauto a la hora de opinar sobre cuestiones relativas a política internacional, quizá excesivamente cauto para el gusto de los cuatro gatos que todavía siguen fieles al blog. Pero se trata de una cautela justificada por lo que diré más adelante. He dejado pasar un tiempo prudencial y ahora estoy en disposición de dar mi opinión sobre lo de Libia.
Gadafi ha respondido a las protestas masivas que pretenden un cambio de gobierno matando indiscriminadamente a la población civil, y para ello ha utilizado fundamentalmente la aviación. Mucha gente –yo entre ellos vía email- ha solicitado a la ONU que actuara para tratar de evitar esa masacre mediante la creación de una zona de exclusión aérea que evitara que Gadafi siguiera bombardeando a sus opositores. El Consejo de Seguridad lo aprobó y una coalición internacional ha atacado las defensas de Gadafi para hacer posible la creación de esa zona. ¿Justificado? Sin duda había que actuar para evitar esas matanzas. Si un tipo está apaleando a otro y amenaza con matarlo lo primero es pararlo y, a ser posible, desarmarlo. ¿Había que ir más allá de esa medida y lanzarse a acabar con el régimen de Gadafi? No lo sé. Habría que valorar las consecuencias de todo tipo que pueden derivarse de esa actuación. Para ello hay que conocer la capacidad militar del ejército de Gadafi, la composición étnica de Libia, los riesgos de una operación terrestre, etc. Por consiguiente, me parece que el ataque a Gadafi está justificado y por tanto también lo está la participación de España.
¿Existe analogía con Iraq? La razón que se esgrimió para atacar Iraq, invadirla y derrocar a Saddam (que es lo que lo convierte en una guerra) fue que Saddam era un peligro porque disponía de armas de destrucción masiva y no había garantía de que no fuera a utilizarlas como había hecho en el pasado. Yo creía que efectivamente era así y consideraba que el riesgo era lo suficientemente elevado como para justificar una acción de ataque. La ausencia de respaldo por parte de la ONU me parecía un dato a tener en cuenta, pero no decisivo dado el funcionamiento del Consejo de Seguridad (el ataque a Serbia no contó con ese aval). Cuando tras invadirse Iraq no aparecieron las armas me indigné porque su ausencia probaba que se trató de una guerra claramente injusta de la que los responsables de haberla iniciado deberían haber dado explicaciones a la opinión pública mundial. Saddam era un genocida, pero no estaba en esos momentos actuando contra su pueblo. Por ello no hay analogía con el caso de Libia. Cuando gaseó a su pueblo habría que haber actuado estudiando las medidas a adoptar, como ahora con Gadafi. Dicho esto, por lo que respecta al papel de España, más allá de la posición de Aznar favorable a la intervención, España actuó en todo momento bajo el amparo de la ONU, al igual que sucede ahora con Libia. España fue a Iraq a consolidar la seguridad y ayudar a la reconstrucción amparada en una resolución de la ONU. La decisión de Zapatero de retirar las tropas fue la propia de un gobernante incapaz, y comportó nuestro absoluto desprestigio internacional, que ni siquiera la mayor implicación en Afganistán ha podido mitigar.
¿Debería actuarse siempre para evitar un genocidio? ¿No debería aplicarse a Corea del Norte o a otros países cuyos gobernantes masacran a su población medidas como las que se han tomado con Libia? He aquí la gran cuestión. La respuesta exige distinguir entre actuar en base a principios, actuar atendiendo a las consecuencias, y actuar prudentemente.
a) Quienes piensan que en el terreno práctico hay que actuar siempre movidos por principios independientemente de las consecuencias encarnan la visión propia de la ética kantiana. Por ejemplo, puesto que el ser humano deber ser tratado siempre como fin y nunca como medio no sería lícito derribar un avión de pasajeros secuestrado que va a estrellarse contra un centro comercial. Así, si se acepta el principio de que hay que frenar a los genocidas, ello debería conducir a actuar contra Saddam, Gadafi y cualquier otro.
b) Los consecuencialistas suelen representar la posición propia del utilitarismo, es decir, a la hora de decidir una actuación hay que tratar de lograr los mayores beneficios tangibles para el mayor número. Para los consecuencialistas puede estar justificado actuar contra Gadafi, porque hay opciones reales de derrotarlo, y no contra Almadineyad en Irán o contra Corea del Norte, ya que las consecuencias podrían ser catastróficas. Los consecuencialistas también entenderían que está más justificado intervenir en países de los que depende la estabilidad económica mundial –por el petróleo- que en países irrelevantes en ese sentido.
c) Y finalmente está la prudencia clásica, denostada por unos y otros. Ser prudente exige actuar movido por principios, pero sin ser ciego a las circunstancias a la hora de deliberar con el fin de tomar una decisión. El prudente sabe que no está bien matar a un inocente, pero no puede desconocer que hay circunstancias excepcionales en las que uno se ve obligado a tomar decisiones que pueden exigir su sacrificio, como sucede en el caso del avión de pasajeros.
Convendría no olvidar esta distinción a la hora de analizar cualquier problema práctico, y especialmente aquellos relacionados con la política internacional. Ahora bien, en la medida en que la prudencia exige conocer con detalle las circunstancias específicas del caso para decidir bien y habitualmente los ciudadanos no tenemos acceso a ellas, no nos queda más remedio que confiar en principio en el criterio de nuestros gobernantes y fiscalizar su actuación a posteriori, eso sí con el máximo rigor.
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viernes, 18 de marzo de 2011
"La noche de los tiempos", estupenda novela de Muñoz Molina
Compré esta novela porque sabía que estaba ambientada en los últimos años de la II República y en el comienzo de la Guerra Civil, y tenía curiosidad por aproximarme a esa época turbulenta desde la siempre interesante perspectiva que proporciona la ficción. Además, todavía no había leído ninguna obra de Antonio Muñoz Molina y me picaba la curiosidad. ¡Qué gran acierto, lector! La novela es estupenda, pero sin duda lo más importante para mí ha sido descubrir al mejor escritor vivo que conozco. Antonio Muñoz Molina logra algo que se me antojaba muy complicado: escribir sobriamente utilizando frases largas, a veces casi diría kilométricas, pero bien construidas y cargadas de sentido. Pero más que su estilo yo destacaría aquello que verdaderamente nos muestra que estamos ante un escritor: la manera que tiene Muñoz Molina de aproximarse a la realidad, captar sus matices y transmitirlos al lector. Sus largas y densas descripciones no cansan porque muestran siempre un punto de vista interesante y tremendamente enriquecedor, tal como sucede, por ejemplo, en clásicos como Victor Hugo. Por su capacidad para captar los matices de lo real, yo diría que Antonio Muñoz Molina es un Azorín de frase larga.
En “La noche de los tiempos” Muñoz Molina refleja con bastante rigor el clima de confrontación civil que presidió la vida española en los años 35 y 36, y que finalmente desembocó en una guerra abierta. Todo ello narrando con maestría la historia de amor adúltero de un arquitecto socialista –de la minoría moderada del partido, que en esos años estaba abiertamente lanzado a la revolución- de cerca de cincuenta años con una joven norteamericana fascinada por España. La narración es magistral, la historia verosímil y bien trabada, los personajes bien construidos, profundos y reales. En definitiva, excelente novela que sin embargo no figura entre las más vendidas. ¿Sorpresa? En absoluto. Todos aquellos que recomiendan libritos como “La sombra del viento” o “El tiempo entre costuras”, que es a la literatura lo que un bocadillo sabroso a la gastronomía, harán bien en contrastar la lectura de este tipo de novelas con “La noche de los tiempos”. Así podrán darse cuenta de la diferencia que hay entre autores muy respetables que escriben novelas entretenidas y un escritor con mayúsculas.
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