El sábado por la tarde fui con mi amigo Óscar a tomar un café en Valencia. Serían las 18.30 y el local estaba vacío. Él pidió una coca-cola cero y yo un poleo menta. Llegó el momento de pagar y por el poleo me pidieron 1.20 euros. Como empleado público cabreado por ser cada día más pobre, me he impuesto una espartana política de gastos personales, casi podría decirse que estoy en una permanente una huelga de consumo, así que no sé cuáles son los precios habituales. A mí me pareció que 1.20 por un poleo es un precio desorbitado, y mucho más en los tiempos que corren. No adelanten un sentimiento de vergüenza ajena prematuro: pagué religiosamente, pero, eso sí, protesté por el precio. Le dije a la empleada que estaba en la barra que me parecía carísimo. Y eso es lo que les quería sugerir con este post. Si algo les parece caro, no se callen, háganselo saber al vendedor y, si es posible, no vuelvan por ahí. Por otra parte, es una imprudencia no ajustar los precios. Ganar un cliente cuesta mucho, pero perderlo es cuestión de un momento.
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