viernes, 28 de diciembre de 2012

Luis Miguel Dominguín

Ortega comienza "Mirabeau o el político" explicando que su fascinación por este personaje se debe a que percibe en él el contrapunto a su forma de ser. Lo entiendo muy bien. Yo también admiro a muchas personas -vivas o muertas- cuyo carácter difiere enormemente del mío y poseen unas cualidades que, si bien no envidio, sí que contemplo con admiración desde la distancia. Una de ellas es Luis Miguel Dominguín (1926-1996), un gran torero de personalidad arrolladora y gran vitalidad. No se dejaba impresionar por nadie, ni siquiera por Picasso -miren en YouTube la entrevista en la que cuenta la anécdota en la que dejó esperando a Picasso-. Era, además, un amigo leal y generoso, como se refleja en el libro "La puerta de la esperanza", escrito por José Luis Olaizola con base en las conversaciones mantenidas con  Juan Antonio Vallejo-Nágera (amigo íntimo de Dominguín) pocos meses antes de morir. Dominguín me fascina por su decidida voluntad de "comerse el mundo", de disfrutar con nobleza y cierta pillería de todo aquello que la vida nos puede ofrecer. En otras personas ciertas actitudes de Dominguín pasarían por frivolidades, pero su autenticidad lo hacía imposible. Probablemente fuera esa autenticidad lo que cautivó a Picasso o al mismo Franco. En ocasiones, pienso en cómo abordaría Dominguín cierta situación y me hace gracia, porque mi reacción y la que imagino que él tendría son completamente distintas, quizá lo mismo que le pasaba a Ortega cuando pensaba en Mirabeau.

domingo, 16 de diciembre de 2012

El rescate, cada día más lejos

Sí. Y no porque la economía mejore y no se necesite, sino porque cuanto más tiempo pase dicha petición supondría el reconocimiento del fracaso de Rajoy. El presidente no puede dejar pasar año y medio gobernando y luego reconocer que sus políticas han sido incapaces de evitar la petición de ayuda. Prefiero que sigamos esperando, creo que Rajoy acierta resistiéndose, cosa lógica por cierto, ya que no tiene garantías suficientes de que el rescate sea aprobado por todos los países. En el epicentro de la crisis, la esperanza pasa por lograr que los datos de déficit de 2012 sean buenos.

lunes, 3 de diciembre de 2012

¡Tú decides!

Incorporo al blog el artículo "¡Tú decides!" que, si mal no recuerdo, publiqué en el diario Las Provincias en 2006. Creo que puede ser de interés para mis alumnos de "Filosofía del Derecho" y también para los de "Teoría y Formas Políticas".


¡Tú decides!

Estaba sentado en la playa tratando de disfrutar de la lectura; pero era inútil. A unos treinta metros, un niño, ante la absoluta indiferencia de su padre, se entretenía apretando una y otra vez el botón de la ducha de los bañistas. La dolorosa hemorragia acuil acabó por agotar las reservas de mi paciencia. Me levanté y fui directo hacia el padre tratando de contener mi indignación. Con toda corrección, le recordé que estábamos padeciendo una grave sequía y que no se debía malgastar agua. El hombre, completamente sulfurado, me ladró que él era de la Comunidad Valenciana –quizá se habría pensado que yo era un guiri- y que pagaba sus impuestos. Imposible dialogar; di media vuelta y regresé a mi sillita de playa con la conciencia tranquila. Desde allí escuché las bravatas de aquel infeliz que, en pleno retorno a la infancia, emulaba a su hijo apretando incesantemente el botón. 

Quizá les parezca evidente que este hombre no tenía derecho a derrochar agua impúdicamente, por muchos impuestos que pagara. Pero, pensémoslo más detenidamente, ¿por qué no? Al fin y al cabo era una ducha pública y no figuraba ningún cartel que restringiera su uso. Ni siquiera una de esas recomendaciones, con las que topo diariamente en los lavabos de mi Universidad, en las que se aconseja consumir agua responsablemente con un curioso “¡tú decides!” de apostilla. 

Lo cierto es que, por extraño que parezca, la actuación de este hombre respondió a una idea bastante generalizada en nuestros días, según la cual todo lo que no está explícitamente prohibido, está permitido; y, dando un paso más, si está permitido quiere decir que se tiene derecho a hacerlo. La libertad individual goza así de las máximas garantías, pues la única fuente de la que podría emanar un deber jurídico serían las normas coactivas provenientes del poder público. Más allá, sólo quedaría la bienintencionada apelación al “¡tú decides!”, que parece remitir a una instancia moral que actuaría como coto vedado frente a las injerencias de quijotes cívicos o buenos samaritanos, impertinentes en cualquier caso. No es que la moral haya desaparecido del horizonte, entiéndase bien, sino que progresivamente se ha ido privatizando. Uno topa con diversas concepciones morales, es decir, de lo bueno y de lo malo, a las que puede adscribirse sin tener que dar explicaciones a nadie. Este fenómeno hace que, más allá de lo que prescriben las leyes y los usos sociales, la sombra de la anomia se extienda por la vida colectiva. Así se explica que en el cartelito del lavabo no se utilice un imperativo como “¡ahorre agua!” o “debes ahorrar agua”, perfectamente lógicos y plenamente justificados, y se opte por el timorato, aunque políticamente correcto, “¡tú decides!”. 

La privatización de la moral constituye un fenómeno complejo que, sin duda, obedece a diversas causas. Quizá sea Kelsen (1881-1973) uno de los autores que más ha contribuido a potenciarlo, al ligar relativismo moral y democracia. Este filósofo del derecho, probablemente el más influyente del pasado siglo, sostuvo reiteradamente que todo aquel que cree en una verdad absoluta se orienta hacia una actitud autocrática. Dicho en otros términos, la asunción de una determinada concepción moral como absolutamente verdadera representa un riesgo para la democracia. De este modo, cabría pensar que un buen demócrata es aquel que en su casa y con sus afines dice lo que piensa, pero que, consciente de que no hay verdades absolutas, renuncia a convencer a nadie. Por ello, no es casualidad que, en un alarde de mistificación, con frecuencia nos encontremos con que alguien que no ha renunciado a sus convicciones, y además osa exponerlas y defenderlas argumentalmente con la máxima energía, pueda ser hoy tachado de fascista. 

En definitiva, dada la privatización de la moral a la que asistimos, fácilmente se podría llegar a la conclusión de que, al levantarme de la silla e ir a cantar las verdades del barquero a aquel hombre, actué de manera intolerante y prepotente; nada menos que consideraba absolutamente malo lo que estaba haciendo, y pretendía convencerle de que renunciara a su acción (en este caso omisión). Intolerable; aquél era un genuino demócrata que pagaba sus impuestos sin meterse en la vida de los demás, al contrario de lo que yo hacía. Además, con su referencia a los impuestos me estaba recordando que sólo mediante una norma clara y precisa, elaborada democráticamente, se podría haber prohibido el uso ad libitum de la ducha. En fin, quizá les parezca excesiva mi irónica autocrítica: ¡ustedes deciden!

sábado, 1 de diciembre de 2012

Recorte a los pensionistas y pacto de Estado a la papelera

Dado que el objetivo es cumplir con el déficit -ojalá se logre-, no puede extrañar que el gobierno no revalorice las pensiones conforme al IPC de noviembre. Pero hay que ser conscientes de que este recorte es especialmente grave, no tanto por su cuantía, sino porque supone incumplir un pacto de Estado, el pacto de Toledo. Es verdad que ya lo hizo Zapatero en su día, siendo dicho incumplimiento duramente criticado por Rajoy. Ahora vuelve a suceder lo mismo y esto es muy grave. Si el gobierno preveía que podía ser necesario adoptar esta medida, creo que debía haberlo comunicado previamente al resto de partidos convocando el pacto de Toledo. No creo que fuera mucho pedir explicar cuál es la situación y poner las cartas boca arriba. Para mí es incomprensible, sobre todo cuando muy probablemente no vas a tener más remedio y se puede entender que toda la sociedad, incluidos los pensionistas, se vean afectados por los recortes.