He leído que la Consellera de
Educació de la Generalitat de Catalunya ha declarado, con relación al suceso
del instituto Joan Fuster, que ha muerto un profesor, pero que la gran víctima
es el niño que le mató. No salgo de mi asombro. Es lamentable que el niño actuara
así por razón de una enfermedad, y hay que adoptar las medidas necesarias para
ayudarle, pero no dejo de pensar en el profesor muerto y en su familia, sobre
todo después de ver la foto en la que su cadáver es sacado del edificio metido
en una bolsa de plástico sujetado por trozos de cinta aislante. Miro la foto y por
las formas imagino dónde están los pies y la cabeza que entraron vivos ese día
sin sospechar que todo acabaría así. Dicen que llevaba dos semanas trabajando
en el Instituto, realizando una sustitución. De la manera más insospechada
llega “el día señalado”, como dice la letra de la canción “Morir todavía”, de
Héroes del Silencio. Lo mismo que les pasó a los pasajeros de vuelo a Düsseldorf. El profesor es la gran víctima, el hombre al que se le fue
la vida cuando entró por esa puerta del aula al oír los gritos y recibió una
puñalada mortal en el pecho. Imagino ese segundo en el que llegas a saber que todas tus ilusiones y proyectos se van y, quizá, solo te da tiempo para un último pensamiento de sorpresa en el que no comprendes cómo es posible que te pase eso cuando no era el momento. Entonces te das cuesta de lo frágil que es la vida, del regalo que significa estar vivo y que tu corazón siga latiendo.