En una entrevista televisiva, hablando de la situación política, José Antonio Marina dijo algo que, aunque archisabido, no deja de impresionar: desde la Transición nunca un argumento ha servido para cambiar el voto de un diputado. Realmente impacta, porque vemos nuestra democracia sin ropajes ni aderezos: un juego de fuerzas lo más incruento posible en el que el voto de los ciudadanos se convierte en la fuerza motriz. Si los argumentos sirven para convencer a los ciudadanos, se utilizarán; si es más eficaz la mentira, algunos no dudarán en recurrir a ella. Así es la política que conocemos. No nos resignemos, tratemos de mejorarla en la medida de nuestras posibilidades, pero no confundamos los deseos con la realidad.
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