viernes, 6 de agosto de 2010

El cuaderno rojo de Franco

Acabo de terminar de leer el libro “Franco, mi padre”, de Jesús Palacios y Stanley G. Payne, en el que se recoge el testimonio de Carmen Franco, la hija del caudillo, y se examina la figura de Franco, según los autores, la última gran figura del tradicionalismo español y el artífice de la mayor modernización vivida por España en toda su historia. Últimamente está apareciendo bibliografía que examina la figura de Franco con mayor ecuanimidad, y no estoy lejos de coincidir con Fraga en que en los próximos años veremos cada vez con mayor frecuencia como surgen voces en el ámbito público que valoran positivamente muchos aspectos de su figura y de su obra, sin que por ello se niegue u obvie lo negativo.

Cuenta Carmen Franco que cuando su padre viajó desde su Galicia natal a Madrid quedó impresionado por la extrema sequedad de Castilla. Es sabido que Franco se empeñó en poner en marcha grandes obras hidráulicas –los famosos pantanos del caudillo- para paliar este grave problema nacional. Quizá quede en un segundo plano, pero durante el franquismo también se realizó un importante esfuerzo reforestador. Mi padre me lo comentó en más de una ocasión cuando viajábamos en coche. Me decía que toda esa zona que veía por la ventanilla se reforestó en tiempos de Franco. Su hija confirma, como no podía ser de otra forma, la obsesión de su padre por reforestar España y combatir esa imagen de gran páramo que tanto le había impresionado. Pero el dato es en esta ocasión ilustrado con un detalle revelador de un determinado carácter. Franco recorría España normalmente en coche –el avión no le gustaba demasiado a su esposa-, y en esos viajes llevaba un cuaderno rojo en el que apuntaba las zonas peladas que iba encontrando. Luego preguntaba si esas tierras eran de alguien, y si no eran propiedad privada ordenaba que plantaran árboles. Me ha llamado la atención este comportamiento porque es propio de alguien verdaderamente preocupado por la cosa pública. No viaja por España pensando sólo adónde va y lo que tiene que hacer, sino que el viaje se convierte en una oportunidad para auscultar España sobre el terreno y poner remedio a uno de sus problemas.

Hoy los altos cargos políticos –me consta de muchos de ellos- recorren las carreteras españolas a toda velocidad mientras hablan por el móvil, organizan su agenda, repasan su discurso, etc., sin prestar la menor atención al paisaje. A mí me pasa como a Franco. Soy incapaz de viajar en autobús, en tren o en avión sin observar continuamente el paisaje para tomar nota de todo: el estado de las casas, la suciedad, la vegetación, el sentido estético que predomina, la orografía, etc. Si fuera gobernante tomaría nota de todo y procuraría buscar soluciones, lógicamente en la medida de mis posibilidades. Y es que un gobernante que no mira la realidad que le rodea con vistas a mejorarla no es un verdadero gobernante. Como decía cierto alcalde de Nueva York: “si un gorrión se muere en Central Park, me siento responsable”.

martes, 3 de agosto de 2010

Sobre las críticas de Paco Camino al Rey

Hay quienes después de más de tres décadas todavía siguen creyendo ingenuamente que el Rey puede hacer algo más que limitar su labor al discurso de nochebuena y a aceitar las relaciones con los dirigentes de algunas naciones extranjeras, y singularmente con los de las naciones hispanas –que no incluyo entre las extranjeras, naturalmente-. Uno de los últimos que parece haberse caído del guindo ha sido el torero Paco Camino, que ha cargado contra el Rey Juan Carlos por no decir ni mu –nunca mejor dicho- ante la prohibición de la fiesta nacional –Rajoy habla de los toros, por supuesto- en Cataluña. Camino parece darse cuenta de que el Rey sobra si no sirve para defender lo que para él constituye una seña de identidad nacional. De ahí que haya dicho eso de que el Rey “come de la sopa boba y no se moja”.

Uno de los grandes errores de la Constitución del 78 es la liquidación de la función de la monarquía como cabeza y defensor de la Nación. Sobre esta cuestión Julián Marías dejó escritas unas páginas memorables en la selección de artículos publicados en su libro “La España real. Crónicas de la Transformación Política”. Con ocasión de los debates sobre la nueva España democrática, Marías reflexionó sobre el papel de la monarquía en artículos como “¿Jefe del Estado o cabeza de la Nación?”, “Constitución de una monarquía nueva” o “La función social de reinar”. Según Marías, el Rey antes que Jefe del Estado constituye la cabeza de la Nación –que es previa al Estado- y es por tanto su principal garante y valedor frente a los excesos del poder político. Cuando leí estas páginas, permítanme el inciso, pensé que hubiera sido muy positivo que las funciones del defensor del pueblo hubieran recaído en el Rey. Escribe Marías: “el Rey es titular de una magistratura social –antes que política- como «cabeza de la nación», en él se personifica ésta como sociedad, como proyecto histórico, como comunidad humana en continuidad histórica”. Esta visión de la monarquía como magistratura social tiene una indudable repercusión práctica que no se puede acomodar al papel decorativo al que actualmente parece reducida por obra de una Constitución que más que consagrar una monarquía constitucional vacía de sentido la función social de reinar.

El Rey debería actuar prudentemente en defensa de la Nación. Justo aquello que demanda Paco Camino cuando dice que “no se moja”. Sin duda mojarse le acarrearía las críticas de los numerosos enemigos que hoy tiene la Nación española, sobre todo en el interior. Por eso es importante que sus intervenciones sean siempre prudentes, es decir, fruto de un profundo conocimiento del asunto en cuestión, y tras haber deliberado oportunamente. Esas intervenciones deberían aureolar de prestigio, de bien ganada autoridad, la figura del monarca y temer su desaprobación. Como señala Marías, ahí radica la función social de reinar: “¿Quién podría resistir la desaprobación de un Rey impecable, fiel a su misión, inaccesible a la lisonja, insobornable? ¿No movilizaría las energías íntegras de la nación, de manera que hiciese imposible todo quebrantamiento de la Constitución, toda opresión, toda subversión, todo intento de desmantelar este cuerpo social, animado por el mismo proyecto colectivo, que llamamos España?”.

lunes, 2 de agosto de 2010

La interpretación de lo común

Creo que los pocos lectores que permanecen fieles al blog merecen una explicación del prolongado silencio que he mantenido durante estos últimos meses. A veces, como decía Ortega, guardar silencio es una forma de expresarse. En mi caso no se trata de eso, sino de una circunstancia personal que ha cambiado profundamente mi vida: he sido padre y el cuidado de mi hija apenas me deja tiempo libre que dedicar al blog. Espero familiarizarme pronto con el arte del biberón y el eructo, que es una tarea verdaderamente dura, y poder tener algunos minutos para seguir con el blog.

Hay algunos temas que tengo ganas de abordar. Alguno de ellos ha recibido atención en entradas previas. Ahí están entre otros la decisión del parlamento catalán de prohibir los toros, tal como pronostiqué que sucedería, o la salida de Iraq de las tropas estadounidense. Pero el verano, y la vida cotidiana –en seguida me entenderán- me ha puesto en bandeja un tema que considero del máximo interés, un cabo de hornos en la organización de la vida colectiva: la interpretación de lo común.

En función de cómo una sociedad interprete lo común la vida colectiva, y por tanto la vida también individual –pues lo colectivo forma parte de lo individual- puede cambiar radicalmente. Antes de elegir dónde vivir aconsejaría a cualquier persona que indagara cómo se interpreta lo común en la ciudad o el país al que uno desea trasladarse. En los post de un blog lamentablemente hay que simplificar en aras a la brevedad, así que diré que hay dos formas opuestas de ver lo común. En primer lugar está aquella que interpreta que lo común es una prolongación de lo privado de la que participan todos aquellos que comparten aquello que es común. En segundo lugar está la visión de lo común como una realidad sustancialmente distinta a lo privado, que lo supera y requiere por tanto un especial cuidado para facilitar su disfrute.

Quizá un ejemplo cotidiano y muy habitual en estas fechas veraniegas ayude a entender la diferencia. En estos últimos años han proliferado las comunidades de propietarios que comparten elementos comunes tales como piscina, pista de padel, jardín, etc. La regulación del uso de los elementos comunes es una excelente oportunidad para ilustrar el problema. Como paradigma de la primera interpretación está aquel vecino que ve la piscina como un bien que, en tanto común, puede disfrutar a su antojo, pues si es común, y él forma parte del colectivo en cuestión, también es suyo. Así, este individuo considera perfectamente lícito invitar a la piscina a sus ocho hermanos con sus respectivas familias todos los días que se le antoje, y lógicamente admite la posibilidad de que otros vecinos hagan exactamente lo mismo. Una visión completamente diferente tiene el vecino que considera que al ser la piscina un elemento común no puede hacer uso de ella como si se tratara de un bien privado. Por eso no se le ocurre invitar constantemente a todos sus familiares, pues acertadamente –como ven me posiciono- piensa que lo común exige un cuidado y un respeto especial precisamente por ser de todos y no ser de nadie en particular.

¿Qué interpretación domina en España? En efecto, pienso que claramente la primera, y eso pone de relieve que mientras sea así España no puede ser un país con una elevada calidad de vida; y también que si uno quiere ser feliz en la piel de toro tiene que tomar sus decisiones evitando en la medida de lo posible introducir elementos comunes en su vida, pues estos luego se convierten en una cabeza de puente para la invasión agresiva de aquellos que prolongan en lo común sus vicios particulares y su mala educación.

domingo, 11 de julio de 2010

La manifestación de ayer en Barcelona

Hace unos cincuenta años, en Madrid, hubo una manifestación que congregó a un millón de personas en las calles madrileñas. Eisenhower visitaba España y daba un respaldo definitivo al régimen de Franco. Este acontecimiento histórico puede mostrarnos que no es difícil reunir a un millón de personas en una manifestación, especialmente cuando se dominan los resortes del poder.

Sin embargo, parece que muchos siguen sin enterarse e interpretan los movimientos sociales desde esquemas periclitados. Así, tradicionalmente se ha pensado que las manifestaciones masivas muestran el sentir de una sociedad. En algunos casos puede ser cierto, pero actualmente me parece que este tipo de manifestaciones convocadas por partidos políticos son más bien el reflejo de una preocupante falta de vigor social, y del sometimiento a las consignas de los partidos políticos. Si se piensa en los miles de ayuntamientos que en Cataluña están gobernados por partidos nacionalistas (incluyo al PSC), es fácil controlar y movilizar a un millón de personas. Los organizadores de actos y manifestaciones presionan activamente a todo tipo de conocidos para que asistan (un servidor, y seguro que muchos de ustedes también, ha conocido ese tipo de presión). La sociedad se manifiesta con mucha más libertad a la hora de votar. El millón de asistentes (o los que realmente fueran, que quizá sean menos) a la manifestación de ayer en Barcelona representa el núcleo del nacionalismo catalán, es decir, alrededor del quince por ciento de la población. Sólo así se explica que a la hora de votar el Estatut más de la mitad se quedara en casa.

¿No cabe extraer ninguna enseñanza de la manifestación de ayer? En mi opinión, ninguna sorpresa, y sólo una conclusión importante que vengo señalando reiteradamente en el blog: los españoles estamos huérfanos de partidos políticos verdaderamente nacionales, porque el PSOE no lo es, como todo el mundo sabe, y el PP hace sus cálculos en clave autonómica y dimite de una posición política verdaderamente nacional.

miércoles, 12 de mayo de 2010

¡Menos mal que no éramos Grecia!

Un país que se respete a sí mismo no puede permanecer impasible y aguantar un día más a un sinvergüenza como Zapatero, quien es capaz de cambiar de parecer en poco más de una semana, y pasar de negar que se vayan a aplicar recortes sociales a recortar el sueldo a los funcionarios, congelar las pensiones y eliminar el cheque-bebé. A ello hay que añadir que nos sube el IVA, que todos pagamos por igual.

A los españoles nos dolería, pero podríamos entender la necesidad de hacer sacrificios importantes si desde el principio se nos hubiera dicho la verdad, en lugar de derrochar con el plan E de los cojones.

Alguien podría pensar que por fin Zapatero ha dicho la verdad. Pues no. Habrán leído o escuchado que según el gobierno estas medidas servirán para impulsar la recuperación y consolidar el crecimiento. ¿Cómo se puede decir semejante barbaridad? Estos recortes no pueden en modo alguno favorecer el crecimiento, pues es evidente que el consumo se a resentir; en realidad, se trata de evitar la suspensión de pagos, ni más ni menos. ¡Menos mal que no éramos Grecia!

El recorte

Ya ven que no sale gratis instalar a un incompetente en La Moncloa. Al final, después de tirar el dinero en rotondas, zanjas, carteles anunciadores de las zanjas, campos de césped artificial y demás chorradas que en total prácticamente supusieron lo que ahora hay que ahorrar, pagan el pato los de siempre. ¡Nada menos que un recorte de un 5% en el sueldo de los empleados públicos! ¡Pues menos mal que no estábamos tan mal, Dios mío! Y luego la supresión del cheque-bebé, en lugar de reformarlo y destinarlo sólo a españoles necesitados de esa ayuda. Los ministerios estúpidos siguen ahí, al igual que las subvenciones a la memoria histórica, al mapa del clítoris y a mil imbecilidades más. Veremos cómo reaccionan los votantes de este individuo…

sábado, 8 de mayo de 2010

La magia del oboe

Es difícil establecer jerarquías estéticas entre los instrumentos musicales. Todos ellos han protagonizado momentos musicales sublimes que conservamos en la memoria. Sin embargo, no se puede negar que el piano tiene un rango muy superior a un fagot o a una trompa. Una posición muy destacada ocupa también la guitarra, el violín y, quizá, también el arpa. Pero me parece que ninguno de ellos se puede comparar con el sonido mágico del oboe. Cuando el oboe suena, su sonido se eleva sobre el resto de los instrumentos como una amapola silvestre sobre la verdura del campo.

No había reparado en este instrumento hasta que en la película “Amadeus” Salieri (magistralmente interpretado por F.Murray Abraham), comentando una pieza de Mozart, describe la sorprendente y genial irrupción del sonido del oboe. Salieri se deleita en el recuerdo de ese sonido inolvidable. Hace poco compré cinco cds de música variada. Uno de ellos incluye el tema central de la película “La Misión”. Son poco más de dos minutos de una belleza cautivadora. Al escucharlo, sorprendido por la belleza del sonido, me preguntaba qué instrumento podía sonar así, y, en efecto, era el oboe. De hecho la pieza se titula “Gabriel´s oboe”. ¿No la conocen? Les pongo un par de enlaces para que recuerden.

http://www.youtube.com/watch?v=xBLbH6vRwk8