domingo, 11 de julio de 2010

La manifestación de ayer en Barcelona

Hace unos cincuenta años, en Madrid, hubo una manifestación que congregó a un millón de personas en las calles madrileñas. Eisenhower visitaba España y daba un respaldo definitivo al régimen de Franco. Este acontecimiento histórico puede mostrarnos que no es difícil reunir a un millón de personas en una manifestación, especialmente cuando se dominan los resortes del poder.

Sin embargo, parece que muchos siguen sin enterarse e interpretan los movimientos sociales desde esquemas periclitados. Así, tradicionalmente se ha pensado que las manifestaciones masivas muestran el sentir de una sociedad. En algunos casos puede ser cierto, pero actualmente me parece que este tipo de manifestaciones convocadas por partidos políticos son más bien el reflejo de una preocupante falta de vigor social, y del sometimiento a las consignas de los partidos políticos. Si se piensa en los miles de ayuntamientos que en Cataluña están gobernados por partidos nacionalistas (incluyo al PSC), es fácil controlar y movilizar a un millón de personas. Los organizadores de actos y manifestaciones presionan activamente a todo tipo de conocidos para que asistan (un servidor, y seguro que muchos de ustedes también, ha conocido ese tipo de presión). La sociedad se manifiesta con mucha más libertad a la hora de votar. El millón de asistentes (o los que realmente fueran, que quizá sean menos) a la manifestación de ayer en Barcelona representa el núcleo del nacionalismo catalán, es decir, alrededor del quince por ciento de la población. Sólo así se explica que a la hora de votar el Estatut más de la mitad se quedara en casa.

¿No cabe extraer ninguna enseñanza de la manifestación de ayer? En mi opinión, ninguna sorpresa, y sólo una conclusión importante que vengo señalando reiteradamente en el blog: los españoles estamos huérfanos de partidos políticos verdaderamente nacionales, porque el PSOE no lo es, como todo el mundo sabe, y el PP hace sus cálculos en clave autonómica y dimite de una posición política verdaderamente nacional.

miércoles, 12 de mayo de 2010

¡Menos mal que no éramos Grecia!

Un país que se respete a sí mismo no puede permanecer impasible y aguantar un día más a un sinvergüenza como Zapatero, quien es capaz de cambiar de parecer en poco más de una semana, y pasar de negar que se vayan a aplicar recortes sociales a recortar el sueldo a los funcionarios, congelar las pensiones y eliminar el cheque-bebé. A ello hay que añadir que nos sube el IVA, que todos pagamos por igual.

A los españoles nos dolería, pero podríamos entender la necesidad de hacer sacrificios importantes si desde el principio se nos hubiera dicho la verdad, en lugar de derrochar con el plan E de los cojones.

Alguien podría pensar que por fin Zapatero ha dicho la verdad. Pues no. Habrán leído o escuchado que según el gobierno estas medidas servirán para impulsar la recuperación y consolidar el crecimiento. ¿Cómo se puede decir semejante barbaridad? Estos recortes no pueden en modo alguno favorecer el crecimiento, pues es evidente que el consumo se a resentir; en realidad, se trata de evitar la suspensión de pagos, ni más ni menos. ¡Menos mal que no éramos Grecia!

El recorte

Ya ven que no sale gratis instalar a un incompetente en La Moncloa. Al final, después de tirar el dinero en rotondas, zanjas, carteles anunciadores de las zanjas, campos de césped artificial y demás chorradas que en total prácticamente supusieron lo que ahora hay que ahorrar, pagan el pato los de siempre. ¡Nada menos que un recorte de un 5% en el sueldo de los empleados públicos! ¡Pues menos mal que no estábamos tan mal, Dios mío! Y luego la supresión del cheque-bebé, en lugar de reformarlo y destinarlo sólo a españoles necesitados de esa ayuda. Los ministerios estúpidos siguen ahí, al igual que las subvenciones a la memoria histórica, al mapa del clítoris y a mil imbecilidades más. Veremos cómo reaccionan los votantes de este individuo…

sábado, 8 de mayo de 2010

La magia del oboe

Es difícil establecer jerarquías estéticas entre los instrumentos musicales. Todos ellos han protagonizado momentos musicales sublimes que conservamos en la memoria. Sin embargo, no se puede negar que el piano tiene un rango muy superior a un fagot o a una trompa. Una posición muy destacada ocupa también la guitarra, el violín y, quizá, también el arpa. Pero me parece que ninguno de ellos se puede comparar con el sonido mágico del oboe. Cuando el oboe suena, su sonido se eleva sobre el resto de los instrumentos como una amapola silvestre sobre la verdura del campo.

No había reparado en este instrumento hasta que en la película “Amadeus” Salieri (magistralmente interpretado por F.Murray Abraham), comentando una pieza de Mozart, describe la sorprendente y genial irrupción del sonido del oboe. Salieri se deleita en el recuerdo de ese sonido inolvidable. Hace poco compré cinco cds de música variada. Uno de ellos incluye el tema central de la película “La Misión”. Son poco más de dos minutos de una belleza cautivadora. Al escucharlo, sorprendido por la belleza del sonido, me preguntaba qué instrumento podía sonar así, y, en efecto, era el oboe. De hecho la pieza se titula “Gabriel´s oboe”. ¿No la conocen? Les pongo un par de enlaces para que recuerden.

http://www.youtube.com/watch?v=xBLbH6vRwk8

sábado, 24 de abril de 2010

Lo de Garzón

Creo que la campaña que estamos viviendo a favor de Garzón es la mayor siembra de discordia entre españoles que se ha producido en los últimos treinta y cinco años. Algo verdaderamente gravísimo basado en falsedades y sectarismo. Que hay algo más que indicios de prevaricación en la actuación de Garzón es evidente para todo aquel jurista que se haya tomado la molestia de leer su auto y el brillantísimo recurso que interpuso el fiscal al mismo. También merece una valoración altamente positiva el impecable auto del juez Varela.

El acto de juzgar exige juicios de valor, pero en modo alguno esos juicios pueden traducirse en arbitrariedad, que es exactamente lo que sucede cuando se realizan interpretaciones contrarias a la jurisprudencia y al sentido común como, por ejemplo, el intento garzonil de pretender calificar las “desapariciones” como si se tratara de un delito de detención ilegal. Y así podríamos seguir, aunque quizá lo más grave, como destaca acertadamente el juez Varela, es la forma en que Garzón ha pretendido obviar la existencia de las leyes de amnistía aprobadas durante la transición, que como es sabido fueron el resultado de un gran consenso nacional. Como dice el fiscal en el recurso que presentó al auto de Garzón, todo intento de trazar una analogía entre la amnistía española y las leyes de punto final de las dictaduras del cono sur americano es un auténtico disparate.

La defensa de Garzón ha sido la excusa para que salgan a pasear reivindicaciones esperpénticas como las que reclaman el fin de la impunidad de los crímenes franquistas. Y es un esperpento porque no se puede ignorar en primer lugar la citada amnistía (afirmar que fue impuesta por los herederos del régimen es sencillamente falso); en segundo lugar, porque se trata de ajusticiamientos que tuvieron lugar en su inmensa mayoría hace casi ¡setenta años!; en tercer lugar porque no se puede obviar que fueron cometidos tras una Guerra Civil en la que el bando republicano fue también gravemente criminal; y en cuarto lugar porque ninguno de los dirigentes franquistas de aquella época (los años cuarenta) está vivo. Estamos ante una aberración sectaria que le viene de perlas a Zetapé para movilizar a su electorado, al que poco le importa la concordia entre españoles si puede seguir instalado en el poder.

Finalmente, me parece lamentable que buena parte de la opinión pública (por ejemplo, mi amigo Melquíades) esté siendo víctima fácil de la distorsionada y falaz presentación de los hechos que están realizando los medios de izquierda y los defensores de Garzón. Es fácil dejarse seducir por consignas que presentan a Garzón como un adalid de una causa justa e ignoran con irresponsabilidad criminal que la sociedad española hace más de treinta años decidió no utilizar el pasado como arma política de confrontación.

El velo islámico en los colegios

No puedo decir que me sorprenda la polémica que ha generado estos días la prohibición del velo islámico en un colegio. A mi juicio la solución es clara: como certeramente ha declarado el portavoz de la conferencia episcopal española, las niñas tienen derecho a asistir a clase con el velo. En efecto, el derecho a la libertad religiosa no se ejerce únicamente en un ámbito privado, sino que toda persona tiene derecho a vivir conforme a sus creencias respetando la estructura de la sociedad en que se halla. En este caso no veo que asistir a clase con un velo impida un normal desarrollo de la enseñanza, al margen de que dicha prenda no simboliza ninguna sumisión de la mujer que vedaría nuestra Constitución.

Algunas opiniones insisten en que hay que respetar el reglamento del centro, y otras inciden en que si nadie puede vestir a su antojo también es lícito prohibir el velo. Ambos argumentos son fácilmente refutables. Como es evidente, el derecho a la libertad religiosa –del que también son titulares los menores de edad- consagrado en la Constitución no puede ser vulnerado por un simple reglamento escolar. Por otra parte, es razonable que los colegios puedan establecer normas respecto a la vestimenta de sus alumnos y decidir, por ejemplo, que venir a clase con una camiseta zarrapastrosa no es adecuado, o exigir uniforme. Ahora bien, no hay que olvidar que el zarrapastroso no ejerce el derecho a la libertad religiosa, y que la exigencia de uniforme es compatible con llevar el velo. Si en lugar del velo se tratara de una prenda religiosa que impide llevar el uniforme de un centro el asunto adquiriría un nuevo cariz. Aquí habría que plantearse el papel que desempeña el uniforme en el proceso de enseñanza, y la posibilidad de adaptar el uniforme a las exigencias de vestimenta propias de la religión en cuestión.

Pero sin duda en este tema lo más importante es subrayar que el hecho de que finalmente las niñas acudan al colegio con el velo es una muestra de la fortaleza de nuestra democracia, y en modo alguno una cesión más frente al mundo musulmán. El respeto y la valoración positiva del fenómeno religioso enriquece nuestra sociedad, cosa que como es sabido no sucede con el laicismo beligerante francés que pretende erradicar los símbolos religiosos del espacio público. Precisamente por ello no me sorprende en absoluto que la conferencia episcopal haya defendido públicamente el derecho a acudir a clase con el velo islámico, pues como ustedes saben Zetapé pretende aprobar próximamente una nueva ley de libertad religiosa. Para echarse a temblar…

viernes, 23 de abril de 2010

Zapatero y Rajoy en clave generacional

A pesar de que la crisis parece haber hundido electoralmente a Zetapé, no tengo nada claro que el PP vaya a ganar las próximas elecciones. Sin duda sería lo más razonable a la vista de cómo está la nación, pero hay una circunstancia generacional que no me encaja, y que para mí tiene mucha importancia.

La historia se desarrolla sobre la sucesión progresiva de generaciones. Las generaciones no actúan como tales, sino que aparecen encarnadas en determinados individuos que, al margen de sus circunstancias personales, son hijos de su generación. Hace algunos años, antes de las elecciones del 14-M de 2004, y también antes del 11-M, escribí un artículo (que finalmente no publiqué) titulado “La generación emergente” en el que señalaba que Zapatero y Rajoy pertenecen a generaciones diferentes (Rajoy a la de los nacidos entre 1946 y 1961, y Zapatero –pese a que nació en 1960- a la de los nacidos entre 1961 y 1976). Les adjunto más abajo el artículo, pero al margen de lo que en él digo, hoy me resultaría muy extraño desde el punto de vista de la lógica sucesión generacional que Rajoy ganara a Zapatero. Este acontecimiento no sólo supondría la primera ocasión desde que se instauró la democracia en que un nuevo presidente es más mayor que su predecesor, sino que el poder vuelve a un representante de una generación previa a la que hoy gobierna. Si finalmente esto se produce merecerá un análisis mucho más profundo que el de una simple respuesta masiva al malestar de los ciudadanos con un nefasto gobernante. Quizá sigamos inmersos en la disyuntiva a la que me refería en 2004 y resulta que los españoles se van dando cuenta de que el camino de Zapatero conduce al abismo y urge rectificar.

Este es el artículo escrito antes del 11-M de 2004:

"La generación emergente

Es una verdadera lástima que ante las próximas elecciones uno tenga la sensación de que hay mucho en juego, demasiado. El papel de España en el mundo puede ser muy distinto si ganan los socialistas o los populares. Otro tanto sucede con la estructura institucional del Estado. Si Zapatero se ha comprometido a aprobar cualquier propuesta de modificación del estatuto catalán que salga del Parlamento de Cataluña, es evidente que probablemente tendría que reformarse la Constitución. En el terreno educativo también parece que los socialistas pretenden deshacer varias iniciativas adoptadas por el PP en esta legislatura, y a mi juicio la educación es un problema de Estado en el que no se puede ir dando bandazos.

Esta falta de consenso ante problemas de Estado es un síntoma de que se ha entrado en una nueva fase de la historia de España. La transición ha quedado atrás y conviene darse cuenta de ello. Algunos colectivos de actores se quejan de que se está produciendo un retroceso del derecho a la libre expresión. Sin embargo, esta época en la que nos adentramos se caracteriza sobre todo porque los partidos políticos comienzan a sentirse libres de ciertos condicionamientos del pasado, y lanzan mensajes que antes se procuraba evitar. Este año han ondeado las banderas republicanas, algo impensable hace poco; los nacionalistas han dado un paso al frente para dejar atrás la Constitución del 78; el PP ha perdido el miedo a hablar de España con orgullo, sin temor a ser tildado de franquista; de los socialistas no sé muy bien qué decir, pues para mí es una incógnita su discurso y su posible actuación.

Probablemente, este cambio se debe a que la generación de los que hemos nacido entre 1960 y 1976 -siguiendo el método de cálculo generacional propuesto por Julián Marías- comienza a abrirse paso en los distintos puestos de responsabilidad de la sociedad. Se trata de una generación que conoció el franquismo en su niñez y que se ha formado en la democracia. Zapatero pertenece a esa generación, al igual que Camps y el ministro Costa.

Esta generación no tiene marcado su horizonte de actuación con la misma necesidad histórica que la generación de Suárez y González, y que la generación de Aznar y Rajoy. Estos políticos pertenecen a las dos generaciones de españoles que han ocupado los puestos de responsabilidad durante los gobiernos de la transición. Dos generaciones que en diferente medida han conocido el franquismo, y que sabían que su misión histórica consistía en sentar las bases institucionales de la reconciliación nacional, consolidar la democracia y hacer prosperar a España en el marco de Europa. Rajoy pertenece a la generación de Aznar y pretende profundizar en esta línea. Dejando al margen sus cualidades personales, refleja a la perfección el carácter de su generación.

El candidato popular ha dicho que todavía hay muchas cosas por hacer en España. Estas palabras quizá podrían interpretarse como un mensaje que manda a la generación emergente en el que dice que el proyecto de su generación no está ni mucho menos concluido, que hay mucho por hacer y anima a sumarse a él. En definitiva, defiende la continuidad de un proyecto que abarca varias generaciones. Estoy convencido de que su generación siente, vive, dicho proyecto, el proyecto de la transición. Conocieron la muerte de Franco desde las aulas universitarias, mientras que muchos de los que pertenecemos a la generación emergente veíamos Barrio Sésamo cuando Tejero irrumpía en el Congreso de los Diputados. Su proyecto, insisto, es la Constitución y la europeización de España.

El problema de la generación emergente es que cualquier proyecto lo tiene que asumir intelectualmente porque no siente la necesidad vital de emprenderlo, como sí sucedía con las anteriores. Fijémonos en la generación del 98. El regeneracionismo no fue simplemente un discurso que caló, sino que nació de la experiencia vital que supuso la pérdida de Cuba y Filipinas. ¿Y la generación de los años 20? La turbulenta agitación social que culmina con la dictadura de Primo de Rivera también constituyó una experiencia vital, al igual que sucede con las generaciones que vivieron el trauma de la guerra civil y la época franquista. La generación emergente es la única que se ha formado sin conocer experiencias significativas en la vida nacional que la orienten en un sentido o en otro. Es como un niño rico que no ha sabido buscarse la vida, y que espera que todo siga como hasta ahora. No tiene clara cuál es su misión histórica, y por eso hace falta que acoja intelectualmente -a falta de vitalidad- un proyecto.

Ahora bien, percibo un acontecimiento que quizá la sacuda vitalmente de su modorra histórica. No me refiero a las elecciones del catorce de marzo, pese a su indudable trascendencia, sino al inminente desafío nacionalista que se va a desencadenar virulentamente una vez hayamos traspasado esa fecha. Este desafío probablemente marque el destino de la nueva generación. Quizá sirva de espoleta para que se despierte la necesidad vital y no sólo intelectual de contar con un proyecto nacional para España -al que ya me referí en otro artículo publicado en este Diario- en el que se embarque la que, según se dice, es la generación mejor formada de la historia de España.

La indefinición que envuelve la actitud de Zapatero es la propia de su generación. ¿Hacia dónde vamos? La generación de Rajoy lo tiene claro, la de Zapatero, veremos."