Hace poco mantuve una conversación con un político del PP. Analizaba las causas de la derrota y señalaba algunas cuestiones sobre las que el PP debería cambiar su posición. Concretamente, se refirió al matrimonio homosexual indicando que el PP tenía que haber apoyado la ley del PSOE para no granjearse el rechazo de los votantes homosexuales y de buena parte de la población. Él, sin embargo, está en contra de que se le llame matrimonio, pero me dijo que si para ganar las elecciones hay que renunciar a los principios (sic), pues habrá que hacerlo. Como puedes imaginar, querido lector, le dije que me parecía muy mal semejante postura, ya que entiendo la política como una actividad en la que cada cual defiende unas ideas que considera buenas, y precisamente su bondad aspira a que sean compartidas por sus compatriotas y a gobernar para ponerlas en práctica. Él sólo concebía la política como una batalla para lograr el poder. Sé que en la práctica hay muchos que opinan así, pero no deja de desazonar escucharlo. Lamentablemente parece que Rajoy pertenece a este grupo de politicuchos, pues ahora aparecen noticias sobre un cambio de estrategia en el PP que tienda puentes con los partidos nacionalistas. Lagarto, lagarto…
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