martes, 2 de septiembre de 2008

Es la hora del regeneracionismo

Desgraciadamente, no me equivoqué en el pronóstico: estamos inmersos en una tremenda crisis económica. Circulan algunos documentos explicando las causas de la crisis y las posibles recetas para superarlas. He imprimido el de Alberto Recarte para leerlo con calma. ¿Y que creen que pasará? Algunos creen que es un fenómeno cíclico que se superará, como en otras ocasiones. Yo creo que dentro de poco vamos a ver, sí, sí, lo veremos, a mucha más gente pidiendo por la calle. También padeceremos un aumento de la delincuencia, y veremos que los más preparados harán las maletas. Fíjense que digo los más preparados, pues pese a que algunos inmigrantes volverán a sus países, muchos se las apañarán para malvivir en España. No creo que suceda así con aquellos que tienen posibilidades laborales en el extranjero. ¿Un médico seguir cobrando miserias cuando tiene muchas mejores posibilidades en otro país europeo? ¿Un ingeniero? La gente preparada y con una mediana lucidez vital pondrá pies en polvorosa, como es lógico.

Hace unos años, pese a sus errores, Aznar nos puso a la cabeza del mundo occidental en el terreno de las relaciones internacionales, y también nos aproximamos, al menos, eso nos creíamos, a las economías desarrolladas. Parece como si los españoles hubiéramos sentido vértigo y deseáramos frenar tanta ambición. Quizá esté demasiado influido por el contraste con Holanda, país que dejé la semana pasada, pero veo un país sin futuro. Hemos erradicado el analfabetismo, pero sembrando la juventud de mediocridad educativa y desorientación moral. Los españoles hemos roto con lo mejor de nuestra tradición para conservar lo más vulgar y zafio. No hay confianza en el prójimo, ni simpatía, ni buenos modales. Lo zafio y vulgar carcome todas las instituciones, hasta el punto de que uno llega a preguntarse si vale la pena ser un profesor universitario en España o mejor sería tener un modesto empleo en Holanda.

Queridos lectores, sé que mi estado de ánimo está teñido de la tristeza que me produce la comparación con una sociedad con la que, según algún memo, estamos cada vez más cerca de converger en niveles de desarrollo. Pero ese estado no me impide juzgar objetivamente a nuestra, pese a todo, querida España. Los vicios espirituales que no erradicamos hacen imposible que España pueda ser un país en el que merezca la pena vivir. Es la hora del regeneracionismo, ¡más de un siglo después y en la Unión Europea! En lugar de seguir la receta de Zapatero, el orate monclovita, y engañarnos creyendo que somos lo que no somos, más nos valdría asumir que la entrada en la Unión Europea no es un remedio para todos los males sin necesidad de hacer nada. Debemos regenerar nuestras costumbres, nuestro espíritu. Debemos recuperar valores que han sido sustituidos por el dinero, la apariencia y la zafiedad. Eso es el regeneracionismo.

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