Este fin de semana los mossos de escuadra han reprimido en Barcelona una manifestación de exaltación a una etarra. Debería estar acostumbrado, pero no deja de sorprenderme ver a todos estos chavales con estética de vagabundo progre que acuden a ensalzar a alguien que forma parte de una banda de asesinos. ¿Cómo es posible que buena parte de la juventud del País Vasco y Cataluña siga siendo seducida por ETA? La respuesta fácil, y cierta sin duda, es explicar este fenómeno señalando que la educación está en manos de los nacionalistas, de tal forma que los niños aprenden una historia basada en burdas manipulaciones que si no se remedia por los padres les conduce a odiar a España, y a luchar por la liberación de pueblos supuestamente oprimidos. Sigo pensando, sin embargo, que es necesaria una reflexión mucho más profunda para entender este fenómeno.
Llama la atención que el entorno de ETA crea verdaderamente que ellos son los auténticos demócratas. No en vano siempre han denominado a su propuesta de paz para el País Vasco “Alternativa Democrática”. Sería un error pensar que es una burda y grotesca manipulación del lenguaje de la que son verdaderamente conscientes. En absoluto. Ellos creen realmente que su propuesta es auténticamente democrática, porque solicitan el derecho a la autodeterminación de lo que a su juicio constituyen los territorios propios del pueblo vasco. Autodeterminación, libertad, derecho a decidir de todos y cada uno de los vascos. En definitiva, autonomía individual, el pilar de la ética kantiana, el valor sagrado de la modernidad y el bastión del liberalismo (sé que algún lector protestará diciendo que ETA niega la libertad de los que no piensan como ellos, es decir, que es lo más contrario a la libertad que puede existir. Lo sé, pero tratemos de seguir su línea de pensamiento y obtendremos mayor fruto).
La autonomía es el gran objetivo de las sociedades modernas, y por consiguiente supone el mayor bien a la hora de organizar la vida colectiva. Una sociedad que potencie la autonomía, el libre desarrollo de la personalidad, será una sociedad más abierta, mejor en definitiva. Lo detestable es la heteronomía, que representa la presencia de normas dictadas por otros. Y aquí nos topamos con el grueso del problema: la resistencia a obedecer voluntad que no sea la nuestra. Obediencia sí, siempre que nos obedezcamos de alguna forma a nosotros mismos. Obedecer a otro es por tanto inaceptable. Bien mirado la modernidad constituyó desde sus inicios un gigantesco ejercicio de desobediencia, pero desarrollar esta idea nos desviaría de la cuestión.
Llama la atención que el entorno de ETA crea verdaderamente que ellos son los auténticos demócratas. No en vano siempre han denominado a su propuesta de paz para el País Vasco “Alternativa Democrática”. Sería un error pensar que es una burda y grotesca manipulación del lenguaje de la que son verdaderamente conscientes. En absoluto. Ellos creen realmente que su propuesta es auténticamente democrática, porque solicitan el derecho a la autodeterminación de lo que a su juicio constituyen los territorios propios del pueblo vasco. Autodeterminación, libertad, derecho a decidir de todos y cada uno de los vascos. En definitiva, autonomía individual, el pilar de la ética kantiana, el valor sagrado de la modernidad y el bastión del liberalismo (sé que algún lector protestará diciendo que ETA niega la libertad de los que no piensan como ellos, es decir, que es lo más contrario a la libertad que puede existir. Lo sé, pero tratemos de seguir su línea de pensamiento y obtendremos mayor fruto).
La autonomía es el gran objetivo de las sociedades modernas, y por consiguiente supone el mayor bien a la hora de organizar la vida colectiva. Una sociedad que potencie la autonomía, el libre desarrollo de la personalidad, será una sociedad más abierta, mejor en definitiva. Lo detestable es la heteronomía, que representa la presencia de normas dictadas por otros. Y aquí nos topamos con el grueso del problema: la resistencia a obedecer voluntad que no sea la nuestra. Obediencia sí, siempre que nos obedezcamos de alguna forma a nosotros mismos. Obedecer a otro es por tanto inaceptable. Bien mirado la modernidad constituyó desde sus inicios un gigantesco ejercicio de desobediencia, pero desarrollar esta idea nos desviaría de la cuestión.
La desobediencia alcanza hoy su máxima expresión, y la juventud es desobediente en extremo. Pero obedecer a quién y por qué. La obediencia nunca puede ser ciega, y son precisamente estos ejemplos –singularmente graves en el caso de la Alemania nazi- los que suelen esgrimirse para denigrar la actitud del obediente. Por eso es importante observar la diferencia que existe entre obedecer en conciencia y poner siempre todo en tela de juicio. Suele ser habitual señalar la adquisición de un espíritu crítico como uno de los objetivos de la educación. Al parecer los estudiantes deberían ser capaces de no aceptar nada que no hayan descubierto por ellos mismos. Sin duda esta disposición, genuinamente filosófica, debe estar presente en todo estudiante, pero yo añadiría un matiz de suma importancia: se trata de una capacidad potencial, es decir, el estudiante siempre debe poder estar en disposición de analizar por sí mismo cualquier problema, mandato o consejo. Sería un error sin embargo actualizar constantemente esa potencia hasta el extremo de desconfiar de la autoridad del maestro o del experto. Pondré algún ejemplo. Siempre podemos poner en tela de juicio el consejo del médico, pero hacerlo continuamente –y hoy es posible por la enorme información que proporciona internet- no es lo más adecuado. Muchas veces es necesario confiar y obedecer. Otro ejemplo. ¿Recuerdan la película “Karate Kid”? Es una película tremendamente interesante, y extremadamente oportuna para ilustrar el tema que nos ocupa. Cuando el señor Miyagui acepta enseñar karate a Daniel-san, le propone un pacto sagrado: él promete enseñar y Daniel-san debe prometer aprender. A partir de este momento tiene que existir una relación de confianza mutua que en el caso de Daniel exige obedecer sin hacer excesivas preguntas. De ahí que sea un maravilloso ejemplo, incomprensible para las actuales modas educativas, la primera lección del señor Miyagui, que consiste en hacerle lavar coches y pintar vallas para acostumbrarlo a un determinado movimiento de los brazos. Daniel-san, sorprendido, obedece sin comprender qué tiene que ver el karate con la limpieza de coches o con darle una mano de pintura a las vallas del señor Miyagui. Al final, cosa normal en un chaval, se harta y el señor Miyagui le muestra el sentido que inspiraba aquellas tareas.
Sí, confianza y obediencia son todavía buenas recetas en un mundo que nos exige mirar todo con nuestros propios ojos y ser únicos, individuales y autónomos. ¿Se dan cuenta lo terrible que sería el mundo si no pudiéramos confiar y obedecer a alguien que nos quiere bien o que sabe realmente qué es lo que nos conviene? Pretenden que nos movamos en la disyuntiva de la desobediencia resabiada y de la obediencia ciega. Urge un término medio que recupere el valor de la obediencia dócil, confiada y despierta a quien la merece. Pero para ello son necesarias muchas cosas de las que carecemos. En primer lugar, cuando se habla de recuperar la autoridad suele verse en ello un regreso a la capacidad para imponer coercitivamente el orden. En realidad lo fundamental de la autoridad es la aureola de prestigio que inviste a quien la posee. La persona con autoridad merece nuestra confianza y llegado el caso puede reclamar justamente obediencia. Si no se reconoce la autoridad el resultado natural es la desobediencia. En segundo lugar es imprescindible recuperar la humildad. Quien carece de humildad siempre hallará dificultad para reconocer la autoridad, y por tanto para obedecer y aprender. Precisamente uno de los más graves problemas de nuestra sociedad radica en la manera en que suele denigrar al humilde. Triunfar exige hacerse notar, aunque sea de la manera más estrafalaria y bochornosa.
Llegamos, pues, a una conclusión que quizá resulte sorprendente para algunos. El problema de los cachorros de ETA no es tanto lo que se les enseña como un problema de fondo gravísimo: ellos, como tantos otros jóvenes, están instalados cómodamente en una actitud decididamente desobediente, y es esta actitud lo que puede convertirles en fanáticos capaces de asesinar. Antaño se elogiaba la actitud de un niño diciendo que era muy obediente. Quizá convenga recordarlo.
1 comentario:
El fundamento de la obediencia está ligado al fundamento de la autoridad.
Vivimos en un mundo en el que la obediencia obedece (valga la redundancia) a la conveniencia.
Los padres han dejado de ser padres para ser amigos.
Los profesores (salvo honrosas excepciones como el dueño de éste blog) se inclinan más por divertir que por enseñar, y por supuesto han claudicado en sus potestades autoritarias.
En definitiva... es un mal endémico de nuestra sociedad. La devaluación del concepto AUTORIDAD que "per se" no debería ser denostado.
No me atrae tampoco el "credere, obbedire, combattere" de la Italia del ventenio, pero sin duda lo considero más gallardo que el actual anarco-individualismo reinante.
Por cierto, me gustaria comentar que incluso al nazismo lo considero hijo de la modernidad. Por lo tanto lo repudio con todas mis fuerzas, y me molesta mucho cuando asocian mis ideas a esas hijas del cientificismo.
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