Ayer asistí a la conferencia que impartió una colega, Paloma Durán, profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad Complutense, en el curso de verano “El futuro del Estado del Bienestar” que se está celebrando en mi Universidad -la Universidad Miguel Hernández de Elche- estos días, y en el que participan, entre otros, Miguel Arias Cañete, José María Fidalgo, Gotzone Mora o Vicente Martínez-Pujalte. La conferencia se centró en las políticas de apoyo a la familia, y la tesis central de Paloma fue que no basta con ayudas económicas puntuales, sino que es necesario examinar primeramente cuál es la situación de las familias, es decir, hacer un diagnóstico para comprender sus principales dificultades, y a partir de ahí actuar de manera coordinada en todos aquellos terrenos que le puedan afectar. Naturalmente es imposible no compartir esta opinión.
El lector del blog conoce mi preocupación por la baja natalidad, problema que como es natural está estrechamente ligado a la familia (aconsejo la lectura de los post dedicados a la soltería publicados en mayo de 2007). Por esta razón, cuando Paloma concluyó su intervención y se abrió un turno de preguntas, pedí la palabra y señalé que sin duda son muy importantes las ayudas a la familia, pero que lo verdaderamente decisivo es que exista el deseo de formar una venciendo cualquier dificultad. Un matrimonio de gitanos o de musulmanes en España se encuentra con las mismas o más dificultades para sacar a sus hijos adelante, pero no renuncia a tener hijos y formar una familia. No me referí a este caso, sino que aludí al fenómeno de los “singles”, esas personas que optan por permanecer solteras para vivir una vida más cómoda, libre de ataduras. Su aumento es inquietante, y mucho más lo es que la sociedad acepte con naturalidad esta forma de entender la vida que es gravísimamente antisocial. Por ello le pregunté a Paloma Durán si en las instituciones en las que ella ha trabajado en defensa de la familia se ha estudiado este fenómeno y cómo se valora. En su respuesta vino a decir que los poderes públicos ante todo deben respetar la libertad individual, así que nada hay que objetar a que alguien desee permanecer soltero. Esta respuesta me sorprendió porque refleja una curiosa manera de entender las políticas públicas, y especialmente la política de protección a la familia.
No se trata de cercenar la libertad de nadie, pero es evidente que toda política pública se orienta a lograr un estado de cosas o un comportamiento ciudadano que en opinión de quien dirige la política en cuestión contribuye al bien común. Me parece absolutamente evidente que la defensa de la familia consiste en promover un estado de cosas y unos comportamientos que favorezcan la institución familiar desde la premisa insoslayable del respeto a la libertad individual. Por ello una política de defensa de la familia no puede ser indiferente ante el creciente número de divorcios, la preferencia por mantenerse soltero y sin compromiso, o el rechazo de la fecundidad que se observa en muchos matrimonios, pues además no se debe olvidar que la protección social de la familia constituye uno de los principios rectores de la política social y económica, tal como establece el art. 39.1 de nuestra Constitución. Habrá que respetar a quienes actúen de ese modo, pues cada cual puede vivir como le plazca, pero una política de defensa de la familia deberá buscar fórmulas para evitar que esos comportamientos radicalmente contrarios a la familia y por extensión al bien común se generalicen. ¿Cómo? Precisamente ese era el debate que yo pretendía abrir cuando formulé mi pregunta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario