El paro en máximos históricos, los precios subiendo y la economía que apenas crece. Los halagos de la prensa internacional a la política económica que ha seguido en los últimos dos años Zapatero no deben confundirnos. Aplauden un ajuste que hace pensar que podremos pagar nuestras deudas, lo cual sin duda es importante, pero en economía de lo que se trata es de trabajar y generar riqueza para vivir lo mejor posible. Y, como cualquiera puede apreciar, en esto no levantamos cabeza. La situación es desesperada. Fíjense que a los casi cinco millones de parados se tienen que sumar los que va a arrojar la reestructuración del sector bancario. Y a ello añadan la subida del euribor, el precio de la electricidad y el gas, y el de la gasolina. Como bien sabe usted, querido lector, somos mucho más pobres que hace cuatro años.
¿Cuál es la solución? En otros post me he referido a reformas estructurales imprescindibles para mejorar nuestra economía, pero ahora hay que incidir en lo urgente.
1. Lo primero es correr un riesgo que sólo un nuevo gobierno puede asumir: bajar los impuestos que gravan la iniciativa económica. Ante la necesidad de reducir el déficit los socialistas, al margen de recortar gastos –el tijeretazo o ajuste-, nos han freído a impuestos. Ahogar a las economías domésticas no es el camino para salir de la crisis, sino para demorarla, con lo cual, al final, el ajuste todavía será mayor porque habrá que afrontar nuevos gastos sin nuevos ingresos. El riesgo que el nuevo gobierno debe correr consiste en confiar en la iniciativa individual y colectiva para poner en marcha la economía. En principio puede pensarse que se recaudará menos, pero ello debe ser compensado con el presumible crecimiento de la economía. Urge, pues reducir impuestos, reducir trámites para la creación de empresas, modificar días festivos y estimular a los sectores productivos que más crecimiento pueden generar, fundamentalmente turismo y sector exterior.
2. Lo segundo es reducir gastos públicos que no sean básicos. Los urgentes para mí son: eliminar o privatizar empresas públicas, en especial las televisiones autonómicas; suprimir subvenciones que no vayan destinadas a proyectos encaminados a satisfacer necesidades básicas; institucionalizar la austeridad con planes de ahorro energético en edificios y ciudades (por ejemplo, en lugar de una farola cada 50 metros, cada 100); eliminar instituciones carentes de sentido como los síndicos de agravios de las comunidades autónomas. En aquellas comunidades que tengan dos idiomas oficiales, aconsejaría prescindir del idioma regional en todos los trámites burocráticos eliminando traducciones y todo lo relacionado con los servicios lingüísticos. Sé que es una medida inviable, pero esto de las dos lenguas oficiales me parece que es para ricos.
5 comentarios:
Pero de qué sirven todas esas medidas si luego los contratos con la administración se trocean para evitar que salgan a concurso público ¿Cuánto nos cuestan estas malas prácticas o directamente corrupciones? ¿Cuánto suponen en su conjunto los cientos de cargos de libre designación de amigos políticos? ¿No serán acaso los políticos el problema? ¿Realmente les interesa el bien común"
Es una vergüenza que a un parado de Guadalajara no lo contraten en Madrid, y viceversa, cuando están separadas por 50 kilómetros, sólo por el hecho de pertenecer -lamentablemente- a autonomías distintas. Mi hermano tuvo que empadronarse pidiendo favores en casa de unos familiares. A un amigo le negaron la firma de un contrato que ya estaba prácticamente hecho por no estar empadronado (ya que para darte de alta en una oficina de empleo previamente tienes que estar empadronado en la comunidad a la que pertenece). ¿Acaso interesa esto a algún político? ¿Piensan en solucionarlo? Ni hablar, ni unos ni otros. (El País- comentarios)
Antes de meterme en ésto del Derecho me diplomé en empresariales, y es por ello que agradezco artículos de D. Tomás que tengan cierto contenido económico.
Coincido en líneas generales con las medidas saneadoras señaladas en la crítica.
Pero hay algo en lo que discrepo. Y es que veo la subida de los tipos de interés como algo sano y natural. ¿Porqué?
Algunos tienen el siguiente razonamiento: como la barra libre de crédito y los tipos bajos producen un calentón económico, para salir de esta crisis, también necesitamos más deuda (esto es, favorecer la expansión crediticia). Nada más lejos de la realidad.
Unos tipos bajos los tipos bajos hacen que los agentes económicos solventes se endeuden, pero también suponen un balón de oxigeno para que los ineficaces y los insolventes prolonguen su agonía, y de paso la nuestra, por la vía del crédito.
Aplaudo los tipos altos por una razón fundamental: necesitamos menos deuda. Los tipos bajos solo contribuirán a que promotores insolventes, y empresarios entrampados, en cooperación necesaria con los banqueros, prolonguen nuestra ya lenta agonía como nación.
Lanzas, en mi post no abogo por tipos de interés bajos, simplemente señalo que es algo que agobia a las familias porque la mayoría están endeudadas.
Unos tipos altos sin duda pueden favorecer lo que señala en su comentario, pero yo creo que ahora mismo la situación es tan sumamente complicada que no conviene que suban demasiado porque hay que tratar de reactivar la inversión. Una vez la recuperación esté en marcha sí convendría que se situaran en un nivel razonable.
Estimado Tomás, una vez realizada la aclaración puedo decir que estoy todavía más conforme con las medidas que propone.
Tan solo señalar que en nuestras modernas economías se ha producido un grave desajuste (que ya previó el Nobel F.Hayek en los setenta, pero que ha alcanzado ahora su apogeo). Dicho desajuste tiene una explicación que sonroja por su sencillez:
El crédito generado en nuestra avanzada economía no está respaldado por ahorro real. Los bancos, a través de la reserva fraccionaria (entorno al 2%) crean "ex nihilo" ingentes cantidades de dinero. Dinero que por su facilidad de obtención (recordemos la orgía del crédito fácil) acabó alimentando malas inversiones.
Hay que controlar esta nefasta praxis bancaria, haciendo que la Banca respete los principios generales del Derecho y poniendo coto a su viejo, lucrativo e inmoral negocio.
El ahorro es una denostada virtud sobre la que conviene reflexionar. Es una virtud que conviene recuperar.
Si las expansiones crediticias no se sustentan en última instancia por ahorro voluntario de la sociedad, tendremos muchas más crisis. No podemos permitir que los Bancos centrales arbitren lo que sólo un mercado sometido a Derecho debe arbitrar.
Me hace mucha gracia cuando algunos echan la culpa de la crisis al "mercado", cuando precisamente el libre mercado ha brillado por su ausencia, con un Banco central director de la economía hasta el punto de dictar con rango de ley el valor del dinero anticipado. Esto es, el crédito.
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