El ascenso de Podemos y
Ciudadanos demuestra que la democracia española goza de buena salud. Es verdad que hay
muchas cosas que mejorar, pero más importante que acertar con la solución
que demanda cada problema es comprobar que se
abren paso formaciones capaces de conectar con las
preocupaciones de los ciudadanos. Si observáramos la política como un mercado
en el que los partidos venden y los ciudadanos compran, no es difícil
identificar los “productos” políticos que ofrecen estas formaciones y las
razones de su buena acogida por parte de los “clientes”.
El
éxito de Podemos se basa en destacar que la crisis ha demostrado que la división ideológica entre
izquierda y derecha se ha difuminado. Tanto el PSOE como el PP tuvieron que
realizar una política de recorte del gasto que vino condicionada por Bruselas
y, sobre todo, por Berlín. El PSOE redujo el gasto social mientras que el PP ha subido los
impuestos, medidas contrarias a sus planteamientos ideológicos. En Francia, Hollande clamaba contra la austeridad, pero Valls pronto
tuvo que adoptar medidas para disminuir el gasto público y controlar el déficit. Las clases más humildes han padecido intensamente los efectos de estas medidas y han
observado atónitas como al mismo tiempo que se deterioraba la sanidad y la educación pública
aparecían noticias sobre los excesos cometidos por consejeros de bancos y por
políticos corruptos. Podemos está trasladando a los ciudadanos el mensaje de que el problema no está
en debatir si es mejor una política de izquierdas o de derechas, sino que urge recuperar la democracia y acabar con la oligarquía, con el
gobierno oculto de unas élites políticas y económicas que siempre resultan
beneficiadas. La idea funciona, vende, porque en buena medida responde a la
realidad. Otra cosa es que luego las alternativas de gobierno que plantean
sirvan para resolver los problemas.
Por su parte,
Ciudadanos ha materializado una idea de renovación democrática desde los
pilares del régimen del 78 que comparte con UPyD. Los nacionalismos periféricos
han minado la igualdad entre los españoles y para revertir esta situación proponen reestructurar el
Estado, recuperar competencias para la administración central y acabar con el mercadeo
competencial que permite el art. 150.2 CE, suprimir instituciones ineficaces
y/o redundantes, mejorar la representatividad del sistema electoral y luchar
eficazmente contra la corrupción. Son problemas que tanto el PSOE como el PP no
han sabido resolver. El PSOE es incapaz de ofrecer un proyecto nacional
creíble, y tanto el PP como el PSOE están salpicados por graves escándalos de
corrupción y no han planteado la batalla ideológica a los nacionalismos
periféricos, sino que durante mucho tiempo se plegaron a sus exigencias.
Ciudadanos y UPyD carecen de complejos en este terreno y ello explica su
ascenso, sobre todo el de Ciudadanos por la razón que seguidamente mencionaré.
Se trata de “productos”
políticos atractivos, pero además su éxito se explica porque están siendo
puestos en el mercado por dos líderes pertenecientes a una nueva generación
emergente de españoles nacidos entre 1976 y 1991, Pablo Iglesias y Albert
Rivera. Al margen de los errores cometidos por UPyD, Rosa Díez no representa un
liderazgo ilusionante y Albert Rivera la está engulliendo políticamente. Creo
que Ciudadanos seguirá creciendo, porque sus propuestas son mucho más realistas
que las de Podemos, y estos se estancarán o van a retroceder por varias
razones. El fiasco de Syriza les ha dejado en evidencia. Sus líderes se están
pasando de frenada y ofrecen una imagen de soberbia que empieza a generar
rechazo en el electorado. No han sabido resolver el escándalo de Monedero, que
pone en entredicho que no sean parte de la oligarquía que dicen combatir.
Finalmente, su crítica al régimen del 78, que goza de un respaldo mucho mayor del que piensan, y en el marco del cual se ha producido su ascenso, supone un grave error de
cálculo que pagarán caro.