Hace algunos años, participé en
un seminario sobre la reforma del sistema electoral español. Entonces pensaba
que a España le convenía un panorama político en el que los partidos
minoritarios de ámbito nacional tuvieran mayor peso, y así evitar que la
gobernabilidad pudiera depender de los partidos nacionalistas. Creía, además, que
superar el bipartidismo era imprescindible para revitalizar la democracia
española, y ligaba ese objetivo a la reforma del sistema electoral.
El PP se ha mostrado contrario a introducir cambios en este terreno, al tiempo que viene incidiendo en los beneficios del bipartidismo por la estabilidad que proporciona. En buena medida es
cierto, pero no me parece que el ascenso de nuevas formaciones vaya a suponer
la ingobernabilidad del país. Si se confirma lo que apuntan las encuestas habrá que innovar
políticamente, que es justo lo que necesitamos. Que opciones políticas como
Podemos puedan parecernos peligrosas entra dentro de la riqueza inherente al
pluralismo político que nuestra Constitución proclama como valor superior del
ordenamiento. Es bueno que haya un partido como Podemos, que se debatan sus
propuestas, que se realice un esfuerzo por desenmascarar sus argumentos y se
les arrincone dialécticamente cuando, por ejemplo, no saben disimular sus
simpatías hacia el chavismo venezolano.
Hoy da la impresión de que la reforma electoral no era necesaria para lograr la revitalización de nuestra
democracia, aunque habrá que estar atento a la proporción entre votos y escaños
en las elecciones generales. Los electores han dejado de atender a las apelaciones
al voto útil. Parece que ya no creen, o dicha creencia ha perdido vigor, que
votar a partidos minoritarios sea desperdiciar su voto. El resultado es que
nuestra democracia se ha revitalizado. Entramos en una dinámica en la que los
partidos van a tener que esforzarse por presentar programas atractivos y por elegir
muy bien a sus candidatos. Estamos de enhorabuena.
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