martes, 27 de agosto de 2024

¿Cómo dejar atrás la mente discursiva?

La frase “los árboles no nos dejan ver el bosque” refleja uno de los mayores riesgos que acechan a quienes nos dedicamos a la actividad filosófica. Nos movemos entre teorías que pretenden dar razón de la realidad. Para ello nuestra herramienta principal es el “concepto”, que Ortega definía como “contenido mental enunciable”. Accedemos a la realidad desde conceptos que debemos examinar críticamente para, a su vez, dar razón de ella mediante otros conceptos con los que transmitir nuestra “visión”. El riesgo es confundir el concepto con la realidad misma, pero ¿es posible un acceso directo a la realidad? He ahí el problema de la frase que citaba al comienzo.

Un bosque es un concepto que se refiere a un conjunto de árboles, que a su vez es otro concepto. Y así podríamos seguir con las partes que forman el árbol y que nos remiten a diferentes conceptos como tronco, ramas, hojas, etc. Cuando afirmamos que los árboles no nos dejan ver el bosque parece como si el concepto “bosque” se enseñoreara de la realidad. Sería más correcto decir que el bosque no nos deja ver los árboles, porque esta frase aspira a que tomemos contacto directo no con la abstracción que representa el “bosque”, sino con realidades mucho más tangibles como son cada uno de los árboles con los que nos topamos conforme nos vamos acercando a ese conjunto que divisamos a lo lejos y denominamos “bosque”. Aún así permanecemos en la mente discursiva, conceptual, porque hay que ver el árbol sin la pátina conceptual que condiciona nuestra mirada.

El fondo del problema, clave en la filosofía budista, es cómo podemos tener ese contacto directo con la realidad que nos proporcione una sabiduría auténtica fruto de la experiencia directa. Para acercarnos a la realidad necesitamos los conceptos, pero luego es necesario dejarlos atrás. Una metáfora muy habitual es la de la balsa que nos traslada de una orilla a otra de un gran río. La balsa es un vehículo que resulta muy útil mientras estamos cruzando, pero que finalmente es necesario abandonar.

¿Cómo y cuándo abandonar el pensamiento conceptual, la mente discursiva? Para mostrar la enorme dificultad de la tarea pondré el ejemplo de una situación que todos hemos vivido. En muchas ocasiones, observamos una montaña, una nube, el suelo de parqué o cualquier otro objeto y, de repente, nuestra mente descubre en él una determinada imagen, por ejemplo, la cara de un moro en la montaña del castillo de Santa Bárbara en Alicante. Una vez identificada esa imagen, ¿podemos volver a ver esa montaña borrando la imagen? Con otras palabras, ¿es posible regresar a la pristina visión cuando ha sido “contaminada” por la mente discursiva? Lo he intentado en muchas ocasiones y no soy capaz. Puedo seguir mirando y ver más cosas, pero esa imagen ha cristalizado y condiciona mi acceso a esa realidad. Si eso es así, no sorprende la insistencia de los budistas por entrenarse a través de las técnicas meditativas en superar el pensamiento conceptual, el dualismo “sujeto-objeto" presente en la actividad cognoscitiva. También podemos desprendernos de nuestros conceptos, de las imágenes con las que troquelamos la realidad, no luchando contra ello, no intentando dejar de ver el moro en la montaña o el fauno en el parqué. Simplemente se trataría de dar un paso atrás y observar nuestra mente discursiva. Esa, si no lo entiendo mal, es la vía directa que propone Rupert Spira con su referencia a “ser consciente de ser consciente”, como titula uno de sus libros. Es decir, se busca darse cuenta de cómo actúa nuestra mente indagando en cuál es la razón de ese movimiento mental para, a partir de ahí, limitarse contemplar esos procesos desde una supraconsciencia capaz de abarcarlo todo, lo cuál también conduce a la no-dualidad.

Es posible que uno se pregunte por qué razón debemos ir más allá de nuestros conceptos. Indudablemente, toda actividad cognoscitiva depende de una creencia que condiciona nuestra relación con la realidad. Si uno cree que siempre hay un misterio que la inteligencia humana no podrá desvelar por sus propios medios quizá tenga la humildad suficiente como para, en lugar de ir en busca del secreto latente que oculta la realidad, confiar en que esta se manifieste a través de otros caminos. Ahí es donde se sitúa la contemplación, que en mi opinión sólo es incompatible con la actividad filosófica si pretendiera sustituirla; pero, más allá de este extremo, podría decirse que la complementa. De ahí el esfuerzo de tantos autores por conciliar fe y razón, en el caso cristiano, o ciencia y espiritualidad.

miércoles, 14 de agosto de 2024

El rey de la palanca

Hace meses que se celebraron elecciones autonómicas en Cataluña y hemos podido ver que desde entonces todo ha girado en torno a si Illa podía lograr los apoyos para ser investido. Finalmente lo ha logrado mediante un pacto con ERC por el que el PSC se compromete a dotar a esa comunidad autónoma de una financiación “singular”, lo cual ha despertado la consiguiente alarma en el resto de España, porque a algunos les parece que con el dinero no se juega, que aquí sí se está ante algo más importante que que se amnistíe a unos delincuentes. Ambas cosas, y tantas otras que están pasando en España, son muy graves, pero comentemos como va la pugna entre Sánchez y los independentistas, aunque solo sea como triste entretenimiento en este mes de agosto.

Tras las elecciones generales del pasado año señalé que era Sánchez y no Puigdemont quien tenía la posición de fuerza. Como Sánchez ha concedido la amnistía y ahora cede con ERC en la financiación singular se piensa que, al aceptar esos chantajes, la posición de fuerza la tienen los independentistas. Obviamente, a Sánchez le gustaría mandar (hablar de gobernar es muy generoso hacia él) con mayoría absoluta, e incluso es posible que se vea obligado a convocar elecciones, pero, aún así, su posición es más fuerte que la de los independentistas por dos razones. La primera y decisiva es su falta absoluta de moralidad. Donde los ciudadanos de bien ven chantaje, Sánchez ve simplemente mantenerse en el poder, mandar. Esa ausencia de moralidad le convierten en el político más dopado del pelotón. El precio que España y los españoles debamos pagar para que él siga en el poder le importa un rábano y es importante interiorizar esta idea si queremos realizar un buen análisis de cuál es la situación en la lucha por el poder político. Si la amnistía le ha permitido ser presidente, para él el objetivo está cumplido; la batalla, ganada. Lo mismo que si coloca a Illa de Presidente de la Generalidad, aunque sea a costa de ahondar en la desigualdad entre españoles. La segunda razón es que los independentistas catalanes sólo pueden sacar algo de Sánchez, es su única baza y lo saben. Por eso le invistieron a él, y ERC ha investido a Illa: la alternativa les perjudicaba.

Como acertadamente destacan muchos analistas, a fecha de hoy Sánchez es Presidente, e Illa también; el independentismo bajando electoralmente en Cataluña (su peor resultado en mucho tiempo); y para traca final Puigdemont haciendo el payaso y volviéndose a escapar sin ninguna posibilidad de participar en el parlamento catalán. A Sánchez le importa muy poco el precio que se vaya a pagar por ello. Con la fuga del payaset Puigdemont escurre el bulto y se lo endosa a los Mossos, a los que con esta incompetencia propia de la T.I.A. de Ibáñez y ese sombrero de copa que les plantificaron en el diseño del uniforme de gala los han convertido en el cuerpo de policía más ridículo de España. En cuanto a la financiación singular para Cataluña es posible que finalmente Compromís y la Chunta le solucionen la papeleta y no se apruebe. Por otra parte, aunque la amnistía haya salido adelante, mientras no vuelva Puigdemont -y ya han visto cómo ha vuelto- a Sánchez le da igual. En definitiva, desde esa perspectiva aborrecible de la política como lucha por el poder, Sánchez está maximizando sus magros resultados electorales. Cuando caiga, su triunfo habrá sido haber permanecido más de seis años en el poder, como cuando de pequeño nos subíamos al trampolín de la piscina y cantábamos “yo soy el rey de la palanca", y ahí seguíamos hasta que el siguiente subía y nos empujaba (sin puñetazos) a ver quién caía al agua y quién permanecía en el trampolín. Ganaba el que más aguantaba. Igual Sánchez también conoció esas salvajadas que cometíamos los "boomers" y lo tiene interiorizado olvidando que era un juego de niños.