La frase “los árboles no nos dejan ver el bosque” refleja
uno de los mayores riesgos que acechan a quienes nos dedicamos a la actividad filosófica.
Nos movemos entre teorías que pretenden dar razón de la realidad. Para ello
nuestra herramienta principal es el “concepto”, que Ortega definía como
“contenido mental enunciable”. Accedemos a la realidad desde conceptos que
debemos examinar críticamente para, a su vez, dar razón de ella mediante otros conceptos
con los que transmitir nuestra “visión”. El riesgo es confundir el concepto con
la realidad misma, pero ¿es posible un acceso directo a la realidad? He ahí el
problema de la frase que citaba al comienzo.
Un bosque es un concepto que se refiere a un conjunto de
árboles, que a su vez es otro concepto. Y así podríamos seguir con las partes
que forman el árbol y que nos remiten a diferentes conceptos como tronco,
ramas, hojas, etc. Cuando afirmamos que los árboles no nos dejan ver el bosque
parece como si el concepto “bosque” se enseñoreara de la realidad. Sería
más correcto decir que el bosque no nos deja ver los árboles, porque esta frase
aspira a que tomemos contacto directo no con la abstracción que representa el
“bosque”, sino con realidades mucho más tangibles como son cada uno de los
árboles con los que nos topamos conforme nos vamos acercando a ese conjunto que
divisamos a lo lejos y denominamos “bosque”. Aún así permanecemos en la mente
discursiva, conceptual, porque hay que ver el árbol sin la pátina conceptual
que condiciona nuestra mirada.
El fondo del problema, clave en la filosofía budista, es cómo
podemos tener ese contacto directo con la realidad que nos proporcione una
sabiduría auténtica fruto de la experiencia directa. Para acercarnos a la
realidad necesitamos los conceptos, pero luego es necesario dejarlos atrás. Una
metáfora muy habitual es la de la balsa que nos traslada de una orilla a otra
de un gran río. La balsa es un vehículo que resulta muy útil mientras estamos cruzando,
pero que finalmente es necesario abandonar.
¿Cómo y cuándo abandonar el pensamiento conceptual, la mente discursiva? Para mostrar la enorme dificultad de la tarea pondré el ejemplo de una situación que todos hemos vivido. En muchas ocasiones, observamos una montaña, una nube, el suelo de parqué o cualquier otro objeto y, de repente, nuestra mente descubre en él una determinada imagen, por ejemplo, la cara de un moro en la montaña del castillo de Santa Bárbara en Alicante. Una vez identificada esa imagen, ¿podemos volver a ver esa montaña borrando la imagen? Con otras palabras, ¿es posible regresar a la pristina visión cuando ha sido “contaminada” por la mente discursiva? Lo he intentado en muchas ocasiones y no soy capaz. Puedo seguir mirando y ver más cosas, pero esa imagen ha cristalizado y condiciona mi acceso a esa realidad. Si eso es así, no sorprende la insistencia de los budistas por entrenarse a través de las técnicas meditativas en superar el pensamiento conceptual, el dualismo “sujeto-objeto" presente en la actividad cognoscitiva. También podemos desprendernos de nuestros conceptos, de las imágenes con las que troquelamos la realidad, no luchando contra ello, no intentando dejar de ver el moro en la montaña o el fauno en el parqué. Simplemente se trataría de dar un paso atrás y observar nuestra mente discursiva. Esa, si no lo entiendo mal, es la vía directa que propone Rupert Spira con su referencia a “ser consciente de ser consciente”, como titula uno de sus libros. Es decir, se busca darse cuenta de cómo actúa nuestra mente indagando en cuál es la razón de ese movimiento mental para, a partir de ahí, limitarse contemplar esos procesos desde una supraconsciencia capaz de abarcarlo todo, lo cuál también conduce a la no-dualidad.
Es posible que uno se pregunte por qué razón debemos ir más allá de nuestros conceptos. Indudablemente, toda actividad cognoscitiva depende de una creencia que condiciona nuestra relación con la realidad. Si uno cree que siempre hay un misterio que la inteligencia humana no podrá desvelar por sus propios medios quizá tenga la humildad suficiente como para, en lugar de ir en busca del secreto latente que oculta la realidad, confiar en que esta se manifieste a través de otros caminos. Ahí es donde se sitúa la contemplación, que en mi opinión sólo es incompatible con la actividad filosófica si pretendiera sustituirla; pero, más allá de este extremo, podría decirse que la complementa. De ahí el esfuerzo de tantos autores por conciliar fe y razón, en el caso cristiano, o ciencia y espiritualidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario