Dicho esto, quisiera reflexionar brevemente sobre el respeto a la ley y la importancia de la equidad. Lo primero que hay que decir es que no es acertado identificar el derecho con la ley, en contra de lo que habitualmente piensa mucha gente –juristas incluidos-. La ley es un instrumento -sin duda de extraordinaria importancia- al servicio del derecho (lamentablemente no puedo extenderme sobre esta cuestión en este blog). Hecha esta precisión, hay que decir que mediante la ley el legislador trata de regular situaciones con el fin de ordenar correctamente la convivencia social, pero la ley siempre llega tarde, es decir, la realidad puede presentar matices que el legislador no supo o no pudo prever. Esta circunstancia es de especial importancia porque permite comprender por qué en algunos casos la aplicación estricta de una ley puede acarrear una grave injusticia. La equidad supone una desviación de la ley, motivada por razones de justicia, con el fin de dar respuesta a esas peculiaridades del caso concreto que le ley no ha contemplado correctamente. Nuestro Código Civil establece en su art. 3.2 que “la equidad habrá de ponderarse en la aplicación de las normas, si bien las resoluciones de los Tribunales sólo podrán descansar de manera exclusiva en ella cuando la ley expresamente lo permita”. Supongo que a algún lector le inquietará esta irrupción de la equidad. ¿Cuándo estamos ante una desviación de la ley o ante su clara y flagrante vulneración? ¿En qué casos es pertinente que se produzca esa desviación? En este terreno no hay certezas. Hay que atender a cada caso, estudiar la argumentación del juez y valorarla críticamente.
Al margen de los problemas que presenta la propia institución de la equidad, lo que a mi juicio dificulta su puesta en práctica de una manera natural es el progresivo desprestigio de la administración de justicia. Si los ciudadanos tienen la sensación de que la justicia actúa siguiendo criterios políticos o favoreciendo a los poderosos, es lógico que demanden una aplicación estricta e implacable de la ley, pues pueden pensar que la equidad en realidad camufle ventajas para algunos. Ahí quería llegar: hay que ser capaz de conjugar tomarse en serio las leyes, evitar que en modo alguno se piense que nadie está por encima de ellas, con el necesario respeto a la justicia que demanda cada caso concreto y que requiere el indispensable juego de la equidad. Para lograr este objetivo es capital dignificar las instituciones relacionadas con la administración de justicia, algo en lo que España lastimosamente también ha fracasado después de más de treinta años de democracia.