Las movilizaciones en contra de los recortes que se han producido en algunas comunidades autónomas, concretamente Valencia y Cataluña, plantean el debate de si los ciudadanos deberíamos asumir resignados que la salida de la crisis exige sacrificios que incluyen una sustancial rebaja del Estado del bienestar o, por el contrario, debemos salir a la calle a protestar por la gestión de los políticos que nos ha conducido a esta situación. Quienes creen que es el momento de salir a la calle a mostrar la indignación ciudadana implícitamente están diciendo que los ciudadanos son víctimas de los políticos y probablemente también del gran capital, de los bancos, es decir, no asumen ninguna responsabilidad. Quienes creen que es el momento de apechugar es posible que consideren que los políticos son nuestros representantes y, por tanto, debemos asumir nuestra responsabilidad por haberlos elegido, y también nuestra responsabilidad por haber contribuido a la crisis con un endeudamiento privado excesivo del que no sería justo responsabilizar únicamente a los “tentadores” bancos.
Quizá podríamos examinar mejor la cuestión si aclaramos los conceptos de culpa y responsabilidad. Se trata de una distinción muy importante a la que contribuyó en su día de manera brillante Hannah Arendt, al examinar la culpa o responsabilidad que cabía atribuir al pueblo alemán por los crímenes cometidos durante el nazismo. Decía Arendt que si todos los alemanes eran culpables, nadie lo era. En efecto, esta certera afirmación puede abrirnos el camino para diferenciar entre culpa y responsabilidad. Culpable de una mala acción es aquel que directamente contribuye a su realización, mientras que responsable es todo aquel que, pese a no contribuir directamente a ella, bien la ha facilitado, bien ha omitido realizar acciones que cabría haberle exigido hacer y que podrían haber evitado el mal. Así, por ejemplo, culpables de los crímenes nazis fueron todos aquellos contribuyeron directamente el Holocausto, pero el pueblo alemán fue responsable, y también lo fueron aquellas naciones y, concretamente, aquellos políticos que alabaron el nazismo y la figura de Hitler. La responsabilidad puede incluso atribuirse de manera objetiva, es decir, sin que ni siquiera se haya llevado a cabo una acción u omisión que facilite la mala acción que cometen los culpables, pero esto nos desvía de la cuestión. Para terminar con las aclaraciones conceptuales, conviene observar que cuando alguien que es culpable o responsable de una mala acción sufre al mismo tiempo las consecuencias de la misma nunca puede ser considerado víctima, pues no es inocente. Por ello, por ejemplo, es inaceptable que los etarras se presenten como víctimas del conflicto vasco.
¿Somos los ciudadanos culpables o responsables de la situación en la que nos hallamos? No hay que minusvalorar la importancia del derecho al voto que asiste a los ciudadanos. Los valencianos podríamos haber mandado al señor Camps a su casa en 2011 tras la nefasta gestión que había llevado a cabo en la Comunidad Valenciana. ¿Acaso no sabíamos que la situación era tan grave? Como con los alemanes durante el nazismo, se nos podría responder que el que no sabía es porque no quería saber, así que por ese lado no hay excusa. Pero también se podría alegar que la alternativa política a Camps no era convincente. Sobre esto no hay mucho que decir, porque no se puede saber si PSPV, Comprimís o EU lo hubieran hecho mejor. De todas formas, pese a la importancia que tiene el voto, éste sirve para elegir a los que gobiernan, que son quienes gestionan directamente la cosa pública y, por tanto, los únicos a los que se puede culpar en sentido estricto de la situación económica y financiera de los asuntos públicos. Podrá haber otros culpables, pero los políticos sin duda lo son.
Los ciudadanos, al haberles encaramado al poder, pero también al haber permitido borreguilmente una acción de gobierno que nos llevaba a la ruina somos sin duda responsables. La pregunta es si dicha responsabilidad, que impide que nos presentemos como víctimas de los políticos, hace que las manifestaciones carezcan de justificación. La respuesta, en mi opinión, debe ser negativa por dos motivos. En primer lugar, porque todos aquellos que han votado en contra de los culpables no sólo tienen derecho a manifestarse –que obviamente a todos nos asiste desde una perspectiva puramente formal y legalista-, sino plena justificación moral, pues pueden lícitamente considerarse a sí mismos víctimas de los políticos y de la gran mayoría de ciudadanos que les ha otorgado su confianza. En segundo lugar, porque es perfectamente lícito y lógico que quien asume una responsabilidad pida cuentas a los culpables. Sin duda éstos intentarán descargar su culpa tratando de convertir al responsable en cómplice –esto es precisamente lo que intentan los políticos con su llamada a arrimar el hombro, a los sacrificios, etc.-, es decir, en culpable, pero es muy importante que los ciudadanos, asumiendo que quizá no haya más remedio que sacrificarse, no se dejen engañar, pidan cuentas a los culpables y aprendan la lección más importante: ser responsable implica ejercer responsablemente las obligaciones que como ciudadanos tenemos.