Esta semana algunos profesores hemos recibido unas clases de recursos comunicativos impartidas por Adán Rodríguez, actor y director del aula de teatro de
la Universidad Miguel Hernández. Fueron cuatro horas amenas, divertidas, en las
que aprendí algunos recursos que seguramente me vendrán bien. El mundo de la
interpretación me fascina y no me disgustaría apuntarme al
aula de teatro, pero como no tengo tiempo me conformo con ver de vez en cuando buenas
películas e ir al teatro de uvas a peras. Decía Adán que el teatro es “convención”
y “convicción”, una obviedad que sin embargo me ha hecho pensar. Vamos al cine o al teatro asumiendo que lo que allí veremos es una obra de
ficción, una convención que se va a representar y que se nos propone que
aceptemos como tal. Eso es así incluso en las obras inspiradas en hechos
reales, pues también aquellas que pretenden ser absolutamente fieles a lo
acontecido deben interpretar los sucesos en cuestión. Y una vez asumida la
convención, los actores deben actuar con la convicción que les exige ser fieles
a lo convenido hasta lograr arte dramático.
Esto de la convención y la convicción me parece bastante interesante no
sólo a la hora de valorar una película o una obra de teatro, sino sobre todo
porque sirve para conocer a la gente. Hay personas –yo diría que la mayoría- que
disfrutan con películas de cualquier género y centran su crítica en que el
guión es mediocre, las actuaciones no son creíbles, el ritmo narrativo es
lento, el desenlace se ve venir desde el principio, etc. Son críticas que
aceptan la “convención” y se centran en la “convicción”, es decir, en la manera
en que se desarrolla la historia. Sin embargo otras me llaman la
atención por su intolerancia a la “convención”. Desde el principio rechazan la
propuesta y no pueden ver más allá. Poco importa que los actores sean buenos,
la historia original, los diálogos divertidos o el ritmo trepidante. Se cierran
en banda a la propuesta por diversas razones, en la mayoría de ocasiones morales, a veces por rigidez mental, aunque también por desilusión,
un caso que a veces incluso resulta divertido. Les pondré algunos ejemplos.
Mi padre ha visto muchísimas películas y su actitud siempre ha sido muy
tolerante, pero recuerdo una ocasión en que no aceptó la
convención. En los años setenta se hablaba mucho de los ovnis y de los
extraterrestres. El programa del Dr. Jiménez del Oso propició el interés por estos temas. De aquella época es “Encuentros en la tercera
fase” (1977), de Steven Spielberg. Teniendo esta película en la retina, puede
el lector imaginarse qué esperaba mi padre, que veía todas las semanas el
programa de Jiménez del Oso, de “E.T. El extraterrestre” (1980), también dirigida por
Spielberg. Fuimos al cine y desde luego yo lo pasé muy bien, pero recuerdo que cuando le
pregunté qué le había parecido él expresó su disgusto diciendo que “açó era una película de xiquets”. Venía pensando en una propuesta completamente distinta y en lugar de adaptarse a esa
bellísima historia se negó en redondo a la convención y no pudo apreciarla en
absoluto.
Dejando al margen películas manifiestamente irreverentes, los moralistas
cerriles no aceptan la convención cuando se les proponen historias como “Eyes
wide shut”, de Stanley Kubrick, en la que todo comienza a partir de la
confesión de una fantasía sexual, o “El paciente inglés”, de Anthony Minghella,
en la que inevitablemente los hay incapaces de aceptar que un amor adúltero pueda protagonizar una gran historia de amor. Son dos películas que, aunque muy distintas, me encantan. La
atmósfera que recrea Kubrick es embriagadora. Un halo de misterio y temor
acecha al protagonista, aunque todo queda en un susto. Al margen del pasaje de
Tom Cruise en la orgía que se celebra en la mansión, la entrevista posterior de
Cruise en la casa del personaje interpretado por Sydney Pollack me parece
genial. Le recibe con alegría, le agasaja, le invita a una copa y a jugar al
billar, preliminares exquisitos para decirle que le ha pillado en la mansión.
Impresionante. Y de “El paciente inglés” qué puede uno decir, pues
sencillamente que es una obra maestra que merece por sí sola una entrada.
Finalmente está el caso más sorprendente, el de aquellos que se niegan por pura
rigidez mental, porque no están dispuestos a aceptar aquello que les resulta
extraño. Se trata de personas que ven la vida de una determinada forma y todo
aquello que no se adapta a su visión, bien se trate de un drama
o de una comedia, es inmediatamente recibido con desprecio o sencillamente
rechazado. Pocos negarán haber pasado un buen rato con la película “Mejor
imposible”, que creo que le valió el óscar a Jack Nicholson. Pues bien, alguno apenas ve el comportamiento extraño y ofensivo del
personaje de Nicholson ˗un obsesivo compulsivo˗ pone cara rara y no acepta la
convención. Y los ejemplos podrían multiplicarse.
Es interesante conocer a una persona yendo al cine con ella y descubriendo su grado de tolerancia a las convenciones.