La serie “Cuéntame cómo pasó” presenta una peculiaridad que la singulariza: no conozco ninguna otra serie que recree la vida de unos personajes en un contexto histórico de hace treinta años y, a partir de ese momento inicial, evolucione de forma casi paralela al transcurso del tiempo presente. Si cuando comenzó la serie en 2001 la trama se situaba en la España de 1968, casi veinte años más tarde los avatares de la familia Alcántara se han venido sucediendo –con el consiguiente envejecimiento e incluso muerte física de algunos de sus protagonistas en la vida real- hasta alcanzar esta temporada el año 1990. Quizá todo ello sería irrelevante de no haber nacido yo en 1970, lo que me convierte en uno de esos espectadores nacidos con posterioridad al año en que comienza la trama de ficción y, dado que mis primeros recuerdos se remontan al año 1974, los seis primeros años de la serie recrean un tiempo en el que soy plenamente consciente de mi ausencia. Conforme avanza la serie aparece un paisaje urbano, una estética y unos acontecimientos históricos que he tenido ocasión de vivir y de los que guardo memoria. El ver cómo la trama enlaza desde un tiempo que se contempla con la lejanía propia del que no estaba y avanza hasta llegar a ese momento en el que uno se ha incorporado a la vida me ha proporcionado un conocimiento intuitivo (conocer algo intuitivamente es percibir de manera inmediata su "verdad" o "corrección") de lo que significa la continuidad histórica. La historia implica la idea de continuidad, pero una cosa es saber esto y otra darse cuenta de manera evidente y especialmente intensa de que el pasado en realidad fue tan presente como la vida que uno ha conocido.
Esta experiencia se ha producido porque ya tengo una memoria suficientemente amplia de lo que ha sido la historia de España. La memoria histórica –que solo puede ser personal, de ahí el disparate que supone pretender legislar sobre ella, pues no existe una memoria colectiva- se convierte en condición de posibilidad para comprender personalmente lo que significa el paso del tiempo. Al ver "Cuéntame" me ha llamado la atención que cuando la trama de la serie se desarrollaba en los años en los que yo no estaba mi sensación ha sido que la historia avanzaba con parsimonia, mientras que conforme me he visto a mí mismo vivo, contemporáneo de los protagonistas, e incluso coetáneo de alguno de ellos, el tiempo se ha acelerado. ¿Y por qué esta aceleración? Vuelvo sobre un tema al que ya dediqué alguna entrada en el blog con ocasión de la lectura de "La Montaña Mágica", novela que recientemente he vuelto a releer. ¿Qué significan cuarenta años de vida? ¿Es mucho o poco tiempo?¿Cabe hablar en estos términos? Cuando tenía poco más de veinte años pensaba en las casi cuatro décadas de Franco en el poder y el año 1936 me parecía muy lejano. Ignoraba la experiencia que tendrían las personas que, como mis padres, habían vivido con plena consciencia esos años. Ahora que tengo cuarenta y nueve años y guardo memoria de la historia de España en los últimos cuarenta y de mi propia biografía puedo entender lo que representan. Mi impresión es que cuarenta años vividos se abarcan en una sola mirada de la conciencia, y si a ello se une la captación intuitiva de la continuidad histórica a la que antes me referí pienso en cómo la historia de la humanidad se puede condensar en una visión sintética en la que toda ella está presente, como un anciano que, llegado a los noventa, abarca la visión de su vida con una sola mirada. Cuando uno ya ha vivido más de cuarenta años y es capaz de abarcarlos de golpe, tiene la capacidad para anticipar que lo que queda por delante será abarcado de igual forma, y quizá esa sea la razón que provoca esa sensación de que el tiempo se acelera, lo cual confirma la tesis que Thomas Mann pone en boca de su héroe Hans Castorp en "La Montaña Mágica": medir el tiempo no es posible, o, al menos, la medición en los términos que todos conocemos debe ceder frente a la experiencia personal de la duración.