Cada vez que veo por televisión las imágenes de la dichosa tomatina de Buñol no salgo de mi asombro. ¿Cómo se puede ser tan tonto como para participar en semejante chuminada? Si por lo menos hubiera una batallita organizada, con bandos, parapetos y premios… Pero no, ahí están todos apretujados y sucios, sin la menor gracia. Y luego están los bobos internacionales que se apuntan a todas estas tonterías simplemente, supongo, para contarlo en sus países. Al menos Luis Miguel Dominguín tenía razones para contar su aventura con la Gardner, pero no sé bien qué contarán estos, a no ser que lo adornen con historias paralelas. Cada cual es muy libre para participar en estas chorradas, pero ver semejante concentración de cafres cada año es algo que te hace pensar. ¿Y qué atractivo hallan las cadenas de televisión para que cada año le otorguen protagonismo? ¿Tradición? Hombre, por favor, seamos un poco más exigentes a la hora de poner esa etiqueta, porque la tomatina sólo lleva celebrándose 63 años. Parece que a las televisiones les gusta eso de tener imágenes curiosas de este tipo, de ahí que hayan empezado a surgir pueblos que buscan protagonismo mediático imitando la tomatina con otro tipo de verdura, hortaliza o lo que sea. ¿Y no sería posible acabar con esto? No me refiero a prohibirlo, sino a que la gente se diera cuenta de que está haciendo el idiota, dejara de acudir, y poco a poco la fiesta se extinguiera. Eso sería precioso, un verdadero motivo de celebración. Hagamos un tributo a la razón y logremos acabar con la tomatina y con todas estas fiestas demenciales.
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