martes, 26 de enero de 2010

Pérez Galdós y el alma quijotesca

En el comentario al post sobre la Wii, Óscar comenta que ha adquirido "Gerona", uno de los episodios nacionales de Pérez Galdós cuya lectura recomendé en el blog. Celebro la elección que sin duda no le defraudará. Este comentario me ha animado a presentar a los lectores del blog un artículo que publiqué en Las Provincias (edición de Alicante) en 2003.

"Pérez Galdós y el alma quijotesca"

Desgraciadamente, tengo poco tiempo para disfrutar de la literatura. Por eso, en cuanto encuentro un huequecillo no puedo permitirme experimentos. Los autores noveles lo tienen crudo conmigo. Necesito clara confirmación de los críticos más exigentes o la autorizada recomendación de mis amigos o de mi padre antes de aventurarme con ellos. De ahí mi indisimulada sorpresa ante la retahíla de nombres desconocidos y predominantemente anglosajones que escuché en una tertulia veraniega cuando a alguien -quizá fui yo quien lanzó la piedra- se le ocurrió preguntar por las respectivas lecturas estivales. Llegó mi turno, y en tono reivindicativo pronuncié el nombre de Benito Pérez Galdós.

Sí señor, me confieso galdosiano hasta la médula. De hecho, a veces tengo la sensación de que mientras me quedan libros de Galdós por leer cualquier otro constituye un riesgo innecesario. Obviamente, estoy exagerando, pero daré por bien empleada la hipérbole si sirve para que alguno de ustedes se anime a comenzar los «Episodios Nacionales» al concluir este artículo.

Aquel verano metí en la maleta tres novelas galdosianas: «Miau», «Misericordia» y «Doña Perfecta». Las tres me entusiasmaron, y se las recomiendo. No obstante, me deslumbró «Miau» por la maestría con que Galdós dibuja la esencia del alma quijotesta en el personaje de Ramón Villaamil, el ímprobo funcionario del Ministerio de Hacienda cesado seis meses antes de su jubilación, pese a su abnegada vocación de servicio y sus amplios conocimientos sobre la Hacienda Pública.

Qué significa exactamente ser un quijote. El Diccionario de la Real Academia define "quijote" como aquel "hombre que antepone sus ideales a su conveniencia y obra desinteresada y comprometidamente en defensa de causas que considera justas, sin conseguirlo". En esta definición queda patente la grandeza de Don Quijote, ya que su extraña locura, lejos de quedar reservada a los orates, ha servido para caracterizar un determinado tipo de alma humana. Por paradójico que pueda parecer, la locura de Don Quijote le exonera de convertirse en un quijote, y, sin embargo, es tremendamente quijotesca la actitud de Sancho Panza tratando de gobernar la ínsula barataria. Sin embargo, me parece que es propio del alma quijotesca un detalle que no recoge la definición de la Real Academia: la clara percepción mayoritaria de la imposibilidad manifiesta de realizar o culminar con éxito la causa que persigue el quijote. Por ello, a mi juicio resultaría más apropiado definir al quijote como un soñador de alma pura que aspira a una buena causa tenida comúnmente por imposible.

Pues bien, Galdós conoce tan sumamente bien la psicología humana que logra algo extraordinario: presentar un quijote que se sabe quijote y que no puede evitar serlo mientras le quede un soplo de vida. Ramón Villaamil no pierde la esperanza de ser recolocado en el siempre inminente cambio de gobierno (la novela se desarrolla a finales del siglo XIX), pero lucha por no hacerse ilusiones, y reacciona displicentemente ante cualquier palabra de familiares o amigos encaminada a darle esperanzas de una próxima recolocación. Una esperanza que todos saben vana. El propio Villaamil es racionalmente consciente de ello, pero en el fondo de su corazón el lector percibe que late una pueril confianza en que se sabrán apreciar sus servicios y conocimientos.

Pero la maestría de Galdós va más allá de este excepcional retrato del alma quijotesca, al mostrar cómo es la realidad de España lo que hace que Villaamil se vea abocado a la amargura de tener que ser un quijote. A finales del siglo XIX, Villaamil propone cuatro pilares básicos para mejorar la Hacienda Pública. Entre ellos destaca la necesidad de que la moralidad sea el fundamento del orden administrativo, y su revolucionaria propuesta de Income Tax, lo que hoy es el impuesto sobre la renta. Resulta quijotesca la declaración presente en el sublime capítulo veintidós: "No es que sepa mucho (con modestia); es que miro las cosas de la casa [el Ministerio de Hacienda] como mías propias, y quisiera ver a este país entrar de lleno por la senda del orden".

Galdós refleja en su novela un mal endémico de la sociedad española: la postergación de los mejores por parte de una mayoría corrupta e inmoral. Ese es el abono perfecto para que en los lugares más insospechados de la piel de toro hayan brotado los quijotes, honestos, a veces brillantes, y casi siempre inadaptados.

Afortunadamente, el panorama español se ha transformado considerablemente. La lacra de la corrupción que amenazó la salud moral y democrática parece felizmente cosa del pasado. Sin embargo, no es posible bajar la guardia. La moralidad y la justicia son el principio básico sobre el que debe asentarse cualquier sociedad. Ojalá en España ninguna buena causa sea tenida por imposible, y los quijotes españoles del futuro lo sean como consecuencia de su afán de lograr que en otros países del mundo también impere la moralidad y la justicia. Galdós y el buen Villaamil descansarían tranquilos.

6 comentarios:

Roberto Lanzas dijo...

Bueno bueno bueno, solo te falta traer a colación al genial Perez Reverte para tocarme la fibra sensible.

Por cierto recomiendo encarecidamente la lectura de la obra de Jose Javier Esparza titulada "La gesta española".

Es un medicamento perfecto para la amnesia tan generalizada de lo que fuimos como nación.

Tomás de Domingo dijo...

Es posible, amigo Roberto, que le interese el post del blog titulado "Imaginando Espana", de septiembre de 2009.

Roberto Lanzas dijo...

Estimado Tomás.

Su blog es una fuente enmedio del desierto. Si me lo permite me exiliaré aquí por un tiempo...

Tomás de Domingo dijo...

Bienvenido, gracias, y quédese el tiempo que desee. Un cordial saludo.

Mozarabia dijo...

Viendo que la cosa versa sobre España y sobre literatura, pinchando sobre mi nick podreis disfrutar de un hermoso poema de Miguel Hernandez, recitado por Loquillo, que me logra emocionar. Hoy, en tiempos aciagos donde todo se pone en duda, conviene echar la vista atrás... y ver a tantos, tantos hombres que loaron a nuestra España.

Azote dijo...

Hoy en España sistema educativo es incapaz de actualizar los “valores eternos”, la sociedad a fuerza de “entertaintment” se ha empobrecido y, para colmo, esto ha contribuido a que los instintos se hayan atenuado todos sin excepción o hayan adoptado formas exóticas: que si carne o pescado tanto me da, que si sexo por internet, el "buenismo", que si paz y amor, que si en lugar de ayudar a mi padre a hacer unos recados voy a ayudar a un indígena del amazonas, que si soy ciudadano del mundo, que si yo nunca tomaré un arma, que si los toros muy malos porque se tortura a un animal que es como torturar a cualquier ser humano, y todo así, eternamente así. Bagatelas, superficiales, falsos problemas, encoñamientos progresistas y poco más. Hoy se discute sobre todo lo que las civilizaciones anteriores se negaron a discutir. Hoy se discute sobre la evidencia.

No es de extrañar que en este malhadado tiempo–basura, hecho de comida–basura, tele–basura, ética–basura, entertaintment–basura, ongs-basura, lo que haya resultado sea una civilización-estercolero en cuyo seno los instintos se han adormecido y pesan más las filias y las fobias que la objetividad, la contingencia sobre la trascendencia, lo individual sobre lo comunitario, y demás.

Mucho trabajo tiene Quijote.