lunes, 2 de agosto de 2010

La interpretación de lo común

Creo que los pocos lectores que permanecen fieles al blog merecen una explicación del prolongado silencio que he mantenido durante estos últimos meses. A veces, como decía Ortega, guardar silencio es una forma de expresarse. En mi caso no se trata de eso, sino de una circunstancia personal que ha cambiado profundamente mi vida: he sido padre y el cuidado de mi hija apenas me deja tiempo libre que dedicar al blog. Espero familiarizarme pronto con el arte del biberón y el eructo, que es una tarea verdaderamente dura, y poder tener algunos minutos para seguir con el blog.

Hay algunos temas que tengo ganas de abordar. Alguno de ellos ha recibido atención en entradas previas. Ahí están entre otros la decisión del parlamento catalán de prohibir los toros, tal como pronostiqué que sucedería, o la salida de Iraq de las tropas estadounidense. Pero el verano, y la vida cotidiana –en seguida me entenderán- me ha puesto en bandeja un tema que considero del máximo interés, un cabo de hornos en la organización de la vida colectiva: la interpretación de lo común.

En función de cómo una sociedad interprete lo común la vida colectiva, y por tanto la vida también individual –pues lo colectivo forma parte de lo individual- puede cambiar radicalmente. Antes de elegir dónde vivir aconsejaría a cualquier persona que indagara cómo se interpreta lo común en la ciudad o el país al que uno desea trasladarse. En los post de un blog lamentablemente hay que simplificar en aras a la brevedad, así que diré que hay dos formas opuestas de ver lo común. En primer lugar está aquella que interpreta que lo común es una prolongación de lo privado de la que participan todos aquellos que comparten aquello que es común. En segundo lugar está la visión de lo común como una realidad sustancialmente distinta a lo privado, que lo supera y requiere por tanto un especial cuidado para facilitar su disfrute.

Quizá un ejemplo cotidiano y muy habitual en estas fechas veraniegas ayude a entender la diferencia. En estos últimos años han proliferado las comunidades de propietarios que comparten elementos comunes tales como piscina, pista de padel, jardín, etc. La regulación del uso de los elementos comunes es una excelente oportunidad para ilustrar el problema. Como paradigma de la primera interpretación está aquel vecino que ve la piscina como un bien que, en tanto común, puede disfrutar a su antojo, pues si es común, y él forma parte del colectivo en cuestión, también es suyo. Así, este individuo considera perfectamente lícito invitar a la piscina a sus ocho hermanos con sus respectivas familias todos los días que se le antoje, y lógicamente admite la posibilidad de que otros vecinos hagan exactamente lo mismo. Una visión completamente diferente tiene el vecino que considera que al ser la piscina un elemento común no puede hacer uso de ella como si se tratara de un bien privado. Por eso no se le ocurre invitar constantemente a todos sus familiares, pues acertadamente –como ven me posiciono- piensa que lo común exige un cuidado y un respeto especial precisamente por ser de todos y no ser de nadie en particular.

¿Qué interpretación domina en España? En efecto, pienso que claramente la primera, y eso pone de relieve que mientras sea así España no puede ser un país con una elevada calidad de vida; y también que si uno quiere ser feliz en la piel de toro tiene que tomar sus decisiones evitando en la medida de lo posible introducir elementos comunes en su vida, pues estos luego se convierten en una cabeza de puente para la invasión agresiva de aquellos que prolongan en lo común sus vicios particulares y su mala educación.

4 comentarios:

Óscar Hdez Mañas dijo...

Creo que hacía falta la explicación de su recientemente estrenada paternidad y me alegro que el blog no haya muerto. Hace unos años era un fiel seguidor de CPI, un blog de divulgación científica, pero su autor también estrenó paternidad y el blog murió, si este no es el caso de este blog pues una alegría que nos llevamos
La entrada como es habitual en este blog me ha gustado. Trata un tema que ya intuía pues he conocido problemas por el uso de instalaciones comunes; pero que no habría planteado con tanta clarividencia, además me genera otras reflexiones que escapan al ámbito de este comentario pero que sería interesante abordar. Por ejemplo el uso y abuso de las comisiones falleras; pero que se supone a la vez profundizan en los lazos de unión y solidaridad entre vecinos a la vez que sustentan la identidad valenciana, aunque a base, como digo, de abusar de los espacios y tiempos comunes.

Lanzas dijo...

En primer lugar, quisiera dar al creador de este blog mi más sincera enhorabuena. El biberón y el eructo son tareas pesadas pero gratificantes. Además hay que tomarlas con buen ánimo, ya que amigo James, no te escapas seguro.

Somos fieles al blog por diversas razones. Mi razón esencial es que admiro a todos cuantos reflexionan sobre España con honestidad. De ahí se explica mi nick, y también mi seguimiento a este blog.

Voy a intentar sintetizar, pero es realmente complicado ante un tema tan complejo. En primer lugar destaco dos axiomas de nuestro sistema político:

a) Todos los hombres son iguales y supremos.

b) Sólo la mayoría está legitimada para establecer la norma social.

¿Y porqué en base a eso yo declaro abiertamente que no soy demócrata en el sentido expuesto? Lo explico:

Este modelo es inconsistente cuando la mayoría establece algo opuesto con a). Por otro lado si la mayoría dictaminase que la mayoría no está legitimada para dictaminar, se produciría una situación semejante a la paradoja del mentiroso.

Asimismo, si colocamos "a)" por encima de la voluntad de la mayoría (ejemplo "hay cosas que no se votan") estaríamos dejando de considerar iguales a todos los hombres, dado que el pensar de un solo individuo que coincidiese con "a)" valdría más que el de todos los demás hombres juntos. Es decir, de los dos axiomas, el segundo deriva indudablemente del primero.

En este modelo los axiomas abdican de sí mismos por lógica interna en la mayoría, que puede contradecirlos. Es un caso más del proceso generado en la Modernidad, y responde a la misma lógica ideológica que la inconsistencia de Descartes.

Por otra parte es fácil percibir la relación de todo esto con la supuesta infalibilidad de la voluntad general Roussoniana. Es un nuevo intento de acercar el "ser" social al "deber ser" social, que conlleva una abdicación de la razón en los procesos de formación social de la voluntad.

La salida razonable sería aceptar que el sistema es incompleto, y colocar por encima de la legitimidad política una legitimidad moral que entraría en acción SOLO en caso de grave contradicción entre ella y la legitimidad política.

O bien recurrir a fórmulas exóticas y utópicas como las habermasianas para crear la normatividad social en base al dialogo ideal. Diálogo que también tiene inconsistencias graves, que si lo desea el autor podemos exponer en futuros debates.

Nuestra normatividad social no puede reducirse al perfil de una "República de yoes agregados". La razón es sencilla. En cuanto seres finitos (no nos creamos a nosotros mismos en el fiat del cogito sum) nacemos "de facto" entrelazados con la totalidad del ser. Y somos "de iure" responsables de esa parte del ser que podemos controlar.

Nuestra responsabilidad no se limita al resto de seres humanos actualmente existentes tomados como meros individuos. Tenemos responsabilidades respecto de los efectos reales de conjunto de nuestras normas y acciones sobre el futuro. TENEMOS DEBERES COMUNITARIOS POR LO TANTO.

El igualitarismo del yo puro, el intento de hacer a los seres humanos materialmente iguales, homogéneos, si es necesario mediante políticas de cuotas que llegan incluso a la coacción, es la parodia de la igualdad de los seres humanos en cuanto seres racionales.

Y lo dicho no es nada nuevo, pero precisamente por eso a veces conviene volver a las raíces.

Tomás de Domingo dijo...

Agradezco la felicitación, y por supuesto la fidelidad a ambos. El amigo Lanzas no confía en la democracia y, como él mismo dice, es complicado abordar rigurosamente estos temas en un blog. Me permitiré sólo un par de apuntes. En primer lugar, no es posible hablar de la democracia en general debido a sus muy diversas manifestaciones. Hay muchos sistemas democráticos con grandes defectos, pero eso no descalifica "per se" a la democracia. Es difícil renunciar a la democracia porque hay algo en su esencia -al margen de su plasmación concreta en cada país- de lo que yo por lo menos no puedo prescindir: la capacidad de los ciudadanos para expresar su opinión y remover a quienes ejercen el poder político. Para mí poder pegarle una patada en el trasero al gobernante es irrenunciable, y eso no lo permite un régimen autocrático. Así, por ejemplo, uno analiza el entramado institucional que puso en marcha Franco en 1966 -la llamada democracia orgánica franquista- y puede valorar positivamente muchas de esas instituciones. Pero la imposibilidad para los ciudadanos de cambiar las estructuras constituye un defecto capital. Ciertamente hubo un referendum y los ciudadanos aprobaron por amplia mayoría ese sistema. Pero, una vez aprobado, la obturación de los canales de cambio político, es decir, la ausencia de democracia final lo convierte en inaceptable.
En segundo lugar, la defensa de esa esencia de la democracia no me impide ver y afirmar que no todos los ciudadanos son igualmente capaces. De ahí que opine que la democracia tiene que ser capaz de abrirse a la excelencia, como he escrito en este blog.

Lanzas dijo...

Reconozco los defectos del Estado autoritario a la hora de permitir la expresión de la voluntad popular. Es de hecho para mi un reto encontrar la forma de canalizar esa expresión en un marco en el que no existan los "partidos políticos".

Debemos hallar un nuevo proyecto civilizatorio: la realización del ser humano como ser racional en sustitución de un "yo puro", que es el proyecto de la Modernidad y la Ilustración. Un modelo que ha devenido en un fundamentalismo individualista que desconoce los deberes comunes sobre los que reflexiona el artículo inicial.

Rechazo la patología racionalista de la Modernidad, que conservan la concepción del hombre como un "yo puro".

Es triste que toda una civilización renuncie a lo que todas las grandes culturas han buscado. Allí donde el hombre ha hecho valer su condición de ser racional o espiritual ha buscado siempre la realización de la racionalidad última en la identidad última. En efecto, estamos perdiendo la identidad. La Modernidad la considera realizada con la consagración del individualismo.

Conviene revisar el concepto de sociedad abierta de Popper (1945) retomado por Soros (1998). Una sociedad abierta es aquella en la que quienes detentan el poder no pretenden poseer la verdad absoluta, esto es, la totalidad de la racionalidad. Dejan ciertos huecos para la disidencia.

Pero hay que dejar claro que la sociedad construída sobre el "yo puro" es una sociedad que pretende haber conseguido toda la racionalidad cerrando la razón discursiva, en su uso práctico, sobre el "yo puro" como valor supremo.

Recomiendo encarecidamente la lectura de Ortega y Gasset. Concretamente su obra "El tema de nuestro tiempo" (1923) que sigue conservando a mi parecer una gran vigencia.

La tarea histórica de nuestro tiempo sigue siendo la misma que vio el lúcido filósofo madrileño: la salvaguarda de la racionalidad frente al racionalismo y al irracionalismo.

Es muy complejo pero trato de decir que no me satisfacen los parches "rosas" al sistema. Busco un cambio más radical, entendiendo radical como referencia obligada a la raíz del problema. Y porque no decirlo, también radical como exaltado.