La prensa de hoy recoge las declaraciones de Angela Merkel sobre el fracaso de la sociedad multicultural en Alemania. Conviene citar algunas de las frases literales que se le atribuyen: “A principios de los años sesenta nuestro país convocaba a los trabajadores extranjeros para venir a trabajar a Alemania y ahora viven en nuestro país (...) Nos hemos engañado a nosotros mismos. Dijimos: 'No se van a quedar, en algún momento se irán'. Pero esto no es así". “Y, por supuesto, esta perspectiva de una [sociedad] multicultural, de vivir juntos y disfrutar del otro (...) ha fracasado, fracasado totalmente”. Finalmente, Merkel aludió al escaso interés de los inmigrantes por integrarse sentenciando que “quien no aprenda inmediatamente alemán, no es bienvenido”.
Cuando leí el titular esperaba hallar una reflexión seria y profunda sobre un problema de tal calibre, pero la verdad es que lo dicho por Merkel es un cúmulo de contradicciones. Es evidente que el problema al que se refiere Merkel radica en la falta de integración de los extranjeros -fundamentalmente los musulmanes turcos-, pues siguen viviendo según sus costumbres y al margen de los alemanes. Vamos, más o menos lo que hacen los ingleses en la costa del sol. Por ello resulta curioso que Merkel hable del fracaso de la sociedad multicultural y aluda a la resistencia a integrarse de los inmigrantes, ya que una sociedad multicultural es aquella que permite la convivencia de varias culturas en el marco del respeto a unos valores comunes. Si los turcos –o los ingleses en Marbella y Benidorm- respetando la libertad de los demás desean seguir viviendo como musulmanes turcos no se puede decir que la multiculturalidad haya fracasado.
El verdadero problema no es el fracaso de la sociedad multicultural en Alemania, sino el temor a que la sociedad multicultural haga que Alemania pierda su identidad. Y lo mismo temen muchos franceses, holandeses, etc. Por consiguiente, la cuestión es cuánto liberalismo estamos dispuestos a admitir. Hay muchas personas que proclaman su liberalismo a los cuatro vientos, pero cuando esa libertad sirve para que cada vez se construyan más mezquitas en Europa –más de uno se estremecería al conocer el número de mezquitas de Rótterdam, ciudad con alcalde marroquí- se echan a temblar y critican que los musulmanes no se integren. No sé si será el caso de Merkel, pero es el momento de hablar claro y de llamar a las cosas por su nombre. El fundamento de las naciones europeas es mucho más complejo que unos valores democráticos y liberales que actúan como un mínimo común. Muchos se opusieron a que se citaran las raíces cristianas de Europa en el proyecto de Constitución europea, pero lo que es evidente es que no podemos construir nuestra convivencia sobre la base de un respeto a todas las identidades y sensibilidades que respeten ese mínimo común, y más tarde quejarnos de que quizá se pierda nuestra identidad. ¿En qué quedamos? ¿Las naciones europeas tienen o no tienen identidad? Y si la tienen, ¿en qué se funda dicha identidad? Quizá Merkel no se atreva a decirlo, pero lo cierto es muchos alemanes lamentan no sólo ver que los turcos u otros inmigrantes no se esfuerzan por aprender alemán, sino que les preocupa que gente de piel oscura y aspecto extraño colonice los barrios de sus ciudades hasta hacerles pensar que no están en Alemania.
Sí, el multiculturalismo aspiraba a que la pertenencia a una comunidad no tuviera una base étnica, pero lo cierto es que a la gente común esto no le resulta tan sencillo como a intelectuales como Habermas. Pero entérese la señora Merkel y todo el mundo: ya no importa si a los inmigrantes que han llegado a Europa les cuesta integrarse o no. Tampoco tiene sentido reivindicar una identidad de orden étnico. No. Mientras Europa permanezca impasible ante su suicidio demográfico todo esto son discusiones baldías, porque constituye una certeza matemática que necesitaremos inmigrantes. Y países como Alemania no tienen fácil elegir.
3 comentarios:
El verdadero problema es el eurocentrismo llamado Occidente que no quiere reconocer que así como colonizaron el resto del mundo y "plasmaron" (impusieron?) su identidad a todos los demás pueblos del mundo ahora se ven obligados a aceptarse transformados por las identidades de aquellos que consideraron inferiores (o poco calificados para ser "europeos")
Argentina se formó desde ese multiculturalismo y así convivimos. A muchos de nacionalidades europeas les "costó" integrarse hasta el punto de llegar a transmitir a las generaciones posteriores (como yo) un sentido de superioridad con respecto a los originarios sólo para poder sentirse como en casa.
Deberán sufrir las consecuencias
Los discursos como el de Flavia son los que justifican el suicidio de Europa y la decadencia de occidente. Un sentimiento de culpabilidad eterno para Europa, unido a una cierta xenofilia que me da repelús.
Cabría argumentar que Europa sí constituye una comunidad general de sentido fraguada por la cultura clásica, la herencia cristiana, el proyecto de la Ilustración y la
reciente experiencia de sus límites (ver los recientes conflictos balcánicos, o la pugna Grecia-Turquia).
Yo no voy a pedir perdón por pensar que la Catedral del Duomo es infinitamente superior a la mejor de las construcciones de arcilla africana. Y eso no me lleva a adoptar posturas racistas o etnicistas, que no son más que una aberración del positivismo.
La identidad nacional (pienso, en respuesta a Tomás, que SI existe) comporta la sustitución del integrismo individualista, implica devolver a la sociedad el compromiso mínimo imprescindible para asumir colectivamente los retos que la realidad misma lanza a todo grupo humano que lucha por su supervivencia. Es el dogma individualista, el que hoy impide enfrentarnos ya con serenidad a los problemas que apuntan en el horizonte: la simple suma de intereses individuales y de libres contratos no es instrumento suficiente para garantizar nuestra
existencia futura como comunidad; es necesario que nos vayamos agrupando como nación para hacer frente coordinadamente a nuestros problemas, y, por eso, es necesario
que sentemos las bases espirituales de un reagrupamiento nacional. Pero esta voluntad
de compromiso que conlleva la idea nacional como nosotros la queremos ha de ser ante todo tolerante, de una tolerancia que corte el paso a todos los integrismos, también al
individualista, para asumir y proteger las conquistas de la racionalidad moderna: este es
justamente el desafío que tenemos delante.
Creo que mi posición coincide con la de Tomás, aunque es más "políticamente incorrecta".
"El fundamento de las naciones europeas es mucho más complejo que unos valores democráticos y liberales que actúan como un mínimo común."
Muy de acuerdo en eso. Aunque no puedan o no quieran plasmarlo en papel (i.e. en el proyecto de constitución europea o en donde sea) sin dudas cada país europeo tiene raíces culturales, históricas y sociales muy fuertes.
Pero como bien dice el final, si no quieren tener hijos no les queda otra que convertirse en parias en su propio país. Lo preocupante es que ya sabemos que a los europeos a intolerantes y racistas no les gana nadie.
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