Cualquier gobierno español que se precie no puede dejar de afirmar con toda gravedad que la Universidad española necesita una reforma. Como tocaba, eso ha hecho hoy el ministro Wert, quien ha anunciado que una comisión de expertos trabajará para formular propuestas al respecto. ¿Acaso no es verdad que se necesitan cambios? Naturalmente. Eso sí, convendría empezar por lo “sencillo”: me conformo con que sólo accedan a la Universidad los estudiantes que verdaderamente están en condiciones de cursar estudios universitarios, y con que a los profesores se nos evalúe rigurosamente la calidad de nuestra docencia y de nuestra investigación. Sobre esto último, en mi opinión, urge prestar atención al contenido de las investigaciones y no principalmente a esos indicios formales y cuantitativos que están degradando nuestro nivel científico. A partir de ahí, lo que quieran: mejoras en planes de estudio, metodologías docentes participativas, internacionalización, prácticas en empresas, racionalización del mapa de titulaciones, etc.
Como ven, no me opongo a las reformas. Sin embargo, cuando en menos de catorce años se atisba una nueva reforma en el horizonte uno ya empieza a cansarse. Les ahorraré la narración del periplo vivido desde la Ley de Reforma Universitaria hasta la actual Ley de Universidades, y me limitaré a recordar el lector que hace menos de tres años la Universidad española se puso patas arriba para acometer la reestructuración completa de los planes de estudio con el fin de adaptarse a la peculiar interpretación que el gobierno socialista de entonces hizo del Espacio Europeo de Educación Superior a través de un Real Decreto. Se pretendía cambiar no sólo la duración y el contenido de los nuevos títulos, que ahora iban a ser Grado s y Masters, sino también el acceso a la Universidad y las metodologías docentes. Además, era la ocasión perfecta para, si se quería, cambiar el mapa de titulaciones. Se trataba, pues, de un cambio radical en el que muchos nos embarcamos con escaso o nulo entusiasmo. Esto último da igual. Lo importante es que se puso mucho esfuerzo y una colosal burocracia para culminar el tránsito a Bolonia. Apenas hemos comenzado a funcionar, ¡ni tres años han pasado!, y los políticos, como era de esperar, vuelven a afirmar que la Universidad necesita una reforma. Esto me recuerda a cuando en la película de Garci “Tiovivo c. 1950” un personaje comenta a una actriz argentina y a su acompañante que “el cine español no está en crisis por la sencilla razón de que siempre ha estado en crisis”. Yo diría que a la Universidad le pasa lo mismo.
En fin, tengan claro que aquí lo de situar a las Universidades españolas en las primeras posiciones del ranking mundial es lo de menos. Se trata de ahorrar dinero a través de las medidas que se les antojen. Que no nos vengan ahora con que si el abandono de los estudios es muy elevado o que si el nivel de desempleados con estudios universitarios es muy alto. Si verdaderamente se toma en serio el “plan Bolonia” habría que evaluar sus efectos mucho más adelante. Si uno trabaja en la Universidad no debe dejarse marear por estas reformas porque se volvería majareta. Así que a trabajar bien y a dejarse de rankings.
2 comentarios:
Me parece acertado todo lo que aquí se dice. Sería un acierto que Wert, aprovechando la crisis y, con la escusa de los recorte, tomara unas medidas sensatas. Se necesita mejorar en el nivel de la exigencia a los alumnos y, junto a esto, que se realizara más investigación de nivel... y no estoy pensando en la ciencias ni en las empresas. La Universidad debe cultivar el saber por el saber.
Espero que la reforma contemple un verdadero incentivo a la excelencia.
Ya dejaron caer una vinculación más intensa entre becas y rendimiento (frente a la dominante relación becas/renta) y algunos sectores montaron en cólera...
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