Han sido bien recibidas las disculpas del Rey a la salida del hospital. Creo que hay que valorar positivamente su gesto, aunque no actúe movido por un arrepentimiento sincero, pues eso queda reservado exclusivamente a su conciencia. Su petición de perdón, como toda acción de este tipo, es una demostración de respeto a los españoles. Si luego no actúa en consecuencia habrá que volverlo a criticar, desde luego con más severidad. No creo que fuera necesario especificar a qué se refería cuando pedía perdón, pues parece claro que aludía a lo inapropiado de haberse ido de caza a África. Además, la falta de concreción puede servir para que seamos generosos interpretando que nos pide perdón por todas las acciones inapropiadas que están conociéndose. Ahora bien, no debemos olvidar una cosa importante ligada al perdón: la necesidad de satisfacer, de restablecer el daño causado o, en su caso, de asumir la responsabilidad derivada del mismo. Hay acciones en las que basta con pedir perdón, pero hay otras en las que a ello hay que sumar algo más, esto es lo que en el catecismo de la iglesia católica se conoce como “satisfacción”, y es algo que muchas veces no se tiene en cuenta (este tema merecería una entrada específica). En el caso de la cacería africana, puesto que parece ser que no ha costado dinero, basta con que pida perdón. En cambio, si se descubre que el Rey participó de alguna forma en los manejos de la trama Noós de Urdangarín, a la petición de perdón debería unir su inmediata abdicación.
Por algún capricho del destino, conocimos del accidente real el 14 de abril, fecha en la que algunos celebran la llegada de la II República. La cacería real y la implicación de Urdangarín y su mujer –no seamos inocentes- en un caso de corrupción, por no hablar de otros comportamientos poco edificantes, están menoscabando la imagen de la monarquía de forma preocupante, y ello no es en absoluto irrelevante, sobre todo en este contexto de crisis económica y política en la que estamos inmersos. Y aquí conviene detenerse en la sumisión de la monarquía hacia el PSOE a la que ha aludido recientemente Jiménez Losantos. Creo que es cierto que el Rey tiene una especial sensibilidad hacia las opiniones del PSOE, y es lógico que sea así. Sabe que el PP jamás –salvo situación excepcional- cuestionará la monarquía, y por ello piensa que lo fundamental para salvaguardar la institución es contar con el apoyo del PSOE. No hay duda de que si los socialistas abrieran el debate sobre la forma política del Estado y abogaran por la República, la monarquía se vería en una situación delicada. Si no lo han hecho hasta ahora probablemente se debe a que saben que la monarquía ha sido una institución bien valorada por los ciudadanos y posicionarse en contra les restaría votos. Por consiguiente, el Rey debe sobre todo ganarse el respeto de los ciudadanos, porque sólo así podrá asegurarse el apoyo de un partido de masas como el PSOE, que aspira a gobernar.
En abstracto, como muchas otras personas, yo también considero más adecuado prescindir de la monarquía, pero la política no es algo abstracto. Siempre está referida a una comunidad política que tiene una historia, un presente y unos proyectos de futuro. Teniendo esto presente, a mi juicio, la apuesta por la República sería todavía hoy un proyecto que sembraría la discordia. En una situación de crisis como la que vivimos se plantea la necesidad de adoptar iniciativas, proyectos, para superar esta situación. Existe la tentación de que algunos vean en la apuesta por la República un posible proyecto de futuro que sirva para canalizar la ilusión de los españoles. Pero, como apunto, es un proyecto que difícilmente sumará al conjunto de los ciudadanos, y por tanto sólo serviría para malgastar energía y generar discordia y confusión. Por eso es capital que la monarquía actúe el manera responsable y ejemplar. Sería muy positivo que, al margen de que el Rey no se viera salpicado por el escándalo de Urdangarín, si se demuestra la culpabilidad del yerno la condena sea ejemplar. Al margen de ello, es capital que el Rey y la Reina, si no se reconcilian íntimamente, por lo menos ofrezcan una imagen pública de serenidad y unión. A partir de ahí, prefiero que el Rey aguante hasta el final, pero si no se encuentra capacitado que abdique y dé paso al príncipe. Esto sería positivo no sólo por la edad actual del príncipe, que pertenece a la generación que actualmente ejerce el poder en España, sino porque la presencia viva del Rey podría ayudarle a consolidar la institución en el crucial momento de la sucesión.
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