miércoles, 27 de agosto de 2014

UPyD y Ciudadanos deben unirse

Desde la perspectiva del observador ajeno a los navajeos propios de la política, parece difícil no estar de acuerdo con Sosa Wagner en que la fusión o coalición de UPyD y Ciudadanos es más que lógica y conveniente para ambos partidos. Claro está que hay que aplicar el “programa, programa, programa” con que nos machacó sensatamente Julio Anguita en su día antes de dar forma al matrimonio político. Pero tal y como está el panorama es una insensatez que estos partidos desperdicien esfuerzos yendo por separado. UPyD podría pensar que ellos ya tienen grupo parlamentario propio y los de Ciudadanos van a capitalizar su esfuerzo y, quizá, su infraestructura organizativa. En cierta medida es cierto, pero no se puede negar que Ciudadanos también ha recorrido un camino en solitario con gran éxito en Cataluña y la unión permitiría acabar con uno de los principales lastres de UPyD, por no decir el principal: su identificación casi total con la figura de Rosa Díez. Albert Rivera pertenece a la generación de Pablo Iglesias y si suma esfuerzos junto a Rosa Díez podríamos estar ante una ilusionante alternativa al bipartidismo anclada en torno a la defensa de la nación y del Estado constitucional en la que se articula. Si no aprovechan la ocasión corren el riesgo de ser barridos o quedar reducidos a una representación testimonial. 

viernes, 15 de agosto de 2014

El preceptor

Creo que esta reflexión publicada hace casi diez años en "Las Provincias" sigue siendo válida y la reproduzco en el blog.

El preceptor
  
Ando estos días un tanto azorado por no haber leído a Azorín. Y es que tanto lo alaba Julián Marías, cuya figura y obra constituye para mí una referencia obligada, que he terminado por convencerme de que la lectura de Azorín es imprescindible. De momento, he ido a la librería a por uno de sus libros, La voluntad, aunque todavía no he tenido tiempo para hincarle el diente. Veremos qué tal congeniamos Azorín y yo porque, dado mi fervor galdosiano, no aventuro un amor a primera página.

Mi ignorancia de la obra de Azorín me ha hecho reflexionar sobre los largos veranos que pasaba felizmente enjugazado cuando era un adolescente. No es cuestión de mortificarse por ello, pues las decisiones personales no se pueden valorar desligadas del contexto en el que se adoptan. Además, hay tantas lecturas deliciosas reposando en los anaqueles que uno viviría en perpetuo desasosiego si se sintiera en falta por no haberlas saboreado. De todas formas, no puedo evitar pensar que podía haber dedicado más tiempo a la lectura de obras y autores que he conocido posteriormente, a veces merced a un buen consejo –nunca agradeceré lo bastante a José María Rojo que en primer curso de la carrera de Derecho me aconsejara leer Antropología Metafísica de Julián Marías-, otras por mero azar, movido por el deseo de saber.

Este pensamiento me llevó a plantearme cómo se pueden encuadrar ciertas lecturas básicas en la biografía de un español culto. Si durante la época formativa –Colegio, Instituto y, en su caso, Universidad- se pierde la oportunidad de familiarizarse con ese poso imprescindible, luego sólo una voluntad tenaz por mejorar y una buena dosis de suerte pueden paliar la falta. El problema es más grave de lo que se piensa, debido a que esas lecturas imprescindibles exigen un esfuerzo que va más allá del tiempo que se le puede dedicar en el colegio. ¿Y qué hay más allá de las aulas? Algunos pocos afortunados cuentan con una biblioteca en casa y padres que les aconsejan bien y les inician en los buenos hábitos. Otros, aunque carecen de esa suerte, no es infrecuente que también sean apoyados por sus progenitores, quienes, preocupados por el éxito académico de sus hijos, no dudan en contratar para ellos un profesor particular. 

Efectivamente, en nuestros días es muy frecuente contratar un profesor particular, sobre todo para matemáticas e inglés. No es que me oponga a esta figura, pero sí que detecto algunas taras en su enfoque. El profesor particular se presenta hoy como un remedio frente a la amenaza de fracaso escolar, pues, si el hijo está aprobando, se entiende que no hay nada de qué preocuparse. El profesor, que suele ser un especialista que profundiza en la materia que explican en el Colegio o Instituto, trata de que el alumno logre superarla. Si el alumno aprueba con buena nota, el profesor habrá cumplido su misión con éxito. ¡Qué diferencia entre esta figura y la de los preceptores de antaño!

En el pasado, la inexistencia de una educación obligatoria hacía que muchos padres contrataran preceptores que se encargaban de ofrecer una formación integral para sus hijos. Ilustres filósofos como Hobbes, Kant o Stuart Mill se ganaron la vida como preceptores. Ni que decir tiene que hoy nadie contrata un preceptor, en el sentido clásico del término, pues se entiende que para eso ya está el Colegio; además, nadie se ofrece como tal. Sin embargo, tras la reflexión a la que me llevó mi azoramiento azoriniano, he acabado convencido de que resultaría altamente provechoso recuperar esta figura. 

Por una parte, nos hallamos con una educación de muy baja calidad, por las razones que sean, en los niveles inferiores a la Universidad. Completar todo aquello que no se enseña y que, sin embargo, una persona culta debe conocer, bien se trate de conocimientos en sentido estricto, bien de determinadas habilidades, resulta mucho más importante que superar con éxito esta educación oficial. Además, está muy extendida la cultura de la especialización, cuyos males ya fueron advertidos por Ortega en La rebelión de las masas, que no favorece el esfuerzo extraescolar por adquirir una completa formación de base, y que conduce de manera excesivamente temprana a orientar a los estudiantes hacia aquello en lo que destacan, porque es lo que les garantizará un puesto de trabajo bien remunerado. La especialización es importante, qué duda cabe, pero cuando es excesiva embrutece y debe ser combatida. Finalmente, la ingente bibliografía existente puede redundar, si no se dispone de una buena orientación, en una considerable pérdida de tiempo en lecturas poco provechosas.

Este panorama aconseja contar con un buen preceptor: una persona culta, íntegra y cabal capaz de orientar la formación integral del alumno, que complete la imprescindible labor educativa que le compete a la familia y al colegio sin guiarse por las urgencias académicas del estudiante. El preceptor puede evitar muchos esfuerzos baldíos si guía al alumno sabiamente con un adecuado plan de lecturas, estimulándole a adentrarse en ellas y facilitando su asimilación con explicaciones e intercambio de impresiones. Entre ellas, en mi opinión, Galdós no debería faltar; Marías me ha persuadido de que Azorín  tampoco, pero ya les contaré.

"Eso se olvida"

La mujer de Pujol, Marta Ferrusola, le susurra a su marido que la querella que le han presentado los de “manos limpias” no tiene importancia, que “eso se olvida”. ¿Quién lo olvida? Supongo que la gente, pero ¿acaso el olvido de la gente justificaría sus acciones? Me produjo un profundo asco escuchar las palabras de esta mujer, al tiempo que permite entender perfectamente la catadura moral de sus cachorros, hijos de papá y mamá. La evidencia de que Pujol es un sinvergüenza y la constatación de la mierda que le ha envuelto a él y a su partido afectan sin duda alguna a la posición de Mas, pues dejan entrever la impostura de Convergencia en la defensa de sus argumentos. Es difícil no pensar que detrás de todo se halla poder y “negoci”.