No entro a valorar si los tuits de Pablo Hasél están amparados por el derecho a la libre expresión e información, aunque atribuir delitos como asesinar y torturar sin aportar pruebas no forma parte del derecho a la libre información, que nunca puede amparar la calumnia. Pero, ya digo, me da exactamente igual. Aunque sus insultos y críticas a la monarquía quedaran amparadas por la libre expresión, su lenguaje violento y soez denota falta de educación y nulo talento artístico. Defender a este mamarracho como si fuera un luchador por la libertad como en su día lo fue, por ejemplo, Marcelino Camacho, deja bien patente la inversión de valores y de referentes públicos que se vive en nuestra sociedad.
Cientos o miles de jóvenes se han echado a las calles de Barcelona quemando contenedores para defender a este sujeto enarbolando la bandera de la libre expresión. Probablemente se trata de los mismos que justifican que se luche contra Vox pegándoles una patada en la boca y que han boicoteado los mítines de este partido que sí constituyen un ejercicio legítimo de la libre expresión. Estos niñatos que tienen la gran suerte de vivir en democracia y de poder decir lo que piensan con entera libertad se encuentran con que el siniestro Pablo Iglesias los azuza con el mantra falaz de que España no es una democracia plena. El problema es que teniendo la verdad a su alcance prefieren la mentira. Esto me recuerda a las relaciones del hombre con la verdad que tan bien explica Julián Marías. Aunque parezca paradójico, el hombre puede vivir “contra la verdad”, puede rechazarla. Les cito este pasaje de Introducción a la filosofía:
“Es posible una
situación extremadamente anormal y paradójica, que es la de vivir contra la
verdad. Y es –no nos engañemos- la dominante en nuestra época. Se afirma y
quiere la falsedad a sabiendas, por serlo; se la acepta tácticamente, aunque
proceda del adversario, y se admite el diálogo con ella: nunca con la verdad.
Esta es sentida por innumerables masas como la gran enemiga, y contra ella es
fácil lograr el acuerdo (…). ¿Por qué esta voluntaria adscripción a la mentira
en cuanto tal? La razón no es demasiado
oculta: en el fondo, se trata simplemente del miedo a la verdad. El hombre que
vive sobre un supuesto de ideas y creencias de cuya falsedad está íntimamente
convencido, o que al menos sospecha, y que no tiene el ánimo necesario para
vivir en la duda y a la intemperie, para sentirse perdido, aplazar decisiones y
ponerse a realizar esa faena inexorable que es el pensar –inexorable, porque
cuando es auténtico no admite componendas y solo se aquieta con la verdad
misma-; cuando no tiene ese ánimo, digo, huye de la verdad y la persigue,
porque adivina que su mera presencia arruina el irreal fundamento de su vida”.
Vivimos rodeados de mentiras y de mentirosos. Las “fake news” y la tolerancia a las mismas cuando no su disfrute es un fenómeno generalizado. Los independentistas mienten y su electorado acepta borreguilmente sus mentiras. El Presidente del Gobierno ha llegado al poder mintiendo continuamente, y sabemos que lo seguirá haciendo si le interesa para seguir en el poder. Cada vez que Fernando Simón abre la boca sabemos que no podemos confiar en su palabra, y allí sigue después de todo lo que ha dicho. Nadie quiere ver la verdad sobre las pensiones o sobre el drama del envejecimiento de la población. Tampoco se quiere saber la verdad sobre los muertos que ha provocado la pandemia. Es desolador. Llegará un momento en que la mentira no nos sirva. La cuestión como sociedad es cuándo y cómo se producirá el golpe que nos exigirá despertar y afrontar la realidad.
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