Viene resultando habitual que algunas personas se refieran a nuestros jóvenes diciendo que son la generación mejor formada y que, por ello, es doloroso ver que tienen tan pocas oportunidades de encontrar un empleo digno. No es verdad, no son en absoluto la generación mejor formada: justo lo contrario, tienen una formación más que mediocre y, sobre todo, una preocupante incapacidad para estudiar con atención sostenida durante un período largo de tiempo sin sucumbir a las distracciones. Así lo confirmarán la mayor parte de los profesores universitarios a los que les pregunten. ¿Cuál es la razón de ello? Por una parte, la educación primaria y secundaria se ha degradado en sus contenidos curriculares eliminando contenidos esenciales o reduciéndolos al máximo. Por otra parte, la falta de disciplina y de respeto a los profesores, y las constantes interferencias de la tecnología, dificultan que niños y jóvenes cultiven las habilidades de expresión escrita y oral a través del fomento de la lectura, y el pensamiento abstracto y la reflexión imprescindible para el éxito en materias como las matemáticas.
A pesar de todas las carencias, muchos llegan a la
Universidad, que les abre sus puertas de par en par deseosa de ingresar dinero
en concepto de matrícula, al igual que acoge a todos aquellos mayores de
veinticinco o cuarenta años que desean lograr un título
universitario y ven como un sueño cumplido haber superado los exámenes de acceso. Las universidades, necesitadas de ingresos por
matrícula, renuncian de entrada a ser centros de excelencia y juegan con las
ilusiones y el dinero de muchas personas a quienes se les ha hecho creer que
son capaces de estudiar una carrera universitaria. A partir de entonces, pueden
pasar dos cosas. Hay profesores que, conscientes de que suspender les trae
dificultades, deciden no complicarse la vida, aplican a su trabajo una “patada
a seguir” de rugby y colaboran a engrosar la bola de nieve del gigantesco y
temerario engaño. Con ello aumentan la presión sobre aquellos que creen que su
responsabilidad hacia la sociedad como empleados públicos reclama un nivel
mínimo de exigencia que cada vez menos estudiantes pueden alcanzar. El
inevitable y merecido “suspenso” supone el despertar del sueño para muchos de
los estudiantes que en realidad nunca pasaron de ser alumnos que viajaban en un mullido vagón hacia el despeñadero académico. En esta situación se halla actualmente
la Universidad española: patada a seguir o resistencia frente a la degradación.
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