“As bestas” es una gran película, y todavía estoy más convencido
de ello conforme van pasando las horas después de haberla visto: mi mujer y yo
seguimos repasándola y admirando el descomunal talento que demuestran tanto su
director, Rodrigo Sorogoyen, como los actores que la protagonizan.
Basada en hechos reales
(el crimen de la aldea de Santoalla, Petín), Sorogoyen ha enriquecido esta
historia hasta otorgarle la hondura de un clásico. La
película refleja el enfrentamiento entre un matrimonio francés de mediana edad,
Antoine y Olga, establecido en una aldea gallega desde hace dos años, y sus
vecinos Xan y Loren, dos hermanos dedicados a la ganadería que siempre han vivido allí
junto a su madre. Los franceses viven de la venta de las
verduras y hortalizas que cultivan en su huerto. El conflicto surge porque una compañía de energías renovables desea
instalar aerogeneradores (molinos para producir energía eólica) y está
dispuesta a pagar una importante cantidad de dinero a los nueve vecinos de la
aldea a cambio de sus tierras. La decisión debe ser unánime, ya que a la
empresa le interesa la totalidad del terreno, no solo una parte. Si no aceptan
la oferta, la empresa buscará otro lugar en el que realizar la instalación.
Antoine y Olga han encontrado en la aldea el lugar que venían buscando y se niegan a vender. Xan desea justo lo contrario: la oferta de la compañía quizá sea su única oportunidad para salir de ese lugar y cambiar de vida. Cree que no es justo que la decisión de quienes apenas llevan allí dos años valga lo mismo que la de aquellos que, como él y su hermano, no han conocido otro lugar, hasta el punto de llevar impregnado el olor a mierda, como le dice Xan a Antoine en el diálogo decisivo que mantienen en la taberna. Para Xan es el arraigo y no un frío título de propiedad lo que debe dar derecho a decidir algo que afecta al resto de vecinos. Antoine replica que él desea quedarse allí, que está dispuesto a comprometerse, a echar raíces en la aldea respetando su carácter rural, pero para Xan un compromiso no es suficiente: el arraigo remite al pasado. Además, Xan detesta esa visión romántica de la vida rural que para él no es más que un “capricho” que los franceses podrían satisfacer en cualquier otra aldea sin privarles a ellos de la posibilidad de comenzar una nueva vida. Ninguno va a ceder y es fácil imaginar cuál será la solución del conflicto.
Especial interés tiene la relación entre Antoine y Olga. Se quieren y comparten el mismo proyecto vital, pero Antoine no es capaz de interpretar correctamente lo que está pasando y de cambiar sus planes ante la grave amenaza que se cierne sobre él y su mujer. Olga sabe que deben irse de allí e intenta convencer a su marido. Les están haciendo la vida imposible y es consciente de que posiblemente les acabarán matando. Además, no le gusta que Antoine utilice la cámara de video para grabar a los hermanos con el fin de obtener pruebas y denunciarles ante la Guardia Civil. De hecho, le pide a Antoine que deje de hacerlo. Y, en efecto, la cámara de vídeo, pese a haber grabado lo más grave, resultará inservible, todo un acierto de Sorogoyen.
“As bestas” plantea muchos problemas, pero el principal es un conflicto jurídico
para cuya solución no basta recurrir a un legalismo superficial: ¿quién tiene más
derecho, Antoine o Xan? ¿Es justo que Antoine prive a Xan y a su hermano de una
oportunidad lejos de la aldea, máxime cuando él y su mujer podrían vivir en cualquier otro sitio? La respuesta a las anteriores
preguntas no es sencilla. Imagino que el espectador al ver la película sentirá simpatía
por Antoine. Es un buen hombre que ama a su mujer, trabajador, altruista, y no busca problemas. Es natural que se
experimente un sentimiento de injusticia al ver cómo los hermanos le hacen la vida imposible. Un mal western
hubiera concluido con un enfrentamiento final en el que sale victorioso
Antoine. Pero Sorogoyen ha elaborado una película redonda y semejante final no
hubiera estado a la altura. Antoine, pese a caer bien, demuestra una rigidez
que le lleva a la perdición. No termina de comprender que está tratando con
gentes que son capaces de comportarse con la brutalidad de las bestias cuando
creen que tienen razón. “As bestas” no es una película en la que domine la
violencia o el terror, como he leído en algunas críticas. En absoluto pienso que sea comparable a “Perros
de paja”, de Sam Peckinpah, salvo en que ambas películas sumergen al espectador
en una atmósfera enrarecida. “Perros de paja” es una película muy violenta
mientras que en “As bestas” la violencia ocupa un lugar secundario frente a la
altísima tensión del conflicto vecinal que sobrevuela desde el comienzo. En definitiva,
una gran película que aconsejo ver en el cine, aunque por las caras de los
espectadores al finalizar la proyección no estoy seguro de que les pareciera
igual de buena que a nosotros.
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