Hace algunos años, en una fiesta de nochevieja en casa de mi cuñado holandés, conocí a una pareja que en el curso de la conversación comentaba muy ufana que había decidido comprarse una granja y tener caballos en lugar de hijos. Me llamó la atención que lo soltaron con toda naturalidad, sin pensar ni por asomo que tal decisión pudiera ser considerada por alguien una inmoralidad. Hoy, en La Razón, se publica una noticia –que más tarde les transcribiré- sobre la soltería como una opción cada vez más popular en nuestra sociedad, es decir, cada vez hay más personas que deciden permanecer solteras y, atención, tal decisión no es en absoluto socialmente rechazada.
¿Somos verdaderamente conscientes de adónde va una sociedad que no valora negativamente, entre otras cosas, la deliberada opción por la soltería, por la ausencia de hijos –en el caso de los casados-, o por la homosexualidad -cuando esta no es genética, sino querida-? Si esto se generaliza, esa sociedad está condenada a desaparecer porque finalmente será absorbida y disuelta por los valores de los nuevos miembros –inmigrantes- que finalmente, por una mera cuestión numérica, impondrán los suyos. Quizá algunos de ustedes estarán pensando, “bien, ¿y usted qué propone?, ¿qué pongamos mala cara a los solteros a los homosexuales, etc., hasta el punto de llegar a excluirlos socialmente?”.
Quizá lo primero que habría que preguntarse es si no es malo que nuestra sociedad se disuelva como consecuencia de esos comportamientos. Si alguno de ustedes piensa así y tiene razones para ello, será coherente en su defensa de la soltería opcional o la cría de animales en lugar de hijos como decisiones plenamente morales y tan respetables como cualquier otra. Sin embargo, si son de los que piensan que formamos parte de una sociedad que tiene una historia y una vocación de permanecer a lo largo de los siglos, y que ello no es posible sin un mínimo equilibrio y reemplazo generacional, no será indiferente a que haya conductas que vayan directamente a impedir que dicho objetivo sea posible. Para ustedes tales conductas serán malas y, por tanto, moralmente reprochables, opinión a la que me sumo. Optar por la soltería o por los caballos por pura comodidad o intereses exclusivamente individuales es una conducta antisocial y moralmente criticable. Pero la pregunta sigue ahí, ¿cómo actuar frente a quienes actúan así, máximo cuando nuestro ordenamiento jurídico les otorga todo el derecho a hacerlo? Responderé recordando, en primer lugar, el pasaje de Jesucristo y la mujer adúltera. Cristo dice a los acusadores, “el que esté libre de pecado que tiré la primera piedra”. Como todos reculan, al quedarse a solas con la mujer, le dice “vete, y no peques más”. O sea, condena el pecado, pero absuelve a la pecadora. Esa es la clave en el terreno del trato personal: respeto máximo a la persona que decide no complicarse la vida casándose y prefiere el rollete y el ahorro, pero, al mismo tiempo, el comportamiento debe ser criticado. Por otra parte, en el terreno de la organización social, es evidente que los poderes públicos deben favorecer aquellas acciones que tienden a hacer posible el bien común, y desalentar las que impiden su realización. Esto exige meditar muy bien qué medidas adoptar porque se puede entrar en un terreno harto resbaladizo. ¿Se imaginan que fiscalmente se penalizara a aquellas parejas que superaran cierta renta y, salvo prueba médica en contra, no tuvieran hijos? Evidentemente, esto es una barbaridad –pienso que no hace falta que lo argumente-, pero es perfectamente posible y extremadamente deseable favorecer a las familias numerosas, y también, aunque aquí más de uno discrepará, no frivolizar el matrimonio mediante una legislación que facilita sobremanera el divorcio.
Les transcribo el artículo sobre la soltería:
“La vieja etiqueta del solterón o solterona ha quedado obsoleta en nuestros tiempos. Ni ellos rechazan la responsabilidad y el compromiso, ni ellas se quedan para vestir santos. Simplemente optan por vivir solos y, aunque una parte de ellos no está satisfecha con su condición, la mayoría ha escogido la independencia por voluntad propia y como forma de vida. Una alternativa al modelo de familia tradicional que conforma un colectivo de más de 8 millones de españoles de entre 25 y 65 años que viven sin pareja convencional, bien porque son solteros, separados, divorciados o viudos, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). De entre los fenómenos sociales de erupción impetuosa en nuestra sociedad, lo que podríamos llamar «nueva soltería» está cobrando una sólida presencia. Tanto es así que hasta el lenguaje se ha transformado y se han adoptado términos como «singles», «impares» o «nones» para designar a este sector social que con el paso del tiempo va adquiriendo incluso prestigio. La mejor fórmula «Antes el matrimonio era indisoluble y se aceptaba socialmente como la mejor fórmula a pesar de que no hubiera una buena relación entre los cónyuges, porque así lo establecían la tradición y las fuerzas sociales», explica el doctor en sociología de familia y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid Gerardo Meil Landwerlin. Sin embargo, tal y como apunta el experto, con la incorporación del divorcio la legalidad ha traducido unos valores y la sociedad ha sufrido una «transformación» que permite al individuo elegir la opción vital que quiera sin imponérsela. «La imagen del soltero como fracasado o abandonado ya no existe en nuestra sociedad. Al disminuir el control social se ha generado una mayor libertad en la concepción de la vida», apunta. La independencia, el no tener que rendir cuentas a nadie y el poder disponer del tiempo libre a su antojo lleva a los impares españoles a viajar un 38 por ciento más que el resto de la población, a ser grandes consumidores de cultura -libros, cine, teatro, conciertos-, a navegar por internet mucho más que la media y a ser amantes de cualquier aparato nacido de las nuevas tecnologías. «Es lógico que salgan más, sobre todo los más jóvenes, que son personas inquietas y con ganas de disfrutar. El vivir solo no significa vivir en soledad, pero los “singles” tienen mayor necesidad de salir de casa, relacionarse, hacer actividades y organizar el tiempo con otras personas», señala el profesor Meil. La ausencia de cargas familiares hace que los impares españoles suelan tener un nivel económico medio-alto y que aquéllos entre 30 y 45 años dispongan además de unos ingresos mensuales un 40 por ciento superiores a los de la media de personas de su franja de edad y gasten alrededor de 500 euros mensuales con su tarjeta de crédito. Así lo ponen de manifiesto los datos del departamento de estudios del salón Single-Ind Life, un evento dedicado a la gente sin pareja que en su segunda edición, el año pasado, recibió a 20.200 visitantes en tan sólo dos días. El poder adquisitivo de los singles y su crecimiento continuo no ha pasado inadvertido para las empresas, que han visto en ellos una clientela muy rentable a la que hay que tratar con mimo. El marketing orientado a disfrutar de la libertad crece vertiginosamente en los campos más diversos. El sector del turismo ha desarrollado desde viajes a destinos exóticos para los impares hasta reuniones en parajes «con encanto», cenas y fiestas para conocer a gente. Abundan también las empresas que prestan servicios domésticos, cursos de formación en actividades artísticas, gastronómicas y de entretenimiento, a la vez que los hipermercados ofrecen comidas preparadas en envases individuales y todo tipo de productos en formatos pequeños adaptados a los hogares unipersonales. Asimismo, las industrias de ropa, de complementos, de perfumería, de cosmética y cuidado corporal, y también las culturales -de libros, de discos, de arte- apuntan cada vez más a los «singles» como destinatarios preferentes de sus campañas publicitarias. La soltería ha dejado de ser un estigma para convertirse, en muchas ocasiones, en un privilegio, como expone Conchín Para, directora del Club Impar, una empresa que organiza cenas literarias, visitas turísticas, fiestas, tertulias, viajes y un sinfín de actividades enfocadas a los impares: «Los solteros de hace 30 años estaban marginados y nada tienen que ver con los de hoy». Antes, según la experta, las mujeres no estaban incorporadas al mercado laboral y no podían vivir solas porque no tenían manera de subsistir sin la compañía de un hombre. Sólo las viudas estaban aceptadas socialmente, ya que habían completado el círculo familiar. En el caso de ellos, Para asegura que solían quedarse en casa de sus madres para que los atendieran y «se iban de farra de vez en cuando porque no se podían tener relaciones sexuales sin estar casado». «Hoy, ser soltero es sinónimo de libertad», especifica. Independencia económica Lo que define el perfil del «single» del siglo XXI para la experta es su independencia económica, que disfrutan de su libertad, que viven solos con alegría y que les gusta mucho la cultura, viajar, conocer otras civilizaciones y leer. Además, Para añade que son personas muy activas, atentas siempre a todo lo que ocurre a su alrededor y que les gusta mucho salir a divertirse . Pero, ¿es bueno que el hombre esté solo? El sociólogo Gerardo Meil Landwerlin asegura que la gente «aspira a vivir en pareja y le gustaría tener hijos», pero que ambas cosas están sujetas a múltiples condicionamientos. «Si una persona no encuentra la pareja apropiada y no se materializa tener hijos se acomoda a otra situación, que es igual de válida y en la que se tiene una vida plena, pues más vale estar solo que mal acompañado», puntualiza. El hecho de constituir un hogar unipersonal, expone Conchín Para, no significa que los impares no estén abiertos al amor. «Muchos de ellos, sobre todo los de 30 a 45 años, tienen el deseo de encontrar una pareja, pero se busca para compartir la vida y no para situarse». En la actualidad, seis de cada diez solteros confían en encontrar pareja y sólo el 14,5 por ciento no cambiarán sus planes y afirman que quieren seguir como «singles». Pero encontrar a alguien no significa matrimonio. Sólo un 7,4 por ciento de ellos tienen intención de casarse. Aunque se trata de un colectivo «muy flotante», señala Para, los impares van en aumento. «Como muestran las estadísticas, la mitad de las personas que se casan ahora tendrán una media de uno o dos divorcios en su vida. Pero no es un crecimiento alarmante, ya que se forman otros grupos de parejas o relaciones en los que los miembros viven en sus casas o ciudades por separado», afirma”.