En el libro “Memorias de África” aparece un sueco que a la pregunta de Karen de si cree en Dios contesta: “La verdad es que soy un gran escéptico: excepto en Dios, no creo en nada”. A algunos les parecerá una respuesta sorprendente, chocante. Aquella realidad que parece exigirnos mayores dosis de fe resulta que es precisamente la que a este hombre le parece que está fuera de toda duda.
Me encantó el pasaje y tomé buena nota porque, aunque no soy un escéptico como ese sueco, no encuentro especiales dificultades para admitir la existencia de Dios. Hay muchos argumentos convincentes: en particular, recomiendo una serena reflexión sobre los cinco argumentos (muchos de ellos estrechamente ligados entre sí) que utiliza Santo Tomás de Aquino para demostrar la existencia de Dios. Pero hoy, mientras revisaba la prensa del día, he hallado una noticia sobre el inventor del teléfono móvil que me ha hecho reflexionar nuevamente sobre este tema.
Quizá muchos de ustedes ya estén acostumbrados a la existencia de estos ingenios que nos cambiaron la vida a mediados de los noventa; sin embargo, yo no dejo de sorprenderme cuando tecleo ese pequeño artilugio y hablo con alguien que se halla a muchos kilómetros de distancia. El teléfono convencional era una maravilla, pero tenía cables, la línea telefónica. En cambio, el móvil traslada nuestra voz de una manera material, pero invisible. ¿Nos damos cuenta de que vivimos en un mundo en el que actúan fuerzas invisibles, pero de cuya existencia no dudamos en modo alguno? Alguno me dirá que existen métodos empíricos para constatar la presencia de esas fuerzas. Bien, ¿y si no los hubiera? ¿Acaso ello cambiaría el hecho de que hay una energía invisible que nos permite hablar con gente distante? La verdad es que este hecho es absolutamente demoledor para los que no creen en Dios. ¿Acaso no se dan cuenta de que más allá de lo que puede captar nuestra visión hay fuerzas ocultas que actúan sobre la realidad? Las nuevas tecnologías radioeléctricas me parece que han acabado con el argumento más poderoso del escéptico: si no lo veo, no lo creo.
Me encantó el pasaje y tomé buena nota porque, aunque no soy un escéptico como ese sueco, no encuentro especiales dificultades para admitir la existencia de Dios. Hay muchos argumentos convincentes: en particular, recomiendo una serena reflexión sobre los cinco argumentos (muchos de ellos estrechamente ligados entre sí) que utiliza Santo Tomás de Aquino para demostrar la existencia de Dios. Pero hoy, mientras revisaba la prensa del día, he hallado una noticia sobre el inventor del teléfono móvil que me ha hecho reflexionar nuevamente sobre este tema.
Quizá muchos de ustedes ya estén acostumbrados a la existencia de estos ingenios que nos cambiaron la vida a mediados de los noventa; sin embargo, yo no dejo de sorprenderme cuando tecleo ese pequeño artilugio y hablo con alguien que se halla a muchos kilómetros de distancia. El teléfono convencional era una maravilla, pero tenía cables, la línea telefónica. En cambio, el móvil traslada nuestra voz de una manera material, pero invisible. ¿Nos damos cuenta de que vivimos en un mundo en el que actúan fuerzas invisibles, pero de cuya existencia no dudamos en modo alguno? Alguno me dirá que existen métodos empíricos para constatar la presencia de esas fuerzas. Bien, ¿y si no los hubiera? ¿Acaso ello cambiaría el hecho de que hay una energía invisible que nos permite hablar con gente distante? La verdad es que este hecho es absolutamente demoledor para los que no creen en Dios. ¿Acaso no se dan cuenta de que más allá de lo que puede captar nuestra visión hay fuerzas ocultas que actúan sobre la realidad? Las nuevas tecnologías radioeléctricas me parece que han acabado con el argumento más poderoso del escéptico: si no lo veo, no lo creo.