A nadie debería extrañar que el retraso de la edad de jubilación se plantee como inevitable. Es una exigencia matemática: nacen menos niños y se vive más años. Hace tiempo que vengo diciendo (no recuerdo si lo he comentado en el blog) que el principal problema de España es la baja natalidad. Una vez participé en una encuesta de intención de voto, y a la pregunta de cuáles creía yo que eran los principales problemas de España situé en primer lugar la baja natalidad, lo cual me dio la impresión de que sorprendió a la entrevistadora. Lo primero que cualquier nación debe hacer es asegurar el reemplazo generacional. Sin esto no hay futuro. Y no se me diga que este problema se remedia con inmigrantes. Es cierto que en nuestro caso podemos acoger e integrar con más facilidad a nuestros hermanos hispanoamericanos, pero eso es un parche, no una solución.
Hablar de ayudas a la familia, que sin duda son muy necesarias, se está convirtiendo en un tópico; lo más importante es lograr que la gente desee formar una familia y tener hijos. Si ese deseo no existe, no hay ayudas que valgan. Pero a ver quién osa decir algo así, pese a que sea una verdad como un templo. Si tuviéramos auténticos políticos el primer gran pacto de Estado debería consistir en la defensa de la institución familiar por ser algo bueno y necesario que hay que convertir en atractivo. Pero hoy la política consiste en preocuparse más por el Estado que por la nación. Esta distinción fue expuesta por Ortega con su maestría habitual en “Mirabeau o el político”. Allí nuestro gran filósofo escribe: “El Estado no es más que una máquina situada dentro de la nación para servir a ésta. El pequeño político tiende siempre a olvidar esta elemental relación, y cuando piensa lo que debe hacerse en España, piensa, en rigor, sólo lo que conviene hacer en el Estado y para el Estado”. En efecto, desde la muerte de Franco, en España nos hemos dedicado a intentar –sin éxito- perfeccionar el Estado y nos hemos olvidado de la nación. Es curioso comprobar que en los debates sobre el estado de la nación la nación apenas cuenta, casi siempre se plantean problemas propios del Estado. No es casualidad que el nefasto zetapé haya supuesto la cima de esta perniciosa tendencia afirmando que la nación es un concepto discutido y discutible.
Hablar de ayudas a la familia, que sin duda son muy necesarias, se está convirtiendo en un tópico; lo más importante es lograr que la gente desee formar una familia y tener hijos. Si ese deseo no existe, no hay ayudas que valgan. Pero a ver quién osa decir algo así, pese a que sea una verdad como un templo. Si tuviéramos auténticos políticos el primer gran pacto de Estado debería consistir en la defensa de la institución familiar por ser algo bueno y necesario que hay que convertir en atractivo. Pero hoy la política consiste en preocuparse más por el Estado que por la nación. Esta distinción fue expuesta por Ortega con su maestría habitual en “Mirabeau o el político”. Allí nuestro gran filósofo escribe: “El Estado no es más que una máquina situada dentro de la nación para servir a ésta. El pequeño político tiende siempre a olvidar esta elemental relación, y cuando piensa lo que debe hacerse en España, piensa, en rigor, sólo lo que conviene hacer en el Estado y para el Estado”. En efecto, desde la muerte de Franco, en España nos hemos dedicado a intentar –sin éxito- perfeccionar el Estado y nos hemos olvidado de la nación. Es curioso comprobar que en los debates sobre el estado de la nación la nación apenas cuenta, casi siempre se plantean problemas propios del Estado. No es casualidad que el nefasto zetapé haya supuesto la cima de esta perniciosa tendencia afirmando que la nación es un concepto discutido y discutible.