lunes, 6 de septiembre de 2010

Una reflexión ante el comunicado de ETA

El comunicado de de ETA no debería suscitar demasiado interés a la vista de su contenido y de la trayectoria de esta banda de asesinos. Habría que dedicarles pocas líneas y sencillamente perseverar en la lucha contra la banda terrorista. Sin embargo, la actitud del gobierno de Zapatero en la anterior declaración de cese parcial de la actividad terrorista me hace desconfiar de cuáles sean sus verdaderas intenciones. Creo que sigue habiendo contactos, eso es evidente, y dichos contactos podrían ser interpretados como parte de un proceso negociador, que es la tesis de Mayor Oreja, cuya valentía a la hora de salir a la palestra y decir aquello que ni al gobierno ni a su partido les gustaba escuchar es digna de encomio.

Los artículos de opinión que he leído comentando el comunicado etarra no me han parecido demasiado interesantes, salvo uno. Se titula “El análisis de ETA”, y lo firma en Libertad Digital el GEES (Grupo de Estudios Estratégicos). De su contenido destacaría una idea que comparto plenamente y que puede resumirse en el siguiente texto del citado artículo:

El análisis histórico que hace ETA es el mismo que ya hizo en 2004, y que plasmó la izquierda abertzale en su Declaración de Anoeta. La llegada de Zapatero al poder en marzo de 2004 supuso el fin del consenso entre las fuerzas nacionales respecto a la unidad de España. Esta ruptura del orden constitucional –cuya máxima expresión es el nuevo estatuto catalán– desde el propio Estado es, para ETA, la demostración final de que treinta años después los hechos han terminado por darle la razón. La argumentación de ETA es lo que no hay que perder de vista, porque constituye la clave de sus relaciones con el Gobierno: para la banda, el Estado está desde 2004 reconociendo que el orden autonómico es un fracaso, y este reconocimiento, impulsado por Zapatero es lo que lleva a éste a sentarse con ETA a diseñar un nuevo orden político en el País Vasco”.

No puedo estar más de acuerdo. Todo el proceso de reforma encubierta de la Constitución que puso en marcha Zapatero con la aprobación del Estatut catalán rompía definitivamente con la Transición, y ello supuso un enorme balón de oxígeno a ETA. Si los acuerdos de la Transición plasmados en la Constitución pasaban a ser una estación en el camino hacia mayores cotas de autogobierno -como ha reconocido Zapatero a través de su política-, se justificaba más que nunca abrir un debate en el que se reconociera incluso el derecho de autodeterminación para acabar con el "conflicto" y poner fin a la violencia. Es capital comprender el vínculo que existe entre el proceso abierto con el Estatuto catalán y la actitud de ETA tratando de abrir una negociación para obtener réditos políticos. Precisamente en 2006, justo después de que ETA declarase el cese de su actividad que estaba esperando Zapatero, un servidor publicó en el periódico Las Provincias un artículo titulado “ETA y el Estatuto catalán” que transcribo hoy aquí para los lectores del blog.

"ETA y el Estatuto catalán

Por Tomás de Domingo Pérez

Lamento tener que presentarme ante ustedes como un aguafiestas, pero no comparto esa sensación de euforia que, según algunos líderes de opinión, debería embargarnos a los españoles ante la declaración de ETA. La alegría que me produce el cese de parte de la actividad terrorista no se traduce en optimismo. Es evidente que la decisión de ETA está ligada a la apertura de un proceso de negociación política con un objetivo sobradamente conocido: el reconocimiento del derecho de autodeterminación del pueblo vasco como paso previo para lograr la independencia. Ojalá me equivoque, pero tratándose de ETA es muy posible que retome su actividad en cuanto no se acceda a sus pretensiones.

Por lo que respecta a ese proceso que se pretende abrir, no veo inconveniente en que los partidos políticos discutan sobre la autodeterminación o la independencia del País Vasco. En una democracia, un partido político puede hablar de lo que quiera, siempre que no engañe a su electorado y no comprometa decisiones que no le compete adoptar. Si un partido está dispuesto a aceptar el derecho de autodeterminación del pueblo vasco, que lo exponga y que, dado que esta posibilidad no cabe en nuestra Constitución, proponga su reforma e intente convencer de sus bondades a los españoles, que son quienes deben aprobarla. Lo que resulta una grave irresponsabilidad –por no utilizar términos más gruesos- es introducir reformas estatutarias de más que dudosa constitucionalidad para contentar a los nacionalistas, y dejar que el peso de la decisión final del proceso recaiga sobre el Tribunal Constitucional. Justo lo que acaba de suceder con el Estatuto catalán.

Se ha hablado bastante del reconocimiento de Cataluña como nación que se realiza en el Preámbulo del Estatuto. Concretamente, se establece que “El Parlamento de Cataluña, recogiendo el sentimiento y la voluntad de la ciudadanía de Cataluña, ha definido de forma ampliamente mayoritaria a Cataluña como nación. La Constitución Española, reconoce la realidad nacional de Cataluña como nacionalidad”. Obsérvese que las Cortes Generales no afirman que Cataluña sea una nación; se abstienen de realizar tal juicio, y simplemente constatan la declaración del Parlamento catalán. Por lo tanto, la constitucionalidad de la fórmula dependerá de si el Tribunal Constitucional, permítanme la frivolidad, aplica el dicho popular “el que calla, otorga”. Mucho me temo que así sucede, máxime cuando, en el segundo inciso del citado texto, se indica que el concepto de nacionalidad implica el reconocimiento de una realidad nacional, es decir, de una nación.

Esa abstención del juicio sobre la definición de Cataluña como nación debería avergonzar a buena parte de sus señorías. Si los diputados del Parlamento catalán tienen claro que Cataluña es una nación, se supone que mucho más lo deberían tener nuestros representantes en el Parlamento nacional por lo que respecta a España. Por eso, ante una declaración incompatible con la condición nacional de España, las Cortes Generales no pueden obviar la cuestión renunciando a entrar en valoraciones, sino que tienen la obligación de defender la Constitución y, por tanto, la Nación española, que constituye su fundamento.

Pero si este párrafo del Preámbulo, el más comentado en los medios de comunicación, es extremadamente problemático, el que viene a continuación tampoco tiene desperdicio: “En ejercicio del derecho inalienable de Cataluña al autogobierno, los Parlamentarios catalanes proponen, la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados acuerda, las Cortes Generales aprueban y el pueblo de Cataluña ratifica el presente Estatuto”. Se está afirmando que el derecho de Cataluña al autogobierno es nada menos que inalienable. Ciertamente, esta expresión es la misma que figura en el vigente Estatuto catalán de 1979; sin embargo, la consagración de la realidad nacional de Cataluña le otorga una nueva dimensión.

Lo inalienable es aquello que no se puede enajenar. De ahí a hablar de un derecho perpetuo hay un paso; y fíjense ustedes que los dos rasgos tradicionales del poder soberano, en la definición clásica de Bodino, consisten precisamente en su carácter perpetuo y absoluto. Naturalmente, no es baladí, y los nacionalistas son plenamente conscientes de ello, que el derecho inalienable al autogobierno se refiera en el nuevo Estatuto a una nación, pues con ello se dispone del apoyo teórico necesario para reclamar justificadamente el derecho de autodeterminación. La Comisión Constitucional no parece haber reparado –lo que resulta gravísimo- en que los contenidos del Estatuto vigente que se mantienen en el nuevo texto no son constitucionales “per se”, sino que su constitucionalidad depende del resultado de su interpretación conjunta con los nuevos contenidos que se incorporan.

Finalmente, ante la proclamación de la realidad nacional de Cataluña y el reconocimiento de su derecho inalienable al autogobierno no puede sorprender que el nuevo marco político que inaugura el Estatuto incluya, entre otros, los principios de lealtad institucional entre el Estado y la Generalitat catalana, y de bilateralidad. Así lo contempla el art. 3: “Las relaciones de la Generalitat con el Estado se fundamentan en el principio de la lealtad institucional mutua y se rigen por el principio general según el cual la Generalitat es Estado, por el principio de autonomía, por el de bilateralidad y también por el de multilateralidad”.

La papeleta que tiene por delante el Tribunal Constitucional es de órdago y desde luego va a comprometer su prestigio. Es evidente que el proceso que ha culminado con el Estatuto catalán no ha contribuido precisamente a fortalecer la Nación española, por mucho que el Gobierno intente convencer a la opinión pública de lo contrario. Si ETA quiere apuntarse a otro proceso de este estilo no hay que ser un lince para suponer que se debe a que la actual coyuntura política hace posible que en el País Vasco, al igual que en Cataluña, se apruebe un Estatuto, con la aquiescencia de las Cortes Generales, que consagre la nación vasca y su derecho inalienable al autogobierno: el pilar teórico de la autodeterminación. Esto es lo que acaba de aprobar la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados mientras muchos españoles reciben jubilosos el mensaje oficial de que ETA ha abierto una puerta a la esperanza".

sábado, 28 de agosto de 2010

"Master and Commander"

Las películas de Peter Weir que he visto me parecen excelentes. Concretamente “Dead poets society”, que vi por primera vez hace nada menos que veinte años cuando la estrenaban en un cine de Washington, “El show de Truman”, y finalmente la protagonista de este post, “Master and Commander”. Se podrían comentar muchas cosas de esta película que narra las aventuras de un barco de guerra inglés –el Surprise- a principios del siglo XIX. Yo destacaría el tratamiento que la película da a la cuestión del ejercicio del mando sobre un grupo humano en circunstancias difíciles e incluso extremas, y sobre todo el personaje de Lord Blakeney, el jovencísimo –un niño- guardamarina del grupo de oficiales del barco de guerra.

Weir logra algo dificilísimo. Oficiales y marineros saben que Lord Blakeney es un niño, pero al mismo tiempo le tratan como a un adulto, y eso hace que él se comporte virilmente en los momentos más difíciles –cuando le amputan un brazo o cuando tiene que entrar en combate-. Hay una escena extraordinaria. Se trata de una cena de los oficiales en la que se bebe y se cantan canciones. Ahí está el niño Lord Blakeney completamente bolinga, copa en mano, tratando de mantener la compostura al lado del resto cuando se ve que está necesitando que venga su madre para llevarlo a la cama y acostarlo. Realmente fantástico. Viendo esta escena pensé en la educación de los niños, en la importancia que tiene seguir siendo nosotros mismos a la hora de comportarnos o de mantener una conversación. Hoy es normal lo contrario: padres que se infantilizan para conectar con sus hijos pensando que ellos se lo agradecerán. Es un grave error. Los padres deben ser fieles a su generación y a sus ideas para servir de modelos a sus hijos, aunque eso no debe impedir tender puentes con ellos tratando de comprender su perspectiva.

lunes, 23 de agosto de 2010

Sobre la obediencia (para combatir la apatía de Melquiades)

Este fin de semana los mossos de escuadra han reprimido en Barcelona una manifestación de exaltación a una etarra. Debería estar acostumbrado, pero no deja de sorprenderme ver a todos estos chavales con estética de vagabundo progre que acuden a ensalzar a alguien que forma parte de una banda de asesinos. ¿Cómo es posible que buena parte de la juventud del País Vasco y Cataluña siga siendo seducida por ETA? La respuesta fácil, y cierta sin duda, es explicar este fenómeno señalando que la educación está en manos de los nacionalistas, de tal forma que los niños aprenden una historia basada en burdas manipulaciones que si no se remedia por los padres les conduce a odiar a España, y a luchar por la liberación de pueblos supuestamente oprimidos. Sigo pensando, sin embargo, que es necesaria una reflexión mucho más profunda para entender este fenómeno.

Llama la atención que el entorno de ETA crea verdaderamente que ellos son los auténticos demócratas. No en vano siempre han denominado a su propuesta de paz para el País Vasco “Alternativa Democrática”. Sería un error pensar que es una burda y grotesca manipulación del lenguaje de la que son verdaderamente conscientes. En absoluto. Ellos creen realmente que su propuesta es auténticamente democrática, porque solicitan el derecho a la autodeterminación de lo que a su juicio constituyen los territorios propios del pueblo vasco. Autodeterminación, libertad, derecho a decidir de todos y cada uno de los vascos. En definitiva, autonomía individual, el pilar de la ética kantiana, el valor sagrado de la modernidad y el bastión del liberalismo (sé que algún lector protestará diciendo que ETA niega la libertad de los que no piensan como ellos, es decir, que es lo más contrario a la libertad que puede existir. Lo sé, pero tratemos de seguir su línea de pensamiento y obtendremos mayor fruto).

La autonomía es el gran objetivo de las sociedades modernas, y por consiguiente supone el mayor bien a la hora de organizar la vida colectiva. Una sociedad que potencie la autonomía, el libre desarrollo de la personalidad, será una sociedad más abierta, mejor en definitiva. Lo detestable es la heteronomía, que representa la presencia de normas dictadas por otros. Y aquí nos topamos con el grueso del problema: la resistencia a obedecer voluntad que no sea la nuestra. Obediencia sí, siempre que nos obedezcamos de alguna forma a nosotros mismos. Obedecer a otro es por tanto inaceptable. Bien mirado la modernidad constituyó desde sus inicios un gigantesco ejercicio de desobediencia, pero desarrollar esta idea nos desviaría de la cuestión.

La desobediencia alcanza hoy su máxima expresión, y la juventud es desobediente en extremo. Pero obedecer a quién y por qué. La obediencia nunca puede ser ciega, y son precisamente estos ejemplos –singularmente graves en el caso de la Alemania nazi- los que suelen esgrimirse para denigrar la actitud del obediente. Por eso es importante observar la diferencia que existe entre obedecer en conciencia y poner siempre todo en tela de juicio. Suele ser habitual señalar la adquisición de un espíritu crítico como uno de los objetivos de la educación. Al parecer los estudiantes deberían ser capaces de no aceptar nada que no hayan descubierto por ellos mismos. Sin duda esta disposición, genuinamente filosófica, debe estar presente en todo estudiante, pero yo añadiría un matiz de suma importancia: se trata de una capacidad potencial, es decir, el estudiante siempre debe poder estar en disposición de analizar por sí mismo cualquier problema, mandato o consejo. Sería un error sin embargo actualizar constantemente esa potencia hasta el extremo de desconfiar de la autoridad del maestro o del experto. Pondré algún ejemplo. Siempre podemos poner en tela de juicio el consejo del médico, pero hacerlo continuamente –y hoy es posible por la enorme información que proporciona internet- no es lo más adecuado. Muchas veces es necesario confiar y obedecer. Otro ejemplo. ¿Recuerdan la película “Karate Kid”? Es una película tremendamente interesante, y extremadamente oportuna para ilustrar el tema que nos ocupa. Cuando el señor Miyagui acepta enseñar karate a Daniel-san, le propone un pacto sagrado: él promete enseñar y Daniel-san debe prometer aprender. A partir de este momento tiene que existir una relación de confianza mutua que en el caso de Daniel exige obedecer sin hacer excesivas preguntas. De ahí que sea un maravilloso ejemplo, incomprensible para las actuales modas educativas, la primera lección del señor Miyagui, que consiste en hacerle lavar coches y pintar vallas para acostumbrarlo a un determinado movimiento de los brazos. Daniel-san, sorprendido, obedece sin comprender qué tiene que ver el karate con la limpieza de coches o con darle una mano de pintura a las vallas del señor Miyagui. Al final, cosa normal en un chaval, se harta y el señor Miyagui le muestra el sentido que inspiraba aquellas tareas.

Sí, confianza y obediencia son todavía buenas recetas en un mundo que nos exige mirar todo con nuestros propios ojos y ser únicos, individuales y autónomos. ¿Se dan cuenta lo terrible que sería el mundo si no pudiéramos confiar y obedecer a alguien que nos quiere bien o que sabe realmente qué es lo que nos conviene? Pretenden que nos movamos en la disyuntiva de la desobediencia resabiada y de la obediencia ciega. Urge un término medio que recupere el valor de la obediencia dócil, confiada y despierta a quien la merece. Pero para ello son necesarias muchas cosas de las que carecemos. En primer lugar, cuando se habla de recuperar la autoridad suele verse en ello un regreso a la capacidad para imponer coercitivamente el orden. En realidad lo fundamental de la autoridad es la aureola de prestigio que inviste a quien la posee. La persona con autoridad merece nuestra confianza y llegado el caso puede reclamar justamente obediencia. Si no se reconoce la autoridad el resultado natural es la desobediencia. En segundo lugar es imprescindible recuperar la humildad. Quien carece de humildad siempre hallará dificultad para reconocer la autoridad, y por tanto para obedecer y aprender. Precisamente uno de los más graves problemas de nuestra sociedad radica en la manera en que suele denigrar al humilde. Triunfar exige hacerse notar, aunque sea de la manera más estrafalaria y bochornosa.

Llegamos, pues, a una conclusión que quizá resulte sorprendente para algunos. El problema de los cachorros de ETA no es tanto lo que se les enseña como un problema de fondo gravísimo: ellos, como tantos otros jóvenes, están instalados cómodamente en una actitud decididamente desobediente, y es esta actitud lo que puede convertirles en fanáticos capaces de asesinar. Antaño se elogiaba la actitud de un niño diciendo que era muy obediente. Quizá convenga recordarlo.

sábado, 14 de agosto de 2010

Una mezquita en la zona cero de Nueva York

La iniciativa de construir una mezquita en las inmediaciones de la zona cero de Nueva York ha generado una comprensible e interesante polémica entre quienes se oponen radicalmente –Sarah Palin, por ejemplo-, y quienes como Obama consideran que es una manifestación del ejercicio a la libertad religiosa que no se puede prohibir. Los lectores de este blog saben que he defendido el uso del velo islámico en los colegios, así que probablemente imaginarán que voy a defender la postura de Obama. No se precipiten en sus juicios porque el problema que se presenta en este caso no se puede resolver únicamente desde una perspectiva jurídica, que por cierto nunca es suficiente para analizar correctamente un problema social.

La base de la convivencia se halla en el respeto a los demás. Ello exige muchas cosas, pero me parece que es difícil respetar aquello que no se aprecia. El mandamiento cristiano de amar al prójimo facilitaría al máximo una convivencia armoniosa si realmente se practicara efectivamente. No pongamos el listón tan alto. Me conformo con un cierto aprecio o estima por los demás que se debe traducir en algo tan sencillo y a la vez tan complejo como evitar causar a los demás ofensa o daño. En los modernos Estados de Derecho se protege a las personas del daño ajeno causado en sus derechos, pero hay ofensas que no afectan a derecho alguno y que sin embargo pueden repercutir muy negativamente en la convivencia. En el caso del velo islámico en los colegios defendí el derecho a utilizar el velo, pues entendía que aquí la perspectiva jurídica era claramente la dominante. Se trata de un ejercicio del derecho a la libertad religiosa que no daña ni ofende a nadie. El daño consiste en su negación. ¿Tienen derecho los musulmanes a edificar una mezquita en las inmediaciones de la zona cero? Sí, tienen derecho. Ahora bien, la comunidad musulmana debería ser consciente de lo inapropiado de ese emplazamiento. Miles de personas fueron asesinadas a manos del fundamentalismo islámico, y es humanamente comprensible que muchas de las víctimas no sientan simpatía hacia esta religión. No ser capaz de comprender esto me parece una atroz falta de sensibilidad, y creo que perseverar en la decisión de ubicar allí la mezquita constituye un deseo gratuito de ofender que daña la convivencia.

¿Qué respuesta cabe dar a este caso o a otros semejantes? La prohibición a lo Sarah Palin es tan improcedente como la postura de un mal entendido liberalismo de Obama. La crítica a la iniciativa tiene que ser rotunda, sin paliativos, absolutamente enérgica. Las autoridades deben hacer entender a los musulmanes que resulta absolutamente inapropiado lo que pretenden. La sociedad debe movilizarse y rechazarlo. ¿Y si los musulmanes desearan seguir adelante sin importarles la ofensa? No creo que si se produce esta movilización que apunto se llegara a esta situación. Si así fuera quizá cabría pensar que estamos ante un ejercicio antisocial del derecho que podría exigir medidas excepcionales en caso de que existiera un serio riesgo de alteración del orden público (agresiones de diverso tipo a la mezquita, etc.). Pero lo más relevante sería el desprestigio absoluto en el que incurrirían los musulmanes si se empecinaran en ahondar en la herida de los neoyorquinos y de toda persona de bien.

viernes, 6 de agosto de 2010

El cuaderno rojo de Franco

Acabo de terminar de leer el libro “Franco, mi padre”, de Jesús Palacios y Stanley G. Payne, en el que se recoge el testimonio de Carmen Franco, la hija del caudillo, y se examina la figura de Franco, según los autores, la última gran figura del tradicionalismo español y el artífice de la mayor modernización vivida por España en toda su historia. Últimamente está apareciendo bibliografía que examina la figura de Franco con mayor ecuanimidad, y no estoy lejos de coincidir con Fraga en que en los próximos años veremos cada vez con mayor frecuencia como surgen voces en el ámbito público que valoran positivamente muchos aspectos de su figura y de su obra, sin que por ello se niegue u obvie lo negativo.

Cuenta Carmen Franco que cuando su padre viajó desde su Galicia natal a Madrid quedó impresionado por la extrema sequedad de Castilla. Es sabido que Franco se empeñó en poner en marcha grandes obras hidráulicas –los famosos pantanos del caudillo- para paliar este grave problema nacional. Quizá quede en un segundo plano, pero durante el franquismo también se realizó un importante esfuerzo reforestador. Mi padre me lo comentó en más de una ocasión cuando viajábamos en coche. Me decía que toda esa zona que veía por la ventanilla se reforestó en tiempos de Franco. Su hija confirma, como no podía ser de otra forma, la obsesión de su padre por reforestar España y combatir esa imagen de gran páramo que tanto le había impresionado. Pero el dato es en esta ocasión ilustrado con un detalle revelador de un determinado carácter. Franco recorría España normalmente en coche –el avión no le gustaba demasiado a su esposa-, y en esos viajes llevaba un cuaderno rojo en el que apuntaba las zonas peladas que iba encontrando. Luego preguntaba si esas tierras eran de alguien, y si no eran propiedad privada ordenaba que plantaran árboles. Me ha llamado la atención este comportamiento porque es propio de alguien verdaderamente preocupado por la cosa pública. No viaja por España pensando sólo adónde va y lo que tiene que hacer, sino que el viaje se convierte en una oportunidad para auscultar España sobre el terreno y poner remedio a uno de sus problemas.

Hoy los altos cargos políticos –me consta de muchos de ellos- recorren las carreteras españolas a toda velocidad mientras hablan por el móvil, organizan su agenda, repasan su discurso, etc., sin prestar la menor atención al paisaje. A mí me pasa como a Franco. Soy incapaz de viajar en autobús, en tren o en avión sin observar continuamente el paisaje para tomar nota de todo: el estado de las casas, la suciedad, la vegetación, el sentido estético que predomina, la orografía, etc. Si fuera gobernante tomaría nota de todo y procuraría buscar soluciones, lógicamente en la medida de mis posibilidades. Y es que un gobernante que no mira la realidad que le rodea con vistas a mejorarla no es un verdadero gobernante. Como decía cierto alcalde de Nueva York: “si un gorrión se muere en Central Park, me siento responsable”.

martes, 3 de agosto de 2010

Sobre las críticas de Paco Camino al Rey

Hay quienes después de más de tres décadas todavía siguen creyendo ingenuamente que el Rey puede hacer algo más que limitar su labor al discurso de nochebuena y a aceitar las relaciones con los dirigentes de algunas naciones extranjeras, y singularmente con los de las naciones hispanas –que no incluyo entre las extranjeras, naturalmente-. Uno de los últimos que parece haberse caído del guindo ha sido el torero Paco Camino, que ha cargado contra el Rey Juan Carlos por no decir ni mu –nunca mejor dicho- ante la prohibición de la fiesta nacional –Rajoy habla de los toros, por supuesto- en Cataluña. Camino parece darse cuenta de que el Rey sobra si no sirve para defender lo que para él constituye una seña de identidad nacional. De ahí que haya dicho eso de que el Rey “come de la sopa boba y no se moja”.

Uno de los grandes errores de la Constitución del 78 es la liquidación de la función de la monarquía como cabeza y defensor de la Nación. Sobre esta cuestión Julián Marías dejó escritas unas páginas memorables en la selección de artículos publicados en su libro “La España real. Crónicas de la Transformación Política”. Con ocasión de los debates sobre la nueva España democrática, Marías reflexionó sobre el papel de la monarquía en artículos como “¿Jefe del Estado o cabeza de la Nación?”, “Constitución de una monarquía nueva” o “La función social de reinar”. Según Marías, el Rey antes que Jefe del Estado constituye la cabeza de la Nación –que es previa al Estado- y es por tanto su principal garante y valedor frente a los excesos del poder político. Cuando leí estas páginas, permítanme el inciso, pensé que hubiera sido muy positivo que las funciones del defensor del pueblo hubieran recaído en el Rey. Escribe Marías: “el Rey es titular de una magistratura social –antes que política- como «cabeza de la nación», en él se personifica ésta como sociedad, como proyecto histórico, como comunidad humana en continuidad histórica”. Esta visión de la monarquía como magistratura social tiene una indudable repercusión práctica que no se puede acomodar al papel decorativo al que actualmente parece reducida por obra de una Constitución que más que consagrar una monarquía constitucional vacía de sentido la función social de reinar.

El Rey debería actuar prudentemente en defensa de la Nación. Justo aquello que demanda Paco Camino cuando dice que “no se moja”. Sin duda mojarse le acarrearía las críticas de los numerosos enemigos que hoy tiene la Nación española, sobre todo en el interior. Por eso es importante que sus intervenciones sean siempre prudentes, es decir, fruto de un profundo conocimiento del asunto en cuestión, y tras haber deliberado oportunamente. Esas intervenciones deberían aureolar de prestigio, de bien ganada autoridad, la figura del monarca y temer su desaprobación. Como señala Marías, ahí radica la función social de reinar: “¿Quién podría resistir la desaprobación de un Rey impecable, fiel a su misión, inaccesible a la lisonja, insobornable? ¿No movilizaría las energías íntegras de la nación, de manera que hiciese imposible todo quebrantamiento de la Constitución, toda opresión, toda subversión, todo intento de desmantelar este cuerpo social, animado por el mismo proyecto colectivo, que llamamos España?”.

lunes, 2 de agosto de 2010

La interpretación de lo común

Creo que los pocos lectores que permanecen fieles al blog merecen una explicación del prolongado silencio que he mantenido durante estos últimos meses. A veces, como decía Ortega, guardar silencio es una forma de expresarse. En mi caso no se trata de eso, sino de una circunstancia personal que ha cambiado profundamente mi vida: he sido padre y el cuidado de mi hija apenas me deja tiempo libre que dedicar al blog. Espero familiarizarme pronto con el arte del biberón y el eructo, que es una tarea verdaderamente dura, y poder tener algunos minutos para seguir con el blog.

Hay algunos temas que tengo ganas de abordar. Alguno de ellos ha recibido atención en entradas previas. Ahí están entre otros la decisión del parlamento catalán de prohibir los toros, tal como pronostiqué que sucedería, o la salida de Iraq de las tropas estadounidense. Pero el verano, y la vida cotidiana –en seguida me entenderán- me ha puesto en bandeja un tema que considero del máximo interés, un cabo de hornos en la organización de la vida colectiva: la interpretación de lo común.

En función de cómo una sociedad interprete lo común la vida colectiva, y por tanto la vida también individual –pues lo colectivo forma parte de lo individual- puede cambiar radicalmente. Antes de elegir dónde vivir aconsejaría a cualquier persona que indagara cómo se interpreta lo común en la ciudad o el país al que uno desea trasladarse. En los post de un blog lamentablemente hay que simplificar en aras a la brevedad, así que diré que hay dos formas opuestas de ver lo común. En primer lugar está aquella que interpreta que lo común es una prolongación de lo privado de la que participan todos aquellos que comparten aquello que es común. En segundo lugar está la visión de lo común como una realidad sustancialmente distinta a lo privado, que lo supera y requiere por tanto un especial cuidado para facilitar su disfrute.

Quizá un ejemplo cotidiano y muy habitual en estas fechas veraniegas ayude a entender la diferencia. En estos últimos años han proliferado las comunidades de propietarios que comparten elementos comunes tales como piscina, pista de padel, jardín, etc. La regulación del uso de los elementos comunes es una excelente oportunidad para ilustrar el problema. Como paradigma de la primera interpretación está aquel vecino que ve la piscina como un bien que, en tanto común, puede disfrutar a su antojo, pues si es común, y él forma parte del colectivo en cuestión, también es suyo. Así, este individuo considera perfectamente lícito invitar a la piscina a sus ocho hermanos con sus respectivas familias todos los días que se le antoje, y lógicamente admite la posibilidad de que otros vecinos hagan exactamente lo mismo. Una visión completamente diferente tiene el vecino que considera que al ser la piscina un elemento común no puede hacer uso de ella como si se tratara de un bien privado. Por eso no se le ocurre invitar constantemente a todos sus familiares, pues acertadamente –como ven me posiciono- piensa que lo común exige un cuidado y un respeto especial precisamente por ser de todos y no ser de nadie en particular.

¿Qué interpretación domina en España? En efecto, pienso que claramente la primera, y eso pone de relieve que mientras sea así España no puede ser un país con una elevada calidad de vida; y también que si uno quiere ser feliz en la piel de toro tiene que tomar sus decisiones evitando en la medida de lo posible introducir elementos comunes en su vida, pues estos luego se convierten en una cabeza de puente para la invasión agresiva de aquellos que prolongan en lo común sus vicios particulares y su mala educación.