viernes, 10 de junio de 2011

Julián Marías y las lenguas de España

Haríamos bien en recordar las ideas de Julián Marías sobre las lenguas de España. No puedo estar más de acuerdo con él, así que lo mejor será citarlo literalmente:

“La existencia de una lengua común y general, de una lengua propia de todos, hace que la existencia de las lenguas regionales no sea una dificultad, un estorbo, una incomunicación, una amenaza a la unidad; es un enriquecimiento, un repertorio de posibilidades humanas y literarias. Por esto es suicida presentar con exclusivismo las lenguas de las regiones. Mientras es justo reclamar su libertad, la licitud de su uso, su perfección, la posibilidad de su enseñanza, no lo es imponerlas más allá de su realidad, con una actitud muy parecida a la que se reprocha al Estado. Decía Ortega hace cosa de cuarenta años que no le molestaba la influencia de la Iglesia, sino el que tuviera una figura y unos privilegios superiores a su influencia real. Lo que le parecía mal no era la influencia sino la falsedad. Lo mismo habría que decir de las lenguas de España: su existencia, su uso, su cultivo son preciosos; su inflación, su proyección en hueco, su uso artificial o impuesto, contra la verdadera preferencia sincera, la evitación de la lengua general, todo eso son peligrosas falsedades”. (Julián Marías, La España Real, Madrid, Espasa Calpe, 1983, págs. 29-30).

martes, 7 de junio de 2011

Respuesta a Alfredo (post "Urge un cambio radical en el PSPV")

Agradezco el comentario, Alfredo. Permítame unas observaciones:

1. Su referencia a la ausencia de incidentes institucionales en mi opinión es un argumento bastante débil, cuya debilidad radica en ponerse a la defensiva frente a la acusación y señalar que no ha habido incidentes institucionales. No se trata de eso, Alfredo, sino de abrazar las señas de identidad valencianas, que no es lo mismo. No tengo por qué dudar ni dudo de que el PSPV haya cumplido escrupulosamente con la ley de banderas, pero no es a ese cumplimiento formal de la ley al que me refiero. Hay una diferencia cualitativa entre “acatar” una ley y “abrazarla” gozosamente. El PSPV naturalmente puede hacer cuanto guste en este terreno. Si desea seguir adoptando la denominación Pais Valencià para la Comunidad Valenciana es muy libre de hacerlo, y si desea poblar de banderitas cuatribarradas las calles de un pueblo en fiestas donde gobierna –ello no incumple la ley de banderas-, también. La cuestión que estoy planteando en el post es si ello le aleja del sentir mayoritario de los valencianos o no, y a mí me parece que lo aleja, aunque naturalmente puedo estar equivocado porque es una impresión absolutamente personal.

2. En el tema del valenciano comprendo que no acabe de entender el reproche porque no he estado demasiado afortunado a la hora de dejar claro en qué creo que se ha equivocado el PSPV. Mi crítica gira en torno a dos cuestiones.

A)  La primera, que no comento en el post, es que el PSPV ha errado gravemente al haber estado siempre al servicio de las tesis pancatalanistas en defensa de la unidad de la lengua, por mucho que esa tesis cuente con un respaldo académico. Fue una estrategia que considero equivocada y absolutamente innecesaria. Desde mi punto de vista el PSPV tenía que haber defendido a ultranza la denominación “valenciano”, al margen de la cuestión de la unidad de la lengua (por eso digo que era innecearia). Prueba de que ello nunca fue así es que los estatutos de la Universitat de València incorporaron la denominación “catalán” merced al apoyo de un claustro universitario mayoritariamente dominado por profesores que militaban en el PSPV (soy testigo directo de lo que ha pasado en la Universitat desde finales de los 80). Pienso que los socialistas debían haber hecho exactamente lo mismo que el PP: defender la denominación “valenciano”, lo cual conlleva exigir su respeto en todas las instituciones valencianas, y dejar al margen las cuestiones filológicas. Al no hacerlo así, volvieron a dar una imagen que muchos valencianos nunca han entendido.

B) La segunda, que sí comento en el post, aunque negligentemente, es la apuesta por la inmersión lingüística en la educación tratando de imitar la política seguida en comunidades como Cataluña, Galicia y el País Vasco, y que me parece nefasta. Esta política de potenciación del valenciano ha sido seguida por el PP y desde luego yo soy muy crítico con ella. Por consiguiente, mi reproche se dirigiría a ambos partidos, no sólo al PSPV –lo cual no he dejado claro en el post, y aprovecho esta respuesta para hacerlo-. Estoy completamente en contra de lo que usted sostiene. No creo que las llamadas “injusticias históricas” se solucionen con injusticias reales que recaen sobre personas concretas. Hay que dejar libertad a los padres para que escolaricen a sus hijos en la lengua que deseen, y si la gente desea dejar el valenciano reducido a un reducto folclórico, pues habrá que asumirlo, igual que se asumió que el latín dejara de ser una lengua de uso vehicular y fuera sustituida por las lenguas que de él nacieron. Por cierto, ¿creerá usted que algún alumno me ha pedido poder redactar su examen en valenciano porque no sabía hacerlo en castellano? Le dije que no había problema, pero es absolutamente letal para el futuro profesional de alguien en España no saber escribir correctamente en español, ¿no le parece? A eso nos está llevando esta enseñanza pública en la que se confunde lo importante con lo secundario.

3. ¿Se pone en duda la españolidad de los socialistas valencianos? Por supuesto que sí. Naturalmente que sí. Ya ve que no sólo me paso de frenada, sino que me lanzo a la piscina como Ian Thorpe. Primeramente porque se cuestiona la españolidad del propio partido socialista desde el momento en que, al margen de que crean en una España plural –por cierto, simplemente basta con creer en España, que es plural- este partido ha erosionado gravísimamente los pilares sobre los que se sostiene cualquier comunidad política nacional (para no alargarme, le remito a mi post “cómo se rompe una nación”, así como a otros muchos post en los que he abordado este tema, entre ellos los referidos al Estatuto catalán). Además de la propia política seguida por el felón Zapatero, el gran problema del PSPV es que nunca se ha despojado de su vínculo con el pancatalanismo que, como es sabido, cree en una gran Cataluña independiente de la que formaría parte el País Valencià. ¿Cuál es ese vínculo? La denominación del partido, naturalmente, lo cual unido a la posición mantenida con relación a la lengua, o la postura de “acatamiento” oficial de los símbolos termina por dar una imagen a la ciudadanía, que es la que considero que el PSPV debe tratar de modificar.

Finalmente, respecto a las glorias a España que ofrece el PP, pues simplemente le remito a los post que he dedicado a la cuestión. Por ejemplo, “la difícil papeleta del votante valenciano”, o mis opiniones sobre el caso Gürtel y sobre cómo debería haber actuado Camps.

Bienvenido al blog, Alfredo, y gracias otras vez por sus comentarios.

domingo, 5 de junio de 2011

Sobre el capitalismo y la especulación

La gravedad de la crisis económica internacional que hemos padecido, y que naciones como España siguen padeciendo, ha llevado a algunos a afirmar que estamos ante la crisis del capitalismo, razón por la cual hablan de crisis sistémica, crisis del sistema capitalista. En el ensayo que escribí sobre este tema –que puede leerse a través del post del blog que enlaza al lugar de publicación- traté de explicar que a mi juicio no estamos ante la crisis del capitalismo, pero sí ante una crisis sistémica. En este post no pretendo reiterar las ideas allí expuestas, sino únicamente reflexionar sobre la especulación, que sin duda es una cuestión muy ligada al capitalismo, y sus implicaciones.

Cuando se critica al capitalismo suele hacerse especial énfasis en esos cuervos malévolos conocidos como especuladores, especialmente los que especulan con dinero, los bancos y fondos de inversión de capital, aunque en España la especulación bancaria ha estado muy ligada a la especulación inmobiliaria. Ellos serían los grandes culpables de la crisis, aunque las autoridades políticas y monetarias serían también responsables por haber permitido esta dinámica especuladora que nos conducía al desastre.

Creo que no existe una alternativa que resuelva mejor la creación de riqueza que la propiedad privada, la economía de mercado y la búsqueda del beneficio propio en un marco de libertad contractual e igualdad real de oportunidades. Ahora bien, la economía es un medio para satisfacer necesidades humanas y hacer posible el logro del bien común. La dimensión social del ser humano, la solidaridad que inspira la vida en común, exige que la riqueza se oriente a satisfacer las necesidades de los más desfavorecidos –por la naturaleza o por las condiciones sociales-. Mis ideas en este terreno son muy parecidas a las expuestas en la doctrina social de la Iglesia.

La economía de mercado y la vida en general nos exigen especular, entendiendo por tal realizar conjeturas realistas sobre algo (diccionario de María Moliner). Cuando alguien se plantea comenzar un negocio especula sobre cómo recibirá el mercado su producto a corto, medio o largo plazo. También especulamos sobre el comportamiento de personas, tanto en el ámbito profesional como en el personal. Sí, especular, hacer conjeturas sobre el futuro es inherente al ser humano. Pero cuando se critica la especulación no se piensa en esta sino en otra, aquella que en lugar de hacer conjeturas realistas sobre algo intenta forzar la realidad, ponerla al servicio del especulador con el fin de obtener un beneficio particular. Cuando esta especulación domina la economía se produce un progresivo alejamiento de la realidad, y ese alejamiento que parece una enorme pompa de jabón que se aleja de la tierra es imposible que se alargue indefinidamente en el tiempo, porque la realidad siempre se impone, la pompa de jabón termina por desvanecerse en el aire. El hombre puede vivir instalado en algo que siendo real no es la verdadera realidad, lo cual es fascinante e inquietante a un tiempo. ¿Cómo distinguir la realidad de la ficción?, ¿cómo distinguir la realidad de lo que es el resultado de una especulación “insana”? Habrá que volver sobre esto más adelante. Ahora importa destacar una idea que considero absolutamente capital para analizar la crisis económica: el problema no han sido tanto los especuladores que han forzado la realidad a su servicio, sino la aceptación de la realidad que nos han proporcionado. Dicho con otras palabras, el problema para mí radica en que hemos vivido gozosamente instalados en la mentira cuando sabíamos o podíamos saber con poco esfuerzo que vivíamos en una pompa de jabón. Lo sabían o lo debían saber las autoridades monetarias, los banqueros, los políticos, pero también nosotros lo sabíamos. No haríamos bien negando nuestra responsabilidad. Quizá haya otros más responsables, pero nosotros, los ciudadanos, también lo somos.

Por consiguiente, el problema no radica tanto en el sistema capitalista, en las posibilidades que la economía de mercado permite a la especulación “insana”, sino en la tolerancia hacia la mentira, en la complacencia a vivir en la irrealidad. Y este problema, que va más allá del sistema capitalista, es de índole moral. En mi monedero llevo una cartulina del colegio –tendría unos diez años cuando la recibí- en la que se dice lo que un “amigo de Jesús” debe hacer “cada día”, “cada semana” y “siempre”. Una de las diez normas de conducta que incluye el “siempre” es esta: “Decir sí, cuando es sí, y no, cuando es no”. Me estremece de emoción la sencillez de esta norma elemental de conducta que exige denunciar la mentira allí donde se presente. Con elegancia, cortesía incluso, pero clara y rotundamente. En España, por ejemplo, hemos admitido mentiras y nos hemos solazado en ellas: creíamos que se podía ser ricos recibiendo dinero a crédito, disfrutando de las infraestructuras financiadas con fondos FEDER, construyendo casas para gente inexistente, etc. La verdadera realidad se impuso a la torsión imposible a la que la habían sometido los especuladores, y nos dimos cuenta de que somos pobres porque no sabemos cómo producir riqueza.

La solución no es el comunismo ni cualquier experimento de regulación económica que imposibilite la especulación “insana”. Nadie supera un defecto moral si se le evita la posibilidad de cometerlo. Por ejemplo, hay quien para evitar pensamientos impuros no va al cine ni ve determinados programas. Bien está que no se vaya porque a uno no le apetezca o le parezca absurdo ver el programa en cuestión, pero evitar las tentaciones para no pecar no demuestra fortaleza moral. Para mí tiene mucho más mérito aquel que afronta las situaciones de peligro inherentes a la vida y es capaz de superarlas.

Retomaré ahora la cuestión que había dejado planteada: ¿cómo distinguir la realidad de la ficción?, ¿cómo distinguir la realidad de lo que es el resultado de una especulación “insana”? Porque está muy bien exhortar a decir sí cuando es sí y no cuando es no, pero para poder hacerlo hay que saber distinguir cada caso. Si lo pensamos detenidamente nos daremos cuenta de que no sólo somos complacientes con la mentira, sino que en esta sociedad es fácil que nos den gato por liebre y no nos enteremos. ¿A qué les suena eso de no saber distinguir la realidad de la ficción? Pues sí, en efecto, a esquizofrenia. Nuestra sociedad es en extremo esquizofrénica. Nos presenta realidades ficticias con el fin de que veamos esto, lo otro, compremos este producto, etc., sin que a veces nos demos cuenta de que todo aquello no es la verdadera realidad. ¿Y cómo evitar confundir la realidad con la ficción?, ¿cómo evitar que nos den gato por liebre? En el blog ya aludí a esta cuestión en el post “ponerse a pensar”. Ciertamente, lo primero es ejercer el pensamiento, la reflexión. Pero también es importante dejarse ayudar, al igual que en el tratamiento de la esquizofrenia es importante la medicación. En una sociedad esquizofrénica la medicación la proporcionan fundamentalmente aquellos que más y mejor piensan, los filósofos, los genuinos intelectuales en grado sumo. Su ausencia es alarmante, y su reemplazo por ideólogos de panfleto me parece verdaderamente preocupante.  

miércoles, 1 de junio de 2011

El fenómeno UPyD

Los lectores del blog saben que no oculto mis simpatías por UPyD. Ello se debe no tanto a sus contenidos programáticos –aunque comparto muchas de sus propuestas- como a lo que representa este partido. No es un partido más, como alguno podría pensar, sino que se trata del primer partido nacional post-transicional que obtiene representación parlamentaria. El CDS de Adolfo Suárez se fundó en 1982 y es evidente que supuso un intento de prolongación del centrismo al abrigo de la estrella política de su líder, el principal político de la transición.

UPyD es un síntoma más de la situación que atraviesa la democracia española después de casi ocho años de gobierno de Zapatero. Sería absolutamente decisivo que UPyD se consolidara y lograra un grupo parlamentario en las próximas elecciones generales. Si además la gobernabilidad dependiera de ellos y no de los partidos nacionalistas, no imagino nada más útil que votar a este partido.

Además, conviene recordar algo a los que se hacen los indignados y dicen querer un cambio de sistema. Rosa Díez lo ha dejado bien claro: cualquier acuerdo con UPyD a nivel nacional se condiciona a la reforma del sistema electoral. Si IU hubiera hecho lo mismo a lo largo de las últimas legislaturas quizá la salud de nuestra democracia hubiera mejorado. Que reflexione sobre esto Cayo Lara cuando decepcionado por su magro número de diputados empiece a pensar que la reforma del sistema electoral depende de los perroflautas de la puerta del Sol.

P.D. En 2006 escribí un artículo –que no publiqué- comentando la oportunidad que la política de Zapatero estaba proporcionando a partidos del corte de UPyD. Lo cuelgo, por si interesa a algún lector.

"El flanco del PSOE

Por Tomás de Domingo Pérez

Cuando los partidos políticos se embarcan en estrategias destinadas a mantener el poder a cualquier precio es fácil que descubran su flanco ideológico y den ocasión para que emerjan nuevos partidos dispuestos a aprovechar la oportunidad. El PSOE parece no darse cuenta del riesgo que está corriendo con su aventura nacionalista. En Cataluña ya se ha fundado un partido político que se presenta como alternativa de izquierdas al nacionalismo: Ciudadanos de Cataluña. Si Zapatero y los socialistas siguen preocupados por inventar realidades nacionales, y por aliarse con cualquier partido nacionalista antes que mantener el consenso con el PP en asuntos de Estado, están ofreciendo una oportunidad inmejorable para que salten a la arena política opciones que defiendan la nación española y la igualdad entre todos los españoles desde una ideología de izquierda. Ese partido tendría garantizada presencia parlamentaria sin lugar a dudas y podría amenazar seriamente el proyecto zapateril, máxime si entre sus abanderados figuraran nombres como Nicolás Redondo Terreros, Rosa Díez o Gotzone Mora.

Aunque parezca increíble, no hay en España un partido político de esta orientación. Alguien de izquierdas que crea que España es una nación plural conformada por distintas regiones, que considere que es importante un Estado fuerte con amplias competencias para realizar políticas sociales que garanticen la igualdad de todos los españoles, o que opine que el nacionalismo no debe ser el aliado natural de un partido de izquierdas, no puede sentirse cómodo votando a este PSOE.

Las encuestas parecen reflejar esta realidad tan evidente. Mucha gente está descontenta con la alianza y las concesiones a los nacionalistas que está realizando el PSOE, pero tampoco le seduce la idea de votar al PP. La cosa está clara: el PSOE ha descubierto su flanco ideológico y se expone a que una iniciativa como Ciudadanos de Cataluña se plantee a nivel nacional. Sin embargo, aunque resulte paradójico, los socialistas parecen más interesados en que aparezca en escena una fuerza de extrema derecha que reste votos al PP. Esta posibilidad parece bastante más improbable que la anteriormente comentada, y confirma que, efectivamente, es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio.

Hace tiempo que no se presenta una oportunidad mejor para todos aquellos que deseen hacer política en España desde la izquierda. La ocasión la pintan calva, así que ¿a qué están esperando?"

             

martes, 31 de mayo de 2011

Aclaración sobre "¿Indignados?"

Intentaré aclarar con un ejemplo la idea expuesta en el post "¿Indignados?". ¿Recuerdan las movilizaciones que se produjeron con ocasión del secuestro y posterior asesinato de Miguel Ángel Blanco? He ahí un ejemplo perfecto de lo que entiendo por movilizaciones de personas indignadas. No había que pedir a nadie que se indignara. Fue una reacción espontánea que se tradujo en el arrinconamiento de los etarras en sus sedes. Compárenlo con los de la Puerta del Sol y saquen sus propias conclusiones.

lunes, 30 de mayo de 2011

¿Indignados?

A lo largo de las últimas semanas he prestado atención al movimiento conocido como “15-M” o “indignados”. Al principio, cuando las movilizaciones fueron congregando a más personas, se extendieron por toda la nación e incluso llegaron a ciudades extranjeras, parecía que se fraguaba algo importante, pero una vez celebradas las elecciones municipales la efervescencia social se ha desventado y sólo unos pocos jóvenes “perroflautas” –como ahora se les llama- de estética “okupa” o mendigo posmoderno intentan mantener vivo el movimiento.

Para entender lo que está sucediendo creo que hay que reparar en la importante diferencia que existe entre estar indignado, hacerse el indignado y estar enfadado o cabreado. Aunque se denominen “indignados”, yo creo que quienes han salido a la calle no estaban verdaderamente indignados. La indignación es un tipo de enfado violento -así lo define el diccionario de María Moliner, aunque mejor sería decir vehemente- que se produce como reacción a una acción injusta o reprobable. La indignación popular podía haberse manifestado en mayo de 2010, justo después de escuchar a Zapatero anunciar unas medidas diametralmente contrarias a lo que pocas horas antes venía defendiendo. Eso podía provocar una lógica indignación. ¿Qué ha sucedido este mes para que se produzca una reacción de indignación? Que yo sepa, nada. Seguimos padeciendo un pésimo gobierno, pero desde mayo de 2010 no ha habido nuevas medidas gravemente impopulares.

Pienso que más que indignación, existe un monumental cabreo entre los españoles por la gravísima situación social que estamos viviendo. Ese enfado podría haberse traducido en indignación, pero cuando esto no se materializa, como es el caso en España, el malestar social se traduce en frustración, el caldo de cultivo que puede llevar a algunos a querer sustituir artificialmente lo que no se produce naturalmente, es decir, a hacerse el indignado cuando no se está. La diferencia es grande. La indignación es espontánea, movilizadora, clara en cuanto a las causas de la misma y destinatarios de los reproches. Cuando uno se hace el indignado, destaca las razones por las que se indigna y su acción cobra un carácter marcadamente intelectual completamente distinto al de las revueltas populares espontáneas. Naturalmente que hay razones que justifican la indignación, pero como ésta no se ha producido se pone el énfasis en las razones que la justifican, por eso la fuerza movilizadora es mucho más débil que la propia de la indignación genuina, y la concreción de las causas y los objetivos de la indignación ceden ante el amplio elenco de razones que se esgrimen para justificar esa indignación impostada.

Hace casi un par de semanas, el jueves anterior a las elecciones del domingo, una alumna me entregó un papel titulado “indígnate”. De entrada, me llamó la atención esa exhortación que distorsiona por completo el genuino, sano y natural sentimiento y reacción del indignado. En él se instaba a acudir al punto de encuentro de los “indignados” en Elche, y al dorso figuraban numerosas reivindicaciones. Su número dejaba patente que se trataba de un movimiento intelectual de trazo grueso. Algunas de las propuestas que allí figuraban las comparto. Como saben los lectores del blog, he abogado reiteradamente por la reforma del sistema electoral como una de las medidas imprescindibles para revitalizar nuestra democracia. También estoy de acuerdo en la crítica a los rescates bancarios y a la corrupción política. Otras propuestas me parecieron puro disparate. En cualquier caso, es evidente que un movimiento basado en hacerse el indignado está condenado al fracaso, porque carece de la fuerza motriz que le proporciona la genuina indignación, y sus propuestas adolecen de la concreción y coherencia necesaria para poder prosperar. Esa tarea sólo puede realizarse a través de una organización política.

Lo verdaderamente interesante de este movimiento se sintetiza a mi juicio en esta pregunta. ¿Qué sucede en España para que habiendo motivos para indignarse la gente traduzca su enfado haciendo como que se indigna? ¿Por qué no hemos asistido a un estallido social? A mucha gente le sorprende que habiendo cinco millones de parados esto no se haya producido. A mí, sinceramente, no. Alguno pensará que gracias a los comedores sociales y a la ayuda de parientes y amigos la gente no pasa hambre y por ello no estalla. Yo creo que no es eso. La explicación es mucho más tenebrosa y desalentadora. Se trata de la tremenda fuerza disuasoria del aparato coercitivo del Estado. Indignarse, movilizarse puede tener muy malas consecuencias: palos de la policía, multas pecuniarias, etc. La gente ha perdido la espontaneidad necesaria para indignarse de verdad. Esta es la clave. El Estado nos paraliza y la gente prefiere emigrar antes que dar rienda suelta a su indignación. No obstante, si en el futuro vuelven a producirse recortes o medidas impopulares, es posible que la gente llegue a tal nivel de desesperación que realmente se indigne de verdad, y que verdaderamente desafíe a las fuerzas represivas del Estado.   

miércoles, 25 de mayo de 2011

"Los pilares de la tierra"

Siguiendo la sugerencia de uno de los lectores del blog, he leído “Los pilares de la tierra”, de Ken Follet, una novela histórica que según algunos ha contribuido a poner de moda este género literario en las últimas décadas. Es una novela muy larga que, pese a su extensión, se lee con bastante facilidad. La narrativa de Follet es ágil, británicamente clara, sin embeleco ni florituras, pero carece de brillantez, ni siquiera de la brillantez que proporciona la sobriedad. La trama está muy bien concebida y narra con fluidez la acción. La recreación histórica es correcta. En definitiva, es una novela de acción bastante entretenida y correctamente escrita y ambientada. Por ello no es de extrañar que guste a los lectores, y que Follet sea un escritor con muchos seguidores. Lo que más me ha gustado ha sido la lucha del bien contra el mal, que quizá constituya la esencia de la novela: cuando el bien es asistido por la inteligencia y la buena voluntad triunfa frente al mal, aunque en auxilio de éste acudan el poder y la inteligencia malévolamente orientada. Un tema tradicional, pero siempre apasionante. Concluiré aconsejando al lector que, si desea aproximarse a la novela histórica, no deje de leer “Sinuhé, el egipcio”, de Mika Waltari. Además, si se interesa por la Inglaterra del siglo XII, le recomiendo “Ivanhoe”, de Walter Scott.