Habrá que posponer la reflexión que anunciaba, y no por falta de ganas, sino de tiempo para tratar el tema con el rigor que merece. Un comentario publicado hoy en la archifamosa entrada "Los ruidos del frigorífico" -la responsable del 90% de las visitas al blog- me sirve de excusa para saludarles y dar señales de vida. El autor del comentario se queja del ruido al que nos vemos sometidos habitualmente. Como sobre ese tema ya he escrito bastante, sólo me gustaría añadir que, sin obsesionarse, en la medida de lo posible, hay que mostrar el malestar que nos provocan esos ruidos o sonidos molestos que contribuyen a mantenernos alterados, un estado incompatible con el verdadero bienestar. Por ello, hace pocas semanas, me he quejado a la empresa de autobuses urbanos de Elche de que los autobuses llevan siempre la radio puesta y con un volumen muy alto -por lo menos eso me ha sucedido las pocas veces que he subido-. Y sospecho que algo parecido tendré que hacer en el IVO (Instituto Valenciano de Oncología) con los programas de televisión que en algunas zonas se ven obligados a tragarse personas que no están allí precisamente para pasar el rato. Creo que costaría muy poco tener un poco de sensibilidad con todos estos temas. Pero si no es así, hágase un favor y háganoslo a los demás: quéjese.
lunes, 2 de septiembre de 2013
martes, 13 de agosto de 2013
Previos a una reflexión sobre el amor
Veré si encuentro un hueco los
próximos días para desarrollar una breve reflexión sobre el amor, tema sobre el
que he pensado largamente en los últimos años. De los muchos textos que
merecerían comentarse, he querido transcribir uno de Anthony de Mello incluido
en su polémico (por herético, en sentido riguroso) libro “Autoliberación
interior”. Antes de exponer mis opiniones sobre este texto y sobre otros a los
que tendré que referirme les invito a que lo lean con calma y, si les apetece,
realicen algún comentario.
“Donde hay amor no hay deseos. Y por eso no existe ningún miedo. Si
amas de verdad a tu amigo, tendrías que poder decirle sinceramente: “Así, sin
los cristales de los deseos, te veo como eres, y no como yo desearía que
fueses, y así te quiero ya, sin miedo a que te escapes, a que me faltes, a que
no me quieras”. Porque en realidad, ¿qué deseas? ¿Amar a esa persona tal cual
es, o a una imagen que no existe? En cuanto puedas desprenderte de esos
deseos-apegos, podrás amar; a lo otro no se lo debe llamar amor, pues es todo
lo contrario de lo que el amor significa.
El enamorarse tampoco es amor, sino desear para ti una imagen que te
imaginas de una persona. Todo es un sueño, porque esa persona no existe. Por
eso, en cuanto conoces la realidad de esa persona, como no coincide con lo que
tú te imaginabas, te desenamoras. La esencia de todo enamoramiento son los
deseos. Deseos que generan celos y sufrimiento porque, al no estar asentados en
la realidad, viven en la inseguridad, en la desconfianza, en el miedo a que
todos los sueños se acaben, se vengan abajo.
El enamoramiento proporciona cierta emoción y exaltación que gusta a
las personas con una inseguridad afectiva y que alimentan una sociedad y una
cultura que hacen de ello un comercio. Cuando estás enamorado no te atreves a
decir toda la verdad por miedo a que el otro se desilusione porque, en el
fondo, sabes que el enamoramiento sólo se alimenta de ilusiones e imágenes
idealizadas.
El enamoramiento supone una manipulación de la verdad y de la otra
persona para que sienta y desee lo mismo que tú y así poder poseerla como un
objeto, sin miedo a que te falle. El enamoramiento no es más que una enfermedad
y una droga del que, por su inseguridad, no está capacitado para amar libre y
gozosamente. La gente insegura no desea la felicidad de verdad, porque teme el
riesgo de la libertad y, por ello, prefiere la droga de los deseos”.
Anthony de Mello
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Reflexiones personales
martes, 23 de julio de 2013
Piénsenlo al abrocharse el cinturón
Si les preocupa ser cada día mejor persona y ayudar a construir un mundo mejor no es necesario irse al Nepal o ponerse en manos de un "coach" que nos cobre 20.000 euros por curso. Tenemos a nuestro alcance una sencilla posibilidad que personalmente procuro explotar al máximo. Cada vez que nos subimos al coche tenemos la oportunidad de hacer más amable nuestra ciudad respetando generosamente un paso de cebra, facilitando la incorporación de otro conductor a nuestro carril, sonriendo y agradeciendo la deferencia de otro conductor, y también tenemos la oportunidad de aprender a controlar la ira o de ser pacientes y comprensivos. Si son de los que se estresan al volante, hacen lucecitas o están siempre con el taco en la punta de la lengua y se han visto al borde de la tragedia en una discusión de tráfico, les sugiero que recapaciten y sean conscientes de las posibilidades de crecimiento personal que nos ofrece conducir. Sería interesante que las autoescuelas no olvidaran que conducir no es sólo un saber técnico, tanto en lo que se refiere al vehículo como a las normas de la circulación, sino una forma de relacionarse con otras personas -cientos, miles- con el objetivo común de llegar a un determinado lugar.
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Sociedad
jueves, 18 de julio de 2013
El problema no es Susana Díaz
No nos escandalicemos porque Susana Díaz, la candidata socialista a suceder a Griñán, como tantos otros, lleve toda su vida dedicada a la política -carne de aparato he leído que le llaman-. El problema es de los partidos que no tienen reparos en encumbrar a este tipo de gente (incluso en las primarias debería existir algún tipo de filtro que garantice una cierta idoneidad de los candidatos) y de los ciudadanos que en último término otorgamos nuestro voto. En estos días es habitual escuchar a algunos intelectuales exhortar a la rebelión civica. Me daría por satisfecho con que cada ciudadano actuara con responsabilidad, más necesaria que nunca, en dos terrenos: ejercicio de la libre expresión donde a cada cual le sea posible y sufragio meditado para que en ningún caso se vote a candidatos manifiestamente mediocres. Esa es la única manera de responder a casos como el de Susana Díaz.
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Actualidad política
viernes, 28 de junio de 2013
La noche de los rábanos salados
En España siempre han estado
bastante arraigadas esas excelentes obras de misericordia que son dar de comer
al hambriento y dar posada al peregrino. Cuando llegaba a casa de mis padres el
cobrador de Finisterre o el señor que tenía que mirar el contador del gas mientras estábamos comiendo, mi madre siempre soltaba ese españolísimo “¿quiere
comer?”. Si en España te visitan familiares es habitual alojarles en tu casa antes que dejarles ir a un hotel. Las posadas y los hoteles
siempre han sido para los españoles establecimientos mercenarios de último
recurso. En los últimos tiempos las cosas han cambiado y la mayor parte de
nuestros hoteles suelen disponer de todo tipo de servicios y comodidades. Nada
que ver con las posadas, fondas y hostales de los años cincuenta que conoció el
filósofo del derecho francés Michel Villey, quien en su “Compendio de Filosofía
del Derecho” –si mal no recuerdo- bromea a lo Chiquito de la Calzada con que no sé qué
estaba más vacío que una pensión española. Sí, los tiempos han cambiado y está
muy bien que los hoteles hayan mejorado, pero, por favor, no perdamos nuestra
hospitalidad tradicional. Sigamos viendo el hotel como el lugar mercenario de
último recurso que en realidad es.
Este sentido de la hospitalidad
siempre me ha parecido genuinamente español, pero también lo he visto en
algunos franceses del sur que he tenido oportunidad de conocer y, pásmese
lector, he tenido la suerte de disfrutar de la hospitalidad alemana (no se
apure, luego le cuento). Ello me ha hecho pensar que quizá la razón radique en
que se trata de conductas profundamente ligadas a la religión. Muchos
despotrican contra la edad media dejándose llevar por prejuicios, pero durante
esa época en Europa estaba socialmente vigente la obligación de dar posada y comida al
peregrino. Eso, que sigue por cierto presente entre los musulmanes, lo hemos
ido perdiendo con la progresiva secularización de nuestra sociedad. Podría
decirse que a mayor secularización mayores posibilidades de que la visita de
uno acabe en un hotel.
Y les cuento la anécdota alemana
por dos razones. Primero, porque me he metido mucho con los alemanes en los
últimos tiempos y como sospecho que con la cumbre del fin de semana igual tengo que
volver a darles cera así compenso un poquito. En segundo lugar, porque la anécdota creo que ilustra bien esa
relación entre vivencia de la religión que se traslada a buenas acciones.
Bueno, quizá haya una tercera razón, y es que esto de ir en taparrabos en
verano me está resultando de lo más cómodo. Al grano. En el segundo curso de Derecho,
en el año 1990, formaba parte del equipo de fútbol de la Facultad de Derecho de
la Universidad de Valencia. Un día se incorporó al equipo un estudiante alemán
y charlamos un rato. Tampoco nos hicimos íntimos amigos.
En otoño yo iba a viajar a Dinamarca en tren, y tenía que pasar una noche en Hamburgo antes de tomar al día siguiente otro tren para llegar a Aarhus, mi destino. Se lo dije al
alemán y, como era de Hamburgo, aunque estudiaba en Salzburg, me dio su
dirección y teléfono para que quedáramos, si tenía tiempo y daba la casualidad
de que él estaba por allí. Guardé los datos mecánicamente con la convicción de
que no le iba a llamar. Total, se trataba de llegar por la tarde a la estación,
buscar un hostalillo para pasar la noche y partir a primera hora. No sospechaba
yo que cierto evento en Hamburgo iba a dejar la ciudad sin una habitación libre.
Deambulé con mi mochila de hotel en hotel recibiendo siempre la misma
respuesta: todo estaba completo. Se me pasaron por la cabeza varias soluciones hasta que reparé en que tenía la dirección del amigo
alemán. Había que intentarlo, así que telefoneé y
contestó su madre. Él no estaba allí y le expliqué a la buena mujer quién era
yo y cuáles eran mis circunstancias. Imagínense, un desconocido español que
dice ser amigo de su hijo. ¿Qué harían ustedes? La señora se separó un momento
del auricular para hablar con su marido y sólo tardó unos pocos segundos en
decirme que fuera a dormir a su casa. ¡Oh, qué maravillosa sensación saber que
había una cama para mí en una ciudad extraña! Llegué, conocí a sus padres, y estos me enseñaron la habitación de su hijo en la que pasaría la noche. Había dos grandes
fotos allí. Una de Helmut Kohl y otra del papa, Juan Pablo II. En
nuestras escasas conversaciones españolas habíamos hablado de política y de
religión y yo sabía perfectamente que él era un católico prácticamente fiel
partidario de la CDU (hoy defiende a Merkel). Y también supe después que su
familia era muy religiosa, aunque con una particularidad: su padre y él eran
fervientes católicos, mientras que su madre y su hermana eran protestantes
luteranos. La conversación con los padres de mi amigo Andreas (así se llama) durante
la cena fue muy agradable, aunque tuve que pagar un precio: no olvidaré los rábanos con sal crudos que comimos en la cena y que,
lógicamente, no iba a despreciar, pese a que me resultaban verdaderamente repugnantes. Dormí a pierna suelta y a la mañana siguiente
el padre de Andreas me llevó a la estación donde tomé el tren para Aarhus
dispuesto a vivir una nueva aventura.
jueves, 13 de junio de 2013
Dos preguntas mollares
Dos preguntas excelentes de José García Domínguez:
"¿Por qué un accionista español o un tenedor de participaciones preferentes (los depósitos están garantizados) deben sufrir quebrantos si una entidad quiebra, pero no así el banco alemán que compró sus cédulas hipotecarias? ¿Por qué Merkel solo cree en el libre mercado cuando los que salen perdiendo son otros? No nos rescatan: somos nosotros quienes los vamos a rescatar a ellos. Y pensar que aún hay quien no lo ha entendido".
Este hombre ve perfectamente cuál es el verdadero problema. Les aconsejo que lean sus opiniones.
martes, 11 de junio de 2013
Pendientes del Tribunal Constitucional Federal de Alemania
¿Se acuerdan de
cuando Mario Draghi dijo aquello de que el Banco Central Europeo haría lo
necesario para salvar el euro, con la famosa apostilla “y, créanme, será
suficiente”? Se refería Draghi a la posibilidad de que un Estado de la unión
monetaria solicitara formalmente el rescate y se pusiera en marcha un mecanismo
de compra de deuda pública por el BCE en los mercados secundarios de deuda para
rebajar la presión y garantizar la sostenibilidad (al menos a corto plazo) del
Estado rescatado. En Alemania aquello no convenció a muchos, porque pensaban
que esa compra de deuda por parte del BCE suponía ir más allá de sus funciones
utilizando recursos, entre otros, del contribuyente alemán. Esta es la razón
por la que en Alemania se presentó un recurso ante el Tribunal Constitucional
sosteniendo que dicha compra masiva de deuda pública era contraria a la
Constitución alemana. Pues bien, para que se den cuenta de cuál es la posición
de Alemania en esta crisis, en una información que hoy publica “El País”, una encuesta difundida por el diario
económico Handelsblatt apunta que casi la mitad de los
alemanes está en contra de ese programa de compra de deuda, mientras que solo
un tercio lo apoya. ¿Aparte de que nos hundamos en la miseria para pagar
lo que les debemos, qué estrategia tienen los alemanes para acabar con la
crisis?
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