domingo, 16 de noviembre de 2014

El "candado" del 78

Si alguien tenía alguna duda de lo que representa votar a Podemos, las palabras de Pablo Iglesias de este fin de semana no pueden ser más claras y preocupantes. Nada menos que promete acabar con el régimen del 78. Lo dicho por Iglesias es grave por dos motivos. Por una parte, la valoración negativa que hace de la etapa democrática que estamos viviendo es incomprensible. Claro que se han cometido errores, algunos muy graves, pero por encima de todo está la recuperación de las libertades que, entre otras cosas, permiten que pueda emerger una formación como Podemos. Por otra parte, y quizá esto sea más grave, el hecho de utilizar la expresión "acabar" con el régimen del 78 nos retrotrae al siglo XIX, a esas etapas de ruptura radical en las que se sucedían las Constituciones en un clima político presidido por la discordia. ¿Eso es lo que pretende Podemos para España? Parece que sí. Su estrategia consiste en presentarse como una alternativa no para reformar, sino para romper. Pero si carecen de apoyos para una ruptura por vías constitucionales fácil es imaginar que, caso de gobernar, optarían por una política sectaria con supuesta veste democrática.

martes, 11 de noviembre de 2014

Ante el problema catalán

Pese a que resulte indignante ver cómo una minoría pisotea la Constitución y se mofa de la soberanía del pueblo español, el análisis de lo acontecido el domingo en Cataluña no debe ser visceral, sobre todo en lo que respecta a la actuación del Gobierno de Rajoy.

La primera impresión nos lleva a pensar que si el Tribunal Constitucional había suspendido el “proceso participativo” impulsado por la Generalitat catalana, el hecho de que se haya producido menoscaba la credibilidad de las instituciones del Estado de Derecho y deja a Rajoy como un presidente incapaz de mantener incólume el orden público constitucional. Por ello, es lógico que se le critique duramente hasta el punto de llamarle traidor, como hace Santiago Abascal, presidente de Vox. Sí, toda la razón, pero “¿habría sido mejor correrlos a hostias por toda Cataluña mientras la Guardia Civil [o los mossos, venga] quemaba las urnas en una pira ante las cámaras de la CNN?” como se pregunta José García Domínguez. Y es que a veces tener razón nos puede llevar a equivocarnos, sobre todo cuando se abordan problemas políticos.

En el azaroso ejercicio de interpretar las razones del héroe del silencio yo me inclino a pensar que Rajoy, después de sopesar ventajas y costes, llegó a la conclusión de que la imagen de policías cerrando locales, llevándose urnas y -es de suponer- pegando mamporros era mucho más perjudicial que dejar que todo sucediera como finalmente se produjo, porque, al margen de otras consideraciones, ello no le impedía instar la actuación de la fiscalía con posterioridad, como parece que así va a ser. Por otra parte, no cabe descartar, a raíz de las últimas informaciones publicadas, que Rajoy y Mas pactaran lo de ayer: Mas puede “vender” a los suyos que la consulta, pese a todo, se celebró, y que además se produjo gracias a él, que asumió la responsabilidad de lo acontecido. Por su parte, Rajoy puede seguir diciendo, y es verdad, que lo de ayer no fue ni un referéndum ni una consulta con garantías democráticas, tal y como destaca hoy la prensa internacional. No obstante, queda mucho más debilitado Rajoy, pues si su partido tenía como bandera la defensa de la nación española, hoy hasta por ahí hace aguas el PP. Rajoy lo ha permitido y eso, felonía al margen, tiene un coste político altísimo, pues bajo su mandato se ha producido un gravísimo quebrantamiento del Estado de Derecho.

Rajoy debía haber actuado mucho antes para evitar lo del domingo. Debía haber preparado el terreno para que si esta se producía se tuviera la certeza de que las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado actuarían sin vacilación. Al no haber tenido ninguna iniciativa política en la lucha contra el independentismo más allá que la mera interposición de recursos ha llegado muy debilitado al pulso final y por eso se ha asustado de esa imagen de correrlos a hostias a la que se refiere García Domínguez. Rajoy no ha comprendido que la defensa del Estado de Derecho exige la defensa de su fundamento, España, la nación española, y que ésta no se logra únicamente a través de medidas jurídicas, sino mediante una iniciativa política que dé respuesta al desafío independentista. ¿Cómo plantar cara políticamente al independentismo? Esta es la gran pregunta. Antes de responder lo que creo que habría que haber hecho y que todavía estamos a tiempo de hacer, diré que lo último que debe hacerse ahora mismo es negociar una reforma constitucional con los independentistas catalanes. En este momento, después de haber actuado de forma manifiestamente ilegal y antidemocrática, jamás. Si la actitud de Rajoy es vergonzosa, ya me dirán cómo calificar las declaraciones de Pedro Sánchez el mismo domingo. Que en pleno desafío a la Constitución el líder del PSOE diga que quiere a los catalanes para liderar el cambio en España es bochornoso, patético, ridículo a más no poder. El PSOE se ha puesto de perfil, como siempre, cuando se trata de defender la España constitucional, optando por una inexistente tercera vía dada la polarización del movimiento independentista. Fíjense que de haber instado a la fiscalía a actuar Rajoy no hubiera estado respaldado por el principal partido de la oposición, ni por supuesto por Podemos, cuyo proyecto político no se basa en modo alguno en la defensa de la nación española. Sólo UPyD y Ciudadanos (por referirme a partidos con presencia parlamentaria y vocación nacional) habrían respaldado a Rajoy, y cada vez es más evidente para algunos que la gran esperanza radica en estos partidos como fuerzas regeneradoras del sistema constitucional del 78. Pero este es otro tema, aunque guarde relación con el que nos ocupa.

Retomemos el asunto. ¿Cómo combatir políticamente el independentismo? Yo me atrevería a dar tres claves.

1. Asumir la realidad regional de España. Hay quienes piensan que España es una nación de ciudadanos libres e iguales, o que así debería concebirse. Y no les falta razón, pero España es más que eso. La Constitución reconoce el derecho a la autonomía de las “regiones” y “nacionalidades” que la constituyen. El Tribunal Constitucional ha sostenido reiteradamente que la autonomía no tiene su origen en supuestos derechos históricos, sino que se fundamenta exclusivamente en la Constitución. Eso es verdad, pero no lo es menos que la Constitución no crea esas regiones, sino que reconoce su existencia, al margen de cómo luego se articulen en comunidades autónomas. Es decir, España se compone no sólo de ciudadanos, sino de sociedades intermedias de inserción, como son las regiones. La autonomía política de las regiones y nacionalidades constituidas en comunidades autónomas significa que son capaces de reflexionar sobre su propia realidad, sobre su “nosotros” regional y pensar en España como proyecto común desde su propia perspectiva valenciana, murciana, andaluza o gallega. Pero esa reflexión puede concretarse en un deseo de independencia más o menos mayoritario, como sucede en Cataluña o el País Vasco. En definitiva, es fundamental darse cuenta de que la autonomía política del Estado de las autonomías abre la puerta al deseo de secesión, por lo que es de capital importancia que España cuente con proyectos nacionales. Si no es así se corre el riesgo de que el “nosotros” regional termine por representar un factor de identidad colectiva más importante que el “nosotros” nacional. Una política tecnocrática que abandone las referencias nacionales es un suicidio. Ni más ni menos que lo que Rajoy hace cuando dice eso de que aquí lo que importa es la economía.

2. Poner un listón visible al independentismo y anunciar las consecuencias. Esta idea me parece esencial. No hay que cerrar nunca las puertas a la posibilidad de que España deje de existir como nación, sobre todo si el deseo de secesión en una región alcanza un grado tal que hace imposible la concordia nacional. En esos casos la secesión puede ser incluso una buena solución para los que permanecen unidos. Cuando hablo de poner un listón visible al independentismo me refiero a dejar claro que pueden tener éxito en sus objetivos si realmente cuentan con una mayoría muy cualificada de personas que apoyan la secesión en dicha región. La verificación de esa mayoría siempre debe producirse a través de mecanismos constitucionalmente legítimos. ¿Y cuál sería esa mayoría? Dado que la independencia implica una redefinición completa del “nosotros”, no estamos hablando de elegir a nuestros representantes parlamentarios para los próximos cuatro años, se trata de una decisión en la que está democráticamente justificado reclamar un pronunciamiento explícito en tal sentido de un amplio porcentaje del cuerpo electoral de esa región. Por eso aquí el nivel de participación es muy relevante. A mi juicio una medida muy adecuada para combatir el independentismo sería lanzar el mensaje de que si los partidos catalanes deciden convertir las elecciones autonómicas en un plebiscito sobre la independencia a través de un único punto en su programa electoral, tienen todo el derecho a presentárselo así a los ciudadanos. Y acto seguido decirles que si en esas elecciones la participación alcanza el 80% y el apoyo a los partidos favorables a la independencia es de más del 70% el partido X propondrá una reforma constitucional para que todos los españoles puedan votar y hacer efectiva la secesión. Inmediatamente dejaría claras las consecuencias: quien decide marcharse debe saber que se le tratará como a un Estado extranjero y se intentarán lograr las máximas ventajas para quienes permanecemos unidos. Es decir, que los ciudadanos de la región que se separa tengan muy claras las consecuencias de semejante decisión.

3. Respeto a la Constitución. El último punto en la batalla contra el independentismo es un escrupuloso respeto a la Constitución, al Estado de Derecho. Si se ha sentado lo anterior, la defensa de la Constitución se fortalece moralmente porque le has arrebatado al independentismo el argumento de que ellos son quienes defienden la democracia. El independentismo no defiende la democracia, defiende sus objetivos sin importarle que la participación en la votación ilegal del otro día no alcanzara un 40% de participación. Cualquier demócrata estaría avergonzado de pretender romper una nación de siglos de historia con tan escaso apoyo explícito popular. El verdadero demócrata es el que escucha a todo el pueblo y tiene en cuenta que incluso aquellos que no desean participar en unas elecciones forman parte del “nosotros” y no puede decirse que han dado su consentimiento a algo cuando en realidad no lo han hecho. Rajoy podría haber instado a las fuerzas y cuerpos de seguridad a defender la Constitución y al mismo tiempo haber esgrimido a su favor –reforzadamente- el argumento de la democracia si hubiera tenido la iniciativa política de poner un listón al independentismo en el marco de la Constitución. 

Rajoy no ha hecho absolutamente nada y el resultado ha sido el que conocemos. Todavía estamos a tiempo de combatir el independentismo asumiendo la necesidad de recuperar la iniciativa política en defensa de la nación española. El problema es que el panorama político español no invita precisamente a la esperanza.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Cambios en el blog

A partir de hoy el blog se centrará en comentar y reflexionar sobre asuntos de actualidad política y social. Pido disculpas a los lectores que han intentado acceder infructuosamente el blog durante este tiempo de reflexión que me he tomado sin previo aviso. 

lunes, 27 de octubre de 2014

El dilema entre el silencio y la inautenticidad

¿Qué sentido tiene decir lo que uno piensa si sólo puede traer problemas? Siempre hay intolerantes dispuestos a juzgar nuestras ideas con escasa benevolencia, así que, insisto, ¿por qué hablar y no callar? ¿Para sentirse bien con uno mismo? Las ideas se tienen aunque no se expresen públicamente. Si uno decide darlas a conocer es porque cree que pueden tener cierto valor para un determinado lector, pero también pueden incomodar y costarnos caras. En términos utilitarios apostar por la libre expresión es un mal negocio, así que el asunto se convierte en una cuestión de dignidad, más que de compromiso social, pues pensar que nuestra opinión sirve a la sociedad tiene un tufillo de soberbia incamuflable. ¿Cuestión de dignidad, quijotada o insensatez? Supongo que dependerá de las circunstancias en las que se mueve el libre opinador. Para él puede ser lo primero, pero a ojos de otras personas resulta un quijote que provoca una sonrisa de conmiseración o un insensato que hace saltar las alarmas. Quizá no se trate de callar, sino de no meterse en polémicas innecesarias. Algunos lo hacen creyendo que no se nota, pero la falta de autenticidad se percibe a la legua. Aunque sea para reírnos de su temeridad parece que son necesarios gilipollas con dos cojones, porque al fin y al cabo mañana podemos morir, y algunos lo harán en silencio... 

jueves, 18 de septiembre de 2014

"Mecano"

Cuando se habla de la movida, de los grupos de los 80, tengo la impresión que se deja en un injusto segundo plano a Mecano, quizá porque no fueran tan transgresores e irreverentes. Pero Mecano fue un grupo colosal y un referente de la música española de los ochenta. Los expertos suelen destacar como su mejor álbum “Entre el cielo y el suelo”, que es estupendo, como casi todos, pero a mí me cautiva la sencillez de su primer disco, “Mécano”. Al igual que en la película “El crack”, de José Luis Garci, te deleitas con esas imágenes del Madrid de los ochenta, que son la traslación al cine de los paisajes urbanos de Antonio López, las canciones de Mecano en ese álbum dan cuenta de los problemas de aquellos años desde la perspectiva fresca de la juventud. Las canciones, en su mayoría de Nacho Cano, son auténticas, como lo han sido siempre los hermanos Cano, cada cual con su personalidad. Ritmos sencillos y letras que rezuman vida. Nos hablan de la angustia del adolescente en “Perdido en mi habitación”, “Me voy de casa” o “No aguanto más”, del consumismo que empezada a abrirse paso en “Busco algo barato”, de la guerra fría con “No pintamos nada”, de la trepidante vida urbana en “Quiero vivir en la ciudad”, y luego está la canción que les hizo famosos “Hoy no me puedo levantar”. En este álbum está Mecano en estado puro: Ana Torroja todavía no había aprendido a cantar y los teclados de Nacho Cano eran la seña de identidad del grupo. 

miércoles, 27 de agosto de 2014

UPyD y Ciudadanos deben unirse

Desde la perspectiva del observador ajeno a los navajeos propios de la política, parece difícil no estar de acuerdo con Sosa Wagner en que la fusión o coalición de UPyD y Ciudadanos es más que lógica y conveniente para ambos partidos. Claro está que hay que aplicar el “programa, programa, programa” con que nos machacó sensatamente Julio Anguita en su día antes de dar forma al matrimonio político. Pero tal y como está el panorama es una insensatez que estos partidos desperdicien esfuerzos yendo por separado. UPyD podría pensar que ellos ya tienen grupo parlamentario propio y los de Ciudadanos van a capitalizar su esfuerzo y, quizá, su infraestructura organizativa. En cierta medida es cierto, pero no se puede negar que Ciudadanos también ha recorrido un camino en solitario con gran éxito en Cataluña y la unión permitiría acabar con uno de los principales lastres de UPyD, por no decir el principal: su identificación casi total con la figura de Rosa Díez. Albert Rivera pertenece a la generación de Pablo Iglesias y si suma esfuerzos junto a Rosa Díez podríamos estar ante una ilusionante alternativa al bipartidismo anclada en torno a la defensa de la nación y del Estado constitucional en la que se articula. Si no aprovechan la ocasión corren el riesgo de ser barridos o quedar reducidos a una representación testimonial. 

viernes, 15 de agosto de 2014

El preceptor

Creo que esta reflexión publicada hace casi diez años en "Las Provincias" sigue siendo válida y la reproduzco en el blog.

El preceptor
  
Ando estos días un tanto azorado por no haber leído a Azorín. Y es que tanto lo alaba Julián Marías, cuya figura y obra constituye para mí una referencia obligada, que he terminado por convencerme de que la lectura de Azorín es imprescindible. De momento, he ido a la librería a por uno de sus libros, La voluntad, aunque todavía no he tenido tiempo para hincarle el diente. Veremos qué tal congeniamos Azorín y yo porque, dado mi fervor galdosiano, no aventuro un amor a primera página.

Mi ignorancia de la obra de Azorín me ha hecho reflexionar sobre los largos veranos que pasaba felizmente enjugazado cuando era un adolescente. No es cuestión de mortificarse por ello, pues las decisiones personales no se pueden valorar desligadas del contexto en el que se adoptan. Además, hay tantas lecturas deliciosas reposando en los anaqueles que uno viviría en perpetuo desasosiego si se sintiera en falta por no haberlas saboreado. De todas formas, no puedo evitar pensar que podía haber dedicado más tiempo a la lectura de obras y autores que he conocido posteriormente, a veces merced a un buen consejo –nunca agradeceré lo bastante a José María Rojo que en primer curso de la carrera de Derecho me aconsejara leer Antropología Metafísica de Julián Marías-, otras por mero azar, movido por el deseo de saber.

Este pensamiento me llevó a plantearme cómo se pueden encuadrar ciertas lecturas básicas en la biografía de un español culto. Si durante la época formativa –Colegio, Instituto y, en su caso, Universidad- se pierde la oportunidad de familiarizarse con ese poso imprescindible, luego sólo una voluntad tenaz por mejorar y una buena dosis de suerte pueden paliar la falta. El problema es más grave de lo que se piensa, debido a que esas lecturas imprescindibles exigen un esfuerzo que va más allá del tiempo que se le puede dedicar en el colegio. ¿Y qué hay más allá de las aulas? Algunos pocos afortunados cuentan con una biblioteca en casa y padres que les aconsejan bien y les inician en los buenos hábitos. Otros, aunque carecen de esa suerte, no es infrecuente que también sean apoyados por sus progenitores, quienes, preocupados por el éxito académico de sus hijos, no dudan en contratar para ellos un profesor particular. 

Efectivamente, en nuestros días es muy frecuente contratar un profesor particular, sobre todo para matemáticas e inglés. No es que me oponga a esta figura, pero sí que detecto algunas taras en su enfoque. El profesor particular se presenta hoy como un remedio frente a la amenaza de fracaso escolar, pues, si el hijo está aprobando, se entiende que no hay nada de qué preocuparse. El profesor, que suele ser un especialista que profundiza en la materia que explican en el Colegio o Instituto, trata de que el alumno logre superarla. Si el alumno aprueba con buena nota, el profesor habrá cumplido su misión con éxito. ¡Qué diferencia entre esta figura y la de los preceptores de antaño!

En el pasado, la inexistencia de una educación obligatoria hacía que muchos padres contrataran preceptores que se encargaban de ofrecer una formación integral para sus hijos. Ilustres filósofos como Hobbes, Kant o Stuart Mill se ganaron la vida como preceptores. Ni que decir tiene que hoy nadie contrata un preceptor, en el sentido clásico del término, pues se entiende que para eso ya está el Colegio; además, nadie se ofrece como tal. Sin embargo, tras la reflexión a la que me llevó mi azoramiento azoriniano, he acabado convencido de que resultaría altamente provechoso recuperar esta figura. 

Por una parte, nos hallamos con una educación de muy baja calidad, por las razones que sean, en los niveles inferiores a la Universidad. Completar todo aquello que no se enseña y que, sin embargo, una persona culta debe conocer, bien se trate de conocimientos en sentido estricto, bien de determinadas habilidades, resulta mucho más importante que superar con éxito esta educación oficial. Además, está muy extendida la cultura de la especialización, cuyos males ya fueron advertidos por Ortega en La rebelión de las masas, que no favorece el esfuerzo extraescolar por adquirir una completa formación de base, y que conduce de manera excesivamente temprana a orientar a los estudiantes hacia aquello en lo que destacan, porque es lo que les garantizará un puesto de trabajo bien remunerado. La especialización es importante, qué duda cabe, pero cuando es excesiva embrutece y debe ser combatida. Finalmente, la ingente bibliografía existente puede redundar, si no se dispone de una buena orientación, en una considerable pérdida de tiempo en lecturas poco provechosas.

Este panorama aconseja contar con un buen preceptor: una persona culta, íntegra y cabal capaz de orientar la formación integral del alumno, que complete la imprescindible labor educativa que le compete a la familia y al colegio sin guiarse por las urgencias académicas del estudiante. El preceptor puede evitar muchos esfuerzos baldíos si guía al alumno sabiamente con un adecuado plan de lecturas, estimulándole a adentrarse en ellas y facilitando su asimilación con explicaciones e intercambio de impresiones. Entre ellas, en mi opinión, Galdós no debería faltar; Marías me ha persuadido de que Azorín  tampoco, pero ya les contaré.