viernes, 8 de mayo de 2009

El recomenzar cristiano y el existencialismo

Hace un par de años decidí cumplir fielmente los preceptos de vida cristiana. Lo logré durante un tiempo. No me convertí en un beato de misa diaria, pero sí que asistía puntualmente a misa dominical, confesaba mensualmente e incluso incluí entre mis actividades mensuales la asistencia a una meditación cristiana. No sabía qué significaba la meditación en el cristianismo. Incluso creía que era algo exclusivo de las religiones orientales como el budismo o el hinduismo. Sin embargo, en el catecismo figura la meditación como una expresión más de la oración cristiana que básicamente consiste en una reflexión que realiza el sacerdote sobre textos cristianos esenciales (sagradas escrituras, encíclicas, etc.) con el fin de profundizar en cuestiones centrales de la vida cristiana, y suscitar en los asistentes una reflexión sobre su propia vida.

Había un tema recurrente en muchas meditaciones a las que asistí: cuando el cristiano peca y se aleja de Dios debe acostumbrarse a recomenzar con el firme propósito de perseverar en el camino marcado por el Señor. Recuerdo que en una ocasión el sacerdote dijo que perseverar no es mantenerse con constancia e invariable fuerza en la misma dirección, sino levantarse cada vez que uno ha caído y recomenzar. Recomenzar es clave en la vida cristiana, aunque me atrevería a afirmar que es un rasgo genuinamente católico en tanto este nuevo comienzo cobra verdadero sentido con el sacramento de la confesión propio de los católicos. Los reformados, puritanos o calvinistas estarían mucho más próximos a esa constancia sin fisuras propia de los elegidos (sobre este tema resulta imprescindible leer el libro de Max WEBER sobre la ética protestante) que al recomenzar católico.

El mensaje, aparte de coherente con mi propia forma de entender el cristianismo, es tremendamente optimista. No importa tanto caer como estar dispuesto a levantarse y comenzar de nuevo. Las fuerzas para ese nuevo comienzo surgen de la convicción de que hay un camino correcto por el que transitar que es necesario retomar. La misión del sacerdote y de toda la iglesia consiste en dar esa buena noticia y estar siempre dispuesta a mostrar cuál es ese camino.

Podrá imaginarse el lector cuán grande fue mi sorpresa cuando leyendo “La peste” de Albert Camus, uno de los máximos representantes del existencialismo, hallé que la palabra más repetida por el autor en la novela era precisamente “recomenzar”. En el marco de la gran tragedia que se narra en la novela (una epidemia de peste en la ciudad de Orán en la década de los cuarenta en pleno siglo XX), el mensaje de Camus consiste en la necesidad de seguir adelante, recomenzando una y otra vez. La pregunta que me asaltaba era evidente: ¿qué fuerza puede llevar al ser humano a recomenzar si no es la esperanza cristiana? El principal protagonista de “La Peste”, el médico Rieux, lucha contra la epidemia con todas sus fuerzas porque siente que es su deber y porque no puede soportar un sufrimiento y una muerte que no repara en llevarse incluso a niños inocentes. Para la visión existencialista no es que la existencia carezca de sentido, sino que su sentido genuino es precisamente carecer de sentido, porque no puede explicarse ni justificarse en modo alguno el sufrimiento de los inocentes. En "La Peste" Camus contrapone lo que él considera una visión coherente del cristianismo, la que se ofrece en la segunda homilía del padre Paneloux, y el existencialismo. Al referirse a la segunda homilía del padre Paneloux, Jean Tarrou reflexiona y sentencia: “Paneloux tiene razón. Cuando la inocencia puede tener los ojos saltados [alude a la agonía y muerte de un niño que acaban de presenciar], un cristiano tiene que perder la fe o aceptar tener los ojos saltados. Paneloux no quiere perder la fe: irá hasta el final. Esto es lo que ha querido decir”. No cree Camus que un cristiano pueda hallar sentido al sufrimiento que está presente en la existencia humana. El cristianismo, según Camus, sólo puede sostenerse en la fe porque no hay razón que justifique el sufrimiento de un inocente. ¿Cómo, se pregunta Camus, un Dios bondadoso puede permitir esto? No es aceptable, de ahí que el cristiano coherente tenga que amar la muerte que proviene de la peste si no quiere perder la fe. Es la gran disyuntiva existencialista que en mi opinión se basa en una concepción estrecha de la razón que impide conciliarla con la fe.

Camus no encuentra otra alternativa que luchar contra el sufrimiento, la muerte, siempre presentes en la existencia humana, una y otra vez. Es necesario recomenzar continuamente. ¿Por qué? Porque no podemos resignarnos a aceptar el sinsentido. Aquí hay que situar el mito de Sísifo. Sísifo sube esforzadamente la piedra por la ladera de la montaña hasta la cima. Una vez allí siente la satisfacción de ver cumplido el trabajo, pero nuevamente la piedra rueda cuesta abajo y debe comenzar de nuevo a subirla hasta la cima. Así una y otra vez tratando de no perder la alegría y no derrumbarse. Este es el mensaje del existencialismo de Camus. Aquí la fe es desplazada por un sentimiento de repugnancia y rechazo ante el mal presente en el mundo. El existencialismo busca santos laicos, que es aquello a lo que precisamente aspira Jean Tarrou, otro de los personajes más importantes de la novela. El existencialista quiere hombres dispuestos a luchar sin descanso contra los males del mundo, pero en ocasiones estos aspirantes a una laica santidad descubren que apenas pueden hacer nada sin que el resultado sea la muerte de un inocente. Esto les llega a atormentar, como sucede con Tarrou.

¡Recomenzar! La vida siempre es recomenzar, pero cómo, por dónde. Esa es la gran pregunta. ¿Pueden tener sentido la enfermedad, el sufrimiento, la muerte? Yo creo que sí, que la respuesta cristiana es válida. Así que, queridos lectores, pronto tendré que hacerme el ánimo y recomenzar.

1 comentario:

Miñón dijo...

Me ha parecido esta reflexión de un cristianismo católico perfecto. ¿Por qué? Por el optimismo ante la vida, la esperanza de que vamos a mejorar y a mejorar este mundo. No lo dejamos todo en manos de la Omnipotencia divina. Dios nos espera en la acción.
Sin embargo me gustaría señalar lo siguiente. El mundo no va bien y por mucho que hagamos, por mucho que luchemos por mejorarnos, eso que va mal en el mundo es superior a nuestras fuerzas. Ahí se levanta el misterio del Calvario. Recomiendo a todos la lectura atenta de los dos volúmenes sobre Jesús de Nazaret que ha publicado Ratzinger. Extraordinarios, en mi opinión.