En un Estado de Derecho las medidas políticas suelen adoptarse a través de normas jurídicas cuya finalidad es organizar correctamente la convivencia para lograr el bien común. Las normas, por tanto, responden al objetivo de solucionar problemas reales. Aunque en la entrada referida al “truquillo” del “déficit cero” ya aludí a las nuevas modas legislativas que se desvían de este objetivo, conviene profundizar en la reflexión porque en realidad estamos ante algo más que una nueva manera de legislar. Asistimos a una nueva manera de entender la política que suelo denominar -siguiendo la terminología de mi amigo Pedro Serna- “política de diseño”, en atención a que para el político lo importante no es tanto la realidad, sino la apariencia, la impresión que se ofrece a la opinión pública, a otros países o a instituciones internacionales. La “política de diseño” que nos invade es la entronización del marketing en la actividad pública por excelencia, la política. Las medidas legislativas se aprueban en función de dos criterios: que se vendan bien ante la opinión pública o ante quien interese, y que permita a los políticos que la aprueban lo que verdaderamente quieren, eso sí, de forma soterrada. Evidentemente, la realidad siempre se abre paso e incluso diseñadores políticos como Zapatero se ven forzados a aplicar recortes contra su voluntad. Pero mientras cuele, pues se intenta. Ya lo ven, los políticos de diseño de los dos partidos que manosean sin pudor nuestra democracia reforman la Constitución por nuestro bien y arguyendo que eso es lo que demanda Europa. Hace poco escribía que esto del gobierno económico europeo amenazaba nuestra democracia. Más pronto lo digo y antes lo vemos.
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