Aunque resulte reiterativo, no puedo dejar de indignarme cada vez que repaso algunos de los acontecimientos económicos que se han producido a partir de la entrada en circulación del euro. Es evidente que la burbuja inmobiliaria que hemos padecido en España ha provocado que la crisis esté teniendo efectos dramáticos en nuestro país, sobre todo por el número de parados que se ha cobrado. Zapatero se lamentaba en el último debate sobre el estado de la nación –si mal no recuerdo- de no haber acabado con esa burbuja de nefastas consecuencias. Quizá se podrían haber tomado diversas medidas para lograrlo, pero, al margen de ello, también podemos preguntarnos por qué razón hemos vivido años con unos tipos de interés tan bajos. Esa política de tipos bajos, casi rasantes, propició la burbuja inmobiliaria al tiempo que la inflación, pese a no alcanzar las cotas de décadas pasadas, era superior a la del resto de países de la zona euro. ¿Por qué pasó todo eso? Pues porque carecíamos de mecanismos para regular los tipos de interés, y el Banco Central Europeo prestó atención a los intereses de Alemania. En los primeros años de siglo, la economía alemana estaba estancada y necesitaba esos tipos de interés bajos para intentar salir de esa situación de estancamiento que le llevó a incumplir el Pacto de Estabilidad, al igual que sucedió con Francia. Ellos necesitaban estímulo, mientras a nosotros nos hubiera venido bien un enfriamiento. Por eso sostengo que el euro y la política del BCE ha estado al servicio de los alemanes y de los franceses, y me parece indignante que Alemania se presente como la gran víctima de los desmanes cometidos por los países periféricos, sin negar ni dejar de criticar esas políticas irresponsables llevadas a cabo por Grecia fundamentalmente.
Si la política del BCE benefició sobre todo a Alemania, por qué razón un gobierno económico europeo va a ser bueno para toda la zona euro. Tengo la impresión de que se está produciendo una peligrosa mistificación: se está dando a entender que la globalización financiera demanda una respuesta unitaria de los países de la zona euro que pasa por “globalizar” las decisiones de política económica y, sobre todo, presupuestaria. Con otras palabras, la globalización requiere coordinación y la mejor coordinación es la que proporciona un mando único. El problema es que el mando único puede pensar en la zona euro globalmente y ello no siempre te va a beneficiar, tal y como ha sucedido con la política de tipos de interés seguida por el BCE. Yo diría que la globalización económica y financiera, y la necesidad de coordinar políticas en ese escenario, aconseja más bien todo lo contrario, es decir, no renunciar a los principales mecanismos de decisión que afectan a la política económica y financiera de un país, tal y como han hecho el Reino Unido o Suecia. Pero, ya sabemos, parece que no es posible la vuelta atrás, y eso me inquieta profundamente. ¿De verdad no es posible una ruptura ordenada de la zona euro?