lunes, 14 de noviembre de 2011

La niña de Huanchaco

Todavía la estoy viendo. La niña peruana no tendrá más de diez años. Marcha sentada junto a la ventanilla en sentido opuesto a la dirección del ómnibus. Junto a sus chanclas veo una bolsa de plástico con mercancías que no acierto a identificar. Ase la bolsa con la mano, junto a otra bolsa pequeña, con tres dulces, que si no estuviera en Perú diría que son mazapán. Imperturbable. Ni siquiera mira por la ventanilla. Parece saber a dónde va. Tiene una mirada de serena tristeza resignada. Su chalequito rosa que cubre una camiseta azul me llega al corazón: en él se dibujan billetes de cien dólares con la cara de B. Franklin. ¿Dónde están sus padres? Viaja sola, completa y resignadamente sola. Estoy de pie contemplándola. El conductor acelera con fuerza y creo que la he pisado levemente. No ha oído mi disculpa. Tampoco se ha inmutado al sentir mi pie. Es domingo y parece que la niña peruana vuelve o se dirige a trabajar. No sabe que hoy sigo viéndola, que no he abandonado ese ómnibus que me transporta de Trujillo a Huanchaco.

No hay comentarios: