Este fin de semana, Juan Antonio García Amado, autor del blog “Dura lex”, referenciado en este blog como uno de los que sigo, ha publicado dos entradas sobre las aporías del nacionalismo. En la primera de ellas, única en la que me detendré, se dedica a mostrar que las reivindicaciones nacionalistas conducen a aporías insostenibles cuando simultáneamente se recurre al argumento identitario y al de la queja por el trato injusto. Puedo compartir plenamente su argumentación en este punto, que es desarrollada con la claridad que le caracteriza. Mi interés se centra en la hipótesis de que un nacionalismo de unión y otro de secesión –por utilizar sus términos- recurran exclusivamente al argumento de la identidad nacional. Según García Amado en estos casos no parece haber mucho que hacer, el conflicto está servido sin remedio. Quizá los párrafos más elocuentes sean estos dos:
“Ahora veámoslo desde el punto de vista del nacionalismo de la unión. En el ejemplo con el que comparamos e ilustramos, es mi mujer la que quiere por encima de todo que continuemos juntos. ¿Qué puede o debe hacer? Si yo me sirvo del argumento de la identidad y ella trae a colación el de la identidad suya, estamos en un callejón sin salida. Ella se empeña en que no puede vivir sin mí, pero yo insisto en que solo puedo vivir sin ella. En esa tesitura, podrá acudir a la ley el que la tenga de su parte, por ejemplo si en ese sistema jurídico no está regulado el divorcio o la separación. Entonces la ley está del lado de mi mujer y podrá invocarla a su favor para mantenerme con ella coactivamente, pero ¿tiene sentido que se obligue a dos a vivir juntos cundo hay uno que no soporta al otro? Esa es la aporía o callejón sin salida cuando chocan dos nacionalismos de la identidad, el uno de unión y el otro de separación. No hay tutía”.
Y, sin analogía alguna, su posición se resume así:
“La contraposición de nacionalismos de la identidad aboca sin remedio al conflicto: habrá uno que pierda o se rinda y habrá otro que venza y se salga con la suya, pero ambos se sentirán cargados de razones sustanciales, metafísicas casi cuando hablamos de naciones. Por definición, por el modo de ser de cada uno, los nacionalismos de la identidad están incapacitados para negociar, pues arrancan de premisas innegociables siempre que el uno sea nacionalismo de unión y el otro de separación”.
Es verdad que dos nacionalismos de identidad que tienen como objetivo irrenunciable la unidad por un lado y la independencia por otro se encaminan a un conflicto que lo más probable es que se salde con un ganador y un perdedor. Da la impresión de que a García Amado le parece que en el debate identitario las razones importan poco y, en cualquier caso, serán incapaces de evitar que se produzca la confrontación. Digo esto porque alude a que las naciones se fundan en “razones sustanciales, metafísicas”. Este punto me parece bastante importante y por ello quiero detenerme en él.
La cuestión radica en si cuando se trata del nacionalismo la clave se halla en los sentimientos de identidad y en la voluntad colectiva de caminar en una determinada dirección coherente con dichos sentimientos. Es cierto que toda nación sobrevive en tanto permanezcan activos los lazos afectivos que sirven para trazar conjunta y voluntariamente metas colectivas, la primera de las cuales es buscar juntos el bien común. Como decía Renan, una nación es un plebiscito cotidiano. Pero no sólo eso, una nación es una sociedad completa, como explica Julián Marías, es decir un lugar en el que hallamos una serie de vigencias generales que nos permiten desarrollar la totalidad de lo que se considera una vida plena y que la diferencian de otra sociedad de forma sustancial. Aunque cada región implique determinadas peculiaridades en el modo de vivir, la región se caracteriza por no alterar sustancialmente el modo de vivir, por lo que cambiando de región podemos decir que estamos en la misma sociedad.
¿Es posible discutir racionalmente sobre cuándo una sociedad cambia sustancialmente y se convierte en otra distinta? Esta pregunta es importante no sólo desde un punto de vista teórico, sino también porque si ignoramos los datos objetivos que identifican a una nación y se produce la secesión de una región que erróneamente se ha considerado a sí misma una nación las consecuencias vitales para sus miembros pueden ser bastante más graves que las económicas, que son las únicas que al parecer hoy importan. Concretemos la pregunta: ¿la sociedad catalana o la sociedad vasca son sustancialmente distintas del resto de la sociedad española, y puede hablarse, por tanto, de una diferencia análoga a la que existe entre la sociedad española y la francesa o la portuguesa, por ejemplo? Que hay particularidades notables en el País Vasco y Cataluña nadie lo niega. El propio Franco, en su testamento político, exhorta a preservar la unidad de España exaltando la rica multiplicidad de sus regiones. La cuestión es si son verdaderamente una nación, es decir, si son sociedades sustancialmente distintas del resto de España. Y esto no depende de su voluntad, sino que es cuestión de examinar su estructura social que en buena medida se explica por la historia.
Mi respuesta es claramente negativa, especialmente en el caso de Cataluña. España es la nación más antigua de Europa y esta afirmación no supone darle una solidez especial fundada meramente en el paso del tiempo, sino que la historia pone de relieve una permeabilidad social constante que ha hecho de España una sociedad completa, aunque se preserven las particularidades regionales. Y esta permeabilidad ha sido particularmente acusada en el último siglo y medio. La sociedad catalana y vasca han recibido una inmigración del resto de España que sólo se explica por su pertenencia indiscutible a la nación española. Algo como lo acontecido en estas regiones sería inaudito que se produjera sin levantar temores entre dos naciones. Por ejemplo, ¿se imaginan que todos los trabajadores extremeños y andaluces que emigraron a Cataluña hubieran sido franceses o rumanos? No hubo ningún problema porque todos eran españoles, y lo mismo cuando se trata del País Vasco. ¿Qué era el País Vasco a finales del siglo XIX? Le sugiero al lector que indague en la población de Bilbao y San Sebastián en 1870. ¿Sorprendido, lector, al ver que esos “históricos” territorios de esa comunidad histórica carecían de importancia?
Cuando se trata de nacionalismos identitarios, la historia y una fina observación de la realidad social puede proveernos de argumentos objetivos con los que contrarrestar la voluntad de una determinada región por independizarse. Cierto que dicha voluntad podrá existir, manifestarse y aspirar a cambiar la realidad, pero me parece importante, y por ello este comentario a la entrada de García Amado, señalar que en un debate sobre nacionalismos identitarios una parte puede tener más razón que la otra o incluso toda la razón, aunque tener la razón no sea suficiente para enervar la confrontación. Por ello, para concluir diré que, si estoy en lo cierto y es posible utilizar argumentos a favor de un nacionalismo y no de otro que vayan más allá de la voluntad de ser nación, los partidos nacionales deberían utilizarlos y no conformarse con apelar a la Constitución. ¿Por qué demonios no se puede sostener que Cataluña es una región, y que hoy Cataluña no se explica si no es como el resultado de su pertenencia indiscutible a la nación española de la que ha recibido a cientos de miles de trabajadores que han contribuido a su prosperidad? No hay que rechazar el debate con los nacionalistas, máxime cuando no tienen razón.