Hace pocos días, aprovechando que estuve en Madrid, fui a visitar el Museo del Prado. Contemplar esos cuadros es como abrir una ventana a nuevos y fascinantes universos, pero no resulta fácil abrirse camino entre todas aquellas obras. El visitante llega sumamente condicionado. Sabe quienes son los grandes pintores, e incluso creo haber visto un folleto en el que una turista iba tachando las obras maestras -debidamente identificadas- que ya había visto. Hay información de cada sala y de cada obra. Supongo que estarán pensando que eso es estupendo, ¿no? Te explican el cuadro, te lo dan mascadito y el espectador no tiene más que ingurgitarlo todo con el fin de acumular mayor cultura. ¿Qué otra cosa puede hacer el lego en arte? Lo lógico es que se muestre receptivo a aprender de los expertos. Y no digo yo que no tenga que ser así, pero tanta información me provoca cierto desencanto. Por eso hice un esfuerzo por aproximarme a las obras lo más libre de prejuicios que me fuera posible, no por arrogancia, sino por el sincero deseo ser lo más pristinamente receptivo al mensaje -si lo hubiera- del artista. ¿Y saben qué me pasó? Pues que me entusiasmó Goya. Su evolución, que es también en buena medida la de España, es espectacular. Sus obras de la España del siglo XVIII reflejan una sociedad tranquila, feliz, pacífica que se va a ver sacudida con la invasión napoleónica y la Guerra de la Independencia. Los cuadros del 2 y el 3 de mayo nos logran transmitir la rabia y la impotencia de aquellas jornadas. Y luego los retratos profundos y certeros de la familia real. Parece increíble que los protagonistas no se dieran cuenta de que Goya no los estaba retratando, sino desnudando ante el mundo, y no fueran capaces de sentir repugnancia de sí mismos -en el caso de Fernando VII- ante la contemplación de su maldad reflejada en el pincel de Goya. Deberían haber dicho lo que el Papa Inocencio X murmuró al contemplar el genial retrato de Velázquez: "Vero, troppo vero". Luego esas pinturas negras del siglo XIX marcado por la pérdida de la imocencia de la sociedad y del propio artista. En fin, fantástico. Claro, conocía a Goya, pero verlo de cerca es toda una experiencia.
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